15
LA FRONTERA

This train carries saints and sinners.

This train carries losers and winners.

This train carries whores and gamblers.

This train carries lost souls…

Canción popular

San Diego

1999

Art se reúne con Hobbs en el Organ Pavilion de Balboa Park. Filas y filas de sillas metálicas blancas en el amplio semicírculo del anfiteatro descienden hacia el escenario. Hobbs está sentado leyendo un libro en la penúltima fila. Sal Scachi está sentado en la fila anterior, dos asientos a la izquierda.

Hace calor. El inicio de la primavera.

Art se sienta al lado de Hobbs.

—¿Alguna noticia de Nora Hayden? —pregunta Art.

—Hace mucho tiempo que nos conocemos, Arthur —responde Hobbs—. Ha llovido mucho desde entonces.

—¿Qué me estás diciendo, John?

Joder, ¿estará muerta?

—Lo siento, Arthur —dice Hobbs—. No puedo permitir que lleves a juicio a Adán Barrera. Nos lo vas a entregar de inmediato.

La misma vieja historia de siempre, piensa Art. Primero Tío, y ahora Adán.

—¡Es un terrorista, John! ¡Tú mismo lo dijiste! Se acuesta con las FARC y…

—He recibido garantías de que el pasador de los Barrera no hará más negocios con las FARC —dice Hobbs.

—¿Garantías? —pregunta Art—. ¿De Adán Barrera?

—No —contesta Hobbs con calma—. De Miguel Ángel Barrera.

Art se queda sin habla.

Hobbs no.

—Esto se nos está escapando de las manos, Arthur. Hombres serios han de intervenir antes de que la cosa empeore.

—¿Hombres serios? Tú y Tío.

—Se quedó consternado al saber que su sobrino se había conchabado con los terroristas —dice Hobbs—. De haberlo sabido, lo habría impedido enseguida. Ahora está enterado. La solución es buena, Arthur. Adán Barrera podría ser una fuente de información de incalculable valor, si tuviera motivos para colaborar.

Eso es una chorrada, piensa Art. Están aterrorizados de lo que Adán pueda decir en el banquillo de los acusados. Y con motivo. Yo no quiero aceptar este trato, pero ellos sí. Ya lo han planeado todo. Le darán una nueva cara, una nueva identidad, una nueva vida.

Y una mierda.

—No os lo entregaré.

—¿Puedo recordarte que estamos librando una guerra contra el terrorismo? —dice Hobbs con voz temblorosa de ira.

Art inclina la cara hacia el sol para sentir el calor sobre la piel.

—Una guerra contra el terrorismo, una guerra contra el comunismo, una guerra contra las drogas. Siempre hay una guerra contra algo.

—Me temo que esa es la condición humana.

—Para mí no, ya no —dice Art—. Me abro.

Se levanta.

—Tiene que terminar —dice Art—. Tiene que terminar en algún momento.

—Te recuerdo que nosotros también te hemos sacado las castañas del fuego —dice Hobbs—. Tu santurrón aire de superioridad moral es francamente insoportable. Intolerable, debería añadir. Has sido cómplice de…

Art levanta las manos.

—Él ya me ofreció un trato. Lo rechacé. Voy a llevar a Adán Barrera al fiscal del distrito y dejaré que la justicia siga su curso. Después lo contaré todo. Lo que sucedió en Cóndor, lo de Cerbero, lo de Niebla Roja.

Hobbs palidece.

—No harás eso, Arthur.

—¿Apuestas algo?

Si Hobbs estaba pálido, ahora parece un fantasma.

—Pensaba que eras un patriota.

—Lo soy.

Art se marcha.

Es primavera, en efecto. Los jardines del parque estallan de colores nuevos y el aire es tibio, con suficientes residuos del invierno para que todavía sea fresco. Mira hacia el anfiteatro, donde escolares diminutos están congregados alrededor de sus profesores, y parejas jóvenes están sentadas comiendo bocadillos, y turistas con cámaras colgadas alrededor del cuello estudian planos del parque y señalan, y los ancianos caminan con lentitud, disfrutan del aire y la tibieza nueva de la primavera.

Justo entonces un avión sobrevuela San Diego a escasa altura en dirección a la corta pista de aterrizaje, el ruido es ensordecedor y apenas puede oír las palabras de John Hobbs.

—Nora Hayden.

—¿Qué?

—La tenemos —dice Hobbs—. Haremos un intercambio.

Art gira en redondo.

—No pudiste salvar a Ernie Hidalgo —dice Hobbs—. Puedes salvar a Nora Hayden. Es muy fácil. Tráeme a Barrera. De lo contrario…

No le hace falta terminar la amenaza. Le meterán una bala en la cabeza.

—El puente de Cabrillo —dice Hobbs—. A medianoche es melodramático. Digamos a las tres de la mañana. Después de que las citas románticas de los homosexuales hayan terminado, pero antes de que la gente empiece a correr. Llegarás con Barrera desde el lado oeste, nosotros llegaremos con la señorita Hayden desde el este. Por cierto, Arthur, si todavía sientes ese patético impulso de confesarlo todo, ¿puedo sugerirte que vayas a un cura? Si piensas que alguien creerá o sentirá interés por tu «verdad», te estás engañando de una manera lamentable.

Hobbs vuelve a leer su libro con expresión serena. Detrás de sombras oscuras, Scachi tiene la vista clavada en el espacio infinito. Art se marcha.

—¿Quieres que me encargue yo? —pregunta Scachi. Hobbs asiente. Es triste. Art Keller es un buen hombre, pero es de todos conocido que los hombres buenos mueren en la guerra. Art vuelve al lugar donde retiene a Adán.

—Trato hecho —dice Art.

Un último trabajo.

Es lo que Scachi dice a Callan.

Sí, siempre es el último.

Pero no te queda otra alternativa que creerle, piensa Callan mientras cruza Balboa Park.

Hazlo o la matarán.

Compra una entrada para una representación de Traición, de Harold Pinter, en el Old Globe. En el intermedio, sale a fumar y camina hacia la parte posterior del teatro, hasta una callejuela que corre entre el edificio y el Hospital Zoológico. Recorre la callejuela hasta llegar a una alambrada de tela metálica, bajo unos eucaliptos que crecen sobre la pendiente desde la cual se domina la autopista y, a la izquierda, el puente de Cabrillo. La parte posterior del teatro, por un lado, y la parte posterior del hospital, por el otro, impiden que alguien le vea, y algunos remolques de almacenamiento le ocultan desde la autopista. Saca la mira telescópica desmontada del rifle y mira a Scachi, parado en el puente. Está fumando un puro. La distancia es de unos cuatrocientos metros.

Será un disparo fácil, incluso de noche.

Vuelve al interior y ve el resto de la obra.

Art llama al timbre de la puerta.

Althea tiene un aspecto imponente.

Sorprendida de verle, pero imponente.

—Arthur…

—¿Puedo entrar?

—Por supuesto.

Le conduce hasta el sofá de la sala de estar y se sienta a su lado. Esto habría podido ser mi hogar, piensa Art, debería ser mi hogar. Pero lo tiré por la borda para perseguir algo carente de todo valor.

También te tiré a ti por la borda, piensa, mientras mira a Althea.

Pocas mujeres mejoran con la edad. Las arrugas que aparecen cuando ríe y sonríe son un excelente complemento. Hasta las arrugas de preocupación son adorables. Observa que se ha hecho reflejos en el pelo. Viste una blusa negra sobre los vaqueros y lleva una cadena de oro alrededor del cuello. Art recuerda que él le regaló la cadena, pero no recuerda si fue por su cumpleaños o por San Valentín. Tal vez fue por Navidad, piensa.

—Me temo que Michael no está en casa —dice ella—. Ha ido al cine con unos amigos.

—Ya le veré la próxima vez.

—¿Te encuentras bien, Art? —pregunta Althea, preocupada de repente—. ¿No estarás enfermo o…?

—Estoy bien.

—Porque pareces…

—Hace mucho tiempo, quisiste que te dijera la verdad, ¿recuerdas?

Ella asiente.

—Ojalá te la hubiera dicho —dice Art—. Ojalá no te hubiera arrojado por la borda.

—Tal vez no sea demasiado tarde.

No, piensa él. Es demasiado tarde. Se levanta del sofá.

—Será mejor que me vaya.

—Me alegro de verte.

—Yo también.

Ella le abraza en la puerta. Le da un beso en la mejilla.

—Cuídate, Art. ¿De acuerdo?

—Claro.

Sale.

—¿Art?

Se vuelve.

—Lo siento.

No pasa nada, piensa él. En realidad, he venido a despedirme.

Sabe que va a caer en una emboscada. Que van a matarle a él y a Nora en el puente de Cabrillo.

No les queda otra alternativa.

Nora sube al asiento trasero con John Hobbs. Es muy gentil con ella, un anciano caballero vestido con traje, camisa blanca, pajarita y abrigo, aunque la noche es tibia. Está guapa esta noche y lo sabe. Se ha vuelto a teñir el pelo de rubio y le han comprado un vestido negro que le sienta como un guante. Lleva pendientes de brillantes, collar de diamantes y tacones altos. Su maquillaje es perfecto, sus ojos grandes, sus labios rojos.

Se siente como una puta.

Si interpretas el papel, piensa, te vistes como tal.

Hobbs lo repasa todo de nuevo con ella, pero ya lo ha comprendido. Sal Scachi se lo explicó todo. Lo único que tiene que hacer es reunirse con Adán en mitad del puente y volver al coche con él.

Después podrá ir donde quiera, y Callan también.

Nuevas identidades y nuevas vidas.

Está esperando en la parte posterior de un piso franco, un rehén hasta que ella cumpla su parte del trato. No tendrían que haberse molestado, piensa. Hasta el momento, me he portado bien. ¿Qué significan unos segundos más de amor fingido?

Lo único que le preocupa es que Adán se salga con la suya. La CIA, a la que estos hombres pertenecen sin duda, cuidará de él y jamás será castigado por el asesinato de Juan.

Es un error, y lo detesta, pero lo hará por Sean.

Y Juan lo entenderá.

¿Verdad?, piensa al tiempo que envía el pensamiento hacia el cielo. Dime que lo entiendes, dime que quieres que lo haga. Dime que me perdonas por los pecados que he cometido, y por el que estoy a punto de cometer.

Sal Scachi la mira por el espejo retrovisor y se encoge. No le cuesta nada comprender que un hombre se obsesione con ella. Hasta Callan se ha enamorado de ella, y Sean Callan es el cabrón más frío que he conocido en mi vida.

Bien, espero que pienses en ella esta noche, Callan. Espero que estés un poco distraído, porque soy yo el que tiene que darte el pasaporte. Es una pena, hijo, pero tienes que desaparecer. No puedo correr el riesgo de que te vayas de la lengua sobre esto.

Todo está organizado. Un tiroteo relacionado con las drogas en el puente, después los medios exaltarán la figura del héroe Art Keller, y uno o dos días después aparecerá la noticia de que era un poli corrupto a sueldo de los Barrera, le pudo la codicia y recibió su merecido. Abatido por un pistolero de los Barrera.

El famoso Sean Callan.

Esta noche tendrás una nueva identidad, hijo.

Esta vez morirás de verdad.

John Hobbs inhala el perfume de la mujer.

Los viejos, piensa, obtienen sus marchitos placeres como pueden. En tiempos pasados, remotos, tal vez habría intentado seducirla. Si es que se puede «seducir» a una prostituta. Ahora, ay, lo único que espera de ella es que cumpla su obligación.

Entregarnos pacíficamente a Adán Barrera.

Hobbs no muestra escrúpulos al respecto, ninguno de los remordimientos que siente por la infortunada pero necesaria ejecución de Arthur Keller.

Ah, bien, el otro mundo es perfecto. Este, muchísimo menos.

Inhala el perfume de la mujer.

Art acude en su propio coche a la cita.

Adán va sentado a su lado, con las manos esposadas delante de él. No hay tráfico en las calles a las tres menos cuarto de la madrugada. Art circula por Harbor Drive porque le gusta ver los veleros y la luna brillando sobre las aguas y la línea del horizonte de la ciudad.

Adán guarda silencio, con una sonrisa presuntuosa en la cara.

—¿Sabes una cosa, Adán? —dice Art—. Tú eres el motivo de que crea que el infierno existe.

—No pienses que esto ha terminado —dice Adán—. Aún tienes que pagar lo de Raúl.

Art frena, baja, saca a Adán del coche y le pone de rodillas. Desenfunda la 38 y se complace en la mirada de miedo que aparece en los ojos de Adán. Levanta la pistola y le golpea con ella la cara. El primer golpe le hace un corte en la mejilla debajo del ojo izquierdo, que provoca un feo hematoma sanguinolento. El segundo le rompe la nariz. El tercero le parte el labio superior y rompe dos dientes.

Adán se derrumba con un gemido y escupe sangre por la boca rota.

—Esto es solo para que te enteres de que hablo en serio —dice Art—. Jódeme y juro por Dios que te mataré a golpes. ¿Lo has entendido?

Adán asiente.

—¿Quién acudió a ti para que tendieras una trampa a Parada?

—Nadie, fue un…

Sí, fue un accidente, piensa Art. Y fue un accidente que Tío escapara de la cárcel, un accidente que Antonucci te diera la absolución. Todo fue un puto accidente. Art le agarra del pelo y descarga la pistola sobre su oreja.

—¿Quién acudió a ti para que tendieras una trampa a Parada?

¿Qué coño?, piensa Adán. Ahora ya da igual.

—Fue Scachi —dice.

Art asiente. Eso pensaba, se dice.

Eso pensaba.

—¿Por qué?

—Lo sabía todo —dice Adán—. Como yo.

—¿Sabía lo de Cerbero?

—Sí.

—¿Lo de Niebla Roja?

—También.

Art le pone en pie y le empuja al interior del coche.

Es hora de ir al puente.

Callan ocupa su posición.

Saca el pesado rifle de la bolsa, sujeta el trípode y la mira telescópica, y enrosca el silenciador. Se tiende sobre la hierba muerta y apunta al puente.

La cosa irá rápida. En cuanto Keller entregue a Barrera, Sal levantará la vista, hará una señal y Callan eliminará a Keller.

Para luego marcharse.

Sal le recogerá en Park Boulevard y le llevará con Nora. Recibirán pasaportes nuevos, irán a Los Angeles, tomarán un avión a París.

Una nueva vida.

Se acomoda, preparado para matar a Art Keller.

La Operación Niebla Roja vuelve a casa.

El puente de Cabrillo corre sobre la autopista 63, donde cruza Balboa Park.

Art aparca el coche al oeste, junto a la pista de bolos a la que van los viejos, vestidos de blanco de pies a cabeza, para jugar con parsimonia bajo el sol de la tarde. Abre la puerta del coche, saca a Adán por el codo y le enseña la 38 que lleva al cinto.

—Intenta huir, por favor —le dice.

Después empuja a Adán hacia el extremo oeste del puente y empiezan a caminar hacia el este, en dirección a la parte principal de Balboa Park.

La piedra del puente brilla suavemente con reflejos dorados bajo las luces ámbar.

A su derecha, Art ve las torres de oficinas del centro y el enorme letrero de neón rojo que anuncia HOTEL CORTEZ, el cual domina la línea del horizonte.

Al otro lado están el puerto, el mar y el puente de Coronado, que se alza como un sueño de su base en Chicano Park, en Barrio Logan, donde él creció. A su izquierda se halla la sima de Palm Canyon, cuyos cipreses y pinos se ciernen sobre el lado oeste de la autopista, detrás de él, con el zoo de San Diego al nordeste. Justo enfrente está Balboa Park, con la California Tower alzándose sobre dos altas palmeras como la parte superior de una tarta de boda. El puente se adentra en el Prado, la larga y ancha pasarela que corre entre los museos y los jardines, y al final del Prado una torre de agua salta hacia el cielo nocturno desde la plaza de Balboa.

Ha hecho este paseo muchas veces.

Así que asesinaron al padre Juan como parte de la Operación Niebla Roja, piensa Art.

Y Hobbs lo ordenó.

Por primera vez en mucho tiempo, la clarividencia de Art es perfecta.

Ahora lo ve todo.

Callan se queda mirando la frente de Keller, y luego su pecho, y luego otra vez su frente. Pégale un tiro en la cabeza, le ha dicho Scachi. Los narcos les pegan tiros en la cabeza a los renegados.

Art ve faros brillar enfrente, cuando un coche entra en el gran círculo que hay en medio del Prado y se dirige hacia él. El coche, un Lincoln negro, se detiene en el extremo este del puente.

Art ve que Scachi sale y abre la puerta de atrás. Hobbs baja poco a poco, apoyado con fuerza sobre su bastón, aunque Scachi le sostiene. Después Scachi da la vuelta al coche y abre la otra puerta, y Nora baja del vehículo con movimientos elegantes, como una mujer acostumbrada a que le abran las puertas.

Nota que el brazo de Adán se tensa.

Después alguien más baja del coche renqueando.

El hombre ha envejecido. Tiene el pelo plateado, y también el bigote. Está más delgado, pero su porte todavía es el de un caballero del Viejo Mundo.

Siempre galante, Tío toma a Nora del brazo.

Adán la ve y sonríe.

Está encantadora, todavía más bajo la suave luz. Da la impresión de que ha recuperado la vitalidad, la feminidad. Intenta correr hacia ella, pero Art le retiene. En realidad, da igual, porque ella se acerca a él.

No te acerques demasiado.

Es lo que piensa Callan cuando Nora cruza el puente. Reúnete con Barrera y regresa al coche. Ella no sabe lo que va a pasar. No hay motivos para que lo sepa. Confía en que ya haya vuelto al coche cuando él apriete el gatillo.

No hace falta que la salpique más sangre.

Se encuentran justo al oeste de la mitad del puente.

Scachi se adelanta a los demás y se detiene ante Art.

—No te ofendas, Art. Necesito tu arma.

Art echa hacia atrás la chaqueta, Scachi coge su 38 y la embute en su cinturón. Después da la vuelta a Art, le obliga a apoyarse contra la barandilla del puente y le cachea. Al no encontrar nada, indica con un ademán a los demás que se acerquen.

Art ve que Tío se aproxima con Nora tomada del brazo. Como si estuvieran recorriendo el pasillo de la iglesia, piensa Art.

Hobbs cojea detrás.

Tío mira el rostro ensangrentado y destrozado de Adán.

—No has cambiado nada, sobrino mío —dice a Art.

—Tendría que haberte metido una bala en la cabeza cuando tuve la oportunidad.

—Tendrías que haberlo hecho —admite Tío—. Pero no lo hiciste.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Vine para que mi sobrino supiera que no iba a pasarle nada —dice Tío—, y para que no le asesinaran. Da la impresión de que he llegado justo a tiempo.

Abraza a Adán, rodea su cabeza con las dos manos, procura no mancharse de sangre el traje.

—Adán, sobrino mío, ¿qué te han hecho?

—Me alegro de verte, Tío.

—Quítale las esposas, por favor —dice Tío.

Art se coloca detrás de Adán, le quita las esposas y le empuja hacia delante.

Hobbs mira a Art.

—Eres un hombre de palabra, Arthur —dice—. Eres un hombre de honor.

Art sacude la cabeza.

—La verdad es que no.

Agarra a Hobbs, le obliga a dar la vuelta delante de él a modo de escudo, con la mano izquierda alrededor de su cuello y la otra detrás de su cabeza. Un solo giro le matará.

Scachi saca la pistola, pero tiene miedo de disparar.

—Tira la pistola, Sal, o le romperé el puto cuello.

—Hazlo y te mataré.

—De acuerdo.

Sal deja la pistola sobre el puente.

—Ahora la mía.

Sal deja la 38 de Keller al lado de la suya. Después mira hacia el risco que se eleva detrás de Keller y hace una señal.

Callan lo ve.

Apunta a la cabeza de Keller y respira hondo.

«Cambia de vida».

—Nora —dice Art—, tira una pistola desde el puente y dame la otra.

Adán ríe.

Hasta que Nora arroja una de las pistolas.

—¿Qué estás haciendo? —grita Adán.

Ella le mira a los ojos.

—Yo era el soplón, Adán. Siempre fui yo.

Adán echa la cabeza hacia atrás.

—Yo te amaba.

—Mataste al hombre que amaba —replica Nora—. Y nunca te quise.

Entrega la pistola a Art.

—¡Dispara! —grita Sal mirando por encima del hombro de Keller.

Art se gira hacia el tirador.

Scachi saca una segunda pistola del cinto y la apunta a la espalda de Art.

Callan mete la bala en la cabeza de Scachi.

Sal desaparece de la mira telescópica.

Tío se lanza hacia la pistola de Scachi.

Art se vuelve.

Tío levanta la pistola.

Art le mete dos balas en el pecho.

El dedo de Tío aprieta el gatillo en un acto reflejo.

La bala atraviesa la cadera de Hobbs y se hunde en la pierna de Art.

Los dos caen.

Hobbs se levanta, agarra el bastón y empieza a alejarse del puente dando tumbos, como un borracho.

Callan apunta al frágil pecho del hombre.

Una rosa de sangre florece en la espalda de Hobbs.

Su bastón cae sobre la piedra con un ruido metálico.

Adán se arrastra hacia Tío.

Coge la pistola de la mano de su tío.

Callan intenta disparar, pero Nora se interpone.

Art se pone de rodillas y ve a Adán arrodillado junto a Tío.

La pistola de Adán dispara una vez, dos veces, y ambas balas pasan rozando a Art.

Aturdido, apunta y dispara.

Las balas se clavan en el cadáver de Tío.

Adán vuelve a disparar.

Art echa la cabeza hacia atrás, un hilo de sangre remolinea en el aire, y Art se desploma sobre la barandilla del puente, mientras su pistola cae hacia la autopista.

Adán vuelve la pistola hacia Nora.

—¡AL SUELO! —grita Callan.

Nora se tira al suelo.

Y también Adán.

Cae sobre su estómago y se arrastra sobre el puente, disparando hacia atrás al mismo tiempo.

Callan no puede disparar a través de la barandilla, ni siquiera ve a Adán. Deja caer el rifle y corre hacia el puente.

Adán se levanta y corre.

El dolor es espantoso. Del profundo corte de la frente de Art mana sangre que se le mete en los ojos, de modo que apenas puede ver. Se tambalea y lucha contra la oscuridad que se cierne sobre su cerebro. Alza la vista y distingue la forma de Adán a la fuga. Da la impresión de que corre en una casa de la risa, porque el suelo oscila bajo sus pies.

Art se pone en pie con gran esfuerzo, cae, vuelve a levantarse.

Después empieza a correr.

Adán oye los pasos que le persiguen.

Sigue corriendo, se dice. Sabe que no es preciso llegar a la frontera, que solo tiene que llegar al barrio, llamar a la puerta adecuada, y las puertas se abrirán para Adán Barrera y se cerrarán para Art Keller.

Corre por el Prado, desierto a estas horas de la madrugada, los edificios de los museos se ciernen como los muros de una ciudad perdida a su alrededor. Si consigue salir del Prado y llegar a Park Boulevard, todo irá bien. Hay miles de lugares donde ocultarse en la oscuridad, para luego llegar hasta el barrio.

Ve la fuente a unos cincuenta metros de distancia, que señala el final del Prado, y su luz brilla sobre la torre de agua plateada.

Art también la ve.

Sabe lo que significa.

Si Adán consigue llegar a ella, desaparecerá para siempre. Los chicos de la calle Veintiocho le esconderán, le ayudarán a cruzar la frontera. Obliga a sus piernas a moverse más deprisa, aunque cada vez que apoya el pie le duele toda la pierna.

Oye sirenas a lo lejos y se pregunta si son reales o producto de su imaginación.

Adán también las oye y sigue corriendo.

Unos pocos metros más, y todo habrá acabado.

Se vuelve para ver dónde está Keller.

Art salta.

Rodea la espalda de Adán con los brazos, le arroja al agua por encima del muro bajo de la fuente.

Adán se levanta, aferra la cara de Keller, hunde los dedos en sus ojos.

La cabeza de Keller estalla de dolor, pero tiene sujeto a Adán por la camisa y no la suelta. Aguanta, se dice, solo aguanta. La camisa de Adán se desgarra y empieza a alejarse.

Art se lanza hacia delante ciega, desesperadamente, y nota que el cuerpo de Adán se desploma debajo de él y oye que Adán gime cuando el aire se escapa de sus pulmones. La sangre se mezcla con el agua en el lugar donde Adán se ha golpeado la cabeza. Art le agarra por el pelo y hunde su cabeza bajo el agua.

Le levanta, le oye jadear y vuelve a hundirle la cabeza, sin dejar de gritar, haciéndose oír por encima del rumor de la cascada de la fuente.

—¡Esta por Ernie, cabronazo! ¡Esta por Pilar Méndez y sus hijos! ¡Esta por Ramos!

Le retiene bajo el agua, complacido por su inútil patalear, complacido con los estremecimientos de su cuerpo, su sufrimiento, su agonía.

—¡Esta por El Sauzal!

Art aumenta la presión. Adán se revuelve bajo él, su espalda se arquea como si fuera a partirse. Art no ve eso. Ve a un bebé muerto en los brazos de su madre. Siente el poder del perro.

—¡Esta por el padre Juan! —grita.

Levanta y baja la cabeza de Adán.

Los dos hombres están arrodillados en el agua, mientras la sangre de ambos remolinea a su alrededor, y el agua se derrama sobre sus cabezas.

Art ve el destello de luces rojas, polis que se acercan a él con las pistolas desenfundadas. Sujeta con una mano el cuello de Adán y agita la otra en el aire.

—¡No disparen! ¡No disparen! —grita—. ¡Soy poli! ¡Este es mi prisionero! ¡Este es mi prisionero!

A lo lejos, como en un largo túnel, ve que Callan y Nora caminan en su dirección.

Después cae dentro del agua.

Se siente fresco y limpio.