6

Noche en la gruta

Discordia

Tanis toma una decisión

Comenzó a soplar un viento helado y por el norte se aproximaron nubes tormentosas que fueron rellenando los huecos dejados por las constelaciones desaparecidas. Empezó a llover y los compañeros se acurrucaron en el fondo del bote arropados con sus capas.

Caramon se reunió con Sturm e intentó hablarle, pero el caballero lo ignoró, remando silenciosamente con el semblante severo, murmurando de tanto en tanto para sí en el idioma Solámnico.

—¡Sturm! ¡Allá, a mano izquierda, entre esas rocas inmensas! —le gritó Tanis, señalando.

Sturm y Caramon remaban con fuerza. A causa de la lluvia era difícil distinguir el perfil de las rocas y, por un momento, creyeron que se habían perdido en la oscuridad, pero segundos después apareció ante ellos el acantilado. Sturm y Caramon aproximaron el bote a la costa y Tanis saltó al agua, empujando la embarcación hasta la orilla. Llovía torrencialmente, por lo que los compañeros abandonaron la barca empapados y helados de frío. A Flint tuvieron que sacarlo, pues el enano parecía un goblin muerto; estaba totalmente rígido de pánico. Mientras Riverwind y Caramon escondían el bote entre la frondosa maleza, Tanis condujo al resto por un pedregoso sendero hasta una pequeña abertura del acantilado. Parecía una simple grieta en la superficie, pero al pasar al interior vieron que era lo suficientemente amplia para que todos pudiesen instalarse confortablemente.

—Bonita casa —dijo Tasslehoff mirando a su alrededor—. Bastante austera en lo que se refiere a los muebles, pero…

Tanis le sonrió socarronamente.

—Servirá para pasar la noche; ni el enano se quejará, y si lo hace ¡será enviado a dormir al bote!

Tasslehoff le devolvió una amplia sonrisa. Le alegraba ver de nuevo al viejo Tanis. Cuando se habían reunido, había encontrado al semielfo extrañamente malhumorado e indeciso, muy diferente de aquel valeroso «líder» que él recordaba, pero ahora que estaban de nuevo en marcha sus ojos brillaban otra vez; había salido de su concha y volvía a hacerse cargo de la situación, tomando una vez más su papel habitual. Una aventura como esta le sentaría bien para dejar de pensar en sus problemas, cualesquiera que estos fuesen.

Caramon transportó a su hermano desde el bote y lo depositó lo más suavemente que pudo sobre la cálida arena que cubría el suelo de la gruta. Riverwind intentó encender un fuego con ramas húmedas, que crujieron, chisporrotearon y prendieron al poco rato. El humo serpenteaba hacia el techo y salía por una grieta. El bárbaro cubrió la entrada de la cueva con maleza y ramas caídas, evitando así que desde afuera pudiera verse la luz del fuego o que entrase la lluvia.

Lo hace bien, casi podría ser uno de nosotros, pensó Tanis mientras observaba cómo trabajaba el bárbaro. Suspirando, el semielfo volvió a fijar su atención en Raistlin y arrodillándose junto a él, miró al joven mago con preocupación. El reflejo oscilante de las llamas del fuego en el pálido rostro de Raistlin, le recordó a Tanis una ocasión en que él, Flint y Caramon habían rescatado al mago de una violenta muchedumbre que pretendía quemarle en la hoguera. Raistlin había osado desenmascarar a un clérigo charlatán que estafaba dinero a la gente de la ciudad y, en lugar de enojarse con el clérigo, la gente se había enojado con el mago. Tal como Tanis le había dicho a Flint, la gente necesitaba creer en algo.

Caramon arropaba con su capa a su hermano. A este, sacudido por espasmos de tos, le manaba sangre de la boca y sus ojos brillaban febriles. Goldmoon se arrodilló a su lado con una copa de vino en la mano.

—¿Puedes beber esto? —le preguntó amablemente.

Raistlin negó con la cabeza, intentó hablar, tosió y apartó con la mano la copa que ella le brindaba. Goldmoon miró a Tanis.

—¿Tal vez mi Vara? —preguntó.

—¡No! —Raistlin, que apenas podía hablar, hizo un gesto para que Tanis se acercara. A pesar de estar muy cerca, Tanis casi no podía escuchar las palabras del mago, sus frases entrecortadas se veían interrumpidas por ataques de tos, pues Raistlin necesitaba tomar aire para continuar hablando—. La Vara no me curará, Tanis —murmuró—, no la gastéis en mí. Es un artefacto bendito…, su poder sagrado es limitado. Mi cuerpo fue el sacrificio que hice… por mi magia. Esto es irrevocable…, nada ni nadie puede ayudarme… —Su voz se apagó y sus ojos se cerraron.

De pronto el fuego comenzó a llamear y el viento se arremolinó en la caverna. Tanis vio que Sturm apartaba la maleza para entrar en la gruta con Flint, que caminaba dando traspiés. El caballero acompañó al enano hasta el fuego y lo dejó allí. Ambos estaban empapados. A Sturm se le veía fuera de sus casillas; Tanis lo observó preocupado, reconociendo en él los signos de las depresiones que le sobrevenían de tanto en tanto. Al caballero le gustaba el orden y la disciplina, por lo que la desaparición de las estrellas y la ruptura del orden natural de las cosas le habían afectado.

Tasslehoff envolvió en una manta a Flint, que se hallaba acurrucado en el suelo con los dientes rechinándole de tal forma, que hasta el casco le temblaba.

—B-b-b-barca… —era la única palabra que el enano podía pronunciar. El kender le sirvió una copa de vino que Flint bebió con avidez.

Sturm miró a Flint enojado.

—Haré la primera guardia —dijo mientras caminaba hacia la entrada de la gruta.

Riverwind se puso en pie.

—Yo vigilaré contigo.

Sturm se detuvo y se giró lentamente hacia el alto hombre de las Llanuras. Tanis observó el rostro del caballero, iluminado por la luz del fuego. Alrededor de su boca severa se dibujaban marcadas líneas oscuras. A pesar de ser más bajo que Riverwind, el aire de nobleza y la rigidez de su figura hacían que ambos pareciesen de igual estatura.

—Soy un Caballero de Solamnia —dijo Sturm—. Mi palabra es mi honor y mi honor es mi vida. En la posada di mi palabra de que os protegería a ti y a tu dama. Si dudas de mi palabra dudas de mi honor y por tanto me ofendes. No puedo permitir que esta ofensa quede entre nosotros.

—¡Sturm! —Tanis se había puesto en pie.

Sin apartar los ojos del bárbaro, el caballero levantó una mano.

—Tanis, no te metas —dijo Sturm—. Bien, ¿qué eliges, espadas o cuchillos? ¿Con qué peleáis los bárbaros?

La estoica expresión de Riverwind no varió; contempló al caballero con sus intensos ojos castaños. Luego habló escogiendo cuidadosamente sus palabras.

—En ningún momento he querido poner en duda tu honor. No conozco a los hombres ni a sus pueblos y voy a hablarte con sinceridad, tengo miedo. Es mi temor lo que me hace hablar de esta manera, tengo miedo desde que me entregaron la Vara de Cristal Azul y, sobre todo, tengo miedo por Goldmoon. —El hombre de las Llanuras miró hacia la mujer y en sus ojos se reflejó el destello del fuego—. Sin ella, moriría. ¿Cómo puedo confiar…? —La voz le falló. Su máscara de estoicismo se quebró, destrozado por la pena y la fatiga; sus rodillas se doblaron y cayó hacia delante. Sturm lo sostuvo.

—No podrías, lo comprendo —dijo el caballero—, estás cansado y has estado enfermo. —Ayudó a Tanis a recostar al bárbaro en el fondo de la gruta—. Ahora descansa. Yo haré la guardia. —El caballero, sin decir una palabra más, apartó la maleza y salió de la gruta.

Goldmoon, que había escuchado el altercado en silencio, trasladó sus escasas pertenencias al fondo de la caverna y se arrodilló junto a Riverwind. Ella rodeó con el brazo y la apretó contra sí hundiendo el rostro entre sus cabellos de oro y plata. Envueltos en la capa de pieles de Riverwind, pronto se quedaron dormidos. La cabeza de Goldmoon descansaba sobre el pecho del bárbaro.

Tanis suspiró aliviado y se volvió hacia Raistlin, que estaba sumido en un sueño irregular. De tanto en tanto murmuraba extrañas palabras en el idioma de los magos y alargaba el brazo para tocar su bastón. Tanis miró a su alrededor. Tasslehoff estaba sentado con las piernas cruzadas delante del fuego, seleccionando los objetos que había «obtenido» y que tenía extendidos delante suyo. Había un reluciente anillo, unas cuantas monedas extrañas, una pluma de pájaro chotacabras, pedazos de bramante, un collar de perlas, una muñeca de jabón y un silbato. El anillo le resultó familiar, estaba hecho por un elfo y le había sido entregado a Tanis años atrás por alguien que él recordaba muy bien. Era un anillo de doradas hojas de hiedra delicadamente talladas.

Tanis se acercó al kender caminando con cuidado para no despertar al resto.

—Tasslehoff… —Le dio unos golpecillos al kender sobre el hombro y señaló el aro—. Mi anillo…

—¿Es tuyo? —preguntó Tasslehoff con expresión inocente—. ¿Este anillo es tuyo? Me alegro de haberlo encontrado, se te debió caer en la posada.

Tanis recogió el anillo esbozando una sonrisa irónica y se instaló al lado del kender.

—¿Tienes algún mapa de esta zona? —Los ojos del kender brillaron.

—¿Un mapa? Claro, Tanis, por supuesto.

Recogió todos sus tesoros y los metió en una de sus bolsas, de un bolsillo sacó una caja, tallada a mano, para guardar pergaminos, y extrajo un fajo de mapas. Tanis había visto anteriormente la colección del kender, pero nunca dejaba de sorprenderle. Debía haber unos cien, dibujados sobre cualquier cosa: pergaminos, cuero blando e incluso sobre hojas de palmera.

—Pensaba que conocías perfectamente cada árbol de esta zona, Tanis. —Tasslehoff iba seleccionando los mapas y sus ojos brillaban cuando veía alguno de los que más le gustaban.

El semielfo negó con la cabeza.

—He vivido por aquí muchos años, pero no nos engañemos, no conozco ni una sola de las sendas ocultas y secretas.

—No hay muchas que vayan a Haven. —Tasslehoff escogió uno de los mapas y lo extendió sobre el suelo de la gruta—. El camino a Haven a través del valle de Solace es el más rápido, eso por descontado.

Tanis examinó el mapa bajo la luz de la casi extinguida hoguera.

—Tienes razón —dijo—, este camino no sólo es el más rápido sino que, por lo que parece, es la única ruta transitable en bastantes kilómetros. En dirección norte y sur están las Montañas Kharolis y por ahí no hay ningún paso. —Tanis arrugó la frente, enrolló el mapa y se lo devolvió a Tasslehoff—. Eso es exactamente lo que pensará el Teócrata.

El kender bostezó.

—Bueno —dijo metiendo cuidadosamente el mapa en la caja—, es un problema que deberá ser resuelto por mentes más sabias que la mía. Lo mío es la diversión —introduciendo de nuevo la caja en el bolsillo, Tasslehoff se tendió en el suelo y encogiendo las piernas a la altura de la barbilla, pronto se durmió pacíficamente como un niño.

Tanis lo observó con envidia. A pesar de estar rendido de cansancio, le resultaba muy difícil relajarse lo suficiente para conciliar el sueño. Todos estaban dormidos menos Caramon, que vigilaba a su hermano. El semielfo se acercó a él.

—Descansa —le susurró—, yo cuidaré de Raistlin.

—No —le contestó el guerrero y, alargando el brazo, arropó cuidadosamente a su hermano—. Puede necesitarme.

—Pero tienes que descansar un poco.

—Lo haré. —Caramon hizo una mueca—. Intenta descansar tú, niñera. Tus niños están perfectamente, incluso el enano ha entrado en calor.

—No es necesario que le cuide. Sus ronquidos se deben oír hasta en Solace. Bien, amigo mío, este encuentro no ha resultado tal como lo planeamos hace cinco años.

—Nada es como hace cinco años.

Tanis le dio un golpecillo en el brazo y luego se acostó arropándose con la capa. Al poco rato se quedó dormido.

La noche transcurrió lentamente para los que estaban de guardia. Caramon relevó a Sturm y Tanis al guerrero. La lluvia arreció durante toda la noche y sopló un viento que moteó el lago de blanco. Los rayos zigzagueaban en la oscuridad como árboles en llamas y no cesaba de tronar. Al irrumpir el día, la tormenta fue amainando y el semielfo contempló el amanecer frío y gris. Dejó de llover, pero en el cielo aún flotaban nubes bajas de tormenta y el sol no apareció. Tanis comenzó a impacientarse. Se dio cuenta de que en el norte se estaban concentrando nubes tormentosas. En otoño ese tipo de tormenta era muy poco frecuente y aún lo era menos el hecho de que viniese del norte pues, generalmente, el viento soplaba del este, a través de las Llanuras. Sensible a los hábitos de la naturaleza, aquel clima tan extraño preocupó tanto a Tanis como a Raistlin le había preocupado la desaparición de las constelaciones. A pesar de lo temprano de la hora, sintió la urgencia de partir y entró en la gruta para despertar a los demás.

En aquel gris amanecer, la caverna estaba fría y siniestra a pesar del trepidante fuego. Goldmoon y Tasslehoff estaban preparando el desayuno y Riverwind, en el fondo de la cueva, sacudía la capa de pieles de Goldmoon. Al entrar en la caverna Tanis observó que el bárbaro estaba a punto de decirle algo a Goldmoon, pero se calló, conteniendo sus palabras y mirándola intencionadamente mientras continuaba con su trabajo. Goldmoon mantuvo baja la mirada, su rostro estaba pálido y parecía preocupada. «El bárbaro se arrepiente de no haberse podido controlar anoche», pensó Tanis.

—Lo siento, pero queda muy poca comida —dijo Goldmoon echando unos cereales en una olla de agua hirviendo.

—La despensa de Tika no estaba muy equipada —añadió Tasslehoff disculpándose—. Nos queda una barra de pan, un poco de carne seca, medio queso rancio y harina de avena. Seguramente Tika come fuera de casa.

—Riverwind y yo no hemos traído provisiones —dijo Goldmoon—; en realidad, no esperábamos hacer este viaje.

Tanis estuvo a punto de preguntarle algo más sobre la Vara y la canción que había cantado en la posada, pero el olor de la comida los había despertado a todos. Caramon bostezó, se desperezó y se puso en pie acercándose a la olla.

—¡Harina de avena! ¿No hay nada más?

—Aún habrá menos para la cena —sonrió Tasslehoff—. Apriétate el cinturón. De todas formas, estabas engordando.

El guerrero suspiró profundamente con expresión sombría.

El escaso desayuno en el frío amanecer no fue muy alegre. Sturm no quiso comer nada y salió afuera a montar guardia. Se sentó en una roca y observó preocupado las finas líneas que las oscuras nubes trazaban sobre la quieta superficie del lago. Caramon devoró su ración en un segundo, luego se tragó la de su hermano y después la de Sturm cuando este salió de la gruta. Después, el guerrero contempló ansioso a los demás.

—¿Vas a comerte esto? —preguntó señalando la parte de pan que le correspondía a Flint. El enano arrugó la frente y Tasslehoff, viendo que la mirada del guerrero rondaba por su plato, se tragó su trozo de pan, atragantándose por la prisa. «Por lo menos eso le mantiene callado», pensó Tanis, gustoso de descansar de la aguda voz del kender durante un rato. Desde que se habían despertado, Tasslehoff no había dejado de chillarle a Flint sin piedad alguna, llamándole «capitán» y «compañero de a bordo», preguntándole el precio del pescado y cuánto costaría transportarlo en barca al otro lado del lago. Al final Flint le lanzó una piedra y Tanis envió al kender a lavar las cacerolas al lago.

El semielfo se dirigió al fondo de la caverna.

—¿Cómo te encuentras esta mañana, Raistlin? Pronto tendremos que irnos de aquí.

—Estoy mucho mejor —le contestó el mago con su voz suave y sibilante mientras bebía un brebaje de hierbas que él mismo se había preparado y que consistía en unas hojas pequeñas y plumosas que flotaban en agua hirviendo y despedían un olor tan acre y amargo que hacía que Raistlin arrugara la cara al beberlo.

Tasslehoff regresó saltando, haciendo resonar estrepitosamente las ollas y platos de hojalata. Tanis apretó los dientes y, cuando se disponía a reñir al kender, cambió de idea, convencido de que no solucionaría nada.

Al ver la tensa expresión del rostro de Tanis, Flint le quitó a Tasslehoff los potes y cacerolas, y comenzó a guardarlos.

—Compórtate —le susurró—; si no, te agarraré por la coleta y te colgaré de un árbol para que sirva de aviso a todos los kenders…

Tasslehoff alargó el brazo y sacó algo de la barba del enano.

—¡Mira! —le dijo sosteniéndolo en alto con regocijo.

—¡Algas! —Flint, rugiendo, intentó agarrar al kender, pero este se escurrió con agilidad.

Se oyó un crujido en la maleza y Sturm apareció en la entrada de la gruta con expresión severa y sombría.

—¡Ya basta! —exclamó mirando furioso a Flint y a Tasslehoff, con los bigotes temblando. Mirando a Tanis, dijo—: Podía oírles claramente desde el lago. Conseguirán que todos los goblins de Krynn se nos echen encima. Tenemos que salir de aquí. ¿Hacia dónde nos dirigiremos?

Sobrevino un tenso silencio. Todos dejaron lo que estaban haciendo y miraron a Tanis, a excepción de Raistlin, que estaba limpiando su copa minuciosamente con un trapo blanco y que continuó haciéndolo sin levantar la mirada, como si la cuestión no le interesase lo más mínimo.

Tanis suspiró y se rascó la barba.

—Sabemos que el Teócrata de Solace es un hombre corrupto que está utilizando a los goblins para conseguir hacerse con el poder y, si tuviese la Vara, la utilizaría en beneficio propio. Durante años hemos estado buscando una señal de los verdaderos dioses y parece que hemos encontrado una; no estoy dispuesto a entregársela a ese farsante. Tika dijo que los Buscadores de Haven seguían en pos de la verdad; quizás ellos puedan decirnos algo sobre la Vara, de dónde viene y qué poderes tiene. Tasslehoff, dame el mapa.

El kender vació varias de sus bolsas sobre el suelo y al final encontró el pergamino que le pedían.

—Estamos aquí, en la ribera oeste de Crystalmir —prosiguió Tanis—. Al norte y al sur se extienden las laderas de las montañas Kharolis que limitan el valle de Solace. En ninguna de las dos cadenas existe un paso conocido, a excepción del paso Gateway al sur de Solace…

—Que seguramente estará vigilado por los goblins —murmuró Sturm—. Existen pasos en el noreste…

—¡Tendríamos que volver a cruzar el lago! —exclamó Flint horrorizado.

—Sí. —La expresión de Tanis era severa—. Habría que cruzar el lago, pero esos pasos conducen a las Llanuras y no creo que queráis tomar esa dirección —dijo mirando a Goldmoon y a Riverwind—. El camino del oeste va hacia Haven a través de los picos Sentinel y del cañón Shadow; creo que esa es la ruta que debemos tomar.

Sturm frunció el ceño.

—¿Y qué sucederá si los Buscadores de Haven son tan terribles como los de Solace?

—Entonces continuaremos hacia el sur, hacia Qualinesti.

—¿Qualinesti?— preguntó Riverwind enojado. —¿La tierra de los elfos? ¡No! A los humanos les está prohibida la entrada y además es un camino secreto…

La discusión se vio interrumpida por un sonido áspero y sibilante. Todos se volvieron hacia Raistlin.

—Existe un camino —dijo en un tono bajo y burlón, sus ojos centelleaban a la fría luz del amanecer—. Las sendas del Bosque Oscuro llevan directamente a Qualinesti.

—¿El Bosque Oscuro? —repitió Caramon alarmado—. ¡No, Tanis!

El guerrero negó con la cabeza.

—No me asusta luchar contra los vivos…, pero contra los muertos…

—¿Los muertos? —preguntó Tasslehoff con curiosidad—. Cuéntame, Caramon…

—Cállate, Tasslehoff —le gritó Sturm—. El Bosque Oscuro es la locura. Nadie ha regresado de allí jamás. Raistlin, ¿estarías dispuesto a que corriésemos ese riesgo?

—¡Esperad! —Tanis habló secamente. Todos callaron, incluso Sturm guardó silencio. El caballero contempló el rostro sereno y pensativo de Tanis, aquellos ojos almendrados que poseían la sabiduría acumulada durante años y años de búsqueda. En muchas ocasiones se había preguntado por qué aceptaba el liderazgo de Tanis; después de todo, no era más que un semielfo bastardo. No provenía de sangre noble, no llevaba armadura ni ningún escudo o emblema prestigioso. A pesar de ello, Sturm lo seguía, lo quería y respetaba como nunca había respetado a hombre alguno.

Para el caballero la vida era un oscuro sudario, sólo podía llegar a aceptarla y comprenderla a través del código de los caballeros por el que su vida se regía. Est Sularis oth Mithas, «Mi honor es mi vida». Este código definía el honor y era el más extenso, detallado y estricto de todo Krynn. Había significado la verdad durante setecientos años y el temor secreto de Sturm era que, un día, en la batalla final, el código no le diera la respuesta. Sabía que, si ese día llegaba, Tanis estaría a su lado, manteniendo unidos los pedazos de ese mundo resquebrajado, pues mientras Sturm creía en el código Tanis lo vivía.

El sonido de la voz de Tanis devolvió al caballero al presente.

—Os recuerdo a todos que la Vara no es nuestra y que pertenece a Goldmoon, si es que pertenece a alguien. Nosotros no tenemos más derecho a ella que el Teócrata de Solace.

Tanis se dirigió a Goldmoon.

—¿Cuál es vuestra voluntad, señora?

Goldmoon les miró a todos, uno por uno, y luego miró a Riverwind.

—Tú sabes lo que pienso —dijo él fríamente—, pero eres la hija de Chieftain.

Se puso en pie e, ignorando su mirada de súplica, caminó hacia afuera majestuosamente.

—¿Qué quiso decir? —preguntó Tanis.

—Quiere que nos separemos de vosotros para llevar la Vara a Haven —contestó Goldmoon hablando en voz baja—. Dice que con vosotros corremos más peligro, que viajar los dos solos sería más seguro.

—¿Que con nosotros corréis más peligro? —explotó Flint—. ¡No estaríamos aquí, no hubiese estado a punto de ahogarme!

Tanis levantó la mano.

—Ya está bien —se rascó la barba—. Estaréis más seguros con nosotros. ¿Aceptáis nuestra ayuda?

—Sí, la acepto —contestó gravemente Goldmoon— aunque sea sólo por un corto trecho.

—Bien —dijo Tanis—; Tasslehoff, tú conoces el camino a través del Valle de Solace, serás el guía.

—De acuerdo, Tanis —contestó sumiso el kender, recogiendo todas sus bolsas y colgándoselas alrededor de la cintura y sobre los hombros. Cuando pasó ante Goldmoon hizo una pequeña reverencia y le acarició ligeramente la mano antes de salir de la gruta.

Los demás recogieron rápidamente sus cosas y lo siguieron.

—Va a llover de nuevo —gruñó Flint mirando hacia las nubes que cada vez estaban más bajas—. Debería haberme quedado en Solace. —Murmurando: comenzó a caminar colocándose el hacha de guerra en la espalda. Tanis, que esperaba a Goldmoon y a Riverwind, sonrió y movió la cabeza. Algunas cosas no cambiarían nunca, entre ellas, los, enanos.

Riverwind recogió los paquetes de Goldmoon y se los colgó a la espalda.

—Me he asegurado de que el bote esté bien escondido por si lo necesitamos —le dijo a Tanis. Esa mañana su expresión era de nuevo una máscara de estoicismo.

—Es una buena idea, gracias —le respondió Tanis.

—Si os adelantáis —dijo Riverwind, yo iré borrando las huellas.

Tanis iba a agradecerle al hombre de las Llanuras su ofrecimiento, pero este ya se había dado la vuelta y había comenzado su trabajo. El semielfo movió la cabeza de un lado a otro y, mientras caminaba, oyó que Goldmoon hablaba dulcemente con el bárbaro en su idioma. Riverwind le contestó con una sola palabra en tono cortante. Tanis escuchó un suspiro y luego el resto de la conversación se perdió tras los crujidos que hacía Riverwind al borrar las huellas.