Barcelona, 1957
—Daniel, se ha quedado usted blanco —murmuró Fermín, despertándome del trance.
El comedor de Can Lluís y las calles que habíamos recorrido hasta llegar allí habían desaparecido. Cuanto era capaz de ver era aquel despacho en el castillo de Montjuic y el rostro de aquel hombre hablando de mi madre con palabras e insinuaciones que me quemaban. Sentí algo frío y cortante abrirse camino en mi interior, una rabia como no la había conocido jamás. Por un instante deseé más que nada en el mundo tener a aquel malnacido frente a mí para retorcerle el cuello y mirarle de cerca hasta que le explotasen las venas de los ojos.
—Daniel…
Cerré los ojos un instante y respiré hondo. Cuando los abrí de nuevo estaba de regreso en Can Lluís, y Fermín Romero de Torres me miraba derrotado.
—Perdóneme, Daniel —dijo.
Tenía la boca seca. Me serví un vaso de agua y lo apuré esperando que me viniesen las palabras a los labios.
—No hay nada que perdonar, Fermín. Nada de lo que me ha contado es culpa suya.
—La culpa es mía por tenérselo que contar, para empezar —dijo en voz tan baja que casi resultaba inaudible.
Le vi bajar la mirada, como si no se atreviese a observarme. Comprendí que el dolor que le embargaba al recordar aquel episodio y tener que revelarme la verdad era tan grande que me avergoncé del rencor que se había apoderado de mí.
—Fermín, míreme.
Fermín atinó a mirarme por el rabillo del ojo y le sonreí.
—Quiero que sepa que le agradezco que me haya contado la verdad y que entiendo por qué prefirió no decirme nada de esto hace dos años.
Fermín asintió débilmente pero algo en su mirada me dio a entender que mis palabras no le servían de consuelo alguno. Al contrario. Permanecimos en silencio unos instantes.
—Hay más, ¿verdad? —pregunté al fin.
Fermín asintió.
—¿Y lo que viene es peor?
Fermín asintió de nuevo.
—Mucho peor.
Desvié la mirada y sonreí al profesor Alburquerque, que se retiraba ya, no sin antes saludarnos.
—Entonces, ¿por qué no nos pedimos otra agua y me cuenta el resto? —pregunté.
—Mejor que sea vino —estimó Fermín—. Del peleón.