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Sólo conocemos una sociedad que sería capaz de competir con nosotros en estas artes: la de los jesuitas. Pero hemos logrado desacreditar a los jesuitas ante la plebe ignorante, aprovechando que se trata de una sociedad visible, mientras que nosotros nos mantenemos detrás de los bastidores, conservando el secreto.

(Protocolos, V)

Los Protocolos son una serie de veinticuatro declaraciones programáticas atribuidas a los Sabios de Sión. Los designios de esos Sabios nos habían parecido bastante contradictorios, unas veces quieren abolir la libertad de prensa, y otras veces se proponen impulsar el libre pensamiento. Critican el liberalismo, pero parecen enunciar el programa que las izquierdas radicales atribuyen a las multinacionales capitalistas, incluida la utilización del deporte y la educación visual para estupidizar al pueblo. Estudian diversas técnicas para hacerse con el poder mundial, alaban la fuerza del oro. Deciden favorecer las revoluciones en todos los países, aprovechando el descontento y confundiendo al pueblo mediante la proclamación de ideas liberales, pero lo que quieren es agudizar las desigualdades. Se proponen instaurar en todas partes regímenes presidenciales controlados por testaferros de los Sabios. Deciden el estallido de guerras, el aumento de la producción de armas y (ya lo había dicho Salon) la construcción de ferrocarriles metropolitanos (¡subterráneos!) para poder minar las grandes ciudades.

Dicen que el fin justifica los medios y se proponen impulsar el antisemitismo, tanto para controlar a los judíos pobres como para ablandar el corazón de los gentiles ante el espectáculo de sus desdichas (caro, decía Diotallevi, pero eficaz). Declaran con candidez «tenemos una ambición ilimitada, una codicia devoradora, un implacable deseo de venganza y un odio profundísimo» (dando pruebas de un exquisito masoquismo, porque reproducen con gusto el cliché del judío malvado que ya circulaba en la prensa antisemita y que adornará la cubierta de todas las ediciones del libro), y deciden abolir el estudio de los clásicos y de la historia antigua.

—Vamos —observaba Belbo—, los Sabios de Sión eran un hatajo de imbéciles.

—Nada de bromas —decía Diotallevi—. Este libro fue tomado muy en serio. Hay algo que me llama la atención. Se presenta como un plan judío con siglos de antigüedad, y todas sus referencias aluden a pequeñas polémicas francesas de finales de siglo. La referencia a la educación visual, que sirve para estupidizar a las masas, aludiría al programa educativo de Léon Bourgeois, que incorpora a nueve masones en su gobierno. En otro pasaje se aconseja apoyar la elección de personas implicadas en el escándalo del canal de Panamá, y tal era el caso de Emile Loubet, presidente de la república en 1899. La referencia al metro corresponde al hecho de que en aquella época los periódicos de derecha protestaban porque en la Compagnie du Métropolitain había muchos accionistas judíos. Todo esto permite suponer que el texto fue compuesto en Francia durante la última década del siglo XIX, en la época del caso Dreyfus, para debilitar al frente liberal.

—A mí no es eso lo que me impresiona —dijo Belbo—, sino el déjà vu. Porque, en definitiva, estos Sabios exponen un plan para la conquista del mundo, y yo diría que no es la primera vez que oímos hablar de esto. Eliminen ustedes algunas referencias a hechos y problemas del siglo pasado, reemplacen los subterráneos del metro por los subterráneos de Provins, y cada vez que aparece la palabra judíos sustitúyanla por la palabra templarios, y hagan otro tanto con las expresiones «Sabios de Sión» y «Treinta y seis Invisibles divididos en seis grupos»… Amigos míos, ¡es la Ordonation de Provins!