Esta ciencia, que no se ha perdido, al menos en su parte material, fue enseñada a los constructores religiosos por los monjes de Cîteaux… En el siglo pasado, se les conocía como Compagnons du Tour de France. Y a ellos recurrió Eiffel para construir su torre…
(L. Charpentier, Les mystères de la cathédrale de Chartres, París, Laffont, 1966, pp. 55-56)
Ahora teníamos a toda la modernidad recorrida por laboriosos topos que perforaban el subsuelo espiando el planeta por debajo. Pero debía de haber algo más, otra empresa iniciada por los baconianos, y cuyos resultados, cuyas etapas estaban a la vista de todos, y nadie se había percatado… Porque al perforar el suelo se exploraban las capas profundas, pero los celtas y los templarios no se habían limitado a perforar pozos, habían instalado sus clavijeros, que se erguían contra el cielo, para comunicarse entre megalito y megalito, y captar las influencias de las estrellas…
La idea se le presentó a Belbo durante una noche de insomnio. Se había asomado a la ventana y había visto a lo lejos, sobre los techos de Milán, las luces de la torre metálica de la RAI, la gran antena de la ciudad. Una moderada y prudente torre de Babel. Y entonces comprendió.
—La Tour Eiffel —nos dijo a la mañana siguiente—. ¿Cómo puede ser que no hayamos pensado en ella? El megalito de metal, el menhir de los últimos celtas, la aguja hueca más alta que todas las agujas góticas. Pero, ¿acaso París necesitaba este monumento inútil? Es la sonda celeste, la antena que recoge datos de todos los clavijeros herméticos clavados en la costra del globo, de las estatuas de la Isla de Pascua, de Machu Picchu, de la Libertad de Bedloe’s Island, ya soñada por Lafayette, del obelisco de Luxor, de la torre más alta de Tomar, del Coloso de Rodas, que sigue transmitiendo desde las profundidades del puerto donde ya nadie es capaz de encontrarlo, de los templos de la jungla brahmánica, de las torrecillas de la Gran Muralla, de la cima de Ayers Rock, de las agujas de Estrasburgo, con las que se extasiaba el iniciado Goethe, de los rostros de Mount Rushmore, cuántas cosas había comprendido el iniciado Hitchkock, de la antena del Empire State, ya me dirán ustedes a qué imperio se refiere esta creación de iniciados americanos, si no es al imperio de Rodolfo de Praga. La Tour capta datos del subsuelo y los confronta con los que recibe del espacio. ¿Y quién nos ofrece la primera tremenda imagen cinematográfica de la Tour? René Clair en Paris qui dort. René Clair, R. C.
Había que volver a leer toda la historia de la ciencia: hasta la carrera espacial resultaba comprensible, con esos satélites desquiciados que no paran de fotografiar la costra del globo para detectar tensiones invisibles, flujos submarinos, corrientes de aire cálido. Y para hablar entre sí, hablar con la Tour, hablar con Stonehenge…