Pero lo que me parece deplorable es que veo a unos idólatras tan necios como insensatos que… imitan la excelencia del culto de Egipto; y buscan la divinidad, de la que no tienen conocimiento alguno, en los excrementos de cosas muertas e inanimadas; y con todo eso, no sólo se mofan de aquellos divinos y sensatos cultores, sino también de nosotros… y, peor aún, con ello exultan, al ver que sus absurdos ritos gozan de tan elevada reputación… —No te inquietes por eso, ¡oh, Momo! —dijo Isis—, porque el hado ha establecido que las tinieblas y la luz se alternen. —Pero lo malo —respondio Momo— es que se han convencido de que están en la luz.
(Giordano Bruno, Spaccio della bestia trionfante, 3)
Debería estar en paz. He comprendido. ¿Acaso algunos de ellos no decían que la salvación llega cuando se ha alcanzado la plenitud del conocimiento?
He comprendido. Debería estar en paz. ¿Quién decía que la paz brota de la contemplación del orden, del orden comprendido, gozado, realizado por completo, alegría, triunfo, cesación del esfuerzo? Todo es claro, diáfano, y el ojo se posa sobre el todo y las partes, y ve cómo las partes tendían al todo, capta el centro donde fluye la linfa, el aliento, la raíz de los porqués…
Debería estar extenuado de paz. Por la ventana del estudio del tío Carlo contemplo la colina, y ese poco de luna que está apareciendo. La gran giba del Bricco, los dorsos más ondulados de las colinas al fondo, narran la historia de lentas y somnolientas conmociones de la Madre Tierra, que al estirarse y bostezar hacía y deshacía cerúleas llanuras en el siniestro resplandor de cien volcanes. Ninguna dirección profunda de las corrientes subterráneas. La tierra se descamaba en su dormitar y cambiaba una superficie por otra. Donde antes pastaban amonites, diamantes. Donde antes germinaban diamantes, viñas. La lógica de la morrena, del alud, del desprendimiento de rocas. Basta con que un guijarro no encaje bien, por casualidad empieza a moverse, a caer, libera espacio en su descenso, (¡ya, el horror vacui!), otro se le echa encima, y llega el otro. Superficies. Superficies de superficies sobre superficies. La sabiduría de la Tierra. Y de Lia. El abismo es la resaca de una llanura. ¿Por qué adorar una resaca?
Pero, ¿por qué el hecho de haber comprendido no me tranquiliza? ¿Por qué amar al Hado si es tan mortífero como la Providencia o la Conjura de los Arcontes? quizá aún no lo he comprendido todo, me falta un espacio, un intervalo.
¿Dónde he leído que en el momento final, cuando la vida, superficie sobre superficie, está cubierta por una costra de experiencia, sabemos todo, el secreto, el poder y la gloria, por qué hemos nacido, por qué estamos muriendo, y que todo podría haber sido distinto? Somos sabios. Pero la mayor sabiduría, en ese momento, consiste en saber que lo hemos sabido demasiado tarde. Comprendemos todo cuando ya no hay nada que comprender.
Ahora sé cuál es la Ley del Reino, de la pobre, desesperada, desharrapada Malḵut en que ha ido a exiliarse la Sabiduría, buscando a tientas su lucidez perdida. La verdad de Malḵut, la única verdad que brilla en la noche de las sĕfirot, consiste en que la Sabiduría descubre su desnudez en Malḵut, y descubre que su misterio consiste en no ser, aunque sólo sea por un momento, que es el último. Después vuelven a empezar los Otros.
Y con ellos, los diabólicos, que buscan abismos capaces de esconder el secreto que es su locura.
En las laderas del Bricco se extienden hileras e hileras de vides. Las conozco, recuerdo haber visto otras similares en mi infancia. Ninguna Doctrina de los Números ha podido establecer jamás si van hacia arriba o hacia abajo. En medio de las vides, pero tienes que recorrer descalzo las hileras, con el talón endurecido, desde pequeño, surgen los melocotoneros. Son unos melocotones amarillos, que crecen entre las vides, basta apretarlos con el pulgar para que se abran, y el hueso sale casi solo, limpio como después de un baño químico, salvo algún gusanillo gordo y blanco de pulpa que se queda pegado por un tomo. Y al comerlos casi no se siente el terciopelo de la piel, y uno se estremece desde la lengua hasta la ingle. En una época aquí pastaban dinosaurios. Después otra superficie cubrió la suya. Sin embargo, al igual que Belbo en el momento en que tocaba la trompeta, me bastaba con hincar el diente en los melocotones para comprender el Reino y fundirme con él. El resto, sólo ingenio. Inventa, inventa el Plan, Casaubon. Es lo que han hecho todos, para explicar los dinosaurios y los melocotones.
He comprendido. La certeza de que no había nada que comprender, ésa debía ser mi paz y mi triunfo. Pero estoy aquí, habiéndolo comprendido todo, y Ellos me buscan, convencidos de que puedo revelarles el objeto de su sórdido deseo. No basta con haber comprendido, si los otros se niegan a aceptarlo y siguen interrogando. Me están buscando, deben de haber encontrado mis huellas en París, saben que ahora estoy aquí, aún quieren el Mapa. Y por mucho que les diga que no hay mapas, seguirán queriéndolo. Belbo tenía razón: Jódete, imbécil, ¿qué quieres, matarme? ¿Pero dónde vas? Mátame, pero no te voy a decir que el Mapa no existe, aprende a buscarte la vida.
Me duele pensar que no volveré a ver a Lia y al niño, la Cosa, Giulio, mi Piedra Filosofal. Pero las piedras sobreviven por sí solas. Quizá ahora esté viviendo su Ocasión. Ha encontrado una pelota, una hormiga, una brizna de hierba, y en ellas está contemplando una imagen en abyme del paraíso. También él lo sabrá demasiado tarde. Estar bien que agote así, por sí solo, su jornada.
Mierda. Y sin embargo duele. Paciencia, en cuanto muera lo habré olvidado.
Es muy tarde, he salido de París esta mañana, he dejado demasiadas huellas. Han tenido tiempo de descubrir dónde estoy. Dentro de poco llegarán. Me hubiera gustado escribir todo lo que he pensado desde esta tarde hasta ahora. Pero si Ellos lo leyesen se inventarian otra teoría siniestra, y se pasarían la eternidad tratando de descifrar el mensaje oculto en mi historia. Es imposible, pensarían, que éste sólo esté diciendo que nos estaba tomando el pelo. No, quizá él no lo supiera, el Ser nos estaba enviando un mensaje a través de su olvido.
De todas maneras, lo mismo da que lo haya escrito o no. Siempre buscarían otro sentido, incluso en mi silencio. Son así. Incapaces de ver la revelación. Malḵut es siempre Malḵut, y punto.
Pero no vale la pena decírselo. Hombres de poca fe.
Entonces lo mejor es quedarse aquí y esperar, mirar la colina.
Es tan hermosa.