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La puerta abierta

Viaje en la oscuridad

Raistlin se sentó junto a la chimenea y se frotó las manos al calor del fuego. Mientras observaba atentamente la Vara de Cristal Azul que la mujer tenía sobre la falda, sus dorados ojos —más brillantes que las llamas— relucían inquietos.

—¿Qué piensas? —le preguntó Tanis.

—No sé si es una curandera, pero, si lo es, es una buena curandera.

—¡Canalla! ¿Cómo te atreves a llamar curandera a la princesa de los Que-shu? —el bárbaro dio un paso hacia Raistlin con las cejas contraídas y una expresión de furia en el rostro. Caramon emitió un gruñido sordo y dejó la ventana para situarse junto a su hermano.

—Riverwind… —la mujer posó su mano en el brazo del hombre—, por favor. Su intención no era mala. Es lógico que desconfíen de nosotros. No nos conocen.

—Y nosotros no les conocemos a ellos —refunfuñó el bárbaro.

—¿Puedo echarle un vistazo? —dijo Raistlin.

Goldmoon asintió y le tendió la Vara. El mago alargó el brazo y la agarró ansiosamente con su huesuda mano. Cuando la tocó, hubo un brillante estallido de luz azulada y un tremendo crujido. El mago, sobresaltado, sacudió la mano gimiendo de dolor. Caramon saltó hacia delante, pero su hermano lo detuvo.

—No, Caramon —susurró roncamente Raistlin retorciéndose la mano—, la dama no tuvo nada que ver con esto.

Visiblemente sorprendida, la mujer observaba la Vara.

—Entonces, ¿qué ha ocurrido? —preguntó Tanis exasperado—. ¿Una vara que puede curar o hacer daño?

—Sencillamente, sabe lo que hace. —Raistlin se pasó la lengua por los labios, sus ojos brillaban—. Ya verás, Caramon, tómala.

—¡No, yo no! —el guerrero se apartó de ella como si se tratase de una serpiente venenosa.

—¡Tómala! —le ordenó Raistlin.

Caramon, desconfiado, alargó su mano temblorosa. A medida que sus dedos se acercaban a la Vara, su brazo se crispó, sus ojos se cerraron y los dientes le rechinaron. La tocó y no ocurrió nada.

Caramon se sobresaltó; tomando la Vara, la sostuvo en alto haciendo una mueca burlona.

—¿Veis? —Raistlin hizo un gesto parecido al de un ilusionista mostrando al público uno de sus trucos—. Sólo aquellos que son bondadosos y puros de corazón pueden tocarla —dijo con amargo sarcasmo—. Es una vara de curación, bendecida por algún dios; una vara sagrada. No es mágica. Por lo que sé, nunca ningún objeto mágico ha tenido el poder de curar.

—¡Callad! —ordenó Tasslehoff, que estaba junto a la ventana remplazando a Caramon—. ¡Los guardias del Teócrata! —avisó en voz baja.

Nadie habló. Todos oyeron las pisadas de los goblins sobre los puentes colgantes que comunicaban las casas de Solace.

—¡Están registrando puerta por puerta! —susurró Tanis incrédulo al oír como golpeaban la puerta de una casa vecina.

—¡Los Buscadores exigimos entrar! —gruñó una voz. Después de una pausa la misma voz dijo—: ¿No hay nadie en la casa?

Tanis miró hacia la puerta. Sintió que se le erizaba el cabello. Hubiera jurado que la habían cerrado con llave…, pero estaba ligeramente abierta.

—¡La puerta! —susurró—. Caramon…

Pero el guerrero ya se había situado detrás de ella de espaldas a la pared.

Oyeron unas pisadas nerviosas que se detenían.

—¡Los Buscadores exigimos entrar!

Los goblins comenzaron a aporrear la puerta y se detuvieron sorprendidos al ver que esta se abría de par en par.

—Está vacía —dijo uno de ellos—. Sigamos.

—No tienes imaginación, Grum —dijo el otro—. Esta es nuestra oportunidad para apoderamos de unas cuantas monedas de plata.

Por la puerta asomó una cabeza de goblin. Sus ojos se clavaron en Raistlin, que estaba tranquilamente sentado con el bastón sobre el hombro. El goblin gruñó alarmado y luego comenzó a reír.

—¡Eh! ¡Mira lo que hemos encontrado! ¡Un bastón! —los ojos del goblin centellearon. Dio un paso hacia Raistlin seguido de su compañero—. ¡Dame ese bastón!

—Por supuesto —susurró el mago. Les tendió el bastón y dijo—: Shirak.

La bola de cristal se iluminó. Los goblins comenzaron a temblar y cerraron los ojos buscando a tientas sus espadas. En ese momento Caramon saltó desde detrás de la puerta y, agarrando a los goblins por el cuello, golpeó sus cabezas una contra otra, produciendo un sonido sordo. Los pestilentes cuerpos de los goblins cayeron desplomados.

—¿Están muertos? —preguntó Tanis cuando Caramon se agachó para examinarlos bajo la luz del bastón de Raistlin.

—Me temo que sí. Les di demasiado fuerte.

—Bueno, eso cambia las cosas —comentó agriamente Tanis—. Hemos matado a dos guardias más del Teócrata. Tendrá a toda la ciudad armada y alerta. Ahora no podemos dejar pasar unos días… ¡Hemos de salir de aquí! Y vosotros también —dijo volviéndose hacia los bárbaros—, será mejor que vengáis con nosotros.

—Dondequiera que vayamos… —farfulló Flint irritado.

—¿Hacia dónde os dirigíais? —le preguntó Tanis a Riverwind.

—Viajábamos hacia Haven —contestó de mala gana el bárbaro.

—Allí hay hombres sabios —dijo Goldmoon—. Confiábamos en que pudieran decirnos algo sobre la Vara, pues la canción que canté antes era verdad; esta vara salvó nuestras vidas…

—Tendrás que contárnoslo más tarde —interrumpió Tanis—. Cuando estos guardias no se presenten a informar, todos los vallenwoods de Solace se llenarán de goblins. Raistlin, apaga esa luz.

El mago dijo Dumak, el cristal centelleó y la luz se apagó.

—¿Qué haremos con los cuerpos? —preguntó Caramon plantando el pie sobre uno de los cadáveres—. ¿Y qué ocurrirá con Tika? Esto la comprometerá.

—Deja los cuerpos y rompe la puerta a hachazos. —La mente de Tanis trabajaba con rapidez. Sturm, derriba unas cuantas mesas. Lo prepararemos para que parezca que hayamos entrado aquí forzando la puerta y se haya provocado una pelea con los goblins. Así no le causaremos problemas a Tika. De todas formas, es una muchacha inteligente, seguro que se las arreglará.

—Necesitaremos comida —declaró Tasslehoff.

Corrió hacia la cocina y comenzó a revolver todos los estantes, llenándose los bolsillos de rebanadas de pan y de todo lo que tenía aspecto comestible. Le lanzó a Flint una bota llena de vino. Sturm derribó unas cuantas sillas, Caramon arregló los cadáveres de forma que pareciese que hubiesen muerto en una feroz batalla. Los bárbaros permanecieron frente al agonizante fuego, mirando a Tanis inquietos.

—Bien —dijo Sturm—. ¿Y ahora qué? ¿Adónde vamos a ir?

Tanis vaciló, repasando mentalmente las diferentes posibilidades que tenían. Los bárbaros venían del este y —si su historia era cierta y su tribu había intentado matarlos— no querrían tomar el mismo camino. Podían viajar hacia el sur, hacia el reino de los elfos, pero Tanis se resistía a regresar a su tierra de origen. Además, sabía que los elfos se horrorizarían al ver entrar extranjeros en su ciudad secreta.

—Viajaremos hacia el norte —dijo finalmente—. Escoltaremos a Goldmoon y a Riverwind hasta que lleguemos a la encrucijada de caminos y allí decidiremos qué hacer. Ellos, si lo desean, pueden dirigirse al suroeste, hacia Haven. Mi plan es seguir un poco más lejos para comprobar si los rumores que hemos oído sobre los ejércitos del norte son ciertos.

—Y tal vez encontrar a Kitiara —susurró astutamente Raistlin.

Tanis enrojeció.

—¿Os parece bien el plan?

—Aunque no seas el más viejo de nosotros, Tanis, eres el más sensato —dijo Sturm—. Te seguiremos… como siempre.

Caramon asintió. Raistlin comenzó a caminar hacia la puerta. Flint, refunfuñando, se echó la bota de vino a la espalda.

Tanis notó que una mano le tocaba suavemente el brazo. Se volvió y vio a la bella mujer bárbara mirándolo con sus claros ojos azules.

—Estamos agradecidos —dijo Goldmoon entrecortadamente, como si le resultase difícil expresar su agradecimiento—. Habéis arriesgado vuestras vidas por nosotros y somos extranjeros.

Tanis sonrió y le estrechó la mano.

—Yo soy Tanis. Ellos son Caramon y Raistlin y son hermanos. El caballero es Sturm Brightblade. El que lleva el vino es Flint Fireforge y Tasslehoff Burrfoot es nuestro hábil cerrajero. Tú eres Goldmoon y él es Riverwind. Ahora ya nos conocemos.

Goldmoon le sonrió fatigada. Le dio a Tanis un apretón en el brazo y comenzó a caminar hacia la puerta apoyándose en la Vara que de nuevo parecía lisa y vulgar. Tanis la observó e inmediatamente alzó la vista al notar que Riverwind lo estaba mirando; el rostro del bárbaro era una máscara impenetrable.

—Bueno —rectificó Tanis en voz baja—, hay algunos que siguen siendo desconocidos.

Segundos después todos fueron saliendo de la casa precedidos por Tasslehoff. Tanis se quedó el último, observando los cuerpos de los goblins durante unos instantes. Había soñado con una pacífica bienvenida después de aquellos amargos años de viajes solitarios. Pensó en su confortable casa, en todos sus proyectos. Pensó en lo que había planeado con Kitiara; querían pasar las largas noches de invierno charlando en la Posada sentados alrededor del fuego. Luego al regresar a casa se reirían juntos bajo las pesadas mantas de piel, y dormirían durante las nevadas mañanas.

Tanis dio una patada a las brasas, esparciéndolas. Kitiara no había regresado, los goblins habían invadido su tranquila ciudad y ahora se encontraba huyendo en plena noche, escapando de un grupo de fanáticos y, posiblemente, no pudiese regresar nunca más.

Los elfos no acusan el paso del tiempo, viven cientos de años. Para ellos las estaciones transcurren como tormentas de verano. Pero Tanis era medio humano. Sentía que iba a haber un cambio, percibía el inquietante desasosiego que el hombre nota antes de que estalle la tormenta.

Suspiró moviendo la cabeza. Luego salió por la puerta destrozada que quedó colgando, absurdamente, de uno de sus goznes.