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Nadie nos pedirá que añadamos más pruebas para demostrar que ese grado de Rosa-Cruz fue introducido hábilmente por los jefes secretos de la francmasonería… La identidad de su doctrina, de su odio y de sus prácticas sacrílegas con las de la Cábala, las de los Gnósticos y las de los Maniqueos nos indica la identidad de los autores, es decir los Judíos Cabalistas.

(Monseñor León Meurin, S. J., La Franc-Maçonnerie, Synagogue de Satán, Paris, Retaux, 1893, p. 182)

Cuando se publican Los misterios del pueblo, los jesuitas ven que se les atribuye la Ordonation, y se lanzan sobre la única táctica ofensiva que nadie había utilizado hasta entonces, sacan a relucir la carta de Simonini y atribuyen la Ordonation a los judíos.

En 1869 Gougenot de Mousseaux, célebre por haber escrito dos libros sobre la magia en el siglo XIX, publica Les Juifs, le judaïsme et la judaïsation des peuples chrétiens, donde se afirma que los judíos usan la Cábala y son adoradores de Satanás, puesto que una secreta filiación vincula directamente a Caín con los gnósticos, los templarios y los masones. De Mousseaux recibe una bendición especial de Pío IX.

Pero el Plan que Sue había novelado lo aprovechan también otros autores, que no son jesuitas. Había una historia muy interesante, casi policiaca, que sucedió muchos años después. En 1921 el Times, después de la publicación de los Protocolos, que había tomado muy en serio, había descubierto que un terrateniente ruso monárquico, refugiado en Turquía, había comprado a un ex oficial de la policía secreta rusa, refugiado en Constantinopla, un lote de libros viejos entre los que figuraba uno sin cubierta y en cuyo lomo sólo decia «Joli», con un prefacio fechado en 1864, que parecía ser la fuente literal de los Protocolos. El Times había investigado en el British Museum y había descubierto el libro original de Maurice Joly, Dialogue aux enfers entre Montesquieu et Machiavel, Bruselas (pero con la indicación Genève 1864). Maurice Joly no tenía nada que ver con Crétineau-Joly, pero convenía registrar la analogía, algún significado encerraría.

El libro de Joly era un panfleto liberal contra Napoleón III, en el que Maquiavelo, que representaba el cinismo del dictador, discutía con Montesquieu. Joly había sido detenido por ese acto subversivo, había estado preso quince meses y en 1878 se había suicidado. El programa de los judíos de los Protocolos estaba tomado literalmente del que Joly atribuía a Maquiavelo (el fin justifica los medios) y a través de él a Napoleón. Sin embargo, el Times no se había dado cuenta (a diferencia de nosotros) de que Joly había copiado a mansalva el documento de Sue, publicado al menos siete años antes.

Una escritora antisemita, una apasionada de la teoría del complot y de los Superiores Desconocidos, una tal Nesta Webster, ante este hecho, que reducía los Protocolos a un plagio trivial, nos había sugerido una intuición luminosísima, como sólo el auténtico iniciado, o el cazador de iniciados, es capaz de tenerlas. Joly era un iniciado, conocía el plan de los Superiores Desconocidos y, como odiaba a Napoleón III, se lo había atribuido a él, pero ello no significaba que el plan no existiese independientemente de Napoleón. Como el plan que exponían los Protocolos correspondía exactamente al que suelen urdir los judíos, era evidente que se trataba del plan de los judíos. Lo único que teníamos que hacer era corregir a la señora Webster basándonos en su misma lógica: como el plan se adaptaba perfectamente a lo que hubiesen tenido que pensar los templarios, era el plan de los templarios.

Además nuestra lógica era lógica de los hechos. Nos había encantado la historia del cementerio de Praga. Era la historia de un tal Hermann Goedsche, un pequeño funcionario de los correos prusianos. Goedsche ya había publicado unos documentos falsos para desacreditar al demócrata Waldeck, acusándole de querer asesinar al rey de Prusia. Desenmascarado, se había convertido en el director de Die Preussische Kreutzzeitung, órgano de los grandes propietarios conservadores. Más tarde, con el nombre de sir John Readclif, había empezado a publicar novelas sensacionalistas, entre ellas Biarritz, de 1868. Allí describía una escena ocultista que tenía lugar en el cementerio de Praga, muy parecida a la reunión de los iluminados que Dumas describiera al comienzo de Joseph Balsamo, donde Cagliostro, jefe de los Superiores Desconocidos, entre los que se sienta Swedenborg, urde la conjura del collar de la reina. En el cementerio de Praga se reúnen los representantes de las doce tribus de Israel, que exponen sus planes para la conquista del mundo.

En 1876, un libelo ruso retoma la escena de Biarritz, pero como si se tratase de un hecho real. Otro tanto hace, en 1881, Le Contemporain, en Francia. Y afirma que la noticia procede de una fuente fidedigna, el diplomático inglés sir John Readcliff. En 1896, un tal Bournand publica un libro, Les Juifs, nos contemporains, donde sale la escena del cementerio de Praga, y dice que el discurso subversivo fue pronunciado por el gran rabino John Readclif. Una tradición posterior sostendrá, en cambio, que el verdadero Readclif había sido conducido hasta el cementerio en cuestión por Ferdinand Lasalle, peligroso revolucionario.

Y estos planes son más o menos similares a los que en 1880, o sea unos pocos años antes, se describieron en la Revue des Études Juives (antisemita), que había publicado dos cartas atribuidas a judíos del siglo XV. Los judíos de Arles piden ayuda a los judíos de Constantinopla porque son perseguidos, y éstos responden: «Amados hermanos en Moisés, si el rey de Francia os obliga a haceros cristianos, hacedlo, porque no podéis hacer otra cosa, pero conservad la ley de Moisés en vuestros corazones. Si os despojan de vuestros bienes, haced que vuestros hijos lleguen a ser comerciantes para que poco a poco les arrebaten los suyos a los cristianos. Si se atenta contra vuestras vidas haced que vuestros hijos lleguen a ser médicos y boticarios, para que puedan quitarles la vida a los cristianos. Si destruyen vuestras sinagogas, haced que vuestros hijos lleguen a ser canónigos y clérigos para que puedan destruir sus iglesias. Si os imponen otras vejaciones, haced que vuestros hijos lleguen a ser abogados y notarios y que se mezclen en los asuntos de todos los estados, para que podáis subyugar a los cristianos, dominar el mundo y vengaros de ellos.»

Se trataba siempre del plan de los jesuitas y, originariamente, la Ordonation templaria. Pocas variantes, permutaciones mínimas: los Protocolos se estaban fabricando por sí solos. Un proyecto abstracto de conjura que migraba de conjura a conjura.

Y cuando nos ingeniamos para descubrir el eslabón que faltaba, el vínculo entre toda esta historia tan bonita y Nilus, nos topamos con Rakovsky el jefe de la terrible Okrana, la policía secreta del zar.