Tomamos un taxi a la puerta del hotel y recorrimos la Gran Vía en silencio.
—¡Jesús, María y José! —estalló Fermín—. ¿Está usted loco? Lo miro y no lo reconozco… ¿Qué quería? ¿Cargarse a ese imbécil?
—Trabaja para Mauricio Valls —dije por toda respuesta.
Fermín puso los ojos en blanco.
—Daniel, esta obsesión suya está empezando a salirse de madre. En mala hora le conté yo nada… ¿Está usted bien? A ver esa mano…
Le mostré el puño.
—Virgen Santa.
—¿Cómo sabía usted…?
—Porque lo conozco como si lo hubiera parido, aunque hay días que casi me arrepiento —dijo colérico.
—No sé qué me ha dado…
—Yo sí lo sé. Y no me gusta. No me gusta nada. Ése no es el Daniel que yo conozco. Ni el Daniel del que quiero ser amigo.
Me dolía la mano, pero más me dolió comprender que había decepcionado a Fermín.
—Fermín, no se enfade usted conmigo.
—No, si encima el niño querrá que le dé una medalla…
Pasamos un rato en silencio, mirando cada uno a su lado de la calle.
—Menos mal que ha venido usted —dije al fin.
—¿Se creía que lo iba a dejar solo?
—No le dirá nada a Bea, ¿verdad?
—Si le parece escribiré una carta al director a La Vanguardia para contar su hazaña.
—No sé qué me ha pasado, no lo sé…
Me miró con severidad pero finalmente relajó el gesto y me palmeó la mano. Me tragué el dolor.
—No le demos más vueltas. Supongo que yo habría hecho lo mismo.
Contemplé Barcelona desfilar tras los cristales.
—¿De qué era el carnet?
—¿Cómo dice?
—La identificación de policía que ha enseñado… ¿Qué era?
—El carnet del Barça del párroco.
—Tenía usted razón, Fermín. He sido un imbécil al sospechar de Bea.
—Yo siempre tengo razón. Me viene de nacimiento.
Me rendí a la evidencia y me callé, porque ya había dicho suficientes tonterías por un día. Fermín se había quedado muy callado y tenía el semblante meditabundo. Me inquietó pensar que mi conducta le había producido una decepción tan grande que no sabía qué decirme.
—Fermín, ¿en qué piensa?
Se volvió y me miró con preocupación.
—Pensaba en ese hombre.
—¿Cascos?
—No. En Valls. En lo que ese idiota ha dicho antes. En lo que significa.
—¿A qué se refiere?
Fermín me miró sombríamente.
—A que hasta ahora lo que me preocupaba era que usted quisiera encontrar a Valls.
—¿Y ya no?
—Hay algo que me preocupa aún más, Daniel.
—¿Qué?
—Que él es el que le está buscando a usted.
Nos miramos en silencio.
—¿Se le ocurre a usted por qué? —pregunté.
Fermín, que siempre tenía respuestas para todo, negó lentamente y apartó la mirada.
Hicimos el resto del trayecto en silencio. Al llegar a casa subí directo al piso, me di una ducha y me tragué cuatro aspirinas. Luego bajé las persianas y, abrazando aquella almohada que olía a Bea, me dormí como el idiota que era, preguntándome dónde estaría aquella mujer por la que no me importaba haber protagonizado el ridículo del siglo.