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La lista nº 5, seis camisetas, seis calzoncillos y seis pañuelos, siempre ha intrigado a los estudiosos, sobre todo por la total ausencia de calcetines.

(Woody Allen, Getting even, New York, Random House, 1966, «The Metterling List», p. 8)

Fue en aquellos días, hace apenas un mes, cuando Lia decidió que me convenía tomar un mes de vacaciones. Se te ve cansado, me decía. Quizá el Plan me había agotado. Por otra parte, el niño, decían los abuelos, necesitaba respirar un poco de aire limpio. Unos amigos nos prestaron una casita en la sierra.

No nos fuimos en seguida. Teníamos que hacer algunas cosas en Milán, y además Lia dijo que no hay nada más descansado que unas vacaciones en la ciudad, cuando uno sabe que después se marchará.

En esos días le hablé por primera vez del Plan. Antes estaba demasiado ocupada con el niño: sabía vagamente que, junto con Belbo y Diotallevi, yo estaba tratando de resolver una especie de rompecabezas que nos robaba días y noches enteras, pero no había vuelto a decirle nada desde que me soltara su sermón sobre la psicosis de la semejanza. Quizá me sentía avergonzado.

En aquellos días le conté todo el Plan, que habíamos completado hasta el menor detalle. Lia sabía que Diotallevi estaba enfermo; yo tenía la conciencia sucia, como si hubiese hecho algo incorrecto, y trataba de presentarle el Plan como lo que en realidad era, un mero juego de ingenio.

Y Lia me dijo:

—Pim, tu historia no me gusta.

—¿No te parece bonita?

—También las sirenas eran bonitas. Dime: ¿qué sabes tú del inconsciente?

—Nada, ni siquiera sé si existe.

—Pues de eso se trata. Supón que, para divertir a sus amigos, un vienés bromista se inventa toda la historia del Ello, y del edipo, e imagina sueños que jamás ha tenido, y pequeños Hans que nunca ha visto… ¿Y qué sucede después? Pues que aparecen millones de personas dispuestas a convertirse realmente en seres neuróticos. Y otras miles dispuestas a explotarlas.

—Lia, te estás volviendo paranoica.

—¿Yo? ¡Tú!

—Seremos paranoicos, pero al menos reconocerás una cosa: que hemos partido del texto de Ingolf. Perdóname, te presentan un mensaje de los templarios, te entran ganas de descifrarlo totalmente. Quizá exageras para burlarte de los descifradores de mensajes, pero el mensaje existe.

—A todo esto tú sólo sabes lo que te ha dicho ese Ardenti, que según cuentas era un chorizo. Además, ese mensaje, ya me gustaría a mí verlo.

Nada más fácil, estaba en mis carpetas.

Lia cogió la hoja, la miró por delante y por detrás, frunció la nariz, se levantó el flequillo para ver mejor la primera parte, la que estaba cifrada. Y luego dijo:

—¿Esto es todo?

—¿No te basta?

—Basta y sobra. Déjame reflexionar un par de días.

Cuando Lia me pide dos días de reflexión es para demostrarme que soy un estúpido. Siempre se lo echo en cara, y siempre me responde:

—Si compruebo que eres estúpido, puedo estar segura de que realmente te quiero. Te quiero aunque seas estúpido. ¿No te tranquiliza?

Durante dos días no hablamos del asunto. Por lo demás, Lia pasaba casi todo el tiempo fuera de casa. Por la noche la veía acurrucada en un rincón, tomando notas, rompiendo hojas y hojas.

Cuando llegamos a la sierra, el niño se dedicó todo el día a explorar el prado, Lia preparó la cena y me dijo que comiese porque estaba mas flaco que un palillo. Después de cenar me pidió que le preparase un whisky doble con mucho hielo y poca soda, encendió un pitillo como solo hace en las grandes ocasiones, me dijo que me sentara y empezó a explicarme.

—Presta mucha atención, Pim, porque te demostraré que las explicaciones más simples siempre son las más correctas. Vuestro coronel os dijo que Ingolf había encontrado un mensaje en Provins y no lo pondré en duda. Bajaría a su subterráneo y encontraría un estuche que contenía este texto —y golpeaba con el dedo los versículos en francés—. Nada nos indica que se tratara de un estuche cuajado de diamantes. Lo único que os dijo Ardenti fue que, según las notas de Ingolf, se había producido la venta de un estuche: ¿y por qué no? Era un objeto antiguo, le habrá reportado incluso algún dinerillo, pero nada nos indica que esa operación le haya permitido pasar a vivir de renta. Es probable que algo heredara de su padre.

—¿Y por qué tendría que ser un estuche barato?

—Porque este mensaje es una lista de la lavandería. Mira, ahora volveremos a leerlo.

a la …Saint Jean

36 p charrete de fein

6 … entiers avec saiel

p … les blancs mantiax

r … s … chevaliers de Pruins pour la … j. nc

6 foiz 6 en 6 places

chascune foiz 20 a … 120 a …

iceste est l’ordonation

al donjon li premiers

it li secunz joste iceus qui … pans

it al refuge

it a Nostre Dame de l’altre part de l’iau

it a l’ostel des popelicans

it a la pierre

3 foiz 6 avant la feste… la Grant Pute.

—¿Y entonces?

—Cuánta paciencia hay que tener, ¿nunca se os ocurrió echar un vistazo a una guía turística o a una síntesis histórica sobre Provins? Pues basta con hacerlo para descubrir que la Grange-aux-Dîmes, donde fue hallado el mensaje, era un sitio donde se reunían los mercaderes, porque Provins era el centro de las ferias de la región de Champagne. También se descubre que la Grange está en la rue St. Jean. En Provins se comerciaba con todo, pero sobre todo se vendían piezas de tela, los draps o dras, como se escribía entonces, y cada pieza estaba marcada con una especie de sello de garantía. El segundo producto de Provins eran las rosas, las rosas rojas que los cruzados habían traído de Siria. Eran tan famosas que cuando Edmund de Lancaster se casa con Blanche d’Artois y adquiere el título de conde de Champagne, pone la rosa roja de Provins en su escudo de ramas y éste es el porqué de la guerra de las dos rosas, ya que los York tenían una rosa blanca en su blasón.

—¿Y cómo sabes todo eso?

—Por un librito de doscientas páginas publicado por la Oficina de Turismo de Provins, que he encontrado en el Centro Cultural Francés. Pero esto no es todo. En Provins hay una fortaleza que se llama el Donjon como el propio nombre indica, hay una Porte-aux-Pains, había una Eglise du Refuge, y desde luego había varias iglesias dedicadas a Nuestra Señora de esto o de aquello, había o todavía hay una rue de la Pierre Ronde, donde había una pierre de cens, en la que los súbditos del conde tenían que depositar las monedas de los diezmos. Además hay una rue de Blancs Manteaux y una calle que llamaban de la Grande Putte Muce, por razones que puedes adivinar tú solito, o sea porque era una calle de burdeles.

—¿Y los popelicans?

—En Provins había habido cátaros, y los habían quemado como Dios manda; el gran inquisidor era un cátaro arrepentido a quien llamaban Robert le Bougre. O sea que no es extraño que existiese una calle o una zona conocida como el sitio de los cátaros, aunque éstos ya hubiesen dejado de existir

—Incluso en 1344…

—¿Y quién te ha dicho que este documento es de 1344? Tu coronel leyó 36 años post la carreta de heno, pero atención, porque en aquella época una p trazada de cierta manera, con una especie de apóstrofe, significaba post, pero una p sin apóstrofe significaba pro. El autor de este texto es un pacífico mercader que ha tomado unas notas sobre algunos negocios hechos en la Grange, es decir en la rue St. Jean, no en la noche de San Juan, y ha registrado un precio de treinta y seis sueldos o denarios o cualquier otra moneda, por una o por cada carreta de heno.

—¿Y los ciento veinte años?

—¿Quién habla de años? Ingolf encontró algo que transcribió como 120 a … ¿Quién ha dicho que era una a? He mirado una lista de abreviaturas usadas en aquella época y he descubierto que para abreviar denier o dinarium utilizaban signos extraños: uno que parece una delta, otro una theta, una especie de círculo con un corte a la izquierda. Escríbelo mal y deprisa, cual un pobre mercader, y parecerá ideal para que un exaltado como el coronel lo confunda con una a, porque ya había leído en alguna parte la historia de los ciento veinte años, bien sabes tú que podía haberla leído en cualquier libro sobre los rosacruces, y lo que él quería era encontrar algo que se pareciese a post 120 annos patebo! ¿Y con qué te salta? Encuentra it y lee iterum. Pero iterum se abreviaba itm; it quiere decir item, igualmente, se usa en las listas donde hay repeticiones. Nuestro mercader está calculando las ganancias que le proporcionarán unos pedidos que le han hecho, y hace la lista de las entregas. Debe entregar ramos de rosas de Provins: eso es lo que significa r … s … chevaliers de Pruins. Y donde el coronel leía vainjance (porque pensaba en los caballeros Kadosch) hay que leer jonchée. Las rosas se usaban para hacer sombreros de flores o alfombras de flores, en las distintas festividades. Por tanto, tu mensaje de Provins debe leerse de esta manera:

En la calle Saint Jean.

36 sueldos por carreta de heno.

Seis piezas de tela nuevas con sello

en la calle de los Blanc Manteaux.

Rosas de los cruzados para hacer una jonchée:

seis ramos de seis en los seis sitios siguientes,

cada uno 20 denarios, lo que en total suma 120 denarios.

Este es el orden:

los primeros en la Fortaleza

item los segundos a los de la Porte-aux-Pains

item en la Iglesia del Refugio

item en la Iglesia de Notre Dame, al otro lado del río

item en el viejo edificio de los cátaros

item en la calle de la Pierre Ronde.

Y tres ramos de seis antes de la fiesta, en la calle de las putas,

porque también ellas, pobrecillas, querían tal vez celebrar la fiesta haciéndose su lindo sombrerito de rosas.

—Jesús —dije—. Sospecho que tienes razón.

—Claro que la tengo. Ya te he dicho que es una lista de la lavandería.

—Un momento. Esta será una lista de la lavandería, pero lo primero es un mensaje cifrado que habla de los treinta y seis invisibles.

—Así es. Al texto francés lo liquidé en una hora, pero el otro me tuvo a maltraer durante dos días. Tuve que leerme a Tritemio en la Ambrosiana y en la Trivulziana, y ya sabes cómo son los bibliotecarios, antes de dejarte tocar un libro antiguo te miran como si fueses a comértelo. Pero la cosa es muy sencilla. Ante todo, y esto deberías haberlo descubierto solo, ¿estás seguro de que «les 36 invisibles separez en six bandes» estaba escrito en el mismo francés que el de nuestro mercader? Y de hecho también vosotros os habíais dado cuenta de que esa expresión figuraba en un libelo del siglo XVII, cuando aparecieron los rosacruces en París. Pero habéis razonado como vuestros diabólicos: si el mensaje está cifrado con el método de Tritemio, es porque Tritemio copió a los templarios, y, como cita una frase que circulaba en el ambiente de los rosacruces, resulta que el plan atribuido a los rosacruces era ya el plan de los templarios. Pero trata de invertir el razonamiento, como haría cualquier persona sensata: puesto que el mensaje está escrito con el método de Tritemio, fue escrito después de Tritemio, y, puesto que cita expresiones que circulaban en el rosacruciano siglo XVII, fue escrito después del siglo XVII. ¿Cuál es entonces la hipótesis más económica? Ingolf encuentra el mensaje de Provins y, puesto que es un fanático de los misterios herméticos, como el coronel, lee treinta y seis y ciento veinte y en seguida piensa en los rosacruces. Y, puesto que también es un fanático de las criptografías, se divierte vertiendo el mensaje de Provins en clave. Primer ejercicio: aplicar un criptosistema de Tritemio para escribir su frasecita rosacruciana.

—La explicación es ingeniosa. Pero vale tanto como la conjetura del coronel.

—De momento sí. Pero supón que haces más de una conjetura, y que todas ellas se apuntalan entre sí. Entonces ya empieza a estar más seguro de haber descubierto la verdad, ¿no? Yo partí de una sospecha. Las palabras que usa Ingolf no son las que propone Tritemio. Son del mismo estilo asirio babilónico cabalístico, pero no son las mismas. Sin embargo, si Ingolf buscaba palabras que empezaran con las letras que tenía en la cabeza, Tritemio le ofrecía todas las que quisiera. ¿Por qué no eligió esas?

—¿Por qué?

—Quizá también necesitaba que determinadas letras apareciesen en segunda, tercera y cuarta posición. Quizá nuestro ingenioso Ingolf quería componer un mensaje de cifra múltiple. Quería ser más listo que Tritemio. Tritemio propone cuarenta criptosistemas mayores: en uno sólo valen las iniciales, en otro la primera y la tercera letra, en otro una inicial sí y otra no, y así sucesivamente, o sea que, con un poco de buena voluntad, se pueden inventar otros cien sistemas. En cuanto a los diez criptosistemas menores, el coronel se limitó a la primera rótula, que es la más fácil. Pero las siguientes funcionan según el principio de la segunda; toma la copia. Supón que el círculo interno es móvil y que puedes hacerlo girar de modo que la A inicial coincida con cualquier letra del círculo externo. Con ello tendrás un sistema en el que la A se transcribe como X y así sucesivamente, otro en el que la A coincide con la U y así sucesivamente… A razón de veintidós letras en cada círculo, no tendrás diez sino veintiún criptosistemas, donde sólo el vigésimo segundo resulta nulo, porque en él la A coincide con la A…

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—No me dirás que para cada letra de cada palabra has probado los veintiún sistemas…

—He usado la cabeza, y he tenido suerte. Como las palabras más cortas tienen seis letras, es evidente que en todas las palabras sólo son importantes las primeras seis, y que el resto está de adorno. ¿Por qué seis letras? Supuse que Ingolf había cifrado la primera, y que después había pasado a la tercera, y luego a la sexta, saltándose primero una y luego dos letras. Si para la letra inicial utilizó la primera rótula, para la tercera letra probé con la rótula número dos y resultó. Entonces apliqué la tercera rótula para descifrar la sexta letra, y también funcionó. No excluyo que Ingolf también haya usado otras letras, pero con tres pruebas me doy por satisfecha sigue tú, si quieres.

—No me tengas en vilo. ¿A qué resultado llegaste?

—Vuelve a mirar el mensaje. He subrayado las letras que importan.

Kuabris Defabrax Rexulon Ukkazaal Ukzaab Urpaefel Taculbain Habrak Hacoruin Maquafel Tebrain Hmcatuin Rokasor Himesor Argaabil Kaquaan Docrabax Reisaz Reisabrax Decaiquan Oiquaquil Zaitabor Qaxaop Dugraq Xaelobran Disaeda Magisuan Raitak Huidal Uscolda Arabaom Zipreus Mecrim Cosmae Duquifas Rocasbis

—Pues bien, ya sabemos que el primer mensaje es el de los treinta y seis invisibles. Ahora mira lo que se obtiene reemplazando las terceras letras con la rótula número dos: chambre des demoiselles, l’aiguille creuse.

—Pero eso lo conozco, es…

En aval d’Etretat — La Chambre des Demoiselles — Sous le Fort du Fréfossé — Aiguille Creuse. ¡Es el mensaje que descifra Arsène Lupin cuando descubre el secreto de la Aguja Hueca! Te acordarás: en Etretat, al borde de la playa, se yergue la Aiguille Creuse, un castillo natural, cuyo interior es habitable, el arma secreta de Julio César al invadir las Galias, y luego del rey de Francia. Esa es la fuente del inmenso poder de Lupin. Ya sabes que a los lupinólogos esta historia les enloquece, van en peregrinaje a Etretat, buscan otros pasajes secretos, hacen anagramas con cada palabra de Leblanc… Ingolf era lupinólogo, además de rosacruciano, siempre cifro que te cifro.

—Pero mis diabólicos también podrían decir que los templarios conocían el secreto de la aguja y que, por tanto, el mensaje fue escrito en Provins en el siglo XIV…

—Ya he pensado en eso. Pero mira el tercer mensaje, el que se obtiene aplicando la rótula número tres a las sextas letras: merde i’en ai marre de cette steganographie. Esto es francés moderno, los templarios no hablaban así. Era Ingolf quien hablaba así: después de haberse roto la cabeza para cifrar sus jerigonzas, se dio incluso el gusto de enviar al demonio, siempre en cifra, lo que estaba haciendo. Pero el hombre era ingenioso, fíjate que cada mensaje consta de treinta y seis letras. Pobre Pim, Ingolf estaba jugando como vosotros, y ese imbécil del coronel se lo tomó en serio.

—¿Y entonces por qué desapareció Ingolf?

—¿Y quién te dice que lo asesinaron? Ingolf estaba harto de vivir en Auxerre, donde sólo veía al boticario y a su hija solterona que lloriqueaba todo el día. Quizá va a París, hace un buen negocio revendiendo uno de sus libros antiguos, encuentra una viudita que le da cuartel y rehace su vida. Como el que sale un minuto al estanco y su mujer no lo vuelve a ver.

—¿Y el coronel?

—¿No me has dicho que ni siquiera aquel policía estaba seguro de que le hubiesen asesinado? Hizo alguna de las suyas, sus víctimas le localizaron y tuvo que poner pies en polvorosa. Quizá en este momento le esté vendiendo la Tour Eiffel a un turista americano y se haga llamar Dupont.

No podía ceder en todos los frentes.

—De acuerdo, hemos partido de una lista de la lavandería, pero eso revela nuestra creatividad. Sabíamos que estábamos inventando. Lo nuestro era pura poesía.

—Vuestro plan no tiene nada de poético. Es grotesco. La gente no piensa en volver a quemar Troya porque ha leído a Homero. Gracias a él el incendio de Troya se convirtió en algo que nunca ha sido, no será jamás, pero que sin embargo existirá eternamente. Tiene tantos sentidos porque todo está claro, límpido. En cambio, tus manifiestos de los rosacruces no eran ni diáfanos ni límpidos, eran meros borborigmos y prometían un secreto. Por eso tantos intentaron convertirlos en realidad, y cada uno ha visto en ellos lo que quería. En Homero no hay ningún secreto. Vuestro plan está lleno de secretos, porque está lleno de contradicciones. Por eso podríais encontrar millares de pusilánimes dispuestos a reconocerse en él. Tiradlo a la basura. Homero no simuló nada. Vosotros habéis simulado. Cuidado con las simulaciones, todo el mundo se las toma en serio. La gente no creyó a Semmelweis cuando trataba de convencer a los médicos de que se lavaran las manos antes de tocar a las parturientas. Decía cosas demasiado simples. La gente cree al que le vende la loción para curar la calvicie. Algo les dice que ese individuo combina verdades que no se pueden combinar, que no razona correctamente ni tiene buena fe. Pero toda la vida han oído decir que Dios es complejo, e insondable, de modo que para ellos la incoherencia es lo que más se parece a la naturaleza divina. Lo inverosímil es lo que más se parece al milagro. Habéis inventado una loción de esas que curan la calvicie. No me gusta, es un juego feo.

No puedo decir que aquello nos estropeara las vacaciones en la sierra.

Me di unas buenas caminatas, leí libros serios, nunca había estado tan cerca del niño. Pero entre Lia y yo había quedado algo sin decir. Lia me había puesto entre la espada y la pared, y sentía haberme humillado, pero al mismo tiempo no estaba convencida de haberme convencido.

Y en efecto, yo sentía nostalgia del Plan, no quería tirarlo a la basura, había convivido demasiado tiempo con él.

Hace unos pocos días, me levanté temprano y cogí el único tren para Milán. Milán, donde recibiría la llamada de Belbo desde París, y donde empezaría este episodio que aún no he acabado de vivir.

Lia tenía razón. Hubiésemos tenido que hablar antes. Pero tampoco la hubiese creído. Había vivido la creación del Plan como el momento de Tif’eret, el corazón del cuerpo sefirótico, la armonía de la regla y la libertad. Diotallevi me había dicho que Moisés Cordovero ya nos lo había advertido: «El que por su Torah desprecia al ignorante, es decir a todo el pueblo de Yahveh, hace que Tif’eret desprecie a Malḵut.» Pero sólo ahora comprendo en qué consiste Malḵut, el reino de esta tierra, en su fulgurante sencillez. A tiempo para comprender, demasiado tarde quizá para sobrevivir a la verdad.

Lia, quizá no vuelva a verte. Si fuese así, la última imagen que tengo de ti es de hace unos días, adormecida bajo las mantas. Te besé y no me decidía a salir.