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Se formó, en medio de las más densas tinieblas, una sociedad de seres nuevos que se reconocen sin haberse visto antes se entienden sin haberse expresado, se ayudan sin ser amigos… Esa sociedad toma del régimen jesuita la obediencia ciega, de la francmasonería las pruebas y las ceremonias exteriores, de los templarios, las evocaciones subterráneas y la audacia inaudita. ¿Acaso el Conde de Saint-Germain hizo otra cosa que imitar a Guillaume Postel, que tenía la manía de fingirse más viejo de lo que era?

(Marquis de Luchet, Essai sur la secte des illuminés, París 1789, V y XII)

Los jesuitas habían comprendido que la mejor técnica para desestabilizar al enemigo consiste en crear sectas secretas, esperar que los entusiastas peligrosos se precipiten en ellas, y luego detenerlos a todos. O sea, si temes una conjura, organízala, así todos los que podrían participar en ella se ponen bajo tu control.

Recordé el recelo que expresara Agliè sobre Ramsay, el primero en proponer una relación directa entre la masonería y los templarios, pues había insinuado que Ramsay estaba vinculado con ambientes católicos. En efecto, ya Voltaire le había denunciado como hombre de los jesuitas. Cuando surge la masonería inglesa, los jesuitas responden desde Francia con el neotemplarismo escocés.

Así se entendía por qué en respuesta a esa maquinación, en 1789, un tal marqués de Luchet había escrito, anónimo, un célebre Essai sur la secte des illuminés, donde arremetía contra todos los iluminados, ya fuesen de Baviera o de otra parte, anarquistas comecuras o místicos neotemplarios, y no se libraban (¡era increíble, todas las piezas de nuestro rompecabezas iban encajando poco a poco, y perfectamente!) ni los paulicianos, para no mencionar a Postel y a Saint-Germain. Y se quejaba de que esas formas de misticismo templario habían quitado credibilidad a la masonería, que en cambio era una sociedad de personas honestas y excelentes.

Los baconianos habían inventado la masonería como una especie de Rick’s Café Americain de Casablanca, pero el neotemplarismo jesuita les arruinaba el invento, y entonces enviaban al sicario Luchet para que eliminase a todos los grupos ajenos al ala baconiana.

Aquí, sin embargo, había que tomar en cuenta otro hecho, que el pobre Agliè no lograba ver claro. ¿Por qué de Maistre, que era hombre de los jesuitas, había ido a Wilhemsbad, y siete años antes de que apareciese el marqués de Luchet, a sembrar cizaña entre los neotemplarios?

—El neotemplarismo funcionaba bien en la primera mitad del siglo XVIII —decía Belbo—, pero pésimamente a finales del siglo, uno, porque habían tomado el poder los revolucionarios, a quienes Diosa Razón o Ente Supremo, todo hacía al caso con tal de cortarle la cabeza al rey, ahí tienen ustedes a Cagliostro, y dos, porque al otro lado del Rin se habían entrometido los príncipes alemanes, sobre todo Federico de Prusia, cuyos objetivos no tenían demasiado que ver con los de los jesuitas. Cuando el neotemplarismo místico, quienesquiera que hayan sido sus creadores, produce La Flauta Mágica, es natural que los hombres de Loyola decidan deshacerse de él. Es como en el mundo de las finanzas: compras una empresa, la revendes, la liquidas, la declaras en quiebra, revalorizas el capital, conforme a los planes generales, y desde luego no te preocupas demasiado por la suerte del portero. O como con un coche de segunda mano: cuando ya no funciona, lo envias al cementerio de coches.