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El barón von Hund, el Caballero Ramsay… y muchos otros que fundaron los grados en estos ritos, trabajaron siguiendo instrucciones del general de los jesuitas… El Templarismo es Jesuitismo.

(Carta a Mme. Blavatsky de Charles Sotheran, 32.˙.A y P.R. 94.˙.Memphis, K.R.7, K. Kadosh, M.M. 104, Eng. etc, Iniciado de la Fraternidad Inglesa de los Rosa-Cruces y otras sociedades secretas, 11.1.1877; en Isis Unveiled, 1877, II, p. 390)

Los habíamos encontrado demasiadas veces, desde la época de los primeros manifiestos rosacruces. Ya en 1620 se publica en Alemania una Rosa Jesuítica, donde se recuerda que el simbolismo de la rosa es católico y mariano, antes que rosacruciano, y se insinúa que las dos órdenes están asociadas, y que los rosacruces sólo son una de las versiones de la mística jesuítica para uso de las poblaciones de la Alemania reformada.

Recordaba las palabras de Salon sobre el rencor con que el padre Kircher había atacado a los rosacruces, y precisamente en una obra en la que hablaba de las profundidades del globo terráqueo.

—El padre Kircher —decía yo— es un personaje clave en esta historia. ¿Por qué ese hombre, que tantas veces dio pruebas de tener un buen sentido de la observación y un gusto por la experimentación, acabó ocultando esas buenas ideas bajo millares de páginas rebosantes de hipótesis inverosímiles? Se carteaba con los mejores científicos ingleses. Además, en cada uno de sus libros retoma los temas típicos de los rosacruces, aparentemente para refutarlos, pero en realidad los hace suyos, nos da su versión desde el punto de vista de la Contrarreforma. En la primera edición de la Fama, ese señor Haselmayer, que los jesuitas condenan a galeras debido a sus ideas reformadoras, insiste en que los buenos y auténticos jesuitas son ellos, los rosacruces. Bien, Kircher escribe sus más de treinta libros para sugerir que los buenos y auténticos rosacruces son ellos, los jesuitas. Los jesuitas están tratando de apoderarse del Plan. Los péndulos se los quiere estudiar él, el padre Kircher, y lo hace, aunque a su manera, inventando el reloj planetario para conocer la hora exacta en todas las sedes de la Compañía desparramadas por el mundo.

—Pero, ¿cómo se las arreglaron los jesuitas para conocer la existencia del Plan, cuando los templarios se habían dejado matar con tal de no revelar el secreto? —preguntó Diotallevi.

No valía responder que los jesuitas siempre saben más que el diablo. Queríamos una explicación más atractiva.

No tardamos mucho en descubrirla. Guillaume Postel, otra vez. Hojeando la historia de los jesuitas de Crétineau-Joly (lo que nos reímos de este nombre tan poco feliz), descubrimos que en 1544 Postel, arrebatado de furor místico, consumido por su sed de regeneración espiritual, había ido a Roma para unirse a San Ignacio de Loyola. Ignacio le había acogido con entusiasmo, pero Postel no había podido renunciar a sus ideas fijas a sus cabalismos, a su ecumenismo, y por esas cosas los jesuitas no pasaban, y menos aún por la más fija de todas sus ideas, sobre la que Postel no estaba dispuesto a transigir, la idea de que el rey de Francia tenía que ser Rey del Mundo. Ignacio sería santo, pero era español.

De modo que, en determinado momento, se había producido la ruptura, Postel había abandonado a los jesuitas; o los jesuitas lo pusieron a la puerta de la calle. Pero si Postel había sido jesuita, aunque fuera por un periodo breve, debía de haberle confesado su misión a San Ignacio, a quien había jurado obediencia perinde ac cadaver. Querido Ignacio, debía de haberle dicho, has de saber que al recibirme también recibes el secreto del Plan templario cuya representación en Francia inmerecidamente me ha sido confiada, y en particular has de saber que todos estamos esperando que se produzca la tercera reunión secular, prevista para 1584, y mucho mejor será esperarla ad majorem Dei gloriam.

De manera que, a través de Postel, y por un momento de debilidad de éste, los jesuitas se enteran de la existencia del secreto de los templarios. Un secreto como éste no puede desaprovecharse. San Ignacio accede a la eterna beatitud, pero sus sucesores vigilan, y no pierden de vista a Postel. Quieren saber con quién se reunirá en 1584. Pero, ay, Postel muere antes y de nada vale que, como afirmaba una de nuestras fuentes, un jesuita desconocido esté junto a su lecho de muerte. Los jesuitas no logran averiguar quién es su sucesor.

—Perdone usted, Casaubon —dijo Belbo—, hay algo que no va, porque en tal caso los jesuitas no han podido enterarse de que la reunión de 1584 ha fracasado.

—Sin embargo, tampoco hay que olvidar —observó Diotallevi— que según me dicen los gentiles, esos jesuitas eran hombres tenaces y no se dejaban embaucar fácilmente.

—Bueno, si se trata de eso —dijo Belbo—, un jesuita es capaz de zamparse un par de templarios a la hora del almuerzo, y otros dos a la hora de la cena. También a ellos les disolvieron, y más de una vez, y lo intentaron los gobiernos de toda Europa, y nada, aún siguen existiendo.

Había que ponerse en el lugar de un jesuita. ¿Qué hace un jesuita, si Postel se le escapa de las manos? A mi se me había ocurrido algo en seguida, pero era una idea tan diabólica que, pensaba, ni siquiera nuestros diabólicos hubiesen podido digerirla: ¡los rosacruces eran una invención de los jesuitas!

—Al morir Postel —proponía—, los jesuitas, con su astucia característica, previeron matemáticamente la confusión de los calendarios y decidieron tomar la iniciativa. Entonces montan la mistificación rosacruciana, calculando con exactitud lo que sucederá. Entre los muchos exaltados que tragan el anzuelo, no falta algún miembro de los grupos auténticos que, cogido por sorpresa, se delata. Ya pueden imaginarse ustedes la furia de Bacon: Fludd, imbécil. ¿No podías estarte callado? Pero vizconde, My Lord, esos parecían de los nuestros… Cretino, ¿no te había enseñado a desconfiar de los papistas? ¡A ti, tenían que haberte quemado, y no a ese infeliz de Nola!

—Pero entonces —decía Belbo—, ¿por qué, cuando los rosacruces se trasladan a Francia, los jesuitas, o los polemistas católicos que trabajan para ellos, les atacan acusándoles de herejes y endemoniados?

—Supongo que no pretenderá que los jesuitas actúen rectamente, ¿si no, qué clase de jesuitas serían?

Discutimos largamente mi propuesta, y al final decidimos, de común acuerdo, que era mejor la hipótesis inicial: los rosacruces eran el anzuelo que los baconianos y los alemanes habían arrojado para atraer a los franceses. Pero tan pronto como habían aparecido los manifiestos, los jesuitas se habían dado cuenta de todo. E inmediatamente se habían metido en el juego, para confundir las cartas. Sin duda, los jesuitas se habían propuesto impedir la reunión de los grupos inglés y alemán con el grupo francés, y cada golpe, por bajo que fuera, era bueno.

Entretanto seguían registrando datos, acumulando información, que metían… ¿dónde? En Abulafia, sugirió Belbo bromeando. Pero Diotallevi, que mientras tanto había estado documentándose, dijo que no se trataba de una broma. Desde luego, los jesuitas estaban construyendo el inmenso, poderosísimo calculador electrónico, capaz de extraer una conclusión de la centenaria y paciente mescolanza de fragmentos de verdad y mentira que habían estado recopilando.

—Los jesuitas —decía Diotallevi— comprendieron algo que ni los pobres viejos templarios de Provins ni el ala baconiana habían llegado a intuir, es decir, que la reconstrucción del mapa podía lograrse por vía combinatoria, ¡o sea, con procedimientos que anticipaban los de los modernos cerebros electrónicos! Los jesuitas son los primeros que inventan a Abulafia. El padre Kircher se lee todos los tratados sobre el arte combinatoria, de Lulio en adelante. Miren lo que publica en su Ars Magna Sciendi

—Parece un esquema para una labor de ganchillo —decia Belbo.

—No señor, se trata de todas las combinaciones posibles entre n elementos. El cálculo factorial, el del Séfer Yĕṣirah. El cálculo de las combinaciones y las permutaciones. ¡La esencia misma de la Tĕmurah!

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Tenía razón. Una cosa era concebir el vago proyecto de Fludd, para localizar el mapa partiendo de una proyección polar, y otra muy distinta saber cuántos ensayos eran necesarios, y saber cómo realizarlos todos, para llegar a la solución optima. Sobre todo, una cosa era crear el modelo abstracto de las combinaciones posibles, y otra muy distinta pensar en una máquina que fuese capaz de ejecutarlas. Y así es como Kircher, y su discípulo Schott, proyectan organillos mecánicos, mecanismos que trabajan con tarjetas perforadas, computers ante literam. Basados en el cálculo binario. Cábala aplicada a la mecánica moderna.

IBM: Iesus Babbage Mundi, lesum Binarium Magnificamur. AMDG: ¿Ad Maiorem Dei Gloriam? Qué va: Ars Magna, Digitale Gaudium! IHS: ¡Iesus Hardware & Software!