14

Prisioneros de los draconianos

Cuerpo a tierra y resollando, Tasslehoff vio cómo los draconianos se disponían a llevarse a sus amigos que yacían inconscientes. Estaba bien escondido tras un arbusto cerca de la ciénaga y Flint estaba tendido a su lado, totalmente fuera de combate. Tas lo miró con remordimientos. No le había quedado otra salida; atemorizado al caer en aquel agua helada, el enano se le había agarrado con fuerza, sumergiéndolo, y Tas se había visto obligado a golpearle en la cabeza con su vara jupak; si no lo hubiese hecho, ninguno de los dos hubiese sobrevivido. Luego había arrastrado al desvanecido enano fuera del agua y lo había escondido tras un arbusto.

Después, Tas observó con impotencia cómo los draconianos, mágicamente, apresaban a sus amigos en una especie de recias telarañas. Evidentemente estaban todos inconscientes —o muertos—, pues ninguno de ellos se movió o forcejeó para liberarse.

El kender se divirtió lo suyo observando cómo los draconianos intentaban agarrar la Vara de Goldmoon. Aparentemente la habían reconocido, pues graznaban en su idioma gutural y hacían gestos de regocijo. Uno de ellos —seguramente el jefe— alargó el brazo para alcanzarla, pero tras un resplandor de luz azulada, la soltó ululando y comenzó a caminar por la orilla arriba y abajo, musitando palabras que Tas imaginó insultantes, a juzgar por el tono. Finalmente, a la criatura se le ocurrió una ingeniosa idea; sacando una manta de piel de uno de los fardos de Goldmoon, la extendió sobre el suelo y con un palo, hizo rodar la Vara sobre la manta. Después, cautelosamente, envolvió la Vara en la manta y la levantó victorioso. Los draconianos alzaron los cuerpos de los amigos del kender y se los llevaron, cargando también con los fardos y las armas de los compañeros.

En el preciso momento en que los draconianos se acercaban donde estaban escondidos el kender y el enano, este último gruñó y se movió. Tas le tapó la boca con la mano, las criaturas no oyeron nada y siguieron caminando. Cuando pasaron ante ellos, Tasslehoff pudo ver claramente a sus amigos. Parecían estar profundamente dormidos, Caramon incluso roncaba. El kender recordó que uno de los hechizos de Raistlin producía el sueño, e imaginó que esa debía ser la causa del estado de sus amigos.

Flint gruñó de nuevo y uno de los draconianos, que caminaba en último lugar, se detuvo y observó la maleza. El kender asió su vara y la sostuvo sobre la cabeza del enano, por si acaso. Pero no fue necesario. El draconiano se encogió de hombros y, tras murmurar unas palabras, se apresuró a alcanzar a los demás. Suspirando aliviado, Tasslehoff dejó de taparle la boca al enano. Flint parpadeó y abrió los ojos.

—¿Qué ha sucedido? —masculló, llevándose la mano a la cabeza.

—Te caíste del puente y te golpeaste la cabeza con un tronco.

—¿Me caí? —Flint le miró con suspicacia—. No lo recuerdo, pero lo que sí recuerdo es que una de esas criaturas se estaba acercando a mí cuando caí al agua…

—Te golpeaste, o sea que no discutas. —Tas se puso en pie—. ¿Puedes caminar?

—Por supuesto que puedo caminar —le contestó bruscamente el enano mientras se ponía en pie, un poco vacilante pero erguido—. ¿Dónde está todo el mundo?

—Los draconianos los han capturado y se los han llevado.

—¿A todos? ¿Así, sencillamente?

—Esos draconianos tenían poderes mágicos. Supongo que formularon un hechizo, pero no les dañaron, excepto a Raistlin. Creo que a él le hicieron algo espantoso. Le vi cuando pasaron ante nosotros y tenía un aspecto horrible —el kender tiró de la empapada manga del enano—. Vamos, hemos de seguirlos.

—Sí, claro —musitó Flint mirando a su alrededor y llevándose la mano a la cabeza—. ¿Donde está mi casco?

—En el fondo de la ciénaga. ¿Quieres ir a buscarlo?

El enano miró horrorizado hacia el agua lodosa, tembló y se giró apresuradamente. Volvió a llevarse la mano a la cabeza y se palpó un enorme chichón.

—No recuerdo haberme golpeado —murmuró. De pronto tuvo un súbito presentimiento y, furioso, tanteó su espalda—. ¡Mi hacha!

—Shhhh —le regañó Tas—. Por lo menos estás vivo. Ahora tenemos que rescatar a los demás.

—¿Y cómo pretendes que lo hagamos sin armas, aparte de esa vara con forma de tirador?

—Ya se nos ocurrirá algo —dijo Tass aparentando seguridad, a pesar de que el alma se le caía a los pies.

Al kender no le resultó difícil seguir la pista a los draconianos. Caminaban por un viejo sendero muy transitado, pues había cientos de huellas. Tasslehoff, tras examinarlas, comprendió de pronto que podían estar internándose en un campamento de monstruos. Se encogió de hombros, no tenía sentido preocuparse por tan ínfimos detalles…

Desafortunadamente, Flint no pensaba lo mismo.

—¡Hay un maldito ejército en los alrededores! —exclamó pegando un respingo y sujetando al kender por el hombro.

—Sí, bueno… —Tas se detuvo para meditar la situación y de pronto se le iluminó el rostro—. Es muchísimo mejor, cuantos más sean, más posibilidades tenemos de que no nos vean.

Comenzó a caminar de nuevo y Flint frunció el ceño. Había algo en esa lógica que no le acababa de convencer, pero en ese momento no podía precisar qué era y estaba demasiado mojado y helado como para ponerse a discutir. Además, opinaba lo mismo que el kender: la otra salida que les quedaba era abandonar a sus amigos en manos de los draconianos y escaparse, volviendo a internarse en la ciénaga. Desde luego, no pensaba hacer una cosa así. Aunque se sentían cansados y conmocionados por las aventuras vividas, caminaron durante media hora más. El sol se zambulló en la neblina, tiñéndola de rojo sangre, y la noche cayó con rapidez sobre el lóbrego cenagal.

Al poco rato vieron ante ellos una luz resplandeciente. Dejaron el sendero y serpentearon hacia la maleza. El kender se movía en silencio, como un ratón; el enano pisoteaba las ramas que crujían bajo sus pies, se golpeaba con los árboles y tropezaba con la maleza. Afortunadamente, en el campamento de draconianos había una celebración y seguramente no hubiesen oído acercarse ni a un ejército de enanos. Flint y Tas se arrodillaron justo debajo de una antorcha y observaron. De pronto el enano agarró al kender con tal violencia que casi lo tumba.

—¡Por el Gran Reorx! —exclamó Flint señalando—. ¡Un dragón!

Tas estaba demasiado estupefacto para hablar. Ambos observaron petrificados cómo los draconianos danzaban y se postraban ante un gigantesco dragón negro. El monstruo se ocultaba en el interior de una media concha abovedada formada por unas ruinas destruidas. Su cabeza sobrepasaba las copas de los árboles y la extensión de sus alas parecía ser inmensa. Uno de los draconianos, que llevaba una túnica, se inclinó ante el dragón mientras señalaba hacia la Vara y la depositaba en el suelo junto al resto de las armas confiscadas.

—Hay algo extraño en ese dragón —susurró Tas después de observarlo durante unos instantes.

—Desde luego…, se suponía que la estirpe de los dragones: había desaparecido.

—Eso es. Obsérvalo, no se mueve ni reacciona ante nada, simplemente está ahí sentado. Siempre pensé que los dragones eran más vitales, ¿no crees?

—Acércate a él y hazle cosquillas en los pies. ¡Verás cómo se anima!

—Sí, creo que lo haré —dijo el kender y, antes de que el enano pudiese abrir la boca, Tasslehoff salió de la maleza y se deslizó de sombra en sombra hasta aproximarse al campamento. A Flint le dio rabia no haber actuado con más rapidez, pero era absurdo intentar detenerlo ahora. Lo único que el enano podía hacer era seguirlo.

—¡Tanis!

El semielfo oyó que alguien le llamaba. Intentó contestar pero su boca estaba llena de una sustancia pegajosa. Movió la cabeza, sintió que alguien lo levantaba por los hombros, ayudándolo a incorporarse. Abrió los ojos. Era de noche pero a juzgar por la titilante luz, en algún lugar ardía un fuego enorme. Al ver cerca suyo el preocupado rostro de Sturm, suspiró y alargó la mano para tocar el hombro del caballero. Intentó hablar, pero antes se vio obligado a quitarse de la boca pedazos de aquella sustancia pegajosa que le colgaba por el rostro como si fuese una telaraña.

—Estoy bien —dijo cuando pudo hablar—. ¿Dónde nos encontramos? ¿Estamos todos? —Miró a su alrededor—. ¿Hay alguien herido?

—Estamos en un campamento de draconianos —dijo Sturm ayudando al semielfo a ponerse en pie—. No sé dónde están Flint y Tasslehoff, y Raistlin está herido.

—¿Malherido? —preguntó Tanis, alarmado por la expresión preocupada de Sturm.

—Está bastante mal.

—Un dardo envenenado —dijo Riverwind.

Tanis se volvió hacia el bárbaro y por primera vez vio claramente el lugar donde estaban encerrados. Era una jaula hecha de bambú, custodiada por guardias draconianos con sus largas y curvas espadas desenvainadas y preparadas. Más allá de la jaula, cientos de draconianos daban vueltas alrededor de una hoguera y sobre la hoguera…

—Sí, un dragón —dijo Sturm al ver la expresión de asombro de Tanis. Raistlin se sentiría satisfecho.

—¡Raistlin…!

Tanis se dirigió hacia el rincón de la jaula donde el mago estaba tendido, cubierto con una capa. El joven hechicero tenía fiebre y se agitaba con escalofríos. Goldmoon, arrodillada a su lado, le acariciaba la frente y le tiraba hacia atrás los canosos cabellos. Raistlin se hallaba inconsciente; de tanto en tanto movía la cabeza y murmuraba extrañas palabras o gritaba dando órdenes incoherentes. Caramon estaba sentado a su lado y tenía el rostro casi tan pálido como el de su gemelo. La mirada de Goldmoon se cruzó con la de Tanis, movió la cabeza apenada, y sus grandes ojos brillaron bajo la luz del fuego. Riverwind se situó junto a Tanis.

—Hemos encontrado esto en su cuello —dijo el bárbaro, sosteniendo cuidadosamente entre el pulgar y el índice un dardo con una pluma en el extremo. Miraba al mago sin estima, pero apenado—. No hay forma de saber qué clase de veneno corre por sus venas.

—Si tuviésemos la Vara —se lamentó Goldmoon.

—Claro —dijo Tanis—. ¿Dónde está?

—Allí —respondió Sturm torciendo la boca y señalándola. Tanis miró y, a través de cientos de draconianos, vio la Vara en el suelo, sobre la manta de pieles de Goldmoon, frente al dragón negro.

Alargando el brazo, Tanis sacudió una de las barras de la jaula.

—Podríamos romperlas —le dijo a Sturm—. Caramon podría convertirlas en virutas.

—Hasta Tasslehoff lo haría si estuviese aquí. Después sólo tendríamos que ocupamos de unos cientos de esas criaturas… para no mencionar al dragón.

—De acuerdo, no insisto. ¿Tenéis idea de lo que les ha ocurrido a Flint y a Tas?

—Riverwind dice que oyó un golpe sordo justo después de que Tasslehoff gritara avisando que habían caído en una emboscada. Con suerte se habrán sumergido bajo el tronco y habrán escapado hacia la ciénaga. De lo contrario… —Sturm no acabó la frase.

Tanis cerró los ojos para dejar de ver el titilante fuego. Se sentía cansado; cansado de luchar, cansado de avanzar con esfuerzo por el barro. Deseó intensamente volver a tenderse en el suelo y dormir, pero en vez de ello, abrió los ojos, cruzó la jaula y sacudió las barras. Uno de los guardias draconianos se volvió hacia él con la espada en alto.

—¿Hablas en común? —le preguntó Tanis en el más burdo y tosco estilo de idioma común utilizado en Krynn.

—Por supuesto, hablo el común mejor que tú, escoria de elfo —le dijo despreciativo el draconiano—. ¿Qué quieres?

—Uno de los nuestros está herido. Os pedimos que le atendáis, que le deis un antídoto contra el dardo envenenado.

—¿Envenenado? —el draconiano observó el interior de la jaula—. Ah, sí, el hechicero —la criatura emitió un gorgoteo, un sonido que por lo visto era su forma de reír.

—¿Está enfermo, verdad?

—Sí, el veneno actúa rápidamente. Pero no os preocupéis, no estará solo. El resto de vosotros os reuniréis con él dentro de poco. En realidad deberíais envidiarlo, vuestra muerte será mucho más lenta.

El draconiano le dio la espalda y le dijo algo a su compañero, agitando su garrudo pulgar en dirección a la jaula…, Ambos graznaron con sus risas gorgoteantes y Tanis, sintiendo que su asco y su rabia iban en aumento, miró de nuevo hacia Raistlin.

El mago empeoraba rápidamente. Goldmoon le puso la mano sobre el cuello, intentando sentir sus pulsaciones, y movió la cabeza con preocupación. Gimiendo, Caramon dirigió la mirada hacia los draconianos que estaban fuera riendo y hablando entre ellos.

—¡Detente, Caramon! —gritó Tanis, pero fue demasiado tarde.

Lanzando un rugido como el de un animal herido, el inmenso guerrero se abalanzó sobre los draconianos. El bambú cedió a su paso, las barras se astillaron y se clavaron en su piel. Enloquecido por el deseo de matar, Caramon ni siquiera se dio cuenta. Cuando el guerrero pasaba delante suyo, Tanis se colgó de su cuello intentando detenerlo, pero Caramon se lo sacudió con la facilidad con que un oso se saca de encima a un insecto molesto.

—Caramon, no seas loco… —gruñó Sturm mientras él y Riverwind se lanzaban sobre el guerrero, pero Caramon estaba tan furioso que se deshizo también de ellos.

Uno de los draconianos se giró con la espada en alto pero; Caramon la hizo volar de un solo empellón. La criatura cayó al suelo sin sentido después de que el gran hombre lo golpeara. En pocos segundos, seis draconianos armados con arcos y flechas rodearon al guerrero. Sturm y Riverwind consiguieron tumbarlo en el suelo y Sturm se sentó sobre él, presionando su cara contra el suelo, hasta que notó que Caramon se relajaba y emitía un ahogado sollozo.

En ese instante, una voz aguda y estridente resonó en el campamento.

—¡Traedme al guerrero! —dijo el dragón.

A Tanis se le erizó el cabello. Los draconianos bajaron las armas y se volvieron hacia el dragón, mirándolo atónitos y murmurando entre ellos. Riverwind y Sturm se pusieron en pie. Caramon seguía tendido en el suelo ahogado en sollozos. Los guardias draconianos se miraron unos a otros inquietos, mientras que los que se hallaban cerca del dragón retrocedieron rápidamente unos pasos y formaron un gran semicírculo a su alrededor.

Una de las criaturas, que por lo que dedujo Tanis debía ser uno de los capitanes, pues llevaba una insignia en la armadura, caminó majestuosamente hacia uno de los draconianos que vestía una túnica, y que se hallaba contemplando al dragón con la boca abierta de par en par.

—¿Qué sucede? —preguntó el capitán. El draconiano hablaba el idioma común y Tanis, que escuchaba atentamente, se dio cuenta de que pertenecían a dos clases diferentes; los draconianos vestidos con túnicas eran, por lo visto, sacerdotes y hechiceros, y al parecer, no podían comunicarse en su propio idioma, teniendo que recurrir al idioma común.

El draconiano guerrero estaba preocupado.

—¿Dónde está ese sacerdote vuestro, Bozak? ¡El debería decidir qué es lo que debemos hacer!

—El superior de la orden no está aquí —el draconiano de la túnica recuperó rápidamente su sangre fría—. Uno de «ellos» voló hasta aquí y se lo llevó para que tratara con Lord Verminaard sobre la Vara.

—Pero el dragón sólo habla cuando el superior está aquí. —El capitán bajó el tono de voz—. Todo esto no me gusta nada. ¡Será mejor que hagáis algo rápidamente!

—¡Qué significa esta lentitud! —La voz del dragón era tan sibilante como el gemido del viento—. ¡Traedme al guerrero!

—Haced lo que dice el dragón. —El draconiano de la túnica hizo un gesto rápido con sus garras. Varios draconianos se movilizaron; empujaron a Sturm, Tanis y Riverwind dentro de la destruida jaula y alzaron al sangrante Caramon. Lo arrastraron hasta el dragón y lo dejaron allí, de pie, de espaldas al llameante fuego. Cerca del guerrero estaban la Vara de Cristal Azul, el bastón de Raistlin, sus armas y sus paquetes.

Caramon levantó la cabeza para enfrentarse al monstruo, sus ojos estaban llenos de lágrimas y de sangre debido a los múltiples cortes que se había hecho al escapar de la jaula. El dragón se erguía sobre él, podía verlo borrosamente a través del humo que salía de la hoguera.

—Aplicamos nuestra justicia rápida e implacablemente, escoria humana —rugió el dragón. Mientras hablaba desplegó sus inmensas alas, batiéndolas lentamente. Los draconianos dieron un respingo y comenzaron a retroceder, cayendo unos sobre otros al intentar apartarse del monstruo. Por lo visto sabían lo que se avecinaba.

Caramon miró a la criatura fijamente, sin miedo.

—Mi hermano se está muriendo —gritó—. Haz lo que quieras conmigo, sólo te pido una cosa: ¡Dame mi espada para que pueda morir luchando!

El dragón se rio estridentemente; los draconianos se unieron a él con gorgoteos y gruñidos. A medida que las alas del dragón batían el aire, la criatura se balanceaba hacia adelante y hacia atrás, preparándose aparentemente para lanzarse sobre el guerrero y devorarlo.

—Será divertido. Dejémosle que recoja su arma —ordenó.

Sus alas batientes originaron un remolino de aire que sacudió el campamento, levantando chispas del fuego y dispersándolas.

Caramon empujó a un lado a los guardias draconianos y restregándose los ojos con la mano, caminó hacia el montón de armas y recogió su espada. Después, con expresión de dolor y resignación, levantó el arma y se volvió para enfrentarse al dragón.

—¡No podemos dejarle morir ahí, solo! —dijo Sturm decididamente, dando un paso hacia delante y preparándose para intervenir.

De pronto, detrás de la jaula, surgió una voz entre las sombras.

—¡Eh… Tanis!

El semielfo se volvió.

—¡Flint! —exclamó, mirando con aprensión a los guardias draconianos, pero estos estaban absortos contemplando el espectáculo de Caramon y el dragón. Tanis corrió hacia el fondo de la jaula de bambú donde estaba el enano.

—¡Vete de aquí! —le ordenó el semielfo—. No puedes hacer nada, Raistlin está muriéndose y el dragón…

—Es Tasslehoff.

—¿Cómo? —Tanis, atónito, miró al enano—. ¿Qué quieres decir?

—El dragón es Tasslehoff —repitió Flint pacientemente.

Esta vez Tanis se quedó sin habla, mirando fijamente al enano.

—El dragón está hecho de mimbre —susurró el enano—, tasslehoff se deslizó detrás de él y lo observó por dentro. ¡Es falso! Cualquiera que se introduzca dentro de él puede hacer batir las alas y hablar a través de un tubo hueco. Supongo que así es como el sacerdote mantiene el orden aquí. De cualquier forma, Tas es el que está batiendo las alas y amenazando con devorar a Caramon.

Tanis dio un respingo.

—¿Pero cómo escaparemos? Esto está lleno de draconianos y tarde o temprano se darán cuenta de lo que sucede.

—Tú, Riverwind y Sturm id junto a Caramon, recoged vuestras armas, los paquetes y la Vara. Yo ayudaré a Goldmoon a llevar a Raistlin a los bosques. Tasslehoff tiene algo preparado, sólo tenéis que permanecer atentos.

Tanis gruñó.

—Tampoco a mí me gusta —refunfuñó el enano—. Confiar nuestras vidas a ese kender, pero bueno… al fin y al cabo él es el dragón.

—Sin duda alguna lo es —dijo Tanis mirando como la fiera se agitaba, gemía y batía las alas balanceándose. Los draconianos lo miraban estupefactos. Tanis reunió a Sturm y a Riverwind y se agachó junto a Goldmoon, que permanecía al lado de Raistlin. El semielfo les explicó rápidamente lo que estaba sucediendo. Sturm le miró como si estuviese tan loco como Raistlin, y Riverwind movió la cabeza incrédulo.

—¿Tenéis un plan mejor? —preguntó Tanis.

Ambos miraron primero al dragón, después a Tanis y luego se encogieron de hombros.

—Goldmoon irá con el enano —dijo Riverwind.

Goldmoon comenzó a protestar pero, cuando el bárbaro la miró fijamente con sus inexpresivos ojos, ella tragó saliva y guardó silencio.

—Sí —dijo Tanis—. Quedaos con Raistlin señora, por favor. Os traeremos la Vara.

—Entonces, apresuraos —dijo ella—. Está al borde de la muerte.

—Nos apresuraremos. Tengo la impresión de que una vez todo esto haya comenzado, tendremos que movernos muy rápido —le acarició la mano—. Vamos —poniéndose en pie, respiró profundamente.

Riverwind aún miraba a Goldmoon. Quiso hablar pero, moviendo la cabeza enojado, se volvió sin decir una sola palabra y se puso en pie al lado de Tanis. Sturm se unió a ellos y los tres se escurrieron por detrás de los guardias draconianos.

Caramon levantó la espada, que refulgió a la luz del fuego. Al dragón le entró un furioso frenesí y los draconianos cayeron hacia atrás, graznando y golpeándose entre sí. El aleteo del dragón levantó un viento que esparció chispas y cenizas, incendiando algunas chozas de bambú cercanas, pero los draconianos estaban tan impacientes de que se produjera la matanza, que ni se percataron. El dragón se movió y aulló, y Caramon notó que se le secaba la boca y los músculos del estómago se le contraían. Era la primera vez que libraba una batalla sin su hermano y ello hacía que su corazón palpitase dolorosamente. Cuando estaba a punto de lanzarse al ataque, aparecieron Tanis, Sturm y Riverwind a su lado.

—¡No dejaremos que nuestro amigo muera solo! —gritó provocadoramente Tanis, dirigiéndose al dragón. Los draconianos aullaron enfervorecidos.

—¡Sal de aquí, Tanis! —exclamó Caramon con el ceño fruncido y el rostro ensangrentado y cuajado de lágrimas—. Esta es mi batalla.

—¡Calla y escucha! Sturm, toma tu espada y la mía, Riverwind, recoge tus armas, los fardos y cualquier arma de los draconianos que puedas encontrar para reemplazar a las que hemos perdido. Caramon, tú ocúpate de la Vara y del bastón de mago de Raistlin.

Caramon le miró fijamente.

—¿Qué?

—Tasslehoff es el dragón. No hay tiempo para explicártelo. ¡Haz lo que te digo! Toma la Vara y llévala al bosque, Goldmoon está esperándola. —Posó la mano sobre el hombro del guerrero y lo zarandeó—. ¡Corre! ¡Raistlin se está muriendo! ¡Tú eres su última oportunidad!

Esta última frase hizo reaccionar a Caramon; corriendo hacia el montón de armas agarró la Vara de Cristal Azul y el bastón de mago de Raistlin. Sturm y Riverwind recuperaron sus armas y el caballero le llevó a Tanis su espada.

—Y ahora, ¡preparaos para morir, humanos! —gritó el dragón y, sacudiendo repentinamente las alas, comenzó a revolotear en el aire. Los draconianos, alarmados, graznaron y chillaron; algunos de ellos salieron corriendo hacia los bosques, otros se arrojaron al suelo.

—¡Ahora! —gritó Tanis—. ¡Corre, Caramon!

El inmenso guerrero salió corriendo velozmente hacia los bosques, intentando localizar a Goldmoon y a Flint, que estaban esperándolo. Un draconiano le salió al paso, pero Caramon lo derribó de un solo golpe. Tras él, oía una gran conmoción; Sturm entonaba su grito de guerra solámnico y los draconianos gritaban. Le atacaron más draconianos, pero utilizó la Vara de Cristal Azul tal como se la había visto utilizar a Goldmoon, sosteniéndola en la mano derecha y balanceándola en forma de arco. La Vara despedía llamas azuladas y los draconianos caían desplomados.

Llegó a los bosques y encontró a Raistlin casi sin respiración, tendido a los pies de Goldmoon. Esta sujetó la Vara que Caramon le tendía y la posó sobre el cuerpo inerte del mago. Flint la observaba moviendo de un lado a otro la cabeza.

—No funcionará. Se ha gastado.

—Tiene que funcionar. Por favor —murmuró Goldmoon—, quienquiera que seáis, Señor de la Vara, curad a este hombre, os lo ruego —lo repitió una y otra vez. Caramon observaba la escena con los ojos entornados cuando, de repente, el bosque se iluminó con una tremenda explosión de luz.

—¡En nombre de los Abismos! —suspiró Flint—. ¡Mirad esto!

Caramon se giró en el preciso momento en que el inmenso dragón de mimbre se estrellaba de cabeza en la llameante hoguera. Troncos incandescentes volaron por el aire, dispersando chispas por el campamento. Las cabañas de bambú de los draconianos que aún no estaban chamuscadas comenzaron a arder con fuerza y el dragón de mimbre, tras un horripilante aullido final, también prendió fuego.

—¡Tasslehoff! —exclamó Flint—. ¡El maldito kender está… ahí dentro! —Antes de que Caramon pudiese detenerlo, el enano corrió hacia el llameante campamento de draconianos.

—Caramon… —murmuró Raistlin. El guerrero se arrodilló junto a su hermano, quien, aún pálido, había abierto los ojos e iba volviendo en sí.

Una vez más la Vara de destellos azulados había demostrado su poder contra la enfermedad. Goldmoon sintió una íntima satisfacción porque sus ruegos habían sido escuchados y su insistencia y perseverancia habían conseguido su propósito.

Incorporándose con debilidad, el mago se apoyó en su hermano y contempló las llamas.

—¿Qué está sucediendo?

—No estoy seguro. Tasslehoff se ha convertido en dragón y luego todo ha sido muy confuso. Descansa. —El guerrero observaba el campamento a través del humo, con la espada desenvainada y preparada por si los draconianos venían en su busca.

Pero los draconianos habían perdido el interés por sus prisioneros. Los de linaje guerrero, una vez producido el pánico, habían huido a los bosques mientras su diosdragón se quemaba. Algunos de los draconianos vestidos con túnicas, que eran, en apariencia, más inteligentes que los otros, intentaban desesperadamente poner orden en aquel espantoso caos que se había creado.

Sturm se abrió camino entre los draconianos sin encontrar ninguna resistencia. Cuando llegó a un espacio despejado cerca de la jaula de bambú, se cruzó con Flint que volvía corriendo al campamento.

—¡Eh! ¿Dónde…? —le gritó Sturm al enano.

—¡Tas… en el dragón! —el enano no se detuvo.

Sturm se volvió y vio que el dragón negro ardía con unas llamaradas que se alargaban hasta el cielo. Un humo denso cubría el campamento, pues el aire húmedo y pesado de la ciénaga evitaba que la humareda ascendiese y se dispersase. Una parte del llameante dragón explotó y una lluvia de chispas cayó sobre el campamento. Sturm se agachó y se sacudió las partículas que caían sobre su capa, luego corrió tras el enano, alcanzándolo con facilidad debido a la longitud de sus piernas.

—¡Flint! —dijo jadeante, agarrando al enano por el brazo—. Es inútil. ¡Nadie podría resistir en esa hornaza! Hemos de regresar con los demás…

—¡Suéltame! —rugió el enano con tanta furia que Sturm le obedeció sorprendido. Flint siguió corriendo en dirección al incandescente dragón. Sturm lanzó un suspiro y corrió tras él con los ojos llorosos a causa del humo.

—¡Tasslehoff Burrfoot! —gritó Flint—. ¡Eh, estúpido kender! ¿Dónde estás?

No hubo respuesta.

—¡Tasslehoff! Si esta huida fracasa por tu culpa, ¡te asesinaré! ¡Ayúdame…! —por sus mejillas corrían lágrimas de frustración, pena y rabia.

El calor era irresistible, secaba los pulmones. Sturm sabía que no podían respirar ese aire mucho tiempo más o perecerían. Agarró al enano con firmeza, pensando en dejarlo sin sentido si era necesario, cuando, de repente, vio que algo se movía en un extremo de la fogata. Se frotó los ojos y miró de nuevo.

El dragón estaba tendido en el suelo con la cabeza aún unida al llameante cuerpo por un largo cuello de mimbre. La cabeza no había prendido, pero las llamas estaban comenzando a devorar el cuello y pronto ardería por completo. Sturm volvió a ver que algo se movía.

—¡Flint, mira! —Sturm, seguido torpemente por el enano, corrió hacia la cabeza de la criatura. De la boca del dragón salían dos pequeñas piernas, enfundadas en unas medias de lana de color azul brillante, que pataleaban débilmente.

—¡Es Tas! ¡Sal de ahí! ¡La cabeza va a comenzar a arder de un momento a otro!

—¡No puedo, estoy atascado! —dijo una voz ahogada.

Sturm, desesperado, examinaba la cabeza del dragón, intentando encontrar una forma de liberar al kender, mientras que Flint agarraba al kender por las piernas y comenzaba a tirar de él.

—¡Aayyyy! ¡Detente! —gritó Tas.

—Es inútil. —Está totalmente atascado.

Las llamas comenzaban a subir por el cuello del dragón. Sturm desenvainó su espada.

—Puede que le corte la cabeza —murmuró—, pero es su única oportunidad. Calculando la estatura del kender, imaginando por donde estaría su cabeza y esperando que no tuviese los brazos extendidos, Sturm colocó la espada sobre el pescuezo del dragón. Flint cerró los ojos. El caballero respiró profundamente y cercenó la cabeza del dragón con la espada. Se oyó un alarido del kender proveniente del interior; Sturm no sabía si era de dolor o de sorpresa.

—¡Estira! —le gritó al enano.

Flint agarró la cabeza de mimbre y comenzó a tirar para separarla del cuello. De pronto, en medio de una nube de humo, apareció una figura alta y oscura. Sturm se volvió con la espada desenvainada y vio que se trataba de Riverwind.

—¿Qué estáis hacien…? —el hombre de las llanuras contempló la cabeza del dragón pensando que Flint y Sturm se habían vuelto locos.

—¡El kender está ahí dentro, atascado! —gritó Sturm—. No podemos sacar la cabeza de aquí, rodeados de draconianos. Tenemos que…

Sus palabras se perdieron entre los rugidos de las llamas, pero Riverwind, finalmente, vio que de la boca del dragón colgaban unas piernas azules. Metiendo las manos en una de las cuencas de los ojos, agarró la cabeza del dragón por un extremo. Sturm la agarró por el otro y ambos levantaron la cabeza —con el kender dentro— y echaron a correr por el campamento. Los pocos draconianos que se les cruzaban, echaban un vistazo a la terrorífica aparición y huían despavoridos.

—Vamos, Raistlin —dijo solícitamente Caramon poniéndole el brazo sobre los hombros a su hermano—. Debes intentar mantenerte en pie, hemos de seguir adelante. ¿Cómo te encuentras?

—¿Cómo suelo encontrarme? Ayúdame a levantarme. Así. Ahora déjame en paz un rato. —Se apoyó contra un árbol estremeciéndose, pero sosteniéndose en pie.

—Está bien, Raistlin —respondió dolido Caramon, retirándose. Goldmoon observó enojada al mago, no sólo recordando la congoja que había sentido Caramon cuando su hermano había estado a punto de morir, sino también porque, después de sus propios esfuerzos por curarle, Raistlin no se había dignado pronunciar ni una sola palabra de agradecimiento. Goldmoon se dio la vuelta dispuesta a buscar a los demás, intentando ver a través del espeso humo.

Tanis apareció primero, corriendo a tal velocidad que se abalanzó sobre Caramon. El guerrero lo recogió en sus inmensos brazos, frenando el impulso que llevaba el semielfo y ayudándolo a mantenerse sobre sus pies.

—Gracias —jadeó Tanis doblándose hacia adelante con las manos sobre las rodillas para recuperar la respiración—. ¿Dónde están los demás?

—¿No estaban contigo?

—Nos separamos. —Tanis tragaba grandes bocanadas de aire mezcladas con humo, que al llegar a sus pulmones, le hacían toser.

—¡Su Torakh! —interrumpió Goldmoon en tono de asombro. Tanis y Caramon se giraron asombrados. Vieron una grotesca imagen saliendo de la serpenteante humareda. Una cabeza de dragón, de azulada lengua bífida, se abalanzaba sobre ellos. Tanis parpadeó incrédulo y, entonces, escuchó detrás suyo un sonido que casi le hizo trepar a un árbol a causa del terror que le produjo. Se giró con el corazón encogido y la espada en la mano. Raistlin se estaba riendo. Tanis nunca había oído reír al mago— ni siquiera cuando este era niño —y esperaba no volver a oírlo nunca más. Era una risa extraña, burlona y estridente. Caramon y Goldmoon contemplaban atónitos al hechicero; al final, el sonido de aquella risa se fue apagando, y el mago siguió riendo en silencio. En sus dorados ojos se reflejaba el resplandor de las llamas del campamento de draconianos.

Tanis se estremeció y volvió a girarse, descubriendo que Sturm y Riverwind eran los que transportaban la cabeza del dragón. Flint corría delante de ellos ataviado con un casco de draconiano. Tanis corrió hacia ellos.

—¿Qué diablos…?

—El kender está ahí dentro atascado —dijo Sturm. Respirando con dificultad, él y Riverwind dejaron la cabeza en el suelo—. Hemos de sacarle de ahí. —Sturm miró a Raistlin con cautela, pues el mago seguía riendo—. ¿Qué le ocurre? ¿Aún le dura el efecto del veneno?

—No, está mejor —contestó Tanis, al tiempo que examinaba la cabeza de dragón.

—¡Qué pena! —murmuró el caballero arrodillándose al lado del semielfo.

—Tas, ¿estás bien? —le gritó Tanis abriendo la inmensa boca del dragón para poder mirarlo por dentro.

—¡Creo que Sturm me ha cortado la coleta!

—Tienes suerte de que no te haya cortado la cabeza —resopló Flint.

—¿Qué es lo que le sujeta? —Riverwind se agachó para mirar por la boca del dragón.

—No estoy seguro —dijo Tanis—. No puedo ver en medio de esta maldita humareda. —Se puso en pie suspirando de frustración—. ¡Tenemos que largamos de aquí! Los draconianos pronto se habrán reorganizado. Caramon, acércate. Intenta rasgarlo por este extremo.

El guerrero se aproximó a la cabeza del dragón y la sujetó por las cuencas de los ojos. Entornando los párpados, respiró profundamente y, tras un gruñido, comenzó a tirar. Durante un minuto no pasó nada. Tanis observaba las protuberancias de los brazos del guerrero, viendo cómo sus músculos se tensaban por el esfuerzo y la sangre le subía al rostro. De pronto se escuchó el sonido crujiente de madera desgarrada. El extremo de la cabeza del dragón cedió y Caramon cayó hacia atrás, soltando la mitad superior de la cabeza.

Tanis se acercó y, agarrando a Tas por una mano, le ayudó a salir.

—¿Estás bien? —le preguntó. El kender se tambaleaba pero su sonrisa era tan amplia como de costumbre.

—Estoy perfectamente. Sólo un poco chamuscado —de pronto su expresión se ensombreció—. Tanis —dijo arrugando el rostro con preocupación y tocándose su larga coleta—: ¿Y mi cabello?

—Está todo en su sitio.

Tas suspiró aliviado y comenzó a hablar:

—Tanis, ha sido tan maravilloso, volar así, la expresión del rostro de Caramon…

—La explicación tendrá que esperar. Tenemos que marcharnos de aquí. Caramon, ¿crees que tú y tu hermano podréis continuar?

—Sí, vamos.

Raistlin comenzó a caminar, aceptando la ayuda de su hermano. El mago miró atrás, hacia la cabeza partida del dragón, agitando los hombros en silencio y riendo siniestramente.