Despedida de Flint
Vuelan flechas
El mensaje de las estrellas
Tanis se descolgó por el porche y, sujetándose a las ramas de los árboles, se dejó caer al suelo. Los demás lo esperaban agrupados en la oscuridad, manteniéndose apartados de la luz de las farolas que colgaban de los árboles. Comenzó a soplar un viento helado del norte. Tanis miró hacia atrás y vio unas luces que supuso serían las de los grupos que los estaban buscando. Se puso la capucha y se apresuró a seguir a los demás.
—Lloverá —dijo observando al pequeño grupo bajo la luz titilante de las farolas que se balanceaban por el viento. El rostro de Goldmoon estaba marcado por la fatiga. El de Riverwind era una máscara estoica e impenetrable, aunque el bárbaro caminaba con los hombros caídos y haciendo un notable esfuerzo. Raistlin, tembloroso y jadeante, estaba apoyado en un árbol recuperando el aliento.
Tanis avanzaba con los hombros encogidos, protegiéndose del viento.
—Hemos de encontrar un refugio —dijo—, algún lugar en el que podamos descansar.
—Tanis. —Tasslehoff tiró de la capa del semielfo—. Podríamos ir en bote. El lago Crystalmir está cerca de aquí, si lo cruzamos podemos cobijamos en una de las grutas que hay al otro lado y así mañana no tendremos que caminar tanto.
—Es una buena idea, Tasslehoff, pero no tenemos bote.
—Eso no es problema —sonrió el kender.
Bajo aquella luz, su pequeño rostro y sus puntiagudas orejas le daban un aspecto especialmente travieso. Tasslehoff disfruta inmensamente con todo esto, pensó Tanis. Le entraron ganas de zarandearlo enérgicamente y hablarle con severidad acerca del gran peligro que estaban corriendo. Pero el semielfo sabía que era inútil: los kender son totalmente inmunes al miedo.
—Lo del bote es una buena idea —repitió Tanis después de unos segundos de reflexión—. Te ocupas tú y no se lo digas a Flint —añadió—. Yo me encargaré de ello.
—¡Perfecto! —Tasslehoff soltó una risita y regresó junto al resto del grupo—. Seguidme —les dijo en voz baja y comenzó a caminar de nuevo. Flint lo siguió refunfuñando seguido de Goldmoon. Riverwind, después de una rápida y penetrante mirada a los componentes del grupo, comenzó a caminar tras ella.
—No creo que confíe en nosotros —comentó Caramon.
—¿Confiarías tú? —le preguntó Tanis.
El dragón del casco de Caramon relucía bajo las titilantes luces y el halo de su cota de mallas fulguraba cada vez que el viento levantaba su capa. Una larga espada golpeaba sonoramente contra sus gruesas caderas, un arco corto y una aljaba pendían de su hombro y de su cinturón sobresalía una daga. Su escudo estaba abollado y golpeado tras innumerables peleas. Estaba equipado para afrontar cualquier aventura.
Tanis observó a Sturm, que llevaba orgullosamente el escudo de armas de una orden de caballería caída en desgracia más de trescientos años atrás. A pesar de que el caballero era sólo cuatro años mayor que Caramon, su vida estricta y disciplinada, las dificultades originadas por la pobreza y la búsqueda melancólica de su amado padre, hacían que pareciese mayor de lo que era. Parecía tener cuarenta años, pero sólo tenía veintinueve.
Tanis llegó a la conclusión de que si él fuera el bárbaro tampoco confiaría en el grupo.
—¿Cuál es el plan? —preguntó Sturm.
—Cruzaremos el lago en bote.
—¡Oh! —cloqueó Caramon—. ¿Se lo has dicho a Flint?
—No, pero de eso me ocuparé yo.
—¿Dónde vamos a conseguir un bote? —preguntó Sturm suspicaz.
—Creo que estarás más tranquilo si lo ignoras —le contestó el semielfo.
El caballero arrugó la frente. Buscó al kender con la mirada, pero este ya se había adelantado revoloteando de sombra en sombra.
—Tanis, esto no me gusta. Primero asesinos y ahora estamos a punto de convertirnos en ladrones.
—Yo no me considero ningún asesino —gruñó Caramon—. Los goblins no cuentan.
Tanis notó que el caballero miraba fijamente a Caramon.
—A mí tampoco me gusta todo esto, Sturm —le dijo rápidamente, confiando evitar una discusión—, pero es cuestión de necesidad. Mira a los bárbaros: su orgullo es lo único que los mantiene en pie. Mira a Raistlin… —Sus ojos se desviaron hacia el mago que se arrastraba por la hojarasca, caminando siempre entre las sombras y apoyándose pesadamente en su bastón. De tanto en tanto, una tos seca sacudía todo su cuerpo.
El rostro de Caramon se ensombreció.
—Tanis tiene razón; Raistlin no aguantará mucho más. Debo ir a su lado.
Dejó al caballero y al semielfo y se apresuró a alcanzar la figura encorvada de su frágil hermano.
—Deja que te ayude, Raistlin —oyeron que le susurraba Caramon.
Raistlin sacudió la cabeza y se apartó de su hermano. Caramon se encogió de hombros, pero se mantuvo cerca por si el mago lo necesitaba.
—No entiendo cómo lo aguanta —comentó Tanis en voz baja.
—Familia, lazos de sangre. —Sturm parecía pensativo. Iba a decir algo más, pero tras observar el rostro de elfo de Tanis con su crecida barba de humano, guardó silencio. Tanis notó su mirada e imaginó lo que el caballero estaría pensando. Familia, lazos de sangre; había ciertas cosas que el semielfo no entendería jamás.
—Apresurémonos —dijo bruscamente Tanis—. Nos estamos rezagando.
Pronto los bosques de vallenwoods de Solace quedaron atrás y el grupo entró en los bosques de pinos que rodeaban el lago Crystalmir. Tanis oyó un débil sonido de gritos amortiguados por la distancia.
—Han encontrado los cadáveres —dijo.
Sturm asintió apesadumbrado. De pronto, en medio de la oscuridad, apareció Tasslehoff.
—El sendero continúa una legua más hasta llegar al lago —dijo—. Yo me reuniré con vosotros, ya me veréis.
Después de un gesto vago e incierto desapareció antes de que Tanis pudiese pronunciar una palabra. El semielfo volvió su mirada atrás, hacia Solace. Cada vez había más luces avanzando hacia ellos, seguramente los caminos ya estarían bloqueados.
—¿Dónde está el kender? —gruñó Flint mientras caminaban por el bosque.
—Tasslehoff se reunirá con nosotros en el lago.
—¿Lago? —Flint lo miró con expresión alarmada—. ¿Qué lago?
—Sólo hay un lago por aquí, Flint. Sigamos, no debemos detenemos.
Su vista de elfo percibió en la lejanía la inmensa silueta rojiza de Caramon y la forma también rojiza pero menuda de su hermano.
—Creí que íbamos a escondernos en el bosque durante un rato en espera de un momento más favorable —dijo Flint forzando el paso para adelantar a Sturm y expresarle a Tanis su protesta.
—Vamos a ir en bote —le dijo Tanis sin dejar de andar.
—¡No! —exclamó Flint—. ¡No pienso subirme a ningún bote!
—¡El accidente ocurrió hace ya diez años! Mira, yo me ocuparé de que Caramon no se mueva y se quede sentado.
—¡Rotundamente no! Nada de botes. ¡Juré no volver a subirme a uno en toda mi vida!
—¡Tanis! —le susurró Sturm desde atrás—. Mira, luces.
—¡Maldición! —El semielfo se giró. Tardó unos segundos en distinguir las luces que centelleaban entre los árboles, cada vez más cerca. Corrió hacia delante y alcanzó a Caramon, a Raistlin y a los bárbaros—. ¡Luces! —exclamó en un agudo susurro.
Caramon miró hacia atrás y comenzó a maldecir y Riverwind levantó el brazo, dándole a entender que le habían oído.
—Caramon, temo que vamos a tener que aligerar el paso… —comenzó a decir Tanis.
—Lo conseguiremos —dijo imperturbable el gigante. Caminaba sosteniendo a Raistlin, rodeándole con el brazo, cargando prácticamente con su hermano, quien, entre toses, seguía avanzando. Sturm los alcanzó. Mientras caminaban por la maleza oyeron los resoplidos de Flint a poca distancia de ellos. El enano estaba enojado y refunfuñaba para sí.
—No vendrá —le dijo Sturm a Tanis—. Aunque sólo haya sido un accidente, Caramon no lo ahogó de milagro y desde entonces Flint le tiene un pánico mortal a los botes. Tú no estabas allí y no lo viste cuando conseguimos sacarle del agua.
—Vendrá —dijo Tanis respirando profundamente—. No podrá permitir que corramos peligro sin estar él presente.
Sturm movió la cabeza poco convencido.
Tanis miró de nuevo hacia atrás. No vio las luces pero supuso que al haberse internado en el bosque, era difícil verlas. Fewmaster Toede no impresionaba a nadie por su inteligencia, pero no hacía falta ser muy listo para suponer que el grupo se dirigiría hacia el lago. El semielfo se detuvo bruscamente para evitar tropezar con alguien.
—¿Qué pasa? —susurró.
—Hemos llegado —contestó Caramon. Tanis suspiró aliviado al ver la oscura superficie del lago Crystalmir, salpicada de espumosos remolinos producidos por el batir del viento.
—¿Dónde está Tasslehoff? —preguntó hablando en voz baja.
—Creo que está allá. —Caramon señaló un oscuro objeto que flotaba junto a la orilla. Tanis divisó la aureola rojiza del kender que se hallaba sentado en un bote grande.
Las estrellas titilaban cristalinas en aquel cielo azul oscuro. La luna roja, Lunitari, aparecía como una uña sangrienta surgiendo del agua, y su compañera nocturna, Solinari, que ya había ascendido, manchaba el agua de plata fundida.
—¡Seremos un blanco perfecto! —exclamó Sturm irritado.
Tanis vio que Tasslehoff miraba a derecha e izquierda intentando localizarlos. Se agachó para recoger una piedra, y la lanzó al agua. Cayó muy cerca del bote. Tasslehoff captó la señal y condujo el bote hacia la costa.
—¡Nos quieres meter a todos en un bote! —exclamó Flint horrorizado—. ¡Estás loco, semielfo!
—Es un bote grande —comentó Tanis.
—¡No! ¡No iré! ¡No iría ni aunque fuera uno de los legendarios barcos alados de Tarsis! Prefiero probar suerte con el Teócrata.
Tanis ignoró al malhumorado enano y se dirigió a Sturm.
—Consigue que todos suban a bordo. Nos iremos enseguida.
—No tardaré mucho —dijo Sturm—. Escucha…
—Puedo oírlo —contestó seriamente Tanis—. Hemos de irnos.
—¿Qué son estos ruidos? —preguntó Goldmoon al caballero.
—Las brigadas de búsqueda de los goblins —contestó Sturm—. Esos silbidos los mantienen en contacto cuando se separan. Están internándose en el bosque.
Goldmoon asintió con la cabeza y le dirigió unas palabras a Riverwind en su propia lengua, continuando, aparentemente, una conversación interrumpida por la llegada de Sturm.
«Él está tratando de convencerla de que deben separarse de nosotros», pensó Sturm.
«A lo mejor tiene la suficiente pericia para esconderse de la partida de goblins durante unos días, pero lo dudo».
—¡Riverwind, gue-lando! —dijo Goldmoon secamente. Sturm vio que Riverwind fruncía las cejas enojado y, sin decir una sola palabra, se giraba y caminaba hacia la orilla. Goldmoon suspiró y observó con el rostro teñido de tristeza cómo se alejaba.
—¿Puedo hacer algo para ayudaros, señora? —le preguntó Sturm.
—No —respondió. Luego murmuró apesadumbrada—: El es el rey de mi corazón, pero yo soy su reina. Cuando éramos jóvenes pensábamos que podríamos olvidarlo, pero he sido princesa durante demasiado tiempo.
—¿Por qué no confía en nosotros? —le preguntó Sturm.
—Porque tiene todos los prejuicios de nuestra raza —le contestó Goldmoon—. La gente de las Llanuras desconfía de los que no son humanos; Tanis no puede ocultar su sangre de elfo tras una barba; luego está el enano, el kender…
—¿Y vos, señora? —le preguntó Sturm—. ¿Por qué confiáis en nosotros? ¿Acaso no tenéis los mismos prejuicios?
Goldmoon lo miró y dijo con voz baja y profunda:
—Cuando niña, yo era la princesa de mi pueblo, una sacerdotisa, me adoraban como a una diosa y yo creía en ello pues me gustaba, pero luego sucedió algo… —Se quedó callada con la mirada inundada de recuerdos.
—¿Qué sucedió? —preguntó Sturm.
—Me enamoré de un pastor. —Goldmoon miró a Riverwind, lanzó un suspiro y comenzó a caminar hacia el bote.
Sturm vio que Riverwind se metía en el agua y acercaba el bote a la costa mientras Caramon y Raistlin alcanzaban la orilla. El mago, temblando, se sujetó los ropajes.
—Yo no me puedo mojar los pies —murmuró con sequedad. Caramon no contestó, simplemente le rodeó con sus brazos y, levantándolo con facilidad (como si se tratase de un niño), lo depositó en el bote. El mago se acurrucó en la popa sin pronunciar ni una sola palabra de agradecimiento.
—Yo sujetaré el bote —le dijo Caramon a Riverwind—. Tú métete dentro. —Riverwind dudó unos instantes y subió. Luego Caramon ayudó a Goldmoon, que se tambaleó, pues el barco se movía ligeramente. Los bárbaros se acomodaron en la parte trasera, detrás de Tasslehoff.
Cuando Sturm se acercó, Caramon se volvió hacia él.
—¿Qué está sucediendo ahí atrás?
—Flint dice que prefiere morir quemado antes que subirse a este bote, que por lo menos así morirá calentito en vez de frío y mojado.
—Iré y lo arrastraré hasta aquí —dijo Caramon.
—Será mucho peor. Fuiste tú el que casi lo ahoga, ¿recuerdas? Deja que Tanis lo solucione con su habitual diplomacia.
Caramon asintió. Se quedaron en la orilla aguardando en silencio. En el bote, Goldmoon observaba a Riverwind con desasosiego, pero el bárbaro no prestaba atención a su mirada. Tasslehoff, agitándose constantemente en su asiento, comenzó a hacer preguntas en su habitual tono estridente, pero una severa mirada de Sturm desde la orilla hizo que se callase. Raistlin se acurrucaba envuelto en sus ropajes, haciendo esfuerzos por contener una tos irreprimible.
—Voy a ver qué ocurre —dijo finalmente Sturm—. Los silbidos suenan cada vez más cerca. No podemos permitirnos retrasarnos más. —Pero justo en ese momento vio que Tanis le daba la mano al enano y caminaba solo hacia el bote. Flint se quedó donde estaba, en el linde del bosque. Sturm sacudió la cabeza—. Le dije a Tanis que el enano no vendría…
—Como dice el viejo refrán, tozudo como un enano —gruñó Caramon— y este ha tenido ciento cuarenta y ocho años para desarrollar su tozudez. —Movió la cabeza con tristeza—. Seguro que lo echaremos de menos, ha salvado mi vida en más de una ocasión. Dejadme que vaya a buscarle, un buen puñetazo en la mandíbula y no sabrá si está en un bote o en su propia cama.
Tanis, que llegaba corriendo jadeante, oyó el último comentario.
—No, Caramon —le dijo—, flint nunca nos lo perdonaría. No temas por él, regresa a las colinas. Metámonos en el bote, cada vez hay más luces avanzando en esta dirección. Hasta un enano gully sería capaz de seguir las huellas que hemos dejado en el bosque.
—Es absurdo que nos mojemos todos —dijo Caramon sujetando el bote—. Meteos tú y Sturm, yo empujaré.
Sturm ya se había encaramado y Tanis, dándole un golpecillo a Caramon en la espalda, subió tras el caballero. El guerrero empujó el bote hacia el interior del lago y, cuando el agua ya le llegaba por las rodillas, oyeron que alguien los llamaba.
—¡Esperad un momento! —Era Flint, que salía corriendo del bosque—. ¡Esperad! ¡Voy con vosotros!
—¡Deteneos! —gritó Tanis—. ¡Caramon, esperemos a Flint!
—¡Mirad! —Sturm se levantó y señaló hacia la costa, iluminada por las humeantes antorchas de los guardias goblins.
—¡Goblins! ¡Flint! —chilló Tanis—. ¡Detrás tuyo! ¡Corre! El enano, sin pensárselo, agachó la cabeza y comenzó a correr hacia la orilla sosteniéndose el casco con la mano para evitar que se le cayera.
—Yo lo cubriré —dijo Tanis preparando su arco. Su vista de elfo era la única que podía distinguir a los goblins tras el resplandor de las antorchas. Colocó una flecha en el arco y se puso en pie, disparando hacia la silueta de un goblin mientras Caramon sujetaba la barca. La flecha golpeó al goblin en el pecho y después rebotó hacia su cara. El resto de los goblins aminoraron un poco la marcha y prepararon sus arcos. Cuando Tanis estaba colocando la siguiente flecha, Flint alcanzó la orilla.
—¡Esperadme! ¡Ya estoy aquí! —y zambulléndose en el agua, se hundió como una roca.
—¡Agárralo! —gritó Sturm—. ¡Tasslehoff, rema hacia atrás! ¡Ahí está! ¿Lo ves? Las burbujas…
Caramon chapoteaba frenéticamente en el agua en busca del enano. Tas intentaba remar hacia ellos pero el bote era demasiado pesado para él. Tanis disparó una nueva flecha y falló, lanzando una maldición al tiempo que preparaba otra. El grupo de goblins descendía por la colina.
—¡Ya lo tengo! —gritó Caramon alzando al empapado enano por el cuello de su túnica de cuero—. Deja de moverte —le dijo a Flint, que agitaba los brazos arriba y abajo absolutamente aterrorizado. Una de las flechas de los goblins golpeó a Caramon en su cota de mallas y se quedó ahí clavada como una raquítica pluma.
—¡Esto ya es demasiado! —gruñó exasperado el guerrero; tensó los músculos de los brazos y, haciendo un gran esfuerzo, arrojó al enano en el bote justo cuando comenzaba a alejarse. Flint se sujetó de una tabla con las piernas colgando fuera y Sturm lo agarró por el cinturón y lo empujó hacia dentro mientras la barca se balanceaba alarmantemente. Tanis casi perdió el equilibrio y tuvo que tirar el arco y sujetarse al bote para no caer al agua. Una de las flechas de los goblins golpeó la borda, rozando su mano.
—¡Tasslehoff, rema de nuevo hacia Caramon! —chilló Tanis.
—¡No puedo! —gritó el kender forcejeando. Un remo fuera de control estuvo a punto de tirar a Sturm al agua.
El caballero apartó bruscamente al kender y, agarrando los remos, condujo suavemente el bote cerca de Caramon para que este pudiera subir a bordo.
Tanis ayudó al guerrero y luego le gritó al caballero:
—¡Rema!
Sturm movió los remos con todas sus fuerzas, inclinándose hacia atrás y sumergiéndolos lo más hondo posible. El bote se alejó de la costa en medio de los aullidos de los indignados goblins. Cuando Caramon, totalmente empapado, se dejó caer junto a Tanis, las flechas de los goblins aún silbaban a su alrededor.
—¡Están haciendo prácticas de tiro! —murmuró Caramon sacándose la flecha de su cota de mallas—. Nuestras siluetas se perfilan claramente contra las oscuras aguas.
Cuando Tanis se agachó para recuperar su arco, vio que Raistlin se estaba incorporando.
—¡Ponte a cubierto! —le aconsejó el semielfo, y Caramon rápidamente hizo un gesto hacia su hermano, quien, con expresión enojada, rebuscó en uno de los bolsillos de su cinturón y sacó un puñado de una sustancia. Una flecha pasó silbando a su lado, pero el mago no reaccionó. Tanis comenzó a tirar de él para que se sentara, pero se dio cuenta de que Raistlin se estaba concentrando para formular un encantamiento y sabía que distraerle en un momento semejante, podía traer dramáticas consecuencias: hacer que el mago olvidara el hechizo, o algo peor, que errara el encantamiento.
Apretando los dientes, Tanis lo observó. Raistlin levantó una mano flaca y huesuda, y dejó que los polvos cayeran lentamente sobre la cubierta del barco. El semielfo vio que se trataba de simple arena.
—Ast tasarak sinuralan krynawi —murmuró Raistlin mientras trazaba lentamente con la mano derecha un arco paralelo a la costa. Tanis miró hacia la orilla. Los goblins iban soltando sus arcos y caían desplomados como si Raistlin los fuese derribando uno por uno. Dejaron de llover flechas. Los goblins que estaban más lejos corrieron hacia adelante aullando de rabia, pero cuando llegaron a la orilla, el bote ya estaba fuera de su alcance.
—¡Buen trabajo, hermano! —exclamó Caramon. Raistlin parpadeó y pareció regresar al mundo, luego cayó hacia delante. Su hermano pudo sujetarlo y el mago se incorporó, respirando débilmente en medio de un ataque de tos.
—Me pondré bien en un momento —susurró apartándose de Caramon.
—¿Qué les has hecho? —preguntó Tanis mientras buscaba las flechas enemigas para sacarlas del bote pues, a veces, los goblins envenenaban las puntas de las flechas.
—Hice que se durmieran —susurró Raistlin tiritando a causa del frío— y ahora debo descansar. —Se acurrucó de nuevo en un costado de la nave.
Tanis observó a Raistlin; indudablemente el mago había ganado habilidad y poder. Ojalá pudiera confiar en él, pensó el semielfo.
El bote avanzaba sobre el lago inundado de estrellas. El silencio, aparte del rítmico chasquido de los remos en el agua y de la tos seca y tormentosa del mago, era absoluto. Tasslehoff destapó la bota de vino que Flint había conseguido conservar a pesar de la accidentada huida e intentó que el congelado enano tomara un trago y dejara de tiritar. Pero Flint, agachado en la popa, tembloroso, no quiso moverse y continuó mirando fijamente al agua.
Goldmoon se acurrucó todavía más, envuelta en su capa de pieles. Vestía los suaves pantalones de ante de su tribu cubiertos por un faldillín y una túnica con cinturón, y calzaba unas botas de piel. Cuando Caramon había arrojado a Flint a bordo, el bote se había llenado de agua, por lo que el ante se había adherido a la piel de la mujer y al poco rato esta se hallaba helada de frío y temblando.
—Toma mi capa —le dijo Riverwind en su idioma mientras comenzaba a desabrocharse su capa de piel de oso.
—No. —Goldmoon negó con la cabeza—. Has tenido fiebre. Yo nunca me pongo enferma, tú lo sabes. Pero… —le miró a los ojos y sonrió— puedes rodearme con tu brazo, guerrero. El calor de nuestros cuerpos nos ayudará a ambos.
—¿Es una orden, princesa? —le susurró Riverwind importunándola y acercándose más a ella.
—Lo es —dijo ella apoyándose en él y lanzando un suspiro de satisfacción. Dirigió la mirada hacia el estrellado cielo y de pronto se sobresaltó y dio un respingo.
—¿Qué ocurre? —preguntó Riverwind mirando hacia arriba.
Los demás, aunque no habían entendido la conversación, se dieron cuenta de que algo sucedía y alzaron la mirada. Caramon, dándole un codazo a su hermano le preguntó:
—¿Qué sucede Raistlin? Yo no veo nada.
El mago se incorporó, tosiendo, y se sacó la capucha. Cuando el espasmo pasó, observó el cielo. Su cuerpo se puso tenso y abrió los ojos de par en par. Alargando su mano delgada y huesuda, Raistlin agarró firmemente a Tanis por el brazo.
—Tanis… —el mago hablaba entrecortadamente, le fallaba la respiración—. Las constelaciones…
—¿Cómo? —Tanis miraba al mago sorprendido por la palidez de su dorada piel metálica y del brillo febril de sus extraños ojos—. ¿Qué dices de las constelaciones?
—¡Han desaparecido! —dijo Raistlin crispado, en medio de un fuerte ataque de tos. Caramon le rodeó con sus brazos, estrechándolo fuertemente, intentando proteger el frágil cuerpo de su hermano. Raistlin se recuperó y se frotó la boca con la mano, sus dedos estaban manchados de sangre, respiró profundamente y luego habló.
—Han desaparecido dos constelaciones: la Reina de la Oscuridad y la del Guerrero Valiente. Ella ha venido a Krynn y El ha venido a luchar contra ella. Todos los rumores maléficos que oímos son verdaderos… Guerra, muerte, destrucción… —Su voz se fundió en un nuevo ataque de tos.
Caramon lo sostuvo.
—Vamos, Raistlin —le susurró—, no te preocupes, son sólo un puñado de estrellas.
—Sólo un puñado de estrellas —repitió Tanis. Sturm comenzó a remar de nuevo, esforzándose por alcanzar la orilla opuesta.