La búsqueda de la verdad
Respuestas inesperadas
—Yo puedo ayudaros —repitió Goldmoon. Su voz clara tintineó como una campanilla. La mujer reparó en el rostro de sorpresa de Sturm, y comprendió el aviso de Tanis.
Pero la actitud de Goldmoon no era la de una mujer insensata; ella nunca había sido así. Durante diez años había gobernado su tribu tras la repentina enfermedad de su padre, que había quedado imposibilitado para hablar con claridad y para mover el brazo y la pierna derechos. Ella había guiado a su gente tanto en tiempos de guerra con las tribus vecinas como en tiempos de paz, aunque en varias ocasiones había intentado renunciar al poder. Ahora era consciente de estar haciendo algo peligroso, y además, aunque esos extraños clérigos la llenaban de repugnancia, evidentemente sabían algo sobre la Vara y ella debía averiguarlo.
—Soy la portadora de la Vara de Cristal Azul —dijo Goldmoon acercándose al jefe de los clérigos y levantando la cabeza con orgullo—, pero no la robé; me fue entregada.
Riverwind y Sturm se situaron uno a cada lado de ella y Caramon se colocó detrás, con la mano sobre la empuñadura de la espada y una expresión de impaciencia en el rostro.
—Eso es lo que tú dices —contestó el clérigo con voz suave y burlona. Se quedó mirando con ojos ávidos, oscuros y brillantes la vara lisa y marrón que ella llevaba, y alargó su envuelta mano para arrebatársela. Rápidamente Goldmoon apretó la Vara contra su pecho.
—La Vara fue sacada de un lugar maldito —dijo—. Haré lo que esté en mi mano para ayudar a tu agonizante hermano, pero no se la entregaré ni a ti ni a nadie hasta que esté firmemente convencida de que tenéis derecho a reclamarla.
El clérigo titubeó y miró a sus compañeros. Tanis los vio cómo señalaban nerviosos las extrañas fajas de tela que llevaban atadas alrededor de sus ondeantes túnicas. Las fajas eran curiosamente anchas y tenían unas raras protuberancias en la parte inferior que evidentemente no estaban hechas para los libros de oraciones. Maldijo de frustración, confiando en que Sturm y Caramon hubieran prestado atención a estos detalles, pero Sturm parecía completamente relajado y Caramon estaba distraído. Tanis, con cautela, levantó el arco y colocó una flecha en la cuerda.
Al final, el clérigo asintió sumisamente con la cabeza, cruzando los brazos bajo las mangas de su túnica.
—Estaremos agradecidos por cualquier ayuda que puedas prestarle a nuestro pobre hermano —dijo con un hilo de voz—. Y después, espero que tú y tus compañeros queráis acompañarnos de regreso a Haven. Te prometo que os convenceréis de que la Vara ha caído en vuestras manos por equivocación.
—Iremos donde consideremos oportuno, hermano —gruñó Caramon.
—¡Qué loco! —pensó Tanis; dudó en gritar y avisarlos, pero decidió quedarse callado por si no se cumplían sus sospechas.
La pertinaz lluvia había cesado, las ropas de los compañeros estaban empapadas, pero no era momento de pararse a pensar en ello. Goldmoon y el jefe de los encapuchados se dirigieron hacia la carreta seguidos de Riverwind. Sturm y Caramon se quedaron donde estaban, observando con interés. Cuando Goldmoon y el clérigo alcanzaron la parte trasera de la carreta, él la agarró por el brazo dirigiéndola hacia el carro, pero ella se apartó, acercándose por sí misma. El clérigo bajó la cabeza humildemente y levantó la tela que cubría la parte posterior de la carreta. Goldmoon se asomó al interior sosteniendo la Vara entre sus manos.
De pronto se originó una gran confusión. Se escuchó un grito. El clérigo se llevó un cuerno a los labios y se oyó un sonido largo y quejumbroso.
—¡Caramon! ¡Sturm! —chilló Tanis levantando el arco—. Es una tramp…
Algo muy pesado cayó sobre el semielfo derribándolo al suelo. Unas manos fuertes buscaron su garganta y empujaron su cara contra el barro y las hojas mojadas. Los dedos encontraron lo que buscaban y comenzaron a apretar. Tanis intentó respirar, pero su nariz y su boca estaban llenas de lodo, por lo que, casi sin respiración, tiró frenéticamente de las manos que intentaban estrujarle el gaznate, pero el apretón era increíblemente fuerte y Tanis sintió que perdía la conciencia. Cuando tensaba sus músculos para un desesperado intento final escuchó un grito ronco y un sonido de huesos rotos. La presión fue cediendo y alguien le quitó de encima aquel pesado cuerpo.
Tanis consiguió ponerse de rodillas y, jadeando dolorosamente, fue recuperando la respiración. Después de limpiar de barro su rostro, levantó la mirada y vio a Flint con un leño en la mano, mirando fijamente el cuerpo que yacía a sus pies.
El semielfo se sobrecogió horrorizado. Aquel cuerpo no era el de un hombre; de la espalda salían unas alas coriáceas y tenía la piel escamosa de un reptil; las largas manos y los pies acababan en garras, pero, al igual que los hombres, caminaba sobre los pies. La criatura llevaba una extraña armadura que le permitía utilizar las alas. No obstante, fue el rostro de aquel ser lo que le había estremecido; era un rostro nunca visto ni en la más terrible de las pesadillas.
Las criaturas que habían aterrorizado a los compañeros eran draconianos, raza menor de dragones aparecida tras el Cataclismo y cuya existencia era desconocida en Krynn. Estos seres eran servidores de los dragones y, como ellos, eran astutos, inteligentes y malignos. ¿Qué podía significar la aparición de estos seres? ¿Quizá el retorno de los dragones a Krynn?…
Todo resultaba muy sospechoso y en el ambiente flotaba un presagio de malos augurios.
—¡Por todos los dioses! —exclamó Raistlin arrastrándose hacia Tanis—. ¿Qué es esta extraña criatura?
Antes de que Tanis pudiese contestarle, vio un resplandor de luz azulado y oyó que Goldmoon gritaba.
Mientras Tanis era agredido, Goldmoon había mirado en el interior de la carreta y se preguntaba qué terrible enfermedad podía transformar la piel de un hombre en escamas. Se había adelantado para tocar a aquel desgraciado clérigo con su vara, pero, en ese preciso momento, la criatura había saltado hacia ella intentando arrebatársela con su garruda mano. Goldmoon retrocedió, pero la criatura era rápida y clavó sus garras en la Vara.
Se produjo un estallido cegador de luz azulada, el ser chilló de dolor y cayó hacia atrás, retorciéndose la mano chamuscada. Riverwind, con la espada desenvainada, se había situado delante de la mujer. Goldmoon escuchó un jadeo y vio que la espada de Riverwind caía y que él retrocedía unos pasos sin hacer ningún esfuerzo por defenderse. Desde atrás, unas manos ásperas y escamosas agarraron a Goldmoon y le taparon la boca. Mientras luchaba por liberarse entrevió a Riverwind, quien observaba atónito y con los ojos abiertos de par en par al extraño ser de la carreta. El rostro del bárbaro tenía una palidez mortecina y su respiración era rápida y entrecortada, su expresión era la de un hombre que cree despertar de una pesadilla y descubre que se trata de la realidad.
Goldmoon, que pertenecía a una raza de guerreros y era una mujer fuerte, intentó patear en la rodilla al ser que la sujetaba. La patada sorprendió a su oponente, destrozándole la rótula, y cuando el clérigo aflojó su apretón, Goldmoon se giró y lo golpeó con la Vara. Se quedó atónita al ver que el clérigo caía al suelo, aparentemente derribado por un golpe que parecía propinado por el mismísimo Caramon. Verdaderamente sorprendida, miró hacia la Vara que volvía a resplandecer con su brillante luz azulada; pero no había tiempo que perder porque estaba rodeada de aquellas monstruosas criaturas. Blandió la Vara trazando un amplio arco, consiguiendo con ello mantenerlas alejadas. Pero ¿por cuánto tiempo?
—¡Riverwind!
El grito de Goldmoon sacó al bárbaro de su estupor. Este se giró y vio cómo ella retrocedía hacia el bosque utilizando la Vara para mantener alejados a los encapuchados clérigos. Agarró a uno de ellos por detrás, empujándolo al suelo con fuerza. Otro se abalanzó hacia él mientras un tercero se dirigió hacia Goldmoon. Se produjo un nuevo centelleo cegador de luz azulada.
Sturm ya se había dado cuenta de que los clérigos les habían tendido una trampa y había desenvainado la espada. A través de los listones de la vieja carreta había visto unas garras intentando apoderarse de la Vara. Al abalanzarse para cubrir a Riverwind, le sorprendió la reacción del bárbaro ante la criatura de la carreta. Riverwind retrocedía impotente, mientras la criatura agarraba con su mano ilesa un hacha de batalla y la agitaba en dirección a él. El bárbaro no hacía ningún movimiento para defenderse sino que por el contrario se quedaba mirando absorto, con el arma colgando de su mano.
Sturm hundió su espada en la espalda del ser, este gimió y se giró para atacarlo, arrebatándole el arma de la mano. Babeando y aullando de rabia en su agonía, el ser le rodeó con sus brazos y lo empujó contra el lodoso suelo. Sturm sabía que la criatura que lo estaba sujetando estaba muriendo por lo que luchó por controlar el terror y la repugnancia que sentía ante el contacto de aquella piel viscosa. Los aullidos cesaron y sintió que la criatura se tomaba rígida, por lo que empujó a un lado el cuerpo y rápidamente comenzó a extraer su espada. Pero el arma no se movió y Sturm se la quedó mirando incrédulo, tirando de ella con todas sus fuerzas e incluso apoyando su pesada bota contra el cuerpo para hacer palanca. Pero el arma estaba firmemente clavada, por lo que, furioso, golpeó al ser con sus manos. Retrocedió horrorizado y lleno de repugnancia; ¡la criatura se había vuelto de piedra!
—¡Caramon! —gritó Sturm mientras otro de los clérigos se acercaba blandiendo un hacha. Sturm se agachó y sintió un dolor cortante, perdiendo la visión, pues sus ojos se llenaron de sangre. Completamente cegado, dio un traspié y, a continuación, un peso aplastante lo derribó al suelo.
Caramon, que se hallaba en pie al lado de la carreta, se dirigía a ayudar a Goldmoon cuando oyó el grito del caballero. En aquel momento dos de las criaturas se abalanzaron sobre él; balanceó la más corta de sus espadas y los obligó a mantener una cierta distancia y aprovechando para sacar su daga con la mano izquierda. Una de las criaturas saltó hacia él y Caramon lo acuchilló, hundiendo profundamente el metal en su cuerpo. Notó un hedor fétido y putrefacto y vio que en las vestiduras del clérigo aparecía una pequeña mancha verde; la herida pareció enfurecer a la criatura, que se acercó todavía más, babeando y expulsando saliva por sus mandíbulas —que eran las de un reptil en lugar de las de un hombre—. Por un instante, Caramon se aterrorizó. Había luchado contra goblins y trolls, pero esos horribles seres le repugnaban absolutamente. Se sintió solo y perdido y, en ese momento, oyó cerca suyo un susurro tranquilizador.
—Estoy aquí, hermano mío —la voz calmada de Raistlin invadió su ser.
—Ya era hora —jadeó Caramon amenazando a la criatura con su espada—. ¿Qué clase de clérigos inmundos son estos?
—No los apuñales —le recomendó rápidamente Raistlin, recordando lo que le había sucedido a Sturm—. Se vuelven de piedra. No son clérigos, son una especie de hombres reptil, por eso van envueltos en ropajes y capuchas.
A pesar de ser tan diferentes como la luz y la sombra, los gemelos peleaban bien cuando estaban juntos. No necesitaban intercambiar muchas palabras, pues sus pensamientos emergían a una velocidad mucho mayor. Caramon lanzó al suelo la espada y la daga y flexionó los inmensos músculos de sus brazos. Las criaturas, viéndolo desarmado, arremetieron contra él con las ropas hechas jirones, ondeando grotescamente. Caramon hizo una mueca cuando vio los escamosos cuerpos y las garrudas manos.
—Preparado —le dijo a su hermano.
—Ast tasark simiralan krynaw! —dijo Raistlin en voz baja lanzando al aire un puñado de arena. Las criaturas detuvieron su salvaje arremetida, agitaron sus cabezas, atontados, y un sueño mágico se fue apoderando de ellos cuando… de pronto parpadearon. ¡En pocos segundos habían recuperado sus sentidos y volvían a la carga!
—¡La magia no les hace efecto —murmuró Raistlin sobrecogido. Pero ese breve interludio de semisueño fue suficiente para que Caramon agarrara una pesada roca y les golpeara la cabeza rápidamente uno tras otro. Ambos cayeron al suelo como estatuas sin vida. Caramon levantó la mirada y vio que dos clérigos más, armados con espadas curvas, trepaban sobre los cuerpos de piedra de sus hermanos en dirección a ellos.
—Mantente detrás mío —le ordenó Raistlin con un ronco susurro. Caramon recogió la espada y la daga y se escondió detrás de su hermano, temeroso por la seguridad de Raistlin pero sabiendo que este no podía formular su encantamiento mientras él se hallara en medio.
Raistlin miró fija e intensamente a las criaturas, quienes, reconociéndolo como mago, aminoraron el paso y se miraron la una a la otra, dudando en acercarse. Una se lanzó al suelo metiéndose bajo la carreta y la otra se abalanzó hacia delante espada en mano, confiando en atacar al mago antes de que realizara el encantamiento o, por lo menos, en romper la concentración que el hechicero necesitaba. Caramon vociferó pero parecía que Raistlin no veía ni oía a ninguno de ellos. Levantó lentamente sus manos y uniendo sus pulgares, colocó los dedos en forma de abanico y habló —Kair tangus miopiar—, la magia recorrió su débil cuerpo y la criatura fue engullida por una llamarada de fuego.
Cuando Tanis logró recuperarse del ataque que había sufrido, escuchó también el grito de Sturm y se apresuró a cruzar la maleza en dirección al camino. Golpeando con la parte ancha de la hoja de su espada como si se tratase de un garrote, atacó a la criatura que mantenía a Sturm en el suelo, que cayó a un lado con un alarido, por lo que Tanis pudo arrastrar al caballero herido hacia la maleza.
—Mi espada —masculló Sturm aturdido, intentando limpiarse la sangre que le corría por la cara.
—La recuperaremos —prometió Tanis sin saber cómo lo harían. Miró hacia el camino y vio un enjambre de criaturas saliendo del bosque y dirigiéndose hacia ellos. Tenemos que salir de aquí, pensó intentando tranquilizarse. Se volvió hacia Flint y Tasslehoff que se habían reunido con él.
—Quedaos aquí y cuidad de Sturm —les ordenó—. Voy a reunir a los demás y volveremos a internamos en el bosque.
Sin esperar una respuesta, Tanis se apresuró hacia el camino justo en el momento en que Raistlin formulaba su encantamiento, por lo que al ver las llamas se arrojó al suelo.
La base de paja sobre la que la criatura había estado tendida prendió fuego y la carreta comenzó a echar humo.
—Quedaos aquí y cuidad de Sturm, ¡hum! —refunfuñó Flint, asiendo con fuerza su hacha de batalla. Por el momento, las criaturas que descendían por el camino no vieron al enano, al kender, ni al caballero herido tendido a la sombra de unos árboles, pues su atención se centraba en los dos pequeños núcleos formados por los guerreros. Pero Flint sabía que era cuestión de tiempo, por lo que agarró su hacha con fuerza y le dijo al kender:
—Haz algo por Sturm, a ver si eres útil por una vez en tu vida.
—Lo estoy intentando, pero no puedo detener la hemorragia. —Quería limpiarle el rostro al caballero con un pañuelo—. A ver, ¿puedes ver ya? —le preguntó ansioso.
Sturm gemía e intentaba incorporarse, pero su cabeza estallaba de dolor, por lo que volvió a tenderse.
—Mi espada —dijo.
Tasslehoff miró a su alrededor y vio la espada de doble puño de Sturm clavada en la espalda de una de las criaturas convertidas en piedra.
—¡Es fantástico! ¡Mira, Flint! La espada de Sturm…
—¡Ya lo sé, kender de mente torpe! —rugió Flint viendo que una de las criaturas corría hacia ellos con la espada desenvainada.
—Iré a buscarla, no tardaré ni un minuto.
—¡No…! —chilló Flint dándose cuenta de que Tas no podía ver al ser que venía hacia ellos. La curva espada de la malévola criatura ondeaba en el aire, formando un reluciente arco en busca del cuello del enano. Este balanceó su hacha, pero en ese preciso momento Tasslehoff, sin apartar la mirada de la espada de Sturm, se puso en pie, golpeando oportunamente con su vara jupak al enano en la parte posterior de las rodillas. A Flint se le doblaron las piernas, cayendo hacia atrás en el momento en que la espada de la criatura pasaba silbando sobre su cabeza. Lanzando un grito cayó sobre Sturm.
Al oír el grito del enano, Tas miró hacia atrás y se sorprendió al ver que uno de aquellos seres había atacado a Flint y, por alguna extraña razón, este se hallaba tendido sobre su espalda agitando las piernas en lugar de estar de pie y peleando.
—¿Qué haces Flint? —indolentemente golpeó a la criatura en el estómago con su vara, y cuando el ser se tambaleó hacia delante, lo golpeó de nuevo en la cabeza, observando cómo se desplomaba inconsciente.
—¡Vaya! ¿Es que tengo que solucionar yo tus problemas? —el kender se volvió y se dirigió hacia donde estaba la espada de Sturm.
—¡Tú, solucionar mis problemas! —el enano, farfullando de rabia e indignación, intentó levantarse, pero el casco se le había deslizado sobre los ojos y no podía ver nada. Consiguió sacárselo justo en el preciso momento en que otro clérigo se abalanzó sobre él volviendo a derribarlo…
Tanis encontró a Goldmoon y a Riverwind en pie, espalda contra espalda. La mujer se defendía de las criaturas con su vara; tres de ellas ya estaban tendidas a sus pies, convertidas en piedra, ennegrecidas por la acción de la llamarada azul. A los pocos segundos la espada de Riverwind quedó atrapada entre las rocosas tripas de otra de las criaturas. El bárbaro agarró el arma que le quedaba —un arco corto— y preparó una flecha. Las criaturas dudaban, discutiendo su estrategia en voz baja e indescifrable, y Tanis, sabiendo que se abalanzarían sobre Riverwind en pocos segundos, se acercó a ellas y, utilizando la empuñadura de su espada, golpeó a una de las criaturas por detrás y a continuación, de revés, golpeó a la otra.
—¡Apresúrate! —le gritó al bárbaro—. ¡Por aquí!
Ante el nuevo ataque, algunos de los seres se volvieron, otros dudaron. Riverwind disparó una flecha e hirió a uno y tomando a Goldmoon de la mano, corrieron hacia Tanis saltando sobre los cuerpos de piedra de sus víctimas.
Tanis, defendiéndose de las criaturas, dejó que los bárbaros lo adelantaran.
—¡Toma, ten esta daga! —le gritó a Riverwind cuando pasaron junto a él. Riverwind la agarró y golpeó a uno de los seres con la empuñadura, partiéndole el cuello. Hubo un rayo de luz azul cuando Goldmoon utilizó la Vara para derribar a otra de las criaturas que encontraron en el camino. Enseguida llegaron al bosque.
El carromato de madera estaba ardiendo. A través del humo Tanis vislumbró el camino, pero le recorrió un escalofrío al ver que a ambos lados de este, flotaban oscuras formas aladas. El camino estaba cortado en ambas direcciones por lo que, a menos que escaparan inmediatamente por el bosque, estaban atrapados.
Corrió hacia el lugar donde había dejado a Sturm. Goldmoon, Riverwind y Flint estaban también allí. ¿Dónde estaban los demás? Miró a su alrededor a través de la espesa humareda, parpadeando.
—Ayuda a Sturm —le dijo a Goldmoon y se volvió hacia Flint, que estaba intentando, sin lograrlo, recuperar su hacha, incrustada en el pecho de una de las criaturas—. ¿Dónde están Caramon y Raistlin? ¿Y dónde está Tas? Les dije que no se movieran de aquí…
—¡El maldito kender casi consigue que me maten! ¡Espero que se lo lleven! ¡Espero que se lo echen a los perros como alimento! ¡Espero…!
—¡En nombre de los dioses! —maldijo Tanis exasperado. Atravesando la nube de humo se dirigió hacia donde había visto a los gemelos por última vez, y se topó con el kender, que arrastraba con suma dificultad la espada de Sturm, casi tan grande como él.
—¿Cómo la conseguiste? —Tanis tosía debido al espeso humo que se arremolinaba a su alrededor.
Tas sonrió burlón, mientras por sus mejillas resbalaban lágrimas producidas por el efecto del humo en sus ojos.
—La criatura se convirtió en polvo —le contestó sonriente—. Oh, Tanis, fue maravilloso, llegué junto a él y tiré de la espada, no había forma de que saliese, por lo que continué jalando y…
—¡Ahora no! ¡Vuelve con los demás! ¿Has visto a Caramon y a Raistlin?
Justo entonces se oyó la atronadora voz del guerrero que surgía de la humareda.
—Aquí estamos —resolló Caramon sujetando a Raistlin que tosía descontroladamente—. ¿Los hemos destruido a todos?
—No, no —contestó Tanis secamente—. Hemos de huir por los bosques en dirección al sur.
Rodeó a Raistlin con el brazo y corrieron a reunirse con los demás que se hallaban acurrucados junto al camino. El humo era sofocante, pero al menos los ocultaba del enemigo.
Sturm estaba en pie y su rostro estaba muy pálido, pero el dolor de cabeza había desaparecido y la herida había dejado de sangrar.
—¿Le ha curado la Vara? —preguntó Tanis a Goldmoon.
—No del todo, sólo lo suficiente para que pueda caminar.
—Su poder es… limitado —dijo Raistlin jadeante.
—Sí… —interrumpió Tanis—. Bueno, nos dirigiremos hacia el sur a través del bosque.
Caramon hizo un gesto de preocupación.
—Esa dirección es la del Bosque Oscuro…
—Sé que prefieres luchar contra los vivos —le interrumpió Tanis—, pero, después de lo que ha sucedido, ¿sigues pensando lo mismo?
El guerrero no respondió.
—Siguen llegando más criaturas y no podemos luchar de nuevo contra ellas. De todas formas no entraremos en el Bosque Oscuro si no es necesario. Cerca de aquí hay una ruta de caza que podemos utilizar para alcanzar el Pico del Orador; desde allí podremos observar el camino del norte y el resto de las direcciones.
—Podríamos dirigimos al norte, hacia la gruta; el bote está escondido aquí —sugirió Riverwind.
—¡No! —chilló Flint con voz ahogada y, sin decir una palabra más, se volvió y comenzó a internarse en el bosque, corriendo en dirección sur tan rápido como le permitían sus cortas piernas.