69

Elles deviennent le Diable: débiles, timorées, vaillantes à des heures exceptionnelles, sanglantes sans cesse, lacrymantes, caressantes, avec des bras qui ignorent les lois… Fi! Fi! Elles ne valent rien, elles sont faites d’un coté, d’un os courbe, d’une dissimulation rentrée… Elles baisent le serpent…

(Jules Bois, Le satanisme et la magie, Paris, Chailley, 1895, p. 12)

Lo estaba olvidando, ahora lo sé. Sin duda, a ese período pertenece este file, breve y atónito.

Llegaste a casa, sin avisar. Traías un poco de aquella hierba. Yo no quería, porque no permito que ninguna sustancia vegetal interfiera en el funcionamiento de mi cerebro (mentira, fumo tabaco y bebo destilados de cereales). De todas formas, las pocas veces que a comienzos de los sesenta alguien me obligó a participar en la ronda del joint, con aquella papelina pegajosa impregnada de saliva, y la última calada con el alfiler, me dieron ataques de risa.

Pero ayer me lo ofreciste tú, y pensé que quizá era tu manera de ofrecerte, y fumé con fe. Bailamos apretados, como hace muchos años que no se hace, y —qué vergüenza— mientras sonaba la Cuarta de Mahler. Tenía la sensación de que entre mis brazos estaba germinando una criatura antigua, de rostro dulce y arrugado, como de cabra vieja, una serpiente que brotaba de mis entrañas, y te adoraba como a una tía antiquísima y universal. Quizá seguía moviéndome apretado a tu cuerpo, pero también tenía la impresión de que estabas echando a volar, y te transformabas en oro, abrías puertas cerradas, movías los objetos por los aires. Estaba penetrando en tu oscuro vientre, Megale Apophasis. Prisionera de los ángeles.

¿No te buscaba quizá a ti? Quizá estoy aquí sólo para esperarte. ¿Te he perdido cada vez porque no te he reconocido? ¿Te he perdido cada vez porque te he reconocido y no me he atrevido? ¿Te he perdido cada vez porque al reconocerte sabía que debía perderte?

¿Pero adónde te marchaste anoche? Me he despertado esta mañana y me dolía la cabeza.