La principal actividad de esta asamblea, y la más provechosa, debe ser —en mi opinión— la de ocuparse de la historia natural, tratando de realizar el proyecto del Verulamio.
(Christian Huygens, Carta a Colbert, Oeuvres Complètes, La Haye, 1888—1950, VI, pp. 95—96)
Las vicisitudes de los seis grupos no se habían limitado a la búsqueda del mapa. Era probable que en las dos primeras partes del mensaje, las que estaban en poder de los portugueses y los ingleses, los templarios hubiesen aludido a un péndulo, pero en aquel entonces las ideas sobre los péndulos aún eran bastante oscuras. Una cosa es hacer bailar una plomada y otra construir un mecanismo de precisión capaz de ser iluminado por el sol en el segundo justo. Por eso los templarios habían calculado seis siglos. El ala baconiana empieza a trabajar en esta dirección, y trata de llevar de su parte a todos los iniciados, con quienes intenta contactar desesperadamente.
Coincidencia significativa: el hombre de los rosacruces, Salomon de Caus, escribe para Richelieu un tratado sobre los relojes solares. Después, a partir de Galileo, se desencadena la investigación sobre los péndulos. Como pretexto se aduce su utilidad para determinar las longitudes, pero, cuando en 1681 Huygens descubre que un péndulo que en París es preciso atrasa en Cayena, en seguida se da cuenta de que eso se explica por la variación de la fuerza centrifuga determinada por la rotación de la Tierra. ¿Y cuando publica su Horologium, donde desarrolla las intuiciones galileanas sobre el péndulo? ¿quién le llama a París? Colbert, ¡el mismo que llama a Salomon de Caus para que se encargue del subsuelo de París! Cuando, en 1661, la Accademia del Cimento anticipa las conclusiones de Foucault, Leopoldo de Toscana consigue disolverla en cinco años e inmediatamente recibe de Roma, velada retribución, el capelo cardenalicio.
Pero eso no era todo. La caza del péndulo prosigue en los siglos XVIII y XIX. En 1742 (¡un año antes de la primera aparición documentada del conde de Saint-Germain!), un tal De Mairan presenta una memoria sobre los péndulos a la Académie Royale des Sciences; en 1756 (¡cuando en Alemania nace la Estricta Observacia Templaria!) un tal Bouguer escribe «sur la direction qu’affectent tous les fils à plomb».
Encontraba títulos fantasmagóricos, como este de Jean Baptiste Biot, de 1821: Recueil d’observations géodesiques, astronomiques et physiques, exécutées par ordre du Bureau des Longitudes de France, en Espagne, en France, en Angleterre et en Écosse, pour déterminer la variation de la pésanteur et des degrès terrestres sur le prolongement du meridien de Paris. ¡En Francia, España, Inglaterra y Escocia! ¡Y en relación con el meridiano de Saint-Martin! ¿Y Sir Edward Sabine, que en 1823 publica An Account of Experiments to Determine the Figure of the Earth by Means of the Pendulum Vibrating Seconds in Different Latitudes? ¿Y ese misterioso Graf Feodor Petrovich Litke, que en 1836 publica los resultados de sus investigaciones sobre el comportamiento del péndulo durante una navegación alrededor del mundo? Y por encargo de la Academia Imperial de Ciencias de San Petersburgo. ¿Por qué también los rusos?
¿Y si entretanto un grupo, sin duda de la línea baconiana, hubiese decidido investigar el secreto de las corrientes sin mapa ni péndulo, sino volviendo a interrogar, desde el principio, la respiración de la Serpiente? He aquí que se nos volvían a presentar, como anillo al dedo, las intuiciones de Salon: aproximadamente hacia la época de Foucault es cuando el mundo industrial, criatura del ala baconiana, empieza a cavar redes ferroviarias en el subsuelo de las metrópolis europeas.
—Es cierto —decía Belbo—. El siglo XIX está obsesionado por los subterráneos: Jean Valjean, Fantomas y Javert, Rocambole, todo un vaivén entre conductos y alcantarillas. Dios mío. Ahora que lo pienso, toda la obra de Verne es una revelación iniciática de los misterios del subsuelo. Viaje al centro de la Tierra, veinte mil leguas de viaje submarino, las cavernas de la Isla Misteriosa, el inmenso reino subterráneo de las Indias Negras! Tenemos que reconstruir el plano de sus viajes extraordinarios, estoy seguro de que descubriremos un esquema de las volutas de la Serpiente, un mapa de los leys en cada continente. Verne explora por arriba y por abajo la red de las corrientes telúricas.
Colaboraba yo:
—¿Cómo se llama el protagonista de las Indias Negras? John Garral, casi un anagrama de Graal, o sea del Grial.
—No seamos rebuscados, seamos más realistas. Verne lanza señales mucho más explícitas. Robur le Conquérant, R. C., Rosa-Cruz. Robur leído al revés es Rubor, el rojo de la rosa.