Voltaire lui-meme est mort jésuite: en avoit-il le moindre soupçon?
(F. N. de Fonneville, Les Jésuites chassés de la Maçonnerie et leur poignard brisé par les Maçons, Orient de Londres, 1788, 2, p. 74)
Hacía tiempo que todos los elementos estaban delante de nuestros ojos, pero nunca habíamos comprendido plenamente su significado. Durante seis siglos seis grupos se disputan la realización del Plan de Provins, cada grupo coge el texto ideal de ese Plan y se limita a cambiar el sujeto para atribuirlo a su enemigo.
Cuando los rosacruces aparecen en Francia, los jesuitas presentan el plan invertido: al desacreditar a los rosacruces, desacreditan a los baconianos y a la naciente masonería inglesa.
Cuando los jesuitas inventan el neotemplarismo, el marqués de Luchet atribuye el plan a los neotemplarios. Los jesuitas, que ahora ya se están deshaciendo de los neotemplarios a través de Barruel, copian a Luchet, pero atribuyen el plan a los francmasones en general.
Contraofensiva baconiana. Al examinar cuidadosamente los textos de la polémica liberal y laica, habíamos descubierto que desde Michelet y Quinet hasta Garibaldi y Gioberti, todo el mundo atribuía la Ordonation a los jesuitas (tal vez la idea procedía del templario Pascal y sus amigos). El tema se popularizaba con El judío errante de Eugène Sue, con el personaje del malvado monsieur Rodin, quintaesencia de la conjura jesuítica mundial. Pero investigando la obra de Sue habíamos encontrado algo mucho más interesante: un texto que parecía calcado, pero que era anterior en medio siglo, de los Protocolos, palabra por palabra. Se trataba del último capítulo de Los misterios del Pueblo. Aquí el diabólico plan jesuita se explicaba hasta el último delictuoso detalle en un documento que el general de la Compañía, el padre Roothaan (personaje histórico), enviaba a monsieur Rodin (ya personaje de El judío errante). El documento caía en manos de Rodolphe de Gerolstein (ya héroe de Los misterios de París), quien lo revelaba a los demócratas: «Vea usted, estimado Lebrenn, qué bien urdida está esta trama infernal, y qué espantosos sufrimientos, qué horrenda dominación, qué despotismo terrible reserva para Europa y el mundo, si por desgracia lograra consumarse…»
Parecía el prefacio de Nilus a los Protocolos. Sue atribuía a los jesuitas la divisa (que luego aparecería en los Protocolos, atribuida a los judíos) «el fin justifica los medios».