Que tus vestiduras sean cándidas… Si es de noche, enciende muchas lámparas, hasta que todo resplandezca… Ahora empieza a combinar algunas letras, o muchas, desplázalas y combínalas hasta que tu corazón esté caliente. Concéntrate en el movimiento de las letras y en lo que puedes producir al mezclarlas. Y cuando adviertas que tu corazón esta caliente, cuando veas que mediante la combinación de las letras captas cosas que no habrías podido conocer por ti solo o con ayuda de la tradición, cuando estés preparado para recibir el influjo de la potencia divina que penetra en ti, entonces aplica toda la profundidad de tu pensamiento a imaginar en tu corazón el Nombre y Sus ángeles superiores, como si fueran seres humanos que estuviesen a tu lado.
(Abulafia, Ḥayyĕ ha-’Olam ha-Ba)
—Es coherente —dijo Belbo—. ¿En ese caso, cuál sería el Refugio?
—Los seis grupos se instalan en seis lugares, pero sólo uno de éstos recibe el nombre de Refugio. Es extraño. Eso significa que en los otros sitios, como Portugal o Inglaterra, los templarios pueden vivir sin que les molesten, aunque tenga que ser con otro nombre, mientras que en éste se esconden. Yo diría que el Refugio es el sitio en el que se refugiaron los templarios de París después de abandonar el Temple. Y como también me parece económico que el trayecto vaya de Inglaterra a Francia, ¿por qué no pensar que los templarios construyeron un refugio en el mismo París, en un lugar secreto y protegido? Eran buenos políticos y suponían que en doscientos años las cosas habrían cambiado, con lo que podrían volver a actuar a la luz del sol, o casi.
—Bien por París. ¿Y qué hacemos con el cuarto sitio?
—El coronel pensaba en Chartres, pero, si hemos decidido que el tercer lugar era París, el cuarto ya no puede haber sido Chartres, porque está claro que el plan debe afectar a todos los centros de Europa. Además, hemos abandonado la pista mística para seguir una pista política. El movimiento parece corresponder a una sinusoide, de modo que ahora deberíamos subir hasta el norte de Alemania. Pues bien, al otro lado del río o del agua, es decir al otro lado del Rin, o sea en Alemania, hay una ciudad, no una iglesia, de Nuestra Señora. Cerca de Danzig había una ciudad de la Virgen: Marienburg.
—¿Y por qué la cita sería en Marienburg?
—¡Porque era la capital de los caballeros teutónicos! Las relaciones entre los templarios y los teutónicos no están envenenadas como sus relaciones con los hospitalarios, que esperan como buitres la supresión del Temple para apoderarse de sus bienes. Los teutónicos fueron creados en Palestina por los emperadores alemanes para desvirtuar a los templarios, pero pronto tuvieron que marcharse al norte, para detener la invasión de los bárbaros prusianos. Y lo hicieron tan bien que al cabo de dos siglos se habían convertido en un Estado que abarcaba todos los territorios bálticos. Se mueven entre Polonia, Lituania y Livonia. Fundan Koenigsberg, son derrotados una sola vez, por Alexander Nevski, en Estonia, y, en la época de la detención de los templarios en París, establecen la capital de su reino en Marienburg. Si existía un plan de la caballería espiritual para la conquista del mundo, los templarios y los teutónicos tenían que haberse repartido las zonas de influencia.
—¿Quiere que le diga algo? —dijo Belbo—. Estoy de acuerdo. Ahora vayamos al quinto grupo. ¿Dónde están esos popelicans?
—No lo sé —dije.
—Me defrauda, Casaubon. Quizá tengamos que preguntarle a Abulafia.
—Nada de eso —respondí picado—. Abulafia debe sugerirnos conexiones inéditas. Pero los popelicans son un dato, no una conexión, y de los datos se encarga Sam Spade. Déme unos días de tiempo.
—Le doy dos semanas —dijo Belbo—. Si dentro de dos semanas no me entrega a los popelicans, tendrá que entregarme una botella de Ballantine’s 12 Years Old.
Demasiado para mi bolsillo. Al cabo de una semana entregué los popelicans a mis voraces compañeros.
—Todo está claro. Síganme, porque debemos remontarnos al siglo IV, en territorio bizantino, cuando en la zona mediterránea ya se han difundido varios movimientos de inspiración maniquea. Empecemos por los arcónticos, fundados en Armenia por Pedro de Cafarbarucha, y no me negarán que el nombre es impresionante. Son antijudíos, el diablo se identifica con Sabaoth, el dios de los judíos, que vive en el séptimo cielo. Para llegar hasta la Gran Madre de la Luz, que vive en el octavo cielo, hay que rechazar tanto a Sabaoth como al bautismo. ¿Vale?
—Rechacémoslos —dijo Belbo.
—Pero los arcónticos todavía son buenos chicos. En el siglo V aparecen los mesalianos, que por lo demás sobrevivirán en Tracia hasta el siglo Xl. Los mesalianos no son dualistas, sino monarquianos. Sin embargo, trafican con las potencias infernales, tanto es así que en algunos textos se les llama borboritas, de borboros, fango, debido a las cosas innombrables que hacían.
—¿Qué hacían?
—Lo de siempre. Hombres y mujeres elevaban al cielo, recogida en la palma de la mano, su propia ignominia, es decir el esperma y el menstruo, y después la comían diciendo que era el cuerpo de Cristo. Y, si por casualidad embarazaban a sus mujeres, en el momento justo les metían la mano dentro del vientre, les arrancaban el embrión, lo machacaban luego en un mortero, lo mezclaban con miel y pimienta, y a comer se ha dicho.
—¡Qué asco —dijo Diotallevi—, miel y pimienta!
—Así que esos son los mesalianos, que algunos llaman estratióticos y fibionitas, otros barbelitas, y que se dividen en naasenos y femionitas. Pero según otros padres de la Iglesia los barbelitas eran gnósticos con retraso y, por tanto, dualistas, adoraban a la Gran Madre. Barbelo, y sus iniciados llamaban borborianos a los hílicos, es decir a los hijos de la materia, que se distinguían de los psíquicos, que ya eran mejores, y de los pneumáticos, que eran los elegidos, el Rotary Club de toda esta historia. Pero quizá los estratióticos sólo eran los hílicos de los mitraístas.
—¿Todo esto no es un poco confuso? —preguntó Belbo.
—Por fuerza. Toda esta gente no ha dejado documentos. Lo único que sabemos sobre ellos es lo que comentaron sus enemigos. Pero da lo mismo. Sólo los he mencionado para mostrar el barullo que por entonces había en la zona del Oriente Medio. Y para mostrar de dónde surgen los paulicianos. Son los seguidores de un tal Pablo, a quienes se unen unos iconoclastas expulsados de Albania. A partir del siglo VIII, estos paulicianos se desarrollan rápidamente, de secta pasan a ser comunidad, de comunidad a banda, de banda a poder político, y los emperadores de Bizancio empiezan a preocuparse y a mandarles al ejército imperial para que se las vea con ellos. Se difunden hasta las fronteras del mundo árabe, se extienden hacia el Eufrates, invaden el territorio bizantino hasta el Mar Negro. Establecen colonias un poco por todas partes, y todavía les encontramos en el siglo XVII, cuando son convertidos por los jesuitas, pero aún existen algunas comunidades en los Balcanes o al sur de ellos. Ahora bien, ¿en qué creen los paulicianos? En Dios, uno y trino, sólo que el Demiurgo se ha empecinado en crear el mundo, con los resultados que están a la vista. Rechazan el Antiguo Testamento, no aceptan los sacramentos, desprecian la cruz, y no honran a la Virgen, porque Cristo se ha encarnado directamente en el cielo y ha pasado por María como a través de un tubo. Los bogomilos, que en parte se inspirarán en ellos, dirán que a María, Cristo le entró por un oído y le salió por el otro, sin que ella ni siquiera se diese cuenta. Algunos les acusan también de adorar al sol y al diablo, y de mezclar sangre de niños con el pan y el vino eucarísticos.
—Como todos.
—En aquellos tiempos para un hereje debía de ser una tortura ir a misa. Era mejor hacerse musulmán. Pero esa gente era así. Y los menciono porque, cuando los herejes dualistas se difundan por Italia y la Provenza, para decir que son como los paulicianos, les llamarán popelicanos, publicanos, populicanos, los cuales gallice etiam dicuntur ad aliquis popelicant!
—Ahí los tenemos.
—En efecto. En el siglo IX, los paulicianos siguen dándoles dolores de cabeza a los emperadores de Bizancio, hasta que el emperador Basilio jura que si logra hacer prisionero a su jefe, Chrysocheir, que había invadido la iglesia de San Juan de Dios en Efeso y había abrevado a sus caballos en las pilas de agua bendita…
—…ese vicio inveterado —dijo Belbo.
—…le planta tres flechas en la cabeza. Lanza contra él al ejército imperial, le capturan, le cortan la cabeza, se la envían al emperador, y éste la coloca sobre una mesa, sobre un trumeau, sobre una columnilla de pórfido y zas zas zas, le planta tres flechas, supongo que una en cada ojo y la tercera en la boca.
—Qué gente tan maja —dijo Diotallevi.
—No lo hacían por maldad —dijo Belbo—. Eran cuestiones de fe. Sustancia de cosas esperadas. Prosiga, Casaubon, que nuestro Diotallevi no comprende las sutilezas teológicas, es un sucio deicida.
—En definitiva: los cruzados se encuentran con los paulicianos. Se los encuentran cerca de Antioquía durante la primera cruzada, donde combaten junto a los árabes, y se los encuentran en el sitio de Constantinopla, donde la comunidad pauliciana de Filipópolis trata de entregar la ciudad al zar búlgaro Joannitsa para hacerles un feo a los franceses, y lo dice Villehardouin. Aquí está la conexión con los templarios, y la solución de nuestro enigma. Según la leyenda, los templarios se habrían inspirado en los cátaros, pero en realidad fueron los templarios quienes inspiraron a los cátaros. Se encontraron con las comunidades paulicianas durante las cruzadas y establecieron misteriosas relaciones con ellas, como ya lo habían hecho con los místicos y herejes musulmanes. Por lo demás, basta con seguir la pista de la Ordonation. Tiene que pasar, necesariamente, por los Balcanes.
—¿Por qué?
—Porque me parece evidente que la sexta cita es en Jerusalén. El mensaje dice que hay que ir a la piedra. ¿Y dónde hay una piedra que hoy veneran los musulmanes y que para verla hay que quitarse los zapatos? Justo en el centro de la Mezquita de Omar, en Jerusalén, donde antaño estaba el templo de los templarios. No sé quiénes tenían que esperar en Jerusalén, quizá un grupo de templarios supervivientes y disfrazados, o unos cabalistas vinculados con los portugueses, pero seguro que para llegar a Jerusalén desde Alemania el camino más lógico es el de los Balcanes, donde esperaba el quinto grupo, el de los paulicianos. Ya ven ustedes como ahora el Plan se vuelve claro y económico.
—Debo decirle que me ha convencido —dijo Belbo—. Pero, ¿en qué sitio de los Balcanes esperaban los popelicans?
—Creo que los sucesores naturales de los paulicianos eran los bogomilas búlgaros, pero los templarios de Provins no podían saber que pocos años después Bulgaria sería invadida por los turcos y permanecería cinco siglos bajo su dominación.
—Por tanto, cabe pensar que el Plan se detiene en el paso de los alemanes a los búlgaros. ¿Cuándo debería de haberse producido el encuentro?
—En 1824 —dijo Diotallevi.
—¿Y por qué?
Diotallevi trazó rápidamente un diagrama.
PORTUGAL |
1344 |
INGLATERRA |
1464 |
FRANCIA |
1584 |
ALEMANIA |
1704 |
BULGARIA |
1824 |
JERUSALÉN |
1944 |
—En 1344 los primeros grandes maestres de cada grupo se establecen en los seis lugares prescritos. Durante ciento veinte años se suceden en cada grupo seis grandes maestres y en 1464 el sexto maestre de Tomar se reúne con el sexto maestre del grupo inglés. En 1584 el duodécimo maestre inglés se reúne con el duodécimo maestre francés. La cadena prosigue con el mismo ritmo, y si la cita con los paulicianos fracasa, fracasa en 1824.
—Supongamos que fracasa —dije—. Pero no entiendo por qué unos hombres tan listos no fueron capaces de reconstruir el mensaje final cuando ya tenían en su poder cuatro sextas partes de éste. O por qué, cuando falló la cita con los búlgaros, no se pusieron en contacto con el grupo siguiente.
—Casaubon —dijo Belbo—, ¿realmente cree que los legisladores de Provins eran unos cebollinos? Si querían que la revelación permaneciese oculta durante seiscientos años, debieron de haber tomado sus precauciones. Cada maestre de un grupo sabe dónde encontrar al maestre del grupo siguiente, pero no dónde encontrar a los otros, y ninguno de los otros sabe dónde encontrar a los maestres de los grupos anteriores. Basta con que los alemanes hayan perdido a los búlgaros, para que ya no sepan dónde encontrar a los jerosolimitanos, mientras que los jerosolimitanos no sabrán dónde encontrar a ninguno de los otros. En cuanto a reconstruir un mensaje sobre la base de fragmentos incompletos, depende de cómo se hayan dividido esos fragmentos. No conforme a una secuencia lógica, está claro. Basta con que falte un solo trozo para que el mensaje sea incomprensible, y el que tiene el trozo que falta no sabe qué hacer con él.
—Piensen —dijo Diotallevi— que si el encuentro no se produjo, hoy Europa es el escenario de un ballet secreto, entre grupos que se buscan y no se encuentran, y cada uno de ellos sabe que con una cosa de nada podría convertirse en el amo del mundo. ¿Cómo se llama ese embalsamador de que nos habló, Casaubon? Quizá la conjura exista realmente, y la historia no sea más que el resultado de esa batalla para reconstruir un mensaje perdido. Nosotros no los vemos, y ellos, invisibles, se mueven a nuestro alrededor.
A Belbo y a mí se nos ocurrió simultáneamente la misma idea, y empezamos a hablar al mismo tiempo. Pero no se necesitaba mucho para dar con la conexión adecuada. Para algo nos servía habernos enterado de que al menos dos expresiones del mensaje de Provins, la referencia a los treinta y seis invisibles divididos en grupos de seis, y el plazo de ciento veinte años, también aparecían en el debate sobre los rosacruces.
—Al fin y al cabo eran alemanes —dije—. Leeré los manifiestos rosacrucianos.
—Pero usted ha dicho que eran falsos —dijo Belbo.
—¿Y qué? También nosotros estamos produciendo una falsificación.
—Es cierto —dijo—. Lo estaba olvidando.