Aquella misma noche se sentó en el despacho a esperar a que Brians volviese de sus rondas por tribunales, oficinas, procuradurías, prisiones y los mil y un besamanos que tenía que sufrir para obtener información. Eran casi las once de la noche cuando oyó los pasos del joven abogado aproximarse por el corredor. Le abrió la puerta y Brians entró arrastrando los pies y el alma, más derrotado que nunca. Se dejó caer en un rincón y se llevó las manos a la cabeza.
—¿Qué ha pasado, Brians?
—Vengo del castillo.
—¿Buenas noticias?
—Valls se ha negado a recibirme. Me han tenido cuatro horas esperando y luego me han dicho que me fuera. Me han retirado el permiso de visitas y la autorización para entrar en el recinto.
—¿Le han dejado ver a Martín?
Brians negó.
—No estaba allí.
Fermín lo miró sin comprender. Brians permaneció en silencio unos instantes buscando las palabras.
—Cuando me iba Bebo me ha seguido y me ha contado lo que sabía. Sucedió hace dos semanas. Martín había estado escribiendo como un poseso, día y noche, sin apenas parar para dormir. Valls se olía algo raro y ordenó a Bebo que confiscase las páginas que Martín llevaba hasta entonces. Hicieron falta tres centinelas para inmovilizarlo y arrancarle el manuscrito. Había escrito más de quinientas páginas en menos de dos meses.
Bebo se las entregó a Valls y cuando éste empezó a leer parece ser que montó en cólera.
—No era lo que esperaba, imagino…
Brians negó.
—Valls estuvo leyendo toda la noche y a la mañana siguiente subió a la torre escoltado por cuatro de sus hombres. Hizo que esposaran a Martín de pies y manos y luego entró en la celda. Bebo estaba escuchando por la ranura de la puerta de la celda y oyó parte de la conversación. Valls estaba furioso. Le dijo que estaba muy decepcionado con él, que le había entregado las semillas de una obra maestra y que él, ingrato, en vez de seguir sus instrucciones había empezado a escribir aquel disparate que no tenía ni pies ni cabeza. «Éste no es el libro que esperaba de usted, Martín», no paraba de repetir Valls.
—¿Y qué decía Martín?
—Nada. Lo ignoraba. Como si no estuviera allí. Lo cual ponía a Valls más y más furioso. Bebo oyó como abofeteaba y golpeaba a Martín, pero éste no dejó escapar ni un lamento. Cuando Valls se cansó de pegarle e insultarle sin conseguir que Martín ni se molestase en dirigirle la palabra, dice Bebo que Valls sacó una carta que llevaba en el bolsillo, una carta que el señor Sempere había enviado a su nombre meses atrás y que había sido confiscada. Dentro de esa carta había una nota que Isabella había escrito para Martín en su lecho de muerte…
—Hijo de perra…
—Valls lo dejó allí, encerrado con aquella carta porque sabía que nada le iba a hacer más daño que saber que Isabella había muerto… Dice Bebo que cuando Valls se fue y Martín leyó la carta empezó a gritar, y que estuvo chillando toda la noche y golpeando los muros y la puerta de hierro con las manos y la cabeza…
Brians levantó la mirada y Fermín se arrodilló frente a él y le colocó la mano en el hombro.
—¿Está usted bien, Brians?
—Yo soy su abogado —dijo con voz trémula—. Se supone que es mi deber protegerlo y sacarlo de ahí…
—Ha hecho usted todo lo que ha podido, Brians. Y Martín lo sabe.
Brians negó por lo bajo.
—No acaba ahí la cosa —dijo—. Bebo me ha contado que como Valls prohibió que le entregasen más papel y tinta, Martín empezó a escribir en el dorso de las páginas que le había tirado a la cara. A falta de tinta se hacía cortes en las manos y en los brazos y utilizaba su sangre…
»Bebo intentaba hablar con él, calmarle… No le aceptaba ya ni cigarrillos ni los terrones de azúcar que tanto le gustaban… Ni siquiera reconocía su presencia. Bebo cree que al recibir la noticia de la muerte de Isabella, Martín perdió ya totalmente el juicio y vivía en el infierno que había construido en su mente… Por las noches gritaba y todo el mundo le podía oír. Empezaron a correr rumores entre los visitantes, los presos y el personal de la prisión. Valls se estaba poniendo nervioso. Finalmente, ordenó a dos de sus pistoleros que se lo llevaran una noche…
Fermín tragó saliva.
—¿Adónde?
—Bebo no está seguro. Por lo que él pudo oír cree que a un caserón abandonado que hay junto al parque Güell…, un lugar en el que parece que durante la guerra ya mataron a más de uno y de dos, y a los que luego enterraron en el jardín… Cuando los pistoleros regresaron le dijeron a Valls que todo estaba solucionado, pero me dijo Bebo que aquella misma noche los oyó hablar entre ellos y que no las tenían todas consigo. Algo había pasado en la casa. Parece que había alguien más allí.
—¿Alguien?
Brians se encogió de hombros.
—¿Entonces David Martín está vivo?
—No lo sé, Fermín. Nadie lo sabe.