Da Rosa, nada digamos agora…
(Sampayo Bruno, Os Cavaleiros do Amor, Lisboa, Guimarães, 1960, p. 155)
Cuando uno entra en estado de sospecha ya no descuida la menor huella. Después de las elucubraciones alrededor del árbol motor, estaba dispuesto a descubrir signaturas reveladoras en cualquier objeto que cayese en mis manos.
Me había mantenido en contacto con mis amigos brasileños, y en aquellos días se celebraban en Coimbra unas jornadas sobre cultura lusitana. Más por ganas de volver a verme que por mis méritos académicos los amigos de Río lograron que me invitasen. Lia no fue, estaba en el séptimo mes el embarazo apenas había alterado su figura menuda para transformarla en una grácil virgen flamenca, pero prefirió evitar el viaje.
Pasé tres noches muy divertidas con los viejos amigos y, cuando ya regresábamos en autocar a Lisboa, surgió una discusión sobre si debíamos detenernos en Fátima o en Tomar. Tomar era el castillo donde se habían refugiado los templarios portugueses después de que la benevolencia del rey y del papa les salvara del proceso y de la ruina, al transformarles en orden de los Caballeros de Cristo. No podía perderme un castillo de los templarios, y, por suerte, el resto del grupo no era entusiasta de Fátima.
Si me hubiera forjado la imagen de un castillo templario, habría sido Tomar. Se sube hasta él por un camino fortificado que bordea los bastiones externos, con troneras en forma de cruz, y aquello huele a Cruzada por los cuatro costados. Los Caballeros de Cristo prosperaron durante siglos en aquel lugar: según la tradición, tanto Enrique el Navegante como Cristóbal Colón pertenecieron a la Orden, y de hecho los caballeros se habían lanzado a la conquista de los mares, para gloria de Portugal. La larga y feliz existencia de que gozaron allí, hizo que el castillo fuera reconstruido y ampliado a lo largo de los siglos, de manera que a la parte medieval vinieron a añadirse las alas renacentista y barroca. Me emocioné al entrar en la iglesia de los templarios, con su rotonda octogonal que reproduce la del Santo Sepulcro. Me llamó la atención el hecho de que en la iglesia según las zonas, las cruces templarias fuesen de hechuras diferentes: problema que ya me había planteado al examinar la confusa iconografía sobre el tema. Mientras que la cruz de los caballeros de Malta había permanecido más o menos intacta, la de los templarios parecía haber sufrido influencias del siglo o de la tradición local. Por eso a los cazadores de templarios les basta con encontrar en cualquier parte una cruz de cualquier forma para anunciar que han descubierto una huella de los caballeros.
Después nuestra guía nos llevó a ver la ventana manuelina, la janela por excelencia, un encaje, un collage de hallazgos marinos y submarinos, algas, conchas, anclas, amarras y cadenas, en homenaje a las aventuras de los caballeros en los océanos. Pero a ambos lados de la ventana, constriñendo como un cinto a las dos torres que la encuadraban, estaban esculpidas las enseñas de la Jarretera. ¿Qué hacía ese símbolo de una orden inglesa en un monasterio fortificado portugués? La guía no supo decírnoslo, pero poco después, en otro lado del castillo, el que da al noroeste, creo, nos mostró las insignias del Toisón de Oro. No pude evitar una reflexión sobre el sutil juego de alianzas que unía a la Jarretera con el Toisón de Oro, a éste con los argonautas, a los argonautas con el Grial, al Grial con los templarios. Recordé las fábulas de Ardenti y algunas páginas de los originales de los diabólicos… Me sobresalté cuando nuestra guía nos hizo visitar una sala secundaria, con el techo cerrado por algunos sillares de bóveda. Eran pequeñas rosetas, pero en algunas vi esculpida una cara barbuda y vagamente caprina. Bafomet…
Bajamos a una cripta. Después de siete escalones, una piedra desnuda lleva hasta el ábside, donde podría erguirse un altar o el sitial del gran maestre. Pero se llega hasta allí pasando por debajo de siete sillares, todos en forma de rosa, pero de tamaño cada vez más grande, y el último, más abierto, domina un pozo. La cruz y la rosa, y en un monasterio templario, y en una sala construida sin duda antes de que apareciesen los manifiestos rosacrucianos… Le hice unas preguntas a la guía, que sonrió:
—Si supiese cuántos estudiosos de ciencias ocultas acuden aquí en peregrinaje… Hay quien dice que ésta era la sala de las iniciaciones…
Al entrar por casualidad en una habitación que todavía no había sido restaurada, y donde había unos pocos muebles polvorientos, encontré el suelo ocupado por grandes cajas de cartón. Eché una ojeada a su contenido y encontré jirones de volúmenes en hebreo, probablemente del siglo XVII. ¿Qué hacían los judíos en Tomar? La guía me dijo que los caballeros tenían buenas relaciones con la comunidad judía local. Me hizo asomar a la ventana y me mostró un jardín a la francesa que trazaba un pequeño y elegante laberinto. Era obra, me dijo, de un arquitecto judío del siglo XVIII llamado Samuel Schwartz.
La segunda cita en Jerusalén… Y la primera en el Castillo. ¿No consignaba eso el mensaje de Provins? Dios, el Castillo de la Ordonation descubierta por Ingolf no era el improbable Monsalvat de las novelas de caballería, Avalón la Hiperbórea. Si hubiesen tenido que fijar un primer punto de reunión, ¿qué habrían elegido los templarios de Provins, más avezados a dirigir capitanías que a leer novelas de la Mesa Redonda? ¡Pues Tomar, el castillo de los Caballeros de Cristo, un sitio en el que los supervivientes de la Orden gozaban de plena libertad, de las mismas garantías que antes, y donde estaban en contacto con los agentes del segundo grupo!
Me marché de Tomar y de Portugal con la mente alborotada. Finalmente, me estaba tomando en serio el mensaje que nos mostrara Ardenti. Los templarios se constituyen en orden secreta y elaboran un plan que debe durar seiscientos años y consumarse en nuestro siglo. Los templarios eran gente seria. De modo que si hablaban de un castillo se estaban refiriendo a un sitio real. El plan empezaba en Tomar. Entonces, ¿cuál habría tenido que ser el recorrido ideal? ¿Cuál la secuencia de las otras cinco citas? Lugares donde los templarios pudieran contar con amistades, protección, complicidad. El coronel había hablado de Stonehenge, Avalón, Agarttha… Tonterías. Había que volver a interpretar todo el mensaje.
Naturalmente, pensaba durante el viaje de regreso, no se trata de descubrir el secreto de los templarios, sino de inventarlo.
Belbo parecía molesto con la idea de retomar el documento que le dejara el coronel, y lo encontró hurgando de mala gana en uno de los últimos cajones de su escritorio. Sin embargo, observé, lo había guardado. Juntos volvimos a leer el mensaje de Provins. Después de tantos años.
Empezaba con la frase cifrada según la clave de Tritemio: Les XXXVI inuisibles separez en six bandes. Y después:
a la … Saint Jean
36 p charrete de fein
6 … entiers avec saiel
p … les blancs mantiax
r … s … chevaliers de Pruins pour la … j. nc
6 foiz 6 en 6 places
chascune foiz 20 a … 120 a …
iceste est l’ordonation
al donjon li premiers
it li secunz joste iceus qui … pans
it al refuge
it a Nostre Dame de l’altre part de l’iau
it a l’ostel des popelicans
it a la pierre
3 foiz 6 avant la feste … la Grant Pute.
—Treinta y seis años después de la carreta de heno, la noche de San Juan del año 1344, seis mensajes sellados para los caballeros de los blancos mantos, caballeros relapsos de Provins, para la venganza. Seis veces seis en seis lugares, cada vez veinte años por un total de ciento veinte años, éste es el Plan. Los primeros al castillo, después de nuevo donde los que han comido el pan, de nuevo al refugio, de nuevo a Nuestra Señora al otro lado del río, de nuevo a la casa de los popelicans, y de nuevo a la piedra. Fíjese, en 1344 el mensaje dice que los primeros tienen que ir al Castillo. Y de hecho los caballeros se instalarán en Tomar en 1357. Ahora debemos preguntarnos adónde tienen que ir los del segundo grupo. Adelante: imagine que son templarios en fuga, ¿dónde establecerían el segundo grupo?
—Bueno… Suponiendo que sea verdad que los de la carreta hayan huido a Escocia… Sin embargo, ¿por qué en Escocia hubiesen tenido que comer el pan?
Las cadenas asociativas ya no tenían misterios para mí. Bastaba partir de un punto cualquiera. Escocia, Highlands, ritos druídicos, noche de San Juan, solsticio de verano, fuegos de San Juan, rama de oro… Teníamos una pista, por frágil que fuera. Había leído algo sobre esos fuegos en la Rama Dorada de Frazer.
Telefoneé a Lia.
—¿Te molestaría cogerme La Rama Dorada de Frazer y ver qué dice de los fuegos de San Juan?
Para esas cosas Lia era un lince. Encontró en seguida el capítulo.
—¿Qué quieres saber? Es un rito antiquísimo, practicado en casi todos los países de Europa. Se celebra en el momento en que el sol está en la parte más alta de su recorrido, a San Juan lo añadieron para cristianizar la historia…
—¿Comen pan en Escocia?
—Déjame mirar… Me parece que no… Ah, sí, el pan no lo comen en San Juan, sino la noche del uno de mayo, la noche de los fuegos de Beltane, una fiesta de origen druídico, sobre todo en las Highlands escocesas…
—¡Ya lo tenemos! ¿Por qué comen pan?
—Amasan una torta de harina y avena y la tuestan en las brasas… Después viene un rito que recuerda los antiguos sacrificios humanos… Son unas tortas que se llaman bannock…
—¿Cómo? Deletréamelo.
Me lo deletreó, se lo agradecí, le dije que era mi Beatriz, mi Hada Madrina y otras cosas cariñosas. Traté de recordar mi tesis. El núcleo secreto, según la leyenda, se refugia en Escocia, en la corte del rey Robert the Bruce, y los templarios ayudan al rey a ganar la batalla de Bannock Burn. Como recompensa, el rey les constituye como nueva orden de los Caballeros de San Andrés de Escocia.
Extraje de un anaquel un gran diccionario de inglés y busqué: Bannok en inglés medieval (bannuc en antiguo sajón, bannach en gaélico) es una especie de torta pequeña, hecha a la plancha o a la parrilla, de cebada, avena u otro cereal. Burn significa torrente. Sólo había que traducir como habrían traducido los templarios franceses al escribir desde Escocia a sus compatriotas de Provins, y daba algo así como el torrente de la torta, de la hogaza o del pan. El que ha comido el pan es el que ha triunfado en el torrente del pan, de manera que es el grupo escocés, que para esa época quizá ya se había extendido por todas las islas británicas. Lógico: de Portugal a Inglaterra, el camino más corto, vamos, ni hablar de viaje del Polo hasta Palestina.