15

Una sombra sobre el refugio

Drizzt y Montolio no hicieron ningún comentario referente al relato del drow durante un par de días. Drizzt reflexionaba apenado sobre los recuerdos revividos y Montolio, con mucho tacto, lo dejó hacer a su aire. Se ocupaban de las tareas diarias como siempre, aunque separados y con menos entusiasmo, pero ambos sabían que el distanciamiento era sólo pasajero.

Poco a poco volvieron a acercarse, y Drizzt pensó esperanzado que había encontrado a un amigo tan digno como Belwar o incluso Zaknafein. No obstante, una mañana el drow se despertó al oír una voz que conocía muy bien, y creyó en el acto que los días con Montolio habían llegado a un desastroso final.

Se arrastró hasta la empalizada de madera que protegía la cueva y espió entre los postes.

—Un elfo oscuro, Mooshie —decía Roddy McGristle, levantando la cimitarra rota para que el viejo vigilante la viera. El fornido montañés, que parecía enorme debido a las muchas pieles que lo protegían del frío, montaba un jamelgo pequeño pero musculoso parado junto al muro de piedra que rodeaba el huerto—. ¿Lo has visto?

—¿Ver? —exclamó Montolio sarcástico, al tiempo que guiñaba con exageración los blancos ojos.

A Roddy no le hizo ninguna gracia.

—Ya sabes a qué me refiero —gruñó Roddy—. ¡Ves más que todos nosotros, así que no te hagas el tonto!

El perro de Roddy, que tenía una gran cicatriz en la cabeza, donde lo había golpeado Drizzt, husmeó un olor conocido y comenzó a correr arriba y abajo por los senderos del huerto tras el rastro.

Drizzt empuñó la cimitarra dispuesto a defenderse aunque en su rostro se reflejaba una expresión de temor y preocupación. No tenía ningún deseo de pelea, ni siquiera de enfrentarse al perro.

—¡Ordena a tu perro que vuelva! —dijo Montolio, tajante.

—¿Has visto al elfo oscuro, Mooshie? —repitió McGristle, esta vez con un tono de sospecha al ver el comportamiento del sabueso.

—Quizá sí —respondió Montolio.

Se volvió y soltó un silbido agudo casi inaudible. El perro, al escuchar el silbido del vigilante, interpretó claramente la ira del viejo y regresó deprisa con el rabo entre las patas para acomodarse junto al caballo de su amo.

—Tengo una camada de zorros allí dentro —mintió el vigilante enfadado—. Si tu perro se mete con ellos… —Montolio dejó la amenaza pendiente, y al parecer fue suficiente para impresionar al montañés, que se apresuró a echar un lazo al cuello del animal para mantenerlo sujeto contra sus piernas—. Un drow… Debe de ser el mismo, aquel que pasó por aquí antes de las primeras nevadas —añadió—. Tendrás que trabajar duro si quieres cogerlo, cazador de recompensas. —Se rio—. Por lo que sé, tuvo algunos problemas con Graul, y después continuó el viaje, supongo que de regreso a su hogar. ¿Tienes la intención de perseguir al drow hasta la Antípoda Oscura? Sin duda te harás famoso, cazador de recompensas, aunque te cueste la vida.

Drizzt se tranquilizó al escuchar las palabras del viejo. ¡Montolio había mentido por él! Ahora podía ver que el vigilante no tenía ninguna estima por McGristle, y esto también lo animó. Entonces Roddy volvió a la carga con fuerza, y narró la tragedia de Maldobar de una manera tan brusca y retorcida que sometió la amistad entre Montolio y Drizzt a una dura prueba.

—¡El drow mató a los Thistledown! —rugió Roddy, enfurecido por la sonrisa remilgada del vigilante, que se esfumó en el acto—. Los descuartizó, y la pantera devoró a uno de ellos. Tú conocías a Bartholemew Thistledown, vigilante. ¡Tendrías que avergonzarte por hablar a la ligera del asesino!

—¿El drow los asesinó? —preguntó Montolio, muy serio.

—¡Los hizo pedazos! —contestó Roddy, mostrándole la cimitarra rota otra vez—. Ofrecen dos mil piezas de oro por su cabeza. Te daré quinientas si consigues averiguar dónde se oculta.

—No necesito tu oro —se apresuró a contestar Montolio.

—¿Es que no quieres ver al asesino entre rejas? —exclamó Roddy—. ¿No lloras la muerte de los Thistledown, una familia tan buena como cualquier otra?

La larga pausa de Montolio hizo que Drizzt creyera que el vigilante lo entregaría. El elfo decidió que no escaparía. Podía defenderse contra la ira del cazador de recompensas, pero no contra la de Montolio. Si el vigilante lo acusaba, estaba dispuesto a someterse y ser juzgado.

—Un día triste —murmuró Montolio—. Una excelente familia. Atrapa al drow, McGristle. Será la mejor recompensa de toda tu vida.

—¿Dónde debo buscar? —preguntó Roddy más tranquilo, al parecer convencido de que tenía a Montolio de su parte.

Drizzt también lo pensó al ver que Montolio daba media vuelta y miraba hacia el huerto.

—¿Has oído hablar de la cueva de Morueme? —preguntó Montolio.

La expresión ufana de Roddy se esfumó al oírlo. La cueva de Morueme, en el borde del gran desierto de Anauroch, recibía su nombre de la familia de dragones azules que vivían allí.

—A doscientos kilómetros de aquí —gimió McGristle—. A través de las Nethers, una cordillera muy difícil.

—El drow fue allí, o a los alrededores, a principios del invierno —mintió Montolio.

—¿El drow se fue con los dragones? —inquirió Roddy, atónito.

—Supongo que se escondió en algún otro agujero de la región —replicó Montolio—. Es probable que los dragones de Morueme sepan algo. Tendrías que ir a preguntarles.

—No me gusta mucho tener tratos con los dragones —dijo Roddy, sombrío—. ¡Demasiados riesgos y, aun cuando no pase nada, siempre sale caro!

—Así que Roddy McGristle ha perdido su primera pieza —comentó Montolio—. De todos modos, es comprensible frente a un rival tan difícil como un elfo oscuro.

Al escuchar el comentario un tanto despreciativo, Roddy tiró de las riendas del caballo para sofrenar al animal.

—¡No te des tanta prisa en cantar mi derrota, Mooshie! —le gritó por encima del hombro—. ¡No dejaré que se escape, aunque tenga que revisar hasta el último agujero de las Nethers!

—Me parece demasiado trabajo por dos mil piezas de oro —respondió Montolio, sin dejarse impresionar.

—¡El drow mató a uno de mis perros, me cortó una oreja y me hizo esta cicatriz! —gritó Roddy, señalando la cara marcada.

El cazador de recompensas comprendió lo absurdo de su gesto, puesto que el vigilante ciego no podía verlo, y, clavando las espuelas al caballo, se alejó del huerto al galope.

Montolio hizo un gesto de disgusto y se volvió para ir en busca del drow. Drizzt se reunió con él en el muro de piedra, sin saber cómo darle las gracias.

—Nunca me ha caído bien —explicó Montolio.

—La familia Thistledown fue asesinada —admitió Drizzt, sin más. Montolio asintió—. ¿Lo sabías?

—Desde antes que vinieses aquí —contestó el vigilante—. Reconozco que en un primer momento pensé que eras el asesino.

—Yo no los maté.

Montolio asintió una vez más.

Había llegado el momento de completar los detalles sobre los primeros meses de estancia en la superficie. Drizzt volvió a sentirse culpable cuando narró la batalla contra el grupo de gnolls. Con voz ahogada por el dolor, habló de los Thistledown y del horrible asesinato. Montolio identificó al trasgo, pero no supo explicar qué eran el goblin gigante y el lobo que se habían enfrentado a Drizzt en la cueva.

—Hiciste bien en matar a los gnolls —afirmó Montolio cuando Drizzt acabó el relato—. No tengas remordimientos y olvídalos.

—¿Cómo podía saberlo? —le preguntó Drizzt, con toda sinceridad—. Todos mis conocimientos me atan a Menzoberranzan y todavía no he aprendido a separar la verdad de las mentiras.

—Ha sido un viaje muy confuso —dijo Montolio, con una sonrisa que alivió mucho la tensión—. Acompáñame, deja que te hable de las razas, y te diga la razón por la cual tus cimitarras actuaron en nombre de la justicia cuando abatieron a los gnolls.

Como vigilante, Montolio había dedicado toda su vida a la eterna lucha entre las razas buenas —humanos, elfos, enanos y halflings entre otros— y los malvados goblinoides y gigantes que sólo vivían para destruir a los inocentes.

—A los que más detesto es a los orcos —manifestó Montolio—. Así que ahora me contento con mantener un ojo vigilante…, me refiero al ojo del búho…, sobre Graul y su infame pandilla.

Por fin Drizzt tuvo las cosas más claras. Se sintió reanimado al saber que había actuado correctamente y que al menos, hasta cierto punto, estaba libre de culpa.

—¿Qué me dices del cazador de recompensas y la otra gente como él? —inquirió Drizzt—. No parecen encajar muy bien en tu descripción de las razas.

—En todas las razas hay buenos y malos —respondió Montolio—. Sólo me refiero a la conducta en su conjunto, y no dudo que la conducta de los goblinoides y los gigantes es perversa.

—¿Cómo puedes saberlo? —insistió Drizzt.

—Basta con mirar a los niños —aseguró Montolio.

A continuación, se embarcó en una larga explicación sobre las poco sutiles diferencias entre los niños de las razas buenas y las malas. Drizzt lo escuchó, un poco distante, porque no necesitaba más aclaraciones. Al parecer, siempre todo se reducía a los niños. Drizzt había dejado de reprocharse su ataque a los gnolls al mirar los juegos de los niños Thistledown. Y, en Menzoberranzan, su padre había expresado la misma opinión. ¿Acaso son malvados todos los niños drows?, se había preguntado Zaknafein, y durante toda su vida lo habían acosado los gritos de los moribundos niños drows atrapados en la guerra entre familias.

Se produjo una larga pausa cuando Montolio acabó la explicación, y los dos amigos se tomaron su tiempo para digerir las muchas revelaciones del día. El vigilante comprendió que Drizzt se sentía mejor cuando el drow se volvió hacia él y sin más cambió de tema.

—¿Por qué «Mooshie»? —preguntó Drizzt, recordando el mote que McGristle había usado junto al muro de piedra.

—Montolio DeBrouchee. —El viejo soltó una risita, al tiempo que hacía un guiño grotesco—. Mooshie para los amigos, y para aquellos como McGristle que son incapaces de decir palabras más largas que oso, burro y matar.

—Mooshie —murmuró Drizzt otra vez, divirtiéndose a costa de Montolio.

—¿No tienes nada que hacer, «drizzit»? —protestó Montolio. Drizzt asintió y se alejó complacido. Esta vez «drizzit» no le había sonado tan mal.

—La cueva de Morueme —rezongó Roddy—. ¡Maldita sea la cueva de Morueme!

Un segundo después, un trasgo apareció en el pomo de la montura de Roddy, con la mirada puesta en la asombrada expresión del cazador de recompensas. Tephanis había presenciado el encuentro en el huerto de Montolio y había maldecido su mala suerte cuando el vigilante había despachado a Roddy. Tenía mucho interés en que este pudiera cazar a Drizzt. Era la mejor manera de librarse de dos enemigos al mismo tiempo.

—Sin-duda-no-eres-tan-estúpido-como-para-creer-en-aquel-viejo-mentiroso —dijo Tephanis.

—¡Eh, quieto! —gritó Roddy, tratando inútilmente de coger al trasgo, que se apeó de un salto, rodeó al caballo y al perro, y volvió a montar, esta vez detrás del hombre—. ¿Quién demonios eres tú? —rugió McGristle—. ¡Y quédate quieto!

—Soy un amigo —respondió Tephanis, con un esfuerzo para no hablar tan deprisa. Roddy lo miró con cautela por encima del hombro—. Si-quieres-cazar-al-drow-vas-por-el-camino-equivocado —añadió.

Al cabo de un rato, Roddy estaba oculto entre los riscos al sur del huerto de Montolio dedicado a espiar al vigilante y a su invitado de piel oscura, muy entretenidos en sus ocupaciones.

—¡Buena-caza! —le deseó Tephanis, antes de irse a reunir con Caroak, el gran lobo plateado que olía mucho mejor que este humano.

Roddy, con la mirada clavada en la escena distante, no prestó atención a la marcha del trasgo.

—Pagarás por tus mentiras, vigilante —murmuró.

Una sonrisa cruel apareció en su rostro mientras pensaba en la manera de vengarse de los compañeros. Sería una cuestión delicada, pues tratar con Graul siempre resultaba difícil.

El mensajero de Montolio regresó dos días después con una nota de Paloma Garra de Halcón. Sirena intentó recapitular la respuesta de la vigilante, pero el búho era incapaz de transmitir un mensaje tan largo y complicado. Montolio no pudo hacer otra cosa que darle la carta a Drizzt y pedirle que la leyera en voz alta. El drow aún tenía dificultades para leer de corrido, y tardó un poco en comprender el texto. La nota detallaba la versión de Paloma sobre los hechos ocurridos en Maldobar y durante la persecución. El relato de la vigilante coincidía casi punto por punto con la verdad, exculpaba a Drizzt y citaba a los cachorros de barje como los asesinos.

La alegría de Drizzt era tan grande que sólo con esfuerzo logró leer las últimas palabras de la carta, donde Paloma mencionaba su gratitud y su placer al saber que Montolio había acogido a alguien tan «cabal» como el drow.

—Como puedes ver, al final has recibido tu recompensa, amigo mío —manifestó Montolio.

No tuvo necesidad de añadir nada más.