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Al no poder dirigir públicamente los destinos terrestres, porque los gobiernos se opondrían, esta asociación misteriosa sólo puede actuar a través de sociedades secretas… Estas sociedades secretas, creadas a medida que van siendo necesarias, se dividen en grupos distintos y al parecer opuestos, que profesan alternativamente las opiniones mas opuestas para poder dirigir por separado y con confianza todos los partidos religiosos, políticos, económicos y literarios, y están vinculadas, para recibir una común orientación, con un centro desconocido donde está oculto el muelle poderoso que así, invisiblemente, se propone mover todos los cetros de la Tierra.

(J M. Hoene-Wronski, citado por P. Sédir, Histoire et doctrine des Rose-Croix, Rouen, 1932)

Un día vi al señor Salon en la puerta de su taller. De repente, entre dos luces, me esperaba que emitiese el canto del búho. Me saludó como un viejo amigo y me preguntó cómo iban las cosas por allá. Hice un gesto vago, sonreí, y pasé de largo.

Me volvió a asaltar el pensamiento de Agarttha. Tal como me las había referido Agliè, las ideas de Saint-Yves podían resultar fascinantes para un diabólico, pero no inquietantes. Sin embargo, en las palabras y en el rostro de Salon, en Munich, había percibido inquietud.

Así, mientras salía, decidí ir hasta la Biblioteca para buscar Mission de l’Inde en Europe.

Había el gentío de siempre en la sala de los ficheros y en el mostrador de pedidos. A empujones logré apoderarme del cajón que buscaba, encontré la referencia, rellené el formulario y lo entregué al empleado. Me comunicó que el libro estaba prestado, y como suele suceder en las bibliotecas, pareció alegrarse. Pero justo en ese momento oí una voz a mis espaldas:

—Mire que está disponible, acabo de devolverlo.

Me volví. Era el comisario De Angelis.

Le reconocí, y él también a mí, incluso demasiado aprisa, diría. Yo le había visto en circunstancias que eran excepcionales para mí, él durante averiguaciones de rutina. Además, en la época de Ardenti yo tenía una barbita rala y el cabello un poco más largo. Qué ojo.

¿Me tendría en observación desde mi regreso? O quizá sólo era un buen fisonomista, los policías tienen que cultivar el espíritu de observación, memorizar los rostros, y los nombres…

—¡El señor Casaubon! ¡Y estamos leyendo los mismos libros!

Le tendí la mano:

—Ahora ya soy doctor, desde hace mucho. Quizá hasta me presente a las oposiciones para entrar a la policía, como me aconsejó usted aquel día. Así podré lograr que me den los libros antes que a nadie.

—Basta con llegar el primero —me dijo—. Pero ahora el libro ya está devuelto, podrá recogerlo más tarde. Permítame que le invite a un café.

La invitación me cohibía, pero tampoco podía rechazarla. Nos sentamos en un bar de la zona. Me preguntó por qué me interesaba por la misión de la India, y estuve a punto de preguntarle por qué se interesaba él pero antes decidí cubrirme las espaldas. Le dije que a ratos perdidos proseguía mis estudios sobre los templarios: según von Eschenbach, los templarios abandonan Europa y se marchan a la India, y según otros al reino de Agarttha. Ahora era su turno:

—Pero dígame por qué le interesa a usted —dije.

—Oh —respondió—, desde que leí ese libro sobre los templarios que me recomendó usted, empecé a hacerme una cultura sobre el tema. Como acaba de decirme, de los templarios se pasa directamente a Agarttha. —Touché. Y luego dijo—: Estaba bromeando. Buscaba el libro por otras razones. Porque… —dudó—. En fin, cuando no estoy trabajando suelo ir a las bibliotecas. Para no convertirme en una máquina, o para no ser sólo un polizonte, escoja usted la fórmula más amable. Pero, hábleme de usted.

Me exhibí en un resumen autobiográfico, hasta la maravillosa historia de los metales.

—¿Pero en esa editorial —me preguntó—, y en la de al lado, no están publicando libros sobre ciencias misteriosas?

¿Cómo sabía lo de Manuzio? ¿Se habría enterado en la época en que tenía vigilado a Belbo, años atrás? ¿O aún seguía buscando a Ardenti?

—Con todos los individuos como el coronel que llegaban a Garamond y que Garamond trataba de despachar hacia Manuzio —dije—, el señor Garamond ha decidido aprovechar el filón. Parece bastante rentable. Si busca gente como el viejo coronel allí encontrará montones.

—Sí —dijo— pero Ardenti desapareció. Espero que todos esos otros no.

—De momento no, y casi diría que desgraciadamente. Pero quíteme una curiosidad, comisario. Supongo que en su oficio tiene que habérselas con gente que desaparece, o algo peor. ¿A cada caso le dedica usted tanto tiempo?

Me miró con ojos risueños:

—¿Y qué le induce a pensar que aún sigo dedicándole tiempo al coronel Ardenti?

De acuerdo, jugaba y había doblado. Debía tener el valor de ver y él habría tenido que descubrir las cartas. Yo no tenía nada que perder.

—Vamos, comisario —dije— usted lo sabe todo sobre Garamond y Manuzio, está aquí para consultar un libro sobre Agarttha…

—¿Por qué? Entonces Ardenti les habló de Agarttha.

Tocado, otra vez. En efecto, Ardenti también nos había hablado de Agarttha, según creía recordar. Salí bien:

—No, pero tenía una historia sobre los templarios, como usted recordará.

—Exacto —dijo, y luego añadió—: Pero no va a creer que seguimos un caso y no lo dejamos hasta que no esté resuelto. Eso sólo sucede en la televisión. El oficio de policía es como el de dentista, llega un paciente, se le da una vuelta de torno, se le empasta algo, y hasta dentro de quince días. Entretanto llegan otros cien pacientes. Un caso como el del coronel puede quedar en el archivo durante diez años, y luego, mientras se investiga otro caso, se obtiene la confesión de alguien, aparece un indicio, pam, cortocircuito mental, se vuelve a pensar en él… Hasta que se produzca un nuevo cortocircuito, o no se produzca ningún otro, y buenas noches.

—¿Y qué ha encontrado últimamente para que se produjese este cortocircuito?

—¿No le parece que es una pregunta indiscreta? Pero le aseguro que no hay ningún misterio. El coronel ha vuelto a estar sobre el tapete por mera casualidad: estábamos vigilando a un individuo, por razones totalmente ajenas, y vimos que frecuentaba el club Picatrix, supongo que habrá oído hablar de él…

—No, conozco la revista, pero no la asociación. ¿Qué pasa allí?

—Oh, nada, nada, gente tranquila, quizá un poco exaltada. Pero recordé que también Ardenti lo frecuentaba; en esto consiste la habilidad del policía, en recordar dónde ha oído antes un nombre o dónde ha visto un rostro, aunque hayan transcurrido diez años. Así fue como me pregunté qué estaba sucediendo en Garamond. Eso es todo.

—¿Y qué tiene que ver el club Picatrix con la brigada política?

—Quizá sea la indiscreción de la conciencia limpia, pero usted tiene el aire de ser una persona tremendamente curiosa.

—Ha sido usted quien me ha invitado a tomar café.

—Así es. Y no estamos de servicio ninguno de los dos. Mire usted, desde cierto punto de vista en este mundo todo tiene que ver con todo.

Como proposición hermética no estaba mal, pensé. Pero añadió:

—Y conste que no estoy diciendo que esa gente tenga que ver con la política, pero sabe… En otra época a los de las brigadas rojas teníamos que ir a buscarlos en las casas ocupadas, y a los de las brigadas negras en los clubs de artes marciales, hoy podría suceder incluso lo contrario. Vivimos en un mundo extraño. Le aseguro, mi oficio era más fácil hace diez años. Hoy, incluso en el terreno ideológico, ya no hay religión. A veces siento ganas de pasar a la brigada de estupefacientes. Al menos el que vende heroína vende heroína y no hay nada que discutir. Se mueve uno sobre valores seguros.

Se quedó callado un momento, incierto, creo. Después extrajo del bolsillo una libreta que parecía un misal.

—Oiga, Casaubon, usted frecuenta por razones profesionales gente muy extraña y busca en las bibliotecas libros aún más extraños. ¿Por qué no me ayuda? ¿Qué sabe de la sinarquía?

—Mucho me temo que voy a hacer mal papel. Sé muy poco. He oído hablar de ella en relación con Saint-Yves, eso es todo.

—¿Y qué se dice por ahí?

—Si se habla de ella por ahí, lo hacen a mis espaldas. Para serle franco, a mí me huele a fascismo.

—Pues sí, muchas de esas tesis vuelven a encontrarse en la Action Française. Y si eso fuese todo, lo tendría fácil. Me encuentro con un grupo que habla de sinarquía y puedo darle un color. Pero estoy leyendo un poco sobre el tema, y me entero de que hacia 1929 unas tales Vivian Postel du Mas y Jeanne Canudo fundan el grupo Polaris que se inspira en el mito del Rey del Mundo, y proponen un proyecto sinárquico: servicio social contra ganancia capitalista, eliminación de la lucha de clases a través de movimientos cooperativos… Parece un socialismo de tipo fabiano, un movimiento personalista y comunitario. Y, en efecto, tanto a Polaris como a los fabianos irlandeses se les acusa de ser emisarios de un complot sinárquico dirigido por los judíos. ¿Y quién les acusa? Una Revue internationale des sociétés secrètes que hablaba de un complot judeo-masónico-bolchevique. Muchos de sus colaboradores están vinculados con una sociedad integrista de derecha, aún más secreta, La Sapinière. Y afirman que todas las organizaciones políticas revolucionarias sólo son la fachada de un complot diabólico, urdido por un cenáculo ocultista. Usted me dirá, vale, nos hemos equivocado, Saint-Yves acaba inspirando a grupos reformistas, la derecha los mete a todos en el mismo saco y considera que son engendros demo-pluto-social-judaicos. También Mussolini lo hacía. Pero, ¿por qué se les acusa de estar dominados por cenáculos ocultistas? Por lo poco que sé al respecto, y puede ir a ver lo que sucede en Picatrix, ésa es gente que en el movimiento obrero no piensa para nada.

—También a mí me lo parece, oh Sócrates. ¿Y entonces?

—Gracias por lo de Sócrates, pero aquí está lo bueno. Cuanto más leo sobre el tema, más confusas se vuelven mis ideas. En los años cuarenta nacen varios grupos que se declaran sinárquicos, y hablan de un nuevo orden europeo guiado por un gobierno de sabios, por encima de los partidos. ¿Y dónde acaban convergiendo esos grupos? En el ambiente de los colaboracionistas de Vichy. Usted dirá que hemos vuelto a equivocarnos que la sinarquía es de derechas. Un momento. Después de haber leído tanto, advierto que hay un solo tema en el que todos coinciden: la sinarquía existe y gobierna secretamente el mundo. Pero aquí viene el pero…

—¿Pero qué?

—Pero el 24 de enero del treinta y siete, Dimitri Navachine, masón y martinista (no sé qué quiere decir martinista, pero creo que es una de esas sectas), consejero económico del Frente Popular, después de haber sido director de un banco de Moscú, es asesinado por una Organisation secrète d’action révolutionnaire et nationale, más conocida como La Cagoule, financiada por Mussolini. Entonces se dice que La Cagoule actúa por cuenta de una sinarquía secreta y que Navachine habría sido asesinado porque había descubierto sus misterios. Un documento publicado por elementos de izquierda denuncia durante la ocupación alemana un Pacto Sinárquico del Imperio, responsable de la derrota francesa, y ese pacto sería la manifestación de un fascismo latino de tipo portugués. Pero después resulta que el pacto habría sido redactado por la du Mas y la Canudo, y contiene las ideas que ellas habían publicado y difundido por todas partes. Ningún secreto. Sin embargo, como ideas secretas, incluso secretísimas, un tal Husson las revela en 1946, cuando denuncia un pacto sinárquico revolucionario de izquierdas, en un texto titulado Synarchie, panorama de 25 années d’activité occulte, que publica con la firma… espere que busco, ya la tengo, Geoffroy de Charnay.

—Eso sí que es bueno —dije—. Charnay es el compañero de Molay, el gran maestre de los templarios. Mueren juntos en la hoguera. De modo que estamos ante un neotemplario que ataca a la sinarquía desde la derecha. Pero la sinarquía nace en Agarttha, ¡que es el refugio de los templarios!

—¿No lo decía yo? Ya ve, y ahora usted me da una nueva pista. Que, desafortunadamente, sólo viene a aumentar la confusión. De manera que desde la derecha se denuncia un Pacto Sinárquico del Imperio, socialista y secreto, que secreto no es, pero el mismo pacto sinárquico secreto como acaba de ver, también es denunciado desde la izquierda. Y ahora veamos una nueva interpretación: la sinarquía es un complot jesuítico para derrocar a la Tercera República. Tesis expuesta por Roger Mennevée, de izquierdas. Para acabar de tranquilizarme, mis lecturas también me dicen que en 1943, en algunos ambientes militares de Vichy, que apoyan a Pétain, sí, pero no a los alemanes, circulan documentos que demuestran que la sinarquía es una conjura nazi: Hitler es un rosacruz influido por los masones, quienes, como puede comprobar, pasan del complot judeo-bolchevique a la conjura imperial alemana.

—Ahora todo está claro.

—Si fuera sólo esto. He aquí otra revelación. La sinarquía es un complot de los tecnócratas internacionales. Es lo que afirma en 1960 un tal Villemarest en Le 14e complot du 13 mai. El complot tecnosinárquico quiere desestabilizar los gobiernos, y para ello provoca guerras, apoya y fomenta golpes de Estado, provoca divisiones internas en los partidos, favoreciendo las luchas entre distintas corrientes… ¿Reconoce a estos sinárquicos?

—Dios mío, es el SIM, el Stato Imperialista delle Multinazionali del que hablaban las Brigadas Rojas hace unos años…

—¡Respuesta acertada! ¿Y ahora qué hace el comisario De Angelis si se topa con una referencia a la sinarquía? Se lo pregunto al doctor Casaubon, experto en los templarios.

—Yo digo que existe una sociedad secreta con ramificaciones en todo el mundo, que conjura para difundir el rumor de que existe una conjura universal.

—Usted bromea, pero yo…

—Yo no bromeo. Venga a leerse los originales que llegan a Manuzio. Pero si quiere una interpretación más prosaica, es como el cuento del tartamudo que dice que no le han dado el puesto de locutor de radio porque no está inscrito en el partido. Siempre hay que atribuirle a alguien los propios fracasos, las dictaduras siempre encuentran un enemigo externo para unir a sus seguidores. Como decía ese otro, para cada problema complejo existe una solución simple, y está equivocada.

—¿Y si yo encuentro una bomba en un tren envuelta en una octavilla que habla de sinarquía, me limito a decir que es una solución simple para un problema complejo?

—¿Por qué? Ha encontrado bombas en los trenes que… No, perdone. Realmente, creo que esas no son cosas de mi incumbencia. Pero, ¿por qué me las menciona?

—Porque confiaba en que usted sabría más que yo al respecto. Y quizá porque me consuela ver que tampoco usted logra entenderlo. Me dice que tiene que leer a demasiados locos, y lo considera una pérdida de tiempo. Yo no, para mí esos textos de vuestros locos, digo vuestros, de la gente normal, son importantes. Es posible que a mí el texto de un loco me explique como razona el que pone la bomba en el tren. ¿O tiene miedo de convertirse en un espía de la policía?

—No, palabra de honor. Al fin y al cabo, mi oficio consiste en buscar ideas en los ficheros. Si encuentro el dato preciso, me acordaré de usted.

Mientras se ponía de pie, dejó caer la última pregunta:

—¿Y entre sus originales no ha encontrado ninguna alusión al Tres?

—¿Qué es eso?

—No lo sé. Debe de ser una asociación o algo por el estilo, ni siquiera sé si existe realmente. He oído hablar de él, y lo he recordado ahora que hablábamos de locos. Saludos a su amigo Belbo. Dígale que no les estoy vigilando. Lo que sucede es que tengo un oficio desagradable, y tengo la desgracia de que me gusta.

Mientras regresaba a casa, me pregunté quién había salido ganando. El me había contado una cantidad de cosas, yo nada. Puestos a sospechar, quizá me había sacado algo sin que yo me diese cuenta. Pero puestos a sospechar se cae en la psicosis de la conjura sinárquica.

Cuando le conté el episodio a Lia, me dijo:

—Creo que era sincero. Realmente quería desahogarse. ¿Te parece que en la comisaría puede encontrar a alguien dispuesto a escuchar sus dudas sobre la ideología de Jeanne Canudo? Sólo quería entender si era él el que no entendía, o si la historia era realmente demasiado difícil. Y tú no has sabido darle la única respuesta verdadera.

—¿Existe?

—Claro que sí. Que no hay nada que entender. Que la sinarquía es Dios.

—¿Dios?

—Sí. La humanidad no soporta la idea de que el mundo surgió por casualidad, por error, sólo porque cuatro átomos insensatos chocaron en cadena en la autopista mojada. Y entonces hay que buscar una conjura cósmica. Dios, los ángeles o los diablos. La sinarquía desempeña la misma función a escala más reducida.

—¿Entonces debía explicarle que la gente pone bombas en los trenes porque está buscando a Dios?

—Quizás.