A todo el mundo: declaro que la tierra es hueca y habitable por dentro, que contiene cierto número de esferas sólidas, concéntricas, es decir situadas unas dentro de las otras, y que está abierta en los polos, en una extensión de doce o dieciséis grados.
(J. Cleves Symmes, capitán de infantería, 10 de abril de 1818; citado en Sprague de Camp y Ley, Lands Beyond, New York, Rinehart, 1952, X)
—Le felicito, Casaubon, en su inocencia acaba de tener una intuición exacta. La verdadera, la única obsesión de Hitler eran las corrientes subterráneas. Hitler abrazaba la teoría de la oquedad de la Tierra, la Hohlweltlehre.
—Muchachos, yo me marcho, tengo gastritis —decía Diotallevi.
—Espera, espera, que ahora viene lo mejor. La Tierra es hueca: nosotros no vivimos fuera, en la costra externa, convexa, sino dentro, en la superficie interna, cóncava. Lo que creemos que es el cielo, sólo es una masa de gas con zonas de luz brillante, es el gas que llena el interior del globo. Hay que revisar todas las medidas astronómicas. El cielo no es infinito, sino circunscrito. El Sol, suponiendo que exista, no es más grande de lo que parece. Es una pajita de treinta centímetros de diámetro situada en el centro de la Tierra. Ya lo sospechaban los griegos.
—Esta te la has inventado tú —dijo con tono fatigado Diotallevi.
—¡Esta no me la he inventado yo! Es una idea que ya a principios del siglo pasado expuso en América un tal Symmes. A finales del siglo, la retoma otro americano, un tal Teed, que se basa en experimentos alquímicos y en la lectura de Isaías. Después de la primera guerra mundial, un alemán perfecciona la teoría, cómo se llama, vaya, es el que funda el movimiento de la Hohlweltlehre que, como dice la palabra, es la teoría de la Tierra hueca. Pues bien, Hitler y los suyos consideran que la teoría de la Tierra hueca corresponde exactamente a sus principios, y hay quien dice incluso que si yerran algunos blancos las V1, es precisamente porque calculan las trayectorias partiendo de la hipótesis de que la superficie es cóncava y no convexa. A esas alturas, Hitler está convencido de que el Rey del Mundo es él y de que el estado mayor nazi son los Superiores Desconocidos. ¿Y dónde vive el Rey del Mundo? En el interior, debajo, no afuera. Basándose en esta hipótesis, Hitler decide invertir totalmente el orden de las investigaciones, la concepción del mapa final, la interpretación del Péndulo. Hay que volver a reunir los seis grupos y rehacer los cálculos desde el principio. Piensen ustedes en la lógica de la conquista hitleriana… Primera reivindicación, Danzig, para apoderarse de los territorios tradicionales del grupo teutónico. Después conquista París, controla el Péndulo y la Tour Eiffel, contacta con los grupos sinárquicos y los instala en el gobierno de Vichy. Más tarde se asegura la neutralidad, y de hecho la complicidad, del grupo portugués. Cuarto objetivo, claro está, Inglaterra, pero sabemos que no es tan fácil. Entretanto, con las campañas de África trata de llegar a Palestina, pero tampoco lo logra. Entonces trata de dominar los territorios paulicianos, invade los Balcanes y Rusia. Cuando piensa que tiene en su poder cuatro de las seis partes del Plan, envía a Hess en misión secreta a Inglaterra para proponer una alianza. Puesto que los baconianos no tragan el anzuelo, intuye que la parte más importante del secreto sólo puede estar en poder de los enemigos de siempre: los judíos. Y no es necesario buscarles en Jerusalén, donde sólo han quedado unos pocos. El fragmento de mensaje del grupo jerosolimitano no está en Palestina, sino en poder de algún grupo de la diáspora. Eso explica el Holocausto.
—¿En qué sentido?
—Piensen un poco. Supongan que quieren cometer un genocidio…
—Por favor —dijo Diotallevi—, ya estás exagerando, me duele el estómago, me marcho.
—Espera, hombre, bien que te divertías cuando los templarios destripaban sarracenos, porque había pasado mucho tiempo, y ahora tienes escrúpulos de pequeño intelectual. Estamos tratando de rehacer la Historia, no debemos retroceder ante nada.
Le dejamos proseguir, subyugados por su energía.
—Lo que llama la atención en el genocidio de los judíos es la duración del procedimiento, primero se les encierra en los campos de concentración a pasar hambre, después se les desnuda, después las duchas, y la meticulosa conservación de las montañas de cadáveres, de las ropas, el censo de los bienes personales… Si sólo se trataba de matar, el procedimiento no parece racional. Pero sí lo es en el caso de que se tratara de buscar, de buscar un mensaje que uno de esos seis millones de seres humanos, el representante jerosolimitano de los Treinta y Seis Invisibles conservaba en los pliegues de la ropa, en la boca, tatuado en la piel… ¡Sólo el Plan explica la inexplicable burocracia del genocidio! Hitler busca en los judíos la sugerencia, la idea que le permita determinar, gracias al Péndulo, el punto exacto en que, bajo la bóveda cóncava formada por la Tierra hueca, se cruzan las corrientes subterráneas, que, observen ahora la perfección de la teoría, se identifican con las corrientes celestes, de modo que esta teoría de la Tierra hueca viene a materializar, por decirlo así, la milenaria intuición hermética: ¡lo que está abajo es igual a lo que esta arriba! El Polo Místico coincide con el Centro de la Tierra, el designio secreto de los astros no es más que el diseño secreto de los subterráneos de Agarttha, ya no hay diferencia entre el cielo y el infierno, y el Grial, el lapis exillis, es el lapis ex coelis en el sentido de que es la Piedra Filosofal que nace como envoltura, término, límite, útero atónico de los cielos. Y cuando logre descubrir ese punto en el centro hueco de la Tierra que es el centro exacto del cielo, Hitler se convertirá en el amo del mundo, del que es rey por derecho de raza. Por eso, hasta el final, ya encerrado en el abismo de su bunker, sigue convencido de que aún puede llegar a determinar ese Polo Místico.
—Basta —dijo Diotallevi—. Ahora me siento realmente mal. Me duele.
—Se siente mal en serio. No se trata de una polémica ideológica —dije.
Belbo pareció entender sólo entonces. Se levantó solícito y fue a sostener a su amigo que se había apoyado en la mesa y parecía a punto de desmayarse.
—Perdona, hombre, me he dejado llevar por el tema. ¿Verdad que no te sientes mal porque haya dicho todo eso? Hace veinte años que bromeamos juntos, ¿no? Pero tú estás mal en serio, quizá realmente tengas gastritis. Tómate un antiácido que se te pasa. Y te pones una bolsa de agua caliente. Ven, te llevaré a tu casa, pero después será mejor que llames a un médico, siempre conviene controlar.
Diotallevi dijo que podía irse solo a casa en un taxi, que aún no estaba moribundo. Sólo tenía que acostarse. Llamaría en seguida a un médico, prometido. Y su malestar no se debía a la impresión que le produjeron las historias de Belbo, es que no se sentía bien desde la noche anterior. Belbo pareció aliviado, y le acompañó hasta el taxi.
Regresó preocupado:
—Ahora que lo pienso, hace unas semanas que este muchacho tiene mala cara. Está ojeroso… Hay que ver, yo debería de haber muerto de cirrosis hace ya diez años y aquí estoy, mientras que él, que vive como un asceta, tiene gastritis, o quizá algo peor, me temo que sea una úlcera. Al diablo con el Plan. Estamos llevando una vida de locos.
—Apuesto a que con un antiácido se le pasará —dije.
—Yo también. Pero, si se pone una bolsa de agua caliente, mejor. Esperemos que sea juicioso.