9

Aumentan las sospechas

El Sla-Mori

Siguieron un estrecho y empinado sendero que desembocaba en un boscoso valle al pie de las colinas. Las sombras del anochecer se cernieron sobre ellos. Cuando sólo habían caminado un corto trecho, Gilthanas abandonó el sendero y desapareció entre la maleza. Los compañeros se detuvieron, mirándose unos a otros con desconfianza.

—Esto es una locura —le susurró Eben a Tanis.

—Este valle está habitado por los trolls, ¿quién sino crees que ha despejado este camino? —El hombre de cabello oscuro tomó el brazo de Tanis con una familiaridad que el semielfo encontró desconcertante.

—Desde luego sé que soy el que menos derecho tiene a decir algo, y los dioses saben que no hay motivo alguno para que confiéis en mí, pero ¿qué sabes de ese Gilthanas?

—Le conozco… —comenzó a decir Tanis, pero Eben no lo escuchó.

—Casi todos nosotros creímos que aquel encuentro con el ejército de draconianos no fue una casualidad, no sé si entiendes lo que quiero decir. Mis muchachos y yo habíamos estado ocultándonos en las colinas, luchando contra los ejércitos del Dragón desde que Gateway fuera invadido. La semana pasada, de pronto, salidos de nadie sabe dónde, aparecieron los elfos. Nos dijeron que pensaban atacar por sorpresa una de las fortalezas del Señor del Dragón y nos ofrecieron unirnos a ellos. Nuestra respuesta fue afirmativa, haríamos cualquier cosa para destruir al Gran Hombre del Dragón.

—A medida que avanzábamos, comenzamos a inquietarnos. ¡Había huellas de draconianos por todas partes! Pero aquello no parecía preocupar a los elfos. Gilthanas dijo que las huellas no eran recientes. Aquella noche acampamos y montamos guardia. No nos sirvió de mucho, el aviso del vigía sólo nos dio un margen de veinte segundos antes de ser atacados por los draconianos. Y… —Eben miró a su alrededor, acercándose más a Tanis—, mientras nos levantábamos y recogíamos nuestras armas para luchar contra esas repugnantes criaturas, oí a los elfos gritar, gritar como si alguien se hubiese perdido, y… ¿a quién supones que estaban llamando?

Eben miró a Tanis fijamente. El semielfo frunció el ceño y sacudió los hombros, irritado por el tono que utilizaba aquel hombre.

—¡A Gilthanas! ¡Se había ido! Gritaron y gritaron llamando a su jefe. Nunca supe si llegó a aparecer. Yo fui capturado. Nos llevaron a Solace, de donde conseguí huir. De todas formas, me lo pensaría dos veces antes de seguir a ese elfo. Puede que tuviese buenos motivos para no estar allí cuando los draconianos atacaron, pero…

—Hace mucho que conozco a Gilthanas —interrumpió Tanis bruscamente, más afectado de lo que quería admitir.

—Claro. Sólo creí que debías saberlo. —Dándole unas palmadas en la espalda a Tanis, regresó al lado de Tika.

A Tanis no le hizo falta mirar a su alrededor para saber que Caramon y Sturm habían oído cada una de las palabras. No obstante, ninguno de los dos dijo nada, y antes de que Tanis pudiese hablarles, Gilthanas apareció de repente entre los arbustos.

—Estamos cerca —dijo el elfo.

—Más adelante la maleza es menos frondosa y es más fácil avanzar.

—Yo propongo entrar por la verja delantera —dijo Eben.

—Yo también —dijo Caramon. El guerrero miró a su hermano, que se hallaba recostado contra un árbol. Goldmoon estaba pálida de cansancio; incluso Tasslehoff parecía abatido.

—Podríamos acampar aquí y atacar por la entrada principal al amanecer —sugirió Sturm.

—Nos atendremos al plan inicial —dijo Tanis secamente.

—Acamparemos cuando lleguemos al Sla-Mori.

De pronto habló Flint:

—Por qué no hacer sonar la campana de la gran puerta y preguntarle a Lord Verminaard si os deja pasar, Sturm Brightblade. Estoy convencido de que os complacería. Vamos, Tanis. —El enano comenzó a caminar por el sendero.

—Por lo menos, puede que esto logre despistar a nuestro seguidor —le dijo Tanis a Sturm en voz baja.

—Quienquiera que sea, es muy hábil. Cada vez que me paraba para echar un vistazo y retrocedía para descubrirle, se evaporaba. Pensé en tenderle una emboscada, pero no había tiempo.

Finalmente el grupo abandonó la maleza, llegando a la base de un gigantesco peñasco de granito. Rodeándolo, Gilthanas lo examinó, palpando la roca con la mano. De pronto se detuvo.

—Aquí es —susurró. Rebuscó en su túnica y sacó una pequeña gema de un tono amarillo pálido. Siguió palpando la roca hasta encontrar lo que buscaba… un pequeño hueco. Colocó la gema en el hueco y comenzó a recitar unas antiguas palabras, trazando en el aire símbolos invisibles.

—Muy impresionante —murmuró Fizban.

—No sabía que era uno de los nuestros —le dijo a Raistlin.

—Es sólo un aficionado —replicó el mago. No obstante, apoyándose sobre su bastón, siguió contemplando a Gilthanas.

De pronto, un inmenso bloque de granito se separó del resto, moviéndose lenta y silenciosamente a un lado. Los compañeros retrocedieron cuando, por la rendija abierta en la roca, salió una ráfaga de aire húmedo y frío.

—¿Qué hay ahí dentro? —preguntó Caramon con suspicacia.

—No sé lo que hay ahora —respondió Gilthanas—. Nunca he estado ahí. Todo lo que sé de este lugar, lo sé gracias a las leyendas de nuestro pueblo.

—Está bien. ¿Qué se supone que había ahí?

Gilthanas hizo una pausa antes de hablar.

—En este lugar estaba la cámara funeraria de Kith-Kanan.

—Más fantasmas —refunfuñó Flint mirando hacia la oscuridad.

—Lo mejor será mejor que enviemos primero al mago para que les avise de nuestra presencia.

—¡Arrojad al enano dentro! —replicó Raistlin.

—Están acostumbrados a vivir en grutas oscuras y húmedas.

—¡Te referirás a los enanos de las montañas! —a Flint le temblaba la barba.

—Hace muchos años que los enanos de las colinas no vivimos bajo tierra en el reino de Thorbadin.

—¡Porqué os echaron!

—¡Haced el favor de callaros los dos! —dijo Tanis exasperado.

—Raistlin, ¿qué sensación te produce este lugar?

—El mal. Percibo algo maligno.

—En cambio yo percibo también algo bueno —dijo Fizban inesperadamente.

—Aquí dentro no se ha olvidado a los elfos, a pesar de que algo maligno reine en su lugar.

—¡Esto es una locura! —chilló Eben. Su exclamación resonó tenebrosamente entre las rocas y los demás se volvieron sorprendidos hacia él.

—Lo siento, ¡pero no puedo creer que queráis entrar ahí! No hace falta ser un mago para darse cuenta de que hay algo funesto en ese agujero. ¡Yo mismo puedo percibirlo! Vayamos por el otro lado, seguro que sólo habrá una pequeña guarnición en la entrada… ¡Y, además, cualquier cosa tiene menos importancia que lo que puede ocultarse en esta oscura gruta!

—Tiene razón, Tanis —dijo Caramon.

—No se puede luchar contra los muertos. Ya aprendimos la lección en el Bosque Oscuro…

—¡Este es el único camino posible! —dijo Gilthanas enojado.

—Si sois tan cobardes…

—Hay una gran diferencia entre cautela y cobardía, Gilthanas —dijo Tanis con serenidad. El semielfo meditó unos instantes.

—Puede que podamos enfrentamos a los guardias de la verja, pero no sin que alerten a los demás. Lo que haremos es entrar y al menos explorar el camino. Flint, tú irás delante. Raistlin, necesitaremos luz.

—Shirak —dijo el mago en voz baja, y la empuñadura del bastón se iluminó. Él y Flint se internaron en la gruta, seguidos de cerca por el resto. Evidentemente el túnel por el que caminaban era muy viejo, pero resultaba imposible precisar si era natural o artificial.

—¿Qué pasará con nuestro seguidor? —preguntó Sturm en voz baja.

—¿Dejamos la entrada abierta?

—Le tenderemos una trampa —asintió Tanis en el mismo tono.

—Gilthanas, deja sólo una rendija abierta, lo suficiente para que quienquiera que nos siga sepa que hemos entrado aquí y pueda seguirnos, pero no lo suficiente para que parezca una trampa.

Gilthanas volvió a sacar la gema, la situó en el hueco de la entrada y formuló unas palabras. La roca volvió a deslizarse lentamente a su lugar. En el último momento, cuando faltaban siete u ocho pulgadas para que se cerrase, Gilthanas retiró la gema con rapidez. La piedra se detuvo, y el caballero, el elfo y el semielfo se reunieron con sus compañeros en la entrada del Sla-Mori.

—Está lleno de polvo —informó Raistlin entre toses.

—Pero no hay huellas, por lo menos en esta parte de la gruta.

—Más adelante hay un cruce de caminos —añadió Flint.

—Allí sí que hay huellas, pero no pudimos averiguar de qué eran. No parecen ni de draconianos ni de goblins y no vienen en esta dirección. El mago dice que la sensación maligna surge del camino que va hacia la derecha.

—Tomaremos una frugal cena con las provisiones que nos han proporcionado los elfos y acamparemos aquí para pasar la noche —dijo Tanis—, cerca de la entrada. Haremos guardia de dos en dos; uno en la puerta y otro en el corredor. Sturm y Caramon haréis la primera. Luego Gilthanas y yo, después Eben y Riverwind y finalmente Flint y Tasslehoff.

—¿Y yo? —se quejó Tika, a pesar de que no recordaba haberse sentido tan cansada en toda su vida.

—Yo también haré un turno.

Tanis se alegró de que la oscuridad ocultara su sonrisa.

—De acuerdo, harás guardia con Flint y Tasslehoff.

—¡Bien! —respondió Tika. Abriendo su bolsa, sacó una manta y se tendió en el suelo, consciente en todo momento de que Caramon no le quitaba los ojos de encima. Se dio cuenta de que Eben también la miraba; a ella no le importaba. Estaba acostumbrada a que los hombres la admiraran, y Eben era incluso más apuesto que Caramon. Desde luego no cabía duda de que era más inteligente y tenía más encanto que el corpulento guerrero. De todas formas, sólo el recuerdo del abrazo de Caramon la hacía estremecer de placer. Intentó ponerse cómoda y no pensar más en ello. La cota de mallas estaba fría y a pesar de la blusa que llevaba debajo, le pinchaba, pero como ninguno de los demás se quitó la suya, ella tampoco lo hizo. Además, estaba tan desfallecida que hubiese podido dormir ataviada con una armadura completa. Antes de quedarse dormida, el último pensamiento que tuvo fue que se sentía aliviada de no encontrarse a solas con Caramon.

Goldmoon se dio cuenta de que Caramon no apartaba los ojos de la muchacha. Susurrándole algo a Riverwind —quien asintió sonriendo—, le dejó y se acercó al guerrero. Le tocó suavemente el brazo y se apartaron de los demás hasta las sombras del corredor.

—Tanis me ha dicho que tienes una hermana mayor.

—Sí, se llama Kitiara. Aunque en realidad es mi hermanastra.

Goldmoon sonrió y posó suavemente su mano sobre el brazo de Caramon.

—Voy a hablarte como una hermana mayor.

Caramon hizo una mueca.

—No creo que hables como Kitiara, Señora de Que-shu. Ella fue la que me enseñó el significado de cada palabrota que yo conocía, además de algunas que no había oído en mi vida. Me enseñó a utilizar la espada y a pelear dignamente en los torneos, pero también me enseñó a patear a un hombre en la ingle cuando los jueces no miraban. No, Señora, la verdad es que no te pareces en nada a mi hermana mayor.

Los ojos de Goldmoon se abrieron de par en par, atónita al escuchar esa descripción de una mujer de la que suponía estaba enamorado el semielfo.

—Pero, yo creía que ella y Tanis… quiero decir que…

Caramon parpadeó.

—¡Por supuesto que sí!

Goldmoon respiró profundamente. Su intención no había sido que la conversación se desviase, pero de alguna forma, aquello la ayudó a entrar en materia.

—Quería hablar contigo de algo parecido, sólo que tiene que ver contigo y con Tika.

—¿Tika? Es una gran muchacha. Te ruego me disculpes, pero no veo que este asunto tenga nada que ver contigo.

—Es una niña, Caramon. ¿Comprendes?

Caramon parecía no comprender nada. Sabía que Tika era una niña. ¿Qué era lo que Goldmoon quería decir? Entonces parpadeó, de pronto lo comprendió y farfulló:

—No, no lo es…

—Si. Lo es. Nunca ha estado con un hombre. Me lo dijo mientras estábamos en la arboleda y yo le ayudaba a ponerse su cota de mallas. Tiene miedo, Caramon. Ha oído muchos cuentos. No te apresures. Ella desea gustarte de todo corazón y es capaz de hacer cualquier cosa por conseguirlo. Pero es mejor que no hagas algo de lo que luego te arrepentirías. Si de verdad la quieres, el tiempo te lo demostrará e intensificará la dulzura del momento.

—Supongo que tú sabes de lo que hablas, ¿no? —dijo Caramon mirándola fijamente.

—Sí —dijo ella desviando la mirada hacia Riverwind.

—Hemos esperado mucho tiempo, y algunas veces se hace muy difícil. Pero las leyes de mi pueblo son estrictas. Supongo que ahora ya no importa, ya que sólo quedamos nosotros dos. Pero, de alguna manera, eso lo hace aún más importante. Cuando hayamos pronunciado nuestras promesas, yaceremos junto como esposos, pero no antes.

—Entiendo. Gracias por contarme lo de Tika —dijo Caramon, y dándole unos torpes golpecillos a Goldmoon en el hombro, regresó con los demás.

La noche transcurrió tranquilamente, sin señal alguna del supuesto perseguidor. Cuando les llegó el turno de guardia, Tanis comentó con Gilthanas la conversación que había tenido con Eben, pero la respuesta que le dio el elfo no disipó sus dudas. Sí, lo que había dicho aquel hombre era verdad. Cuando fueron atacados por los draconianos, Gilthanas no estaba allí. Se encontraba tratando de convencer a los druidas de que les ayudasen. Al oír el clamor de la batalla regresó, y fue entonces cuando recibió el golpe en la cabeza. Le explicó todo esto a Tanis en tono amargo.

Cuando la pálida luz del amanecer comenzó a filtrarse por la puerta de granito, los compañeros despertaron. Tras un rápido desayuno, reunieron sus cosas y caminaron por el corredor en dirección al Sla-Mori.

Al llegar al cruce de caminos, examinaron ambas direcciones. Riverwind se arrodilló para examinar las huellas y se levantó con expresión de asombro.

—Son de humanos y… no son de humanos. También hay huellas de animales, probablemente de ratas. El enano tenía razón. No veo rastro de draconianos ni de goblins. Lo que resulta extraño es que las huellas de animales desaparezcan justo donde se cruzan los caminos. No se dirigen hacia el corredor de la derecha y las otras, no se dirigen hacia la izquierda.

—Bien, ¿adónde iremos entonces? —preguntó Tanis.

—¡Propongo que no vayamos en ninguna de las dos direcciones! —exclamó Eben.

—La entrada aún está abierta. Regresemos.

—Regresar no es una opción a tomar en cuenta —dijo Tanis fríamente.

—No me importaría que regresases tú solo, pero…

—Pero no confías en mí —finalizó Eben.

—No te culpo, Tanis, semielfo. De acuerdo, dije que ayudaría y lo haré. ¿Qué camino tomamos, el de la izquierda o el de la derecha?

—El mal viene de la derecha —susurró Raistlin.

—Gilthanas, ¿sabes dónde estamos? —preguntó Tanis.

—No, Tanthalas. La leyenda dice que en el Sla-Mori había muchos caminos que llevaban a Pax Tharkas, todos ellos secretos. A los únicos que les estaba permitida la entrada era a los sacerdotes elfos, para glorificar a los muertos. Cualquier camino es tan bueno como los demás.

—O tan malo —le susurró Tasslehoff a Tika. La muchacha suspiró y se situó al lado de Caramon.

—Ya que a Raistlin le inquieta el de la derecha, tomaremos el de la izquierda —dijo Tanis.

Caminaron bajo la luz del bastón del mago cientos de pies, siguieron el polvoriento y rocoso túnel hasta llegar a un viejo muro de piedra con una inmensa grieta. A través de ella no se veía más que absoluta oscuridad. Cuando Raistlin acercó la pálida luz de su bastón, divisaron débilmente las distantes paredes de una gran sala.

Los guerreros entraron primero, flanqueando al mago, que sostenía su bastón en alto. La gigantesca sala debía haber sido magnífica, pero ahora estaba en tal estado de decadencia, que los signos de su antiguo esplendor le daban un aire patético. A lo largo de la cámara había dos filas de siete columnas cada una, aunque algunas no estaban completas. Parte de la pared del fondo estaba destrozada, como prueba palpable de la gran fuerza destructora del Cataclismo. A un lado había dos puertas dobles de bronce.

Cuando Raistlin avanzó, los demás se dispersaron por la sala. De pronto, Caramon soltó un grito ahogado. El mago se apresuró a iluminar lo que su hermano señalaba con mano temblorosa.

Ante ellos tenían un voluminoso trono vistosamente tallado en granito y flanqueado por dos inmensas estatuas de mármol que miraban al frente con sus ciegos ojos. El trono que custodiaban no estaba vacío. Sobre él se hallaba el esqueleto de lo que debió haber sido un varón, cuya raza era ahora imposible de determinar. La figura estaba ataviada con regios ropajes, viejos y gastados, aunque aún podía apreciarse su antiguo esplendor. Una capa cubría los descarnados hombros y una reluciente corona reposaba sobre la calavera. Los huesos de sus manos descansaban sobre una espada envainada.

Gilthanas cayó de rodillas.

—Kith-Kanan —susurró—. Estamos en la Cámara de los Antepasados, su tumba. Nadie había estado aquí desde que los sacerdotes elfos desaparecieran tras el Cataclismo.

Tanis contempló el trono hasta que, lentamente, embargado por sentimientos que no podía comprender, se hincó de rodillas.

Fealan thalos, Im murquanethi. Sai Kith-Kananoth Murtari Larion —murmuró como tributo al más grande rey de los elfos.

—¡Qué espada tan bella! —exclamó Tasslehoff rasgando el respetuoso silencio con su aguda voz. Tanis le miró con expresión severa.

—¡No voy a llevármela! Sólo lo he comentado como un detalle a resaltar… —protestó el kender, ofendido.

Tanis se puso en pie.

—Pues no la toques —le dijo severamente al kender, disponiéndose a explorar el resto de la sala.

Tas se acercó a examinar la espada y Raistlin lo imitó. El mago comenzó a murmurar extrañas palabras.

—Tsaran Korilath ith hakon —dijo moviendo su mano ágilmente sobre la espada. Esta comenzó a destellar una pálida luz rojiza. Raistlin sonrió y murmuró en voz baja:

—Está encantada.

Tas dio un respingo.

—¿Un encantamiento bueno o malo?

—Eso es algo imposible de saber, pero ya que hace tantos años que nadie la ha tocado, yo no me arriesgaría a hacerlo…

Dándose la vuelta, se alejó. Tas no se movió, tentado de desobedecer a Tanis y correr el riesgo de ser convertido en algo ignoto.

Mientras el kender seguía carcomido por la duda, los demás palpaban las paredes intentando encontrar alguna entrada secreta. Flint colaboraba, dándoles extensas explicaciones sobre los pasadizos secretos construidos por los enanos. Gilthanas se dirigió hacia el extremo opuesto de donde se hallaba el trono de Kith-Kanan, hacia la doble puerta de bronce. Estaba ligeramente entornada y sobre ella había un mapa en relieve de Pax Tharkas. El elfo llamó a Raistlin y le pidió que lo iluminase.

Caramon, echando una última mirada a la figura esquelética del imponente rey muerto, se reunió con Sturm y Flint, que seguían buscando alguna entrada oculta. Al final Flint llamó a Tasslehoff:

—¡Eh, tú, kender inútil, esta es tu especialidad. O por lo menos debería serlo, ya que siempre estás alardeando de cómo encontraste una puerta que había permanecido oculta durante cien años y que llevaba a la gran joya de tal o de cual…

—Fue en un lugar como este —dijo Tas con su atención fija en la espada. Se disponía a ayudarles pero, de repente, se detuvo de golpe.

—¿Qué es eso? —preguntó, irguiendo la cabeza.

—¿El qué? —dijo Flint sin dejar de palpar las paredes.

—Ese sonido rasposo. Viene de esas puertas.

Tanis alzó la mirada; había aprendido tiempo atrás a respetar el oído de Tasslehoff. Caminó hacia las puertas, donde Gilthanas y Raistlin seguían concentrados en el mapa. De repente, Raistlin dio un paso atrás. Por la puerta entreabierta se filtraba un fétido olor. Ahora sí, todos pudieron oír el sonido rasposo, además de un suave goteo de agua.

—¡Cerrad esa puerta! —exclamó Raistlin apremiándolos.

—¡Caramon! ¡Sturm! —gritó Tanis. Ambos corrían ya hacia las puertas de bronce, con Eben. Se apoyaron contra ellas, pero se echaron atrás cuando las puertas se abrieron de par en par, golpeando contra las paredes y retumbando con gravedad. Un monstruo entró en la sala.

—¡Ayúdanos, Mishakal! —Goldmoon invocó el nombre de la diosa y se apoyó en la pared. El extraño ser entró en la cámara con agilidad, a pesar de su inmenso volumen. El rasposo sonido que habían oído lo producía su cuerpo hinchado, al deslizarse por el suelo.

—¡Es una babosa gigante! —dijo Tas acercándose a examinarla con curiosidad.

—¡Mirad lo grande que es! ¿Cómo creéis que ha crecido tanto. ¿Qué comerá?

—¡Como nos descuidemos, nos comerá a nosotros, mentecato! —chilló el enano, agarrando al kender y tirándolo al suelo en el preciso momento en que la inmensa babosa escupía un chorro de saliva. Sus ojos, situados en la cabeza sobre dos esbeltas antenas móviles, no le servían de mucho, ya que no los necesitaba. Debido a su gran sentido del olfato, la limaza podía encontrar y devorar ratas en la más absoluta oscuridad. Ahora, la presa que detectaba era mucho mayor, Y por eso disparaba su paralizante saliva en todas direcciones.

El enano y el kender rodaron por el suelo, esquivando el líquido letal. Sturm y Caramon se abalanzaron contra ella, pinchando al monstruo con sus espadas. La espada de Caramon no llegó ni a penetrar la gruesa y viscosa piel, en cambio la espada de doble puño de Sturm sí se clavó, haciendo que la babosa se retorciera de dolor. Tanis también la atacó, pero en el preciso momento en que la criatura torcía la cabeza en dirección al caballero…

—¡Tanthalas!

El grito rompió la concentración de Tanis, quien se detuvo, volviéndose atónito hacia la entrada.

—¡Laurana!

En ese momento, la babosa, percibiendo al semielfo, le lanzó su líquido corrosivo. La saliva golpeó su espada, fundiendo el metal que se disolvió un segundo después en su mano. El líquido descendió por su brazo, quemándole la carne. Tanis, chillando de dolor, cayó de rodillas.

—¡Tanthalas! —gritó Laurana corriendo hacia él.

—¡Detenedla! —jadeó Tanis, doblado de dolor, apretándose la mano y el brazo, ennegrecidos e inutilizados.

La babosa, percibiendo el triunfo, se deslizaba hacia él, arrastrando su vibrante cuerpo gris por el suelo y cruzando la puerta. Goldmoon le dirigió una mirada pavorosa y luego corrió hacia Tanis. Riverwind se mantuvo a su lado, protector.

—¡Alejaos! —gritó Tanis.

Goldmoon tomó el brazo herido entre sus manos, orando a su diosa. Riverwind colocó una flecha en su arco y disparó hacia la limaza. La flecha golpeó a la criatura en el cuello, haciéndole poco daño pero distrayendo su atención de Tanis.

Goldmoon le tomó la mano al semielfo al ver que seguía atormentado por el dolor, pero este fue cediendo y Tanis recuperó la sensibilidad en el brazo. Le sonrió a Goldmoon, maravillado por sus poderes curativos, y alzó la cabeza para ver lo que estaba ocurriendo.

Los demás estaban atacando a la criatura con furia renovada, intentando apartarla de Tanis, aunque era como si estuviesen clavando sus armas en una gruesa y viscosa pared.

Tanis se puso en pie tembloroso. Su mano estaba curada pero su espada seguía en el suelo, una amorfa masa de metal. Volvió a caer, arrastrando con él a Goldmoon, al ver que la babosa seguía deslizándose por la habitación.

Raistlin corrió al lado de Fizban.

—Ahora es el momento de formular el encantamiento de la bola de fuego, anciano —le dijo.

—¿Tú crees? —el rostro de Fizban se iluminó.

—¡Maravilloso! ¿Cómo era?

—¿No lo recuerdas? —Raistlin se estremeció, empujando al mago tras una columna al ver que la babosa lanzaba otro chorro de saliva corrosiva.

—Solía hacerlo… déjame pensar. ¿No puedes hacerlo tú? —dijo Fizban intentando concentrarse.

—Aún no tengo el poder, anciano. Ese encantamiento está fuera de mis posibilidades. —Raistlin cerró los ojos y comenzó a concentrarse en aquellos hechizos que conocía.

—¡Retirémonos! ¡Huyamos de aquí! —gritó Tanis protegiendo a Laurana y a Goldmoon lo mejor que podía mientras intentaba manejar el arco y las flechas.

—¡Seguro que nos sigue! —chilló Sturm, clavándole de nuevo la espada, aunque todo lo que él y Caramon conseguían era enfurecer todavía más a la criatura.

De pronto Raistlin alzó los brazos.

Kalith karan, toba-niskar —gritó, y dardos flamígeros salieron de sus dedos, golpeando a la criatura en la cabeza. La babosa retrocedió, conteniendo su dolor y sacudiendo la cabeza, pero enseguida volvió a la carga. Avanzó directamente hacia delante, percibiendo algunas víctimas en el fondo de la habitación, allí donde Tanis intentaba proteger a Goldmoon y a Laurana. Enloquecida por el dolor y exasperada por el olor a sangre, la babosa atacó con una rapidez increíble. Las flechas de Tanis rebotaron sobre su coriácea piel y el monstruo se dirigió hacia él con las fauces abiertas. El semielfo tiró su inofensivo arco y retrocedió, tropezando con los escalones que llevaban al trono de Kith-Kanan.

—¡Tras el trono! —gritó, intentando llamar la atención del monstruo mientras Goldmoon y Laurana procuraban ponerse a cubierto. Alargó la mano, intentando agarrar una roca inmensa, algo que le sirviera para golpear a la criatura, cuando sus dedos se cerraron sobre la empuñadura metálica de una espada.

Tanis, atónito, casi dejó caer el arma. El metal estaba tan frío que le quemaba la mano. La hoja relucía brillante bajo la oscilante luz del bastón del mago. No obstante, como no había tiempo que perder, Tanis se abalanzó hacia la babosa, clavándole la espada en plenas fauces, justo cuando la criatura se disponía a atacarle.

—¡Corred! —chilló Tanis. Agarrando a Laurana de la mano, comenzó a correr hacia la hendidura de la pared. Empujándola por el hueco, se volvió, preparándose para mantener a la babosa acorralada mientras los demás escapaban. Pero el apetito de la babosa se había evaporado. Retorciéndose de dolor, se giró lentamente y se deslizó de vuelta a su cubil. De sus heridas manaba un líquido viscoso.

Los compañeros se apretujaron en el túnel, deteniéndose unos segundos para dejar reposar sus corazones y recobrar el aliento. Raistlin, jadeando, se apoyó en su hermano. Tanis miró a su alrededor.

—¿Dónde está Tasslehoff? —preguntó sorprendido. Mientras se volvía para regresar a la sala, casi tropieza con el kender.

—Te traje la funda —dijo Tas alzándola—, para la espada.

—Retrocedamos por el tunel —dijo Tanis con firmeza, acallando las preguntas.

Al llegar al cruce, se dejaron caer a descansar sobre el polvoriento suelo. Tanis se volvió hacia la elfa.

—¡En nombre de los Abismos! ¿Laurana, qué estás haciendo aquí? ¿Ha ocurrido algo en Qualinost?

—No, no ha ocurrido nada. Simplemente he… he venido…

—¡Entonces vas a regresar ahora mismo! —chilló enojado Gilthanas agarrando a Laurana. Ella se apartó de él.

—No pienso regresar. Vengo contigo y con Tanis… y con los demás.

—Laurana, esto es una locura —exclamó Tanis.

—No es un paseo. Esto no es un juego. Ya has visto lo que ha pasado ahí dentro… ¡casi nos matan!

—Lo sé, Tanthalas. Me dijiste que, a veces, llega un momento en el que uno debe arriesgar su vida por algo en lo que cree firmemente. He sido yo la que os he estado siguiendo.

—Te podíamos haber matado… —comenzó a decir Gilthanas.

—¡Pero no lo hicisteis! He sido entrenada como un guerrero… como todas las mujeres elfas desde aquellos tiempos en los que luchamos junto a nuestros hombres para salvar nuestra tierra.

—Pero ese no fue un entrenamiento serio… —comenzó a decir Tanis enojado.

—Os he seguido, ¿no? Con mucha habilidad, ¿verdad? —le preguntó Laurana a Sturm.

—Sí —admitió él.

—No obstante, eso no significa…

Raistlin los interrumpió.

—Estamos perdiendo tiempo. Y por lo que a mí respecta, no tengo ganas de pasar más rato del necesario en este pasadizo mohoso y húmedo —hablaba jadeando, pues le resultaba imposible respirar normalmente—. La muchacha, ya ha tomado una decisión. Ninguno de nosotros puede acompañarla de vuelta, tampoco podemos confiar en que regrese sola. Podría ser capturada y obligada a revelar nuestros planes. Debemos llevarla con nosotros.

Tanis miró al mago, odiándole por su lógica fría y certera. El semielfo se puso en pie, tirando del brazo de Laurana y obligándola a hacer lo mismo. También sentía hacia ella algo parecido al odio; aunque no lo comprendía muy bien, sabía que la muchacha le estaba complicando una tarea que ya de por sí no le resultaba nada fácil.

—Estás aquí por tu voluntad —le dijo lentamente, mientras el resto del grupo se levantaba y recogía sus cosas.

—Yo no puedo estar pendiente de ti, protegiéndote. Gilthanas tampoco. Te has comportado como una mocosa mal educada. Ya te lo dije una vez… será mejor que madures. Si no lo haces, ¡lo más seguro es que consigas que te maten a ti y a todos nosotros!

—Lo siento, Tanthalas. Pero no quería perderte, no ahora que habías regresado. Te amo. Conseguiré que te sientas orgulloso de mí.

Tanis se giró y comenzó a caminar. Al ver la mueca de Caramon y oír la risita de Tika, se sonrojó. Sin hacerles ningún caso, se acercó a Sturm y a Gilthanas.

—Finalmente, parece que tendremos que tomar el pasadizo de la derecha, le guste o no a Raistlin. —Se colocó en la cintura la nueva espada y la vaina, sin dejar de notar los ojos del mago clavados en el arma.

—¿Qué ocurre ahora? —le preguntó nervioso.

—Esta espada está encantada, ¿cómo la conseguiste?

Tanis se sobresaltó. Observó la espada, apartando la mano como si de pronto creyese que podía convertirse en una serpiente. Frunció el ceño, intentando recordar.

—Me encontraba cerca del trono del rey elfo, buscando algo para arrojarle a la babosa, cuando, de repente, vi que mi mano empuñaba esta espada. Ya no estaba en la vaina y… —Tanis hizo una pausa, atragantándose.

—¿Ah sí? —le apremió Raistlin.

—El me la dio. Recuerdo que su mano tocó la mía. Él la sacó de la funda.

—¿Quién? —preguntó Gilthanas—. Ninguno de nosotros estábamos allí.

—Kith-Kanan…