En algún lugar
Mayo de 2004
Las amapolas han florecido.
Naranja intenso, rojo intenso.
Art las riega con cariño.
Y saborea la ironía.
No le metieron en la cárcel, después de que el juez decidiera que el ex Señor de la Frontera no habría durado ni un día en una institución federal. Así que han sido una serie de pisos francos entre rondas de declaraciones, interminables sesiones ante interminables comités, y por fin otro refugio donde está relativamente a salvo.
Lleva en este tres meses y pronto llegará el momento de trasladarse de nuevo, pero vive al día, y el de hoy es soleado y caluroso, y está disfrutando del jardín en el patio cerrado.
Le gusta la soledad.
YOYO, piensa, mientras deja la regadera, se sienta en el pequeño banco y apoya la espalda contra la pared de adobe.
Pero no es verdad.
Están los fantasmas.
Nora ha desaparecido. Terminó de declarar y se esfumó en su nueva vida. Art prefiere pensar que está con Callan, que también desapareció. Es una idea agradable.
Adán está cumpliendo doce cadenas perpetuas consecutivas en un agujero federal, otra idea agradable. Art estaba sentado en la sala del tribunal y vio que se lo llevaban con esposas y grilletes en los tobillos, mientras Adán le gritaba que la recompensa por su cabeza aún estaba vigente.
Y quién sabe, piensa Art, quizá alguien quiera cobrarla.
Las drogas dejaron de llegar desde México durante unos quince minutos después de la caída de Adán, y después los nuevos chicos del barrio le sustituyeron. Entran más drogas que nunca en el país.
Basándose en el testimonio de Art, el Congreso lanzó una investigación a fondo sobre la Operación Cerbero y Niebla Roja, y prometió actuar. Hasta el momento, no se ha hecho nada. El gobierno gasta miles de millones de dólares al año en ayudas a Colombia para la erradicación de la droga. La mayor parte se destina a helicópteros que luchan contra los insurgentes. La guerra continúa.
El asesinato del cardenal Juan Parada fue declarado oficialmente un desafortunado accidente.
Art supone que debería estar amargado.
A veces lo intenta, pero todo lo vivido anteriormente se le antoja ridículo. Althie y los chicos (joder, piensa, ya no son chicos) llegan esta tarde para hacerle una rápida visita, y quiere estar alegre.
Aún no sabe qué pasará, cuánto tiempo tendrá que pasar en este limbo, si alguna vez saldrá de él. Lo acepta a modo de penitencia. Aún no sabe si cree en Dios, pero confía en la existencia de un Dios.
Y tal vez es lo mejor que puede hacer en este mundo, piensa, mientras se levanta para continuar regando las flores, cuidar del jardín y conservar la esperanza en la existencia de un Dios.
A pesar de todas las pruebas en su contra.
Mira las gotas de agua plateadas sobre los pétalos.
Y murmulla un fragmento de una curiosa oración que oyó en una ocasión, que no acaba de comprender, pero que sin embargo se ha quedado grabada en su cabeza…
Libra mi cuello de la espada.
Y mi vida de las garras del perro.
Fin