18

Lucha en la marmita

El remedio de Bupu para la tos

Por dos grandes agujeros subía un espeso vapor que inundaba toda la sala. Entre ambas aberturas había una gran rueda dentada que arrastraba una inmensa cadena de la que pendía una gigantesca marmita de hierro negro; el otro extremo de la cadena desaparecía por la segunda abertura. Rodeando la marmita había cuatro draconianos ataviados con armaduras, dos de los cuales empuñaban látigos de cuero e iban armados con espadas curvas. Sólo pudieron verlos un instante, pues la niebla los envolvía. Tanis oyó el chasquido de un látigo y el bramido de una voz gutural.

—¡Tú, enano, parásito, sabandija! ¿Qué estás haciendo ahí parado? ¡Métete en la marmita antes de que desolle tu asquerosa piel y la separe de tu nauseabunda carne! ¡Te voy a…!

El draconiano se detuvo a media frase. Los ojos se le salieron de las órbitas al ver que Caramon, lanzando su grito de guerra, aparecía entre la niebla. El draconiano lanzó un alarido que fue convirtiéndose en un sofocado gorgoteo cuando Caramon lo agarró por el cuello, lo levantó del suelo y lo lanzó contra la pared. Se oyó un crujir de huesos estremecedor que, incluso, asustó a los enanos gully.

Mientras Caramon atacaba, Sturm, balanceando su gran espada de doble puño y vociferando el saludo de los caballeros, cercenó la cabeza de un draconiano. La cabeza rodó por el suelo, convirtiéndose en piedra.

A diferencia de los goblins, que atacan todo lo que se mueve sin detenerse a pensar y sin estrategia alguna, los draconianos eran rápidos e inteligentes. Los dos que se hallaban junto a la marmita sabían que poco podían hacer enfrentándose a cinco guerreros diestros y bien armados. Uno de ellos saltó con rapidez dentro de la marmita, gritándole instrucciones a su compañero en su lenguaje gutural. Otro, corrió hacia la rueda y destrabó el mecanismo. La marmita comenzó a descender por el agujero.

—¡Detenedla! —chilló Tanis—. ¡Va a buscar refuerzos!

—¡Te equivocas! —gritó Tasslehoff asomándose por el borde de la abertura—. Los refuerzos ya están en camino en la otra marmita. ¡Deben haber unos veinte!

Caramon se apresuró a detener al draconiano que manejaba el mecanismo pero llegó demasiado tarde. La criatura dejó el elevador en marcha y corrió hacia la marmita, saltando con decisión tras su compañero. Caramon, siguiendo el principio de no dejar nunca huir al enemigo, saltó a la marmita tras ellos. Los enanos gully silbaban y abucheaban, y algunos se acercaron al borde para poder ver mejor.

—¡Ese maldito idiota! —maldijo Sturm, mientras apartaba a los enanos gully para poder ver mejor; todo lo que podía divisar de la pelea que Caramon mantenía con los draconianos era las relucientes armaduras. El peso de Caramon contribuyó a que la marmita descendiese a más velocidad.

—Allá abajo lo destrozarán —murmuró Sturm—. ¡Voy tras él! —le gritó a Tanis. Lanzándose al vacío, se agarró de la cadena y se deslizó hasta la marmita.

—¡Ahora los hemos perdido a ambos! —exclamó Tanis—. Flint, ven conmigo. Riverwind, quédate aquí con Goldmoon y con Raistlin. Intenta parar esa maldita rueda. ¡No, Tas, tu no!

Demasiado tarde. El kender, gritando con entusiasmo, saltó por el agujero para alcanzar la cadena y comenzó a deslizarse por ella. Tanis y Flint hicieron lo mismo. El semielfo se abrazó a la cadena justo por encima del kender. Pero el enano no pudo agarrarse y cayó, yendo a parar al fondo de la marmita, recibiendo un pisotón de Caramon.

Los draconianos sujetaban al guerrero contra una de las paredes del gran recipiente. Caramon golpeó a uno de ellos, lanzándole contra el lado opuesto. Al otro —que estaba intentando desenvainar la espada—, intentó apuñalarlo antes de que consiguiera su propósito. Pero la daga rebotó sobre la armadura de la criatura y el golpe obligó al guerrero a soltarla. El draconiano se lanzó hacia su cara, intentando arrancarle los ojos con sus garrudas manos. Con un esfuerzo abrumador, Caramon agarró al draconiano por las muñecas y consiguió alejar las garras de su rostro. Ambos continuaron luchando ferozmente en uno de los lados de la marmita.

El otro draconiano se había recuperado del golpe y buscaba su espada. Cuando la encontró, arremetió contra el guerrero, pero fue bruscamente detenido por una fuerte patada en la cabeza propinada por las pesadas botas de Sturm, que había estado observando atentamente la lucha. El draconiano se tambaleó hacia atrás y la espada voló por los aires. Sturm dio un brinco e intentó golpear a la criatura con la espada, pero el draconiano se apartó a un lado y la hoja golpeó el aire.

—¡Dejadme salir! —vociferó Flint desde el fondo de la marmita. Cegado por el casco, que llevaba en la cabeza, estaba siendo lentamente aplastado por los inmensos pies de Caramon. En una súbita explosión de rabia, el enano consiguió levantarse, haciendo que Caramon perdiese el equilibrio y cayese sobre el draconiano. La criatura pudo esquivarlo y el guerrero se tambaleó, apoyándose contra la enorme cadena. El draconiano, furioso, blandió su espada, pero Caramon se agachó y la espada golpeó la cadena; con un sonido metálico, la hoja se partió a consecuencia del impacto. Flint se lanzó de cabeza contra el draconiano, golpeándolo en el estómago. Ambos cayeron a un lado.

Con el fragor de la lucha, la marmita comenzó a balancearse, dispersando a su alrededor aquella nauseabunda neblina.

Sin dejar de observar lo que sucedía, Tanis se deslizó por la cadena.

—¡Quédate ahí! —le gritó a Tasslehoff. Soltándose, se dejó caer y aterrizó en medio de los vapores de la reyerta. Tas, desilusionado y obedeciendo a Tanis con pocas ganas, sacó una piedra de uno de sus bolsillos y, sin dejar de sujetarse a la cadena, se dispuso a arrojarla, confiando en que cayese sobre la cabeza de uno de los enemigos.

La marmita fue tomando impulso, tambaleándose de un lado a otro al ritmo de la pelea. Además, seguía descendiendo, por lo que la otra marmita —llena de excitados y maldicientes draconianos— subía cada vez más.

Riverwind, apostado al borde del agujero y rodeado de enanos gully, no podía ver nada a causa de la neblina. No obstante, oía los golpes, maldiciones y gruñidos provenientes de la marmita donde estaban sus amigos. De repente, en medio de la bruma comenzó a aparecer la otra olla, llena de draconianos que le miraban boquiabiertos, sacando sus rojas lenguas y jadeando ansiosos. Riverwind comprendió que en cuestión de segundos, él, Goldmoon, Raistlin y quince enanos gully, se tendrían que enfrentar a una veintena de draconianos furiosos.

Se giró para detener el mecanismo pero tropezó con uno de los enanos gully. Se puso en pie de nuevo rápidamente; tenía que evitar de cualquier forma que aquella marmita llegara hasta arriba. La inmensa rueda giraba lentamente, chirriando agudamente al topar con las galgas. Riverwind se la quedó mirando largamente, pensando en detenerla con sus manos desnudas. Una sensación de urgencia sacudió su cuerpo. Raistlin observó la rueda un instante, calculando el tiempo que tardaba en girar, e introdujo su bastón de mago entre la rueda y el suelo. El bastón tembló unos segundos; Riverwind contuvo la respiración, temiendo que llegara a romperse, pero el bastón aguantó. El mecanismo finalmente se detuvo.

—¡Riverwind! —gritó Goldmoon desde el borde del agujero, mientras observaba lo que ocurría en la marmita en la que luchaban Caramon y los demás.

El bárbaro corrió hacia ella seguido de Raistlin. Los enanos gully, alineados alrededor de la abertura, se lo estaban pasando de maravilla, disfrutando de uno de los espectáculos más emocionantes de su vida. Bupu, siempre que podía, se asía a la túnica de Raistlin.

—¡Khark-umat! —suspiró Riverwind al mirar hacia abajo.

Caramon lanzó por la borda al draconiano con el que peleaba, el cual se perdió entre la neblina, cayendo al suelo con un golpe sordo. El guerrero tenía el rostro lleno de arañazos y un corte de espada en el brazo derecho. Sturm, Tanis y Flint seguían peleando con el otro draconiano, quien se defendía de los golpes intentando matar a sus enemigos. Tanis lo apuñaló con su daga. La criatura cayó al suelo, convirtiéndose automáticamente en piedra y aprisionando el arma de Tanis en su rocoso cadáver.

Tras una fuerte sacudida la marmita se detuvo repentinamente.

—¡Cuidado! ¡Tenemos vecinos! —chilló Tasslehoff soltándose de la cadena. Tanis miró hacia la otra marmita que, a unos veinte pies de distancia de ellos, se balanceaba llena de draconianos armados hasta los dientes y preparados para una maniobra de abordaje. Dos de ellos se encaramaron al borde de la olla, disponiéndose a saltar a través de la bruma que los separaba. Caramon, apoyándose en el costado de la marmita, blandió su espada con furia, intentando traspasar a uno de los asaltantes. Falló la estocada, pero el impulso que había tomado hizo que la marmita comenzase a girar sobre sí misma.

Caramon perdió el equilibrio y cayó, haciendo que la marmita se inclinase peligrosamente por su enorme peso. El movimiento fue tan brusco que, de pronto, se encontraron mirando hacia el suelo que había debajo de ellos. Sturm agarró a Caramon por el cuello y tiró de él, haciendo que la marmita se enderezase. Tanis resbaló, aterrizando de bruces en el fondo de la marmita; allí se encontró con que el draconiano muerto ya se había convertido en polvo, por lo que pudo recuperar su daga.

—¡Aquí vienen! —gritó Flint ayudando a Tanis a ponerse en pie.

Un draconiano se lanzó hacia ellos, agarrándose al borde de la olla con sus manos de afiladas garras. La marmita se balanceó violentamente una vez más.

—¡Ponte en aquel lado! —Tanis empujó a Caramon hacia el lado opuesto, confiando en que el peso del guerrero mantuviera el equilibrio de la marmita. Sturm intentó hacer caer al draconiano, pinchándole las manos con la espada; pero otro draconiano, calculando mejor la distancia, aterrizó en el enorme puchero cerca del caballero.

—¡No te muevas! —le gritó Tanis a Caramon cuando este, de forma instintiva, se lanzaba al combate. La marmita se tambaleó. Caramon se detuvo y la olla se enderezó de nuevo. El draconiano que estaba colgado del borde y cuyos dedos habían tomado ya un tono verdoso, se soltó y desplegando las alas voló hacia abajo desapareciendo entre la niebla.

Tanis se giró dispuesto a luchar contra el draconiano que había aterrizado en la olla, pero tropezó con Flint quien volvió a caer. El semielfo se pegó a uno de los lados de la olla y cuando esta se balanceó una vez más, miró hacia abajo. La niebla se despejó, permitiendo a Tanis divisar, a lo lejos, la destruida ciudad de Xak Tsaroth. Al incorporarse, aturdido y desorientado, vio que Tasslehoff estaba luchando contra el draconiano. El pequeño kender había trepado por la espalda de la criatura y le golpeaba la cabeza con una piedra, al tiempo que Flint recogía del fondo de la marmita la daga de Caramon y apuñalaba al mismo draconiano en la pierna. Al sentir que la hoja penetraba en su carne, la criatura chilló. Tanis, desesperado, miró hacia arriba temiendo que llegaran más draconianos. La desesperación se convirtió en esperanza cuando vio que Riverwind y Goldmoon le observaban a través de la niebla.

—¡Intentad subirnos de nuevo! —gritó Tanis descorazonado. En aquel momento algo le golpeó la cabeza. El dolor fue muy agudo. Sintió que caía y caía…

Raistlin no oyó el grito de Tanis porque el mago ya había entrado en acción.

—Venid aquí, amigos míos —dijo Raistlin con dulzura. Los hechizados enanos gully se agruparon en torno suyo voluntariosos—. Esos jefes que hay ahí abajo quieren hacerme daño —dijo en voz baja.

Los gully gruñeron, algunos fruncieron el ceño con expresión enojada y otros agitaron los puños en dirección a la marmita llena de draconianos.

—Pero vosotros podéis ayudarme. Podéis detenerlos.

Los gully miraron al mago indecisos. La amistad, al fin y al cabo, tenía un límite.

—Todo lo que tenéis que hacer es ir hacia allí y colgaros de la cadena —señaló la cadena que sostenía la marmita repleta de draconianos.

Los rostros de los enanos se iluminaron. Aquello no sonaba tan mal. De hecho, era algo que hacían casi todos los días cuando no llegaban a tiempo de subir a la marmita.

Raistlin movió el brazo.

—¡Corred! —ordenó.

Los enanos gully se miraron unos a otros y, excepto Bupu, corrieron hacia el borde del agujero. Chillando salvajemente, se arrojaron sobre la cadena, colgándose de ella con maravillosa destreza.

El mago corrió hacia la rueda seguido de Bupu, que trotaba tras él. Asiendo el bastón de mago, lo sacó del mecanismo. La rueda tembló y comenzó a moverse de nuevo girando cada vez más rápido, ya que el peso de los enanos gully aceleraba la bajada de la marmita.

La repentina sacudida halló desprevenidos a algunos de los draconianos que estaban encaramados en el borde para lanzarse contra la otra marmita, por lo que perdieron el equilibrio y cayeron. A pesar de que sus alas amortiguaban su caída, chillaron de rabia. Sus alaridos producían un extraño contraste con los gritos de júbilo de los enanos gully.

Riverwind se asomó al agujero y, cuando la olla en la que estaban sus compañeros estaba casi llegando a la superficie, la sujetó.

—¿Estáis bien? —preguntó ansiosa Goldmoon mientras se agachaba para ayudar a Caramon a salir.

—Tanis está herido —dijo Caramon sosteniendo al semielfo.

—Es sólo un chichón… —protestó Tanis aturdido. En la parte trasera de su cabeza se palpaba un bulto que iba creciendo por momentos—. Creí que me estaba cayendo de esa cosa —se estremeció al recordarlo.

—¡No podemos bajar por allí! —dijo Sturm al saltar de la marmita—. Y tampoco podemos quedarnos aquí. No tardarán mucho en volver a poner el mecanismo en funcionamiento y en perseguimos. Deberíamos retroceder.

—¡No! ¡No iros! —Bupu se agarró a Raistlin—. ¡Conozco camino para Gran Bulp! —tiró de la manga del mago y señaló hacia el norte—. ¡Buen camino! ¡Camino secreto! —dijo suavemente acariciando su mano—. No dejaré que jefes prenderte. Tú bonito.

—Creo que no tenemos otra salida. Hemos de llegar allá abajo —dijo Tanis. Goldmoon tocó al semielfo con la Vara e inmediatamente el poder curativo se extendió por su cuerpo y, a medida que el dolor fue aminorando, se sintió más aliviado. Con una amistosa sonrisa agradeció a Goldmoon su ayuda—. Tal como tu dijiste, Raistlin, deben llevar años viviendo aquí.

Flint gruñó, moviendo la cabeza cuando Bupu comenzó a caminar por el corredor en dirección norte.

—¡Deteneos, escuchad! —susurró Tasslehoff. Oyeron un sonido de pisadas que se acercaban.

—¡Draconianos! —dijo Sturm—. ¡Hemos de salir de aquí! Dirijámonos hacia el oeste.

—Me lo imaginaba —refunfuñó Flint con expresión ceñuda—. ¡Esa enana gully nos está guiando directamente hacia esas lagartijas!

—¡Esperad! —Goldmoon sujetó a Tanis por el brazo—. ¡Miradla!

El semielfo se giró y vio que Bupu sacaba algo blando y amorfo de la bolsa que pendía de su hombro. Acercándose a la pared, la pequeña gully agitó aquella cosa frente a un pedazo de roca y murmuró unas palabras. La pared vibró, y en pocos segundos apareció una puerta que se abrió en la oscuridad.

Los compañeros intercambiaron miradas inquietas.

—No tenemos otra opción —murmuró Tanis. Oían claramente el tintineo de las armaduras de los draconianos que desfilaban por el corredor en dirección a ellos—. Raistlin, luz —ordenó.

El mago pronunció las palabras y el cristal de su bastón se iluminó. Todos cruzaron rápidamente la puerta secreta que se cerró tras ellos. El bastón iluminó una pequeña habitación cuadrada, decorada con esculturas talladas que estaban recubiertas de limo, lo que hacía imposible su identificación. Se detuvieron en silencio, escuchando el desfile de draconianos por el corredor.

—Deben haber oído la pelea —susurró Sturm—. No tardarán mucho en poner el mecanismo en marcha de nuevo, ¡entonces tendremos a todas las fuerzas draconianas tras nosotros!

—Yo saber camino abajo. —Bupu movió la mano en señal de protesta—. No preocuparas.

—¿Cómo abriste la puerta, pequeña? —preguntó Raistlin con curiosidad, arrodillándose a su lado.

—Magia —respondió ella tímidamente abriendo la mano. Sobre su sucia palma había una rata muerta que enseñaba los dientes en una mueca eterna. Raistlin arqueó las cejas sorprendido, pero Tasslehoff le tocó el brazo.

—No ha sido magia, Raistlin. Simplemente es una puerta con una clavija escondida.

La vi cuando Bupu señaló la pared, y estaba a punto de comentarlo cuando ella comenzó con esas tonterías sobre magia. Pisa la clavija cuando se acerca a la puerta y agita esa cosa —el kender soltó una risita—. Probablemente tropezó con ella una vez por casualidad, llevando la rata en la mano…

Bupu atravesó al kender con la mirada.

—¡Magia! —declaró acariciando mimosamente a la rata. Metiéndola otra vez en su bolsa dijo:

—¡Vamos!, vosotros ir. —Los guio hacia el norte, cruzando habitaciones destruidas y cubiertas de limo. Finalmente se detuvo en una sala llena de piedras, polvo y escombros. Parte del techo se había derrumbado y la habitación estaba llena de baldosas rotas. La enana gully farfulló unas palabras y señaló algo que había en un rincón de la sala.

—¡Bajar! —dijo.

Tanis y Raistlin se dirigieron hacia allí para investigar. Encontraron un tubo de unos cuatro pies de ancho, que asomaba en medio de aquel suelo destrozado. Aparentemente, había caído a través del techo, hundiéndose en la parte noreste de la habitación. Raistlin introdujo su bastón en el tubo y miró el interior.

—¡Vamos, vosotros ir! —dijo Bupu señalando y tirando con impaciencia de la manga del mago—. Jefes no poder seguir.

—Probablemente sea cierto —dijo Tanis—. Sus alas abultan demasiado.

—Pero no hay espacio suficiente para manejar una espada —dijo Sturm frunciendo el entrecejo—. No me gusta…

De pronto dejaron de hablar. Se oyó el crujido de la rueda y el chirrido de la cadena. Los compañeros se miraron unos a otros.

—¡Yo iré primero! —Tasslehoff hizo una mueca. Introduciendo la cabeza en el tubo, avanzó gateando.

—¿Estáis seguros de que cabré ahí dentro? —preguntó Caramon mirando ansiosamente la abertura.

—No te preocupes —la voz de Tas llegó hasta ellos—. Está tan impregnado de limo que te deslizarás tan fácilmente como un cerdo untado de manteca.

Esta buena noticia no pareció animar a Caramon. Siguió contemplando la tubería apesadumbrado, mientras Raistlin, ayudado por Bupu, se arremangaba la túnica y se deslizaba en el interior iluminando el camino con su bastón. Flint gateó tras él. Le siguió Goldmoon, haciendo muecas de asco cuando sus manos tocaron aquel limo espeso y verdoso. Riverwind se deslizó tras ella.

—Esto es una insensatez, ¡espero que os deis cuenta de ello! —exclamó Sturm enojado.

Tanis no contestó. Le dio unas palmadas a Caramon en la espalda.

—Es tu turno —le dijo.

Caramon gruñó. Arrodillándose, el enorme guerrero trepó por la abertura del tubo. La empuñadura de su espada se le atascó en el borde. Retrocediendo, la desenganchó y lo intentó de nuevo. Esta vez se le atascó el trasero y se arañó la espalda. Tanis le empujó.

—¡Estírate! —le ordenó el semielfo.

Caramon volvió a gruñir, dejándose caer pesadamente. Comenzó a avanzar con el escudo por delante. Su armadura rozaba contra las paredes del tubo metálico produciendo un sonido tan agudo y estridente que hacía rechinar los dientes.

Tanis se agarró a la tubería, metiendo sus piernas en primer lugar y deslizándose sobre aquel limo de fétido olor. Volvió la cabeza para mirar a Sturm que era el último en bajar.

—Desde que seguimos a Tika a la cocina de El Último Hogar, ¡todo ha sido una insensatez! Hace sólo 4 días que abandonamos Solace y parece que ha transcurrido una eternidad. Deseo intensamente volver a nuestra ciudad. ¡Ojalá lo consigamos pronto!

—¡Que los dioses te oigan! —asintió el caballero, suspirando.

Tasslehoff, encantado con la nueva experiencia de gatear por el tubo, vio, de pronto, unas sombras en el otro extremo; intentó encontrar algo donde agarrarse y consiguió detenerse.

—Raistlin —susurró el kender—. ¡Alguien sube por la tubería!

—¿Quién? —preguntó el mago comenzando a toser al respirar aquella atmósfera húmeda y fétida. Intentando recuperarse, iluminó la tubería con su bastón para ver quién se aproximaba.

Bupu echó una mirada y pegó un respingo.

—¡Son Gulps! —murmuró. Moviendo una mano de un lado a otro, chilló—: ¡Bajar! ¡Bajar!

—¡No! Ir arriba, al mecanismo. Jefes enojarse —gritó uno.

—Nosotros ir abajo. ¡A ver Gran Bulp! —dijo Bupu dándose importancia.

Al oír esto, los Gulps comenzaron a retroceder, protestando y maldiciendo.

Pero Raistlin no podía moverse. Se llevó las manos al pecho, tosiendo con una tos seca y profunda que resonaba alarmantemente en la estrechez del tubo metálico. Bupu le miró preocupada y, metiendo su pequeña mano en su bolsa, revolvió unos segundos y sacó un objeto que sostuvo bajo la luz. Lo miró, suspiró y negó con la cabeza.

—Esto no ser lo que quería —musitó.

Tasslehoff al ver un reflejo de brillantes colores se acercó a ella.

—¿Qué es eso? —preguntó, aunque conocía la respuesta. Raistlin también observaba el objeto con ojos brillantes.

Bupu se encogió de hombros.

—Piedra bonita —dijo sin interés volviendo a rebuscar en la bolsa.

—¡Una esmeralda! —exclamó Raistlin. Bupu levantó la mirada.

—¿Tú gustar?

—¡Mucho!

—Tú guardar. —Bupu depositó la joya en manos del mago y, con un grito de triunfo, sacó lo que había estado buscando. Tas, acercándose a ver la nueva maravilla, se apartó asqueado. Era una lagartija muerta— absolutamente muerta. Alrededor de la cola tiesa de la lagartija había atado un cordón de cuero. Bupu se lo acercó a Raistlin.

—Llevarlo alrededor del cuello —le dijo—. Cura tos.

El mago, acostumbrado a manejar objetos mucho más repugnantes que este, sonrió a Bupu agradeciéndoselo, pero rehusó el remedio asegurándole que se sentía mucho mejor. Ella le miró poco convencida, aunque por lo que parecía, el mago realmente se encontraba mejor; el espasmo había pasado. Encogiéndose de hombros Bupu guardó la lagartija en la bolsa. Raistlin, examinando la esmeralda con ojos de experto, miró fríamente a Tasslehoff. El kender, suspirando, se volvió y continuó gateando por el tubo. El mago deslizó la piedra en uno de los bolsillos secretos de su túnica.

De pronto la tubería se bifurcó en dos. Tas miró interrogativamente a la enana gully. Bupu, dudosa, le señaló hacia el sur. Tas tomó esa dirección, lentamente.

—Esto es muy empin… —No pudo acabar la frase pues comenzó a deslizarse hacia abajo a gran velocidad. Intentó frenar un poco pero el lodo era demasiado espeso. Al oír una maldición de Caramon resonando a lo largo del tubo, Tasslehoff comprendió que sus compañeros tenían el mismo problema. De pronto vio una luz a cierta distancia. El túnel se estaba acabando, pero ¿adónde iría a parar? Tas tenía la sensación de caer al vacío desde una altura de quinientos pies. La luz se hizo más brillante y Tasslehoff, dando un gritito, salió despedido de la tubería.

Cuando Raistlin hizo lo propio, casi cayó encima de Bupu. El mago, mirando a su alrededor, pensó por un instante que se había precipitado en una hoguera. En la habitación flotaban unas nubes blancas, grandes y ondeantes. Comenzó a toser y a jadear, pues le costaba respirar.

—¿Qué es…? —Flint salió volando del tubo, cayendo de cabeza. Intentó distinguir algo a través de la nube—. ¿Es venenosa? —preguntó deslizándose hasta Raistlin. Este negó con la cabeza pero no pudo responderle. Bupu arrastró al mago hacia la puerta. Goldmoon salió del tubo tendida sobre su estómago, casi sin respiración. Ahora le tocaba el turno a Riverwind, que se precipitó fuera de la tubería con el cuerpo encogido para evitar golpear a Goldmoon. Segundos más tarde, salía despedido el escudo de Caramon, produciendo un ruido estruendoso. La cota de mallas del guerrero, guarnecida de puntas de hierro, y su amplia cintura, le frenaron lo suficiente para que pudiera deslizarse tranquilamente fuera de la tubería, aunque magullado y cubierto de lodo verde. El mismo aspecto ofrecía Sturm cuando consiguió alcanzar a sus compañeros. Finalmente, cuando Tanis aterrizó, todos tosían y se sentían mareados debido a la polvorienta atmósfera.

—¿Qué es esto? ¡En nombre del Abismo! —exclamó Tanis atónito. Al inhalar la blanca sustancia se atragantó—. ¡Salgamos de aquí! —graznó—. ¿Dónde está la enana gully?

Bupu apareció por la puerta. Había sacado a Raistlin de la habitación y regresaba a buscar a los demás. Salieron agradecidos y se derrumbaron en el suelo, entre las ruinas de una calle, para descansar. Tanis esperaba que no fueran sorprendidos por un ejército de draconianos. De pronto miró a su alrededor.

—¿Dónde está Tas? —preguntó alarmado, poniéndose en pie.

—Aquí estoy —respondió una voz ahogada y lastimosa. Tanis se giró bruscamente.

Tasslehoff —o al menos Tanis creyó que aquella cosa debía ser Tasslehoff— estaba ante él. El kender estaba cubierto de pies a cabeza con una espesa sustancia blanca y pastosa. Lo único que Tanis podía ver de él era un par de ojos castaños que parpadeaban tras una máscara blanca.

—¿Qué te ha ocurrido? —le preguntó el semielfo. Nunca había visto a nadie en un estado tan lamentable.

Tasslehoff no respondió, solo señaló hacia el interior de la habitación.

Tanis, temiendo que hubiese sucedido algo desastroso, corrió hacia allá y miró cautelosamente a través de la puerta destruida. La nube blanca se había despejado, dejando ver la sala. En una esquina había apilados varios sacos abultados. Dos de ellos estaban reventados y una masa blanquecina se esparcía por el suelo.

Tanis comprendió lo sucedido. Se llevó la mano al rostro para ocultar una sonrisa.

—¡Pero si es harina! —murmuró.