¡Oh, qué bien habéis desenmascarado a esas sectas infernales que preparan el camino del Anticristo!… Sin embargo, hay una de esas sectas a la que sólo os habéis referido de pasada.
(Carta del capitán Simonini a Barruel, en La civiltà cattolica, 21.10.1882)
La jugada de Napoleón con los judíos había provocado un cambio de rumbo por parte de los jesuitas. Las Mémoires de Barruel no contenían ninguna referencia a los judíos. Pero, en 1806, Barruel recibe una carta de un tal capitán Simonini, quien le recuerda que incluso Manes y el Viejo de la Montaña eran judíos, que la masonería había sido fundada por los judíos y que los judíos se habían infiltrado en todas las sociedades secretas existentes.
La carta de Simonini se hizo circular hábilmente por Paris y puso en apuros a Napoleón, que acababa de contactar con el Gran Sanedrín. Sin duda, este contacto también había despertado preocupación entre los paulicianos, porque en aquellos años el Santo Sínodo de la Iglesia Ortodoxa Moscovita declaraba: «Hoy Napoleón se propone reunir a todos los judíos que la ira de Dios dispersó por la faz de la tierra, para que destruyan a la Iglesia de Cristo y para que le proclamen a El como el verdadero Mesías.»
El bueno de Barruel acepta la idea de que el complot no es sólo masónico, sino judeomasónico. Por lo demás, la idea de esa conjura satánica venía bien para atacar a un nuevo enemigo, la Alta Venta Carbonaria, y, por tanto, a los padres anticlericales del Resurgimiento Italiano, de Mazzini a Garibaldi.
—Pero todo esto sucede a principios del siglo XIX —decía Diotallevi—. En cambio, la gran ofensiva antisemita empieza a finales del siglo, cuando se publican Los Protocolos de los Sabios de Sión. Los Protocolos se publican en la zona rusa. Por tanto, se trata de una iniciativa pauliciana.
—Lógico —dijo Belbo—. Es evidente que ahora el grupo jerosolimitano se ha dividido en tres ramas. La primera, a través de los cabalistas españoles y provenzales, ha inspirado el ala neotemplaria; la segunda ha sido absorbida por el ala baconiana, y sus miembros se han convertido en hombres de ciencia y banqueros. Contra ellos se dirigen los ataques de los jesuitas. Pero queda una tercera rama, establecida en Rusia. Los judíos rusos son en gran parte pequeños comerciantes y prestamistas, y por tanto son mal vistos por los campesinos pobres; y, en gran parte, como la cultura judía es una cultura del Libro, y todos los judíos saben leer y escribir, muchos de ellos van a engrosar las filas de la intelligentzia liberal y revolucionaria. Los paulicianos son místicos, reaccionarios, están estrechamente vinculados con los señores, y se han infiltrado en la corte. Es evidente, entre ellos y los jerosolimitanos no puede haber entendimiento. Por tanto les interesa desacreditar a los judíos y, a través de los judíos, como han visto hacer a los jesuitas, logran crearles dificultades a sus enemigos del extranjero, tanto a los neotemplaristas como a los baconianos.