La noticia de la pérdida de Salvatierra conmociona al mundo cristiano europeo con tal intensidad que, sin fisuras, responderá en masa a la cruzada que el papa Inocencio III convoca contra los musulmanes.
Los caminos de toda Europa se llenarán de combatientes cuya meta es Toledo. Una vez allí, se pondrán a las órdenes del gran promotor de la contienda, Alfonso VIII de Castilla. Un enorme ejército se congregará a las puertas de la capital visigoda.
El monarca castellano ha enviado un edicto a todas sus provincias ordenando que se interrumpa la construcción de murallas y cualquier otra obra que reste recursos para la guerra, y manda que, tanto caballeros como peones, se provean de armas y cabalgaduras.
La cruzada obligará al resto de reinos cristianos a colaborar en la empresa. Aragón está del lado de Castilla desde el primer momento. Navarra se muestra reticente a participar, pero termina acudiendo. Tan sólo los reyes de León y Portugal no acudirán a la guerra.
En el otro frente, el califa al-Nasir ha convocado en Sevilla a un grandioso ejército formado por turcos, árabes, egipcios, bereberes y la tropa regular andalusí.
La ofensiva se prevé definitiva. En ella se enfrentarán las dos religiones y sus dos dioses.
La Historia conocerá este enfrentamiento como la batalla de las Navas de Tolosa.