La Traditio Templi postula de por sí la tradición de una caballería templaria, caballería espiritual e iniciática…
(Henri Corbin, Temple et contemplation, Paris, Flammarion, 1980)
—Creo que he entendido a su amigo Agliè, Casaubon —dijo Diotallevi, que en el Pílades había pedido una copa de vino blanco, con lo que todos temíamos por su salud espiritual—. Es un curioso de ciencias secretas, que desconfía del simple dilettante y del que sólo toca de oído. Pero, como hemos podido oír hoy indebidamente, aunque los desprecie no deja de escucharlos, ni de criticarlos, y tampoco los rechaza.
—Hoy el señor, el conde, el margrave Agliè, o lo que sea, ha pronunciado una frase fundamental —dijo Belbo—. Caballería espiritual. Los desprecia, pero se siente unido a ellos por un vínculo de caballería espiritual. Creo que lo entiendo.
—¿En qué sentido? —preguntamos.
Belbo ya andaba por el tercer gin martini (whisky por la noche, sostenía, porque calma e induce a la rêverie; gin martini al final de la tarde, porque estimula y vigoriza). Empezó a hablarnos de su infancia en ***, como ya lo había hecho una vez conmigo.
—Era entre 1943 y 1945, quiero decir en el periodo de transición del fascismo a la democracia, luego, de nuevo, a la dictadura de la República de Salò, pero con la guerra partisana en las montañas. Al comienzo de esta historia yo tenía once años, y vivía en casa del tío Carlo. Nosotros vivíamos en la ciudad, pero en 1943, los bombardeos se habían hecho más frecuentes, y mi madre había decidido que debíamos evacuar la ciudad, como se decía entonces. En *** vivían el tío Carlo y la tía Caterina. El tío Carlo procedía de una familia de agricultores, y había heredado la casa de ***, con cierta cantidad de tierra, cedida en aparcería a un tal Adelino Canepa. El aparcero labraba, cosechaba el trigo, hacía el vino, y entregaba la mitad de la ganancia al propietario. Las relaciones eran tensas, claro, el aparcero se consideraba explotado, y el propietario también, porque sólo percibía la mitad del producto de sus tierras. Los propietarios odiaban a los aparceros y los aparceros odiaban a los propietarios. Pero convivían, en el caso del tío Carlo. En el catorce, el tío Carlo se había alistado como voluntario en el cuerpo de los alpinos. Piamontés hecho y derecho, todo deber y amor a la patria, había llegado a teniente y luego a capitán. Síntesis, en una batalla librada en el Carso le había tocado estar junto a un soldado idiota que había hecho que una granada le estallase entre las manos; si no, ¿por qué las habrían llamado granadas de mano? Pues bien, ya iban a arrojarle a la fosa común cuando un enfermero advirtió que aún vivía. Le llevaron a un hospital de campaña, le quitaron un ojo, que ya colgaba fuera de la órbita, le amputaron un brazo y, según decía la tía Caterina, le insertaron una placa de metal bajo el cuero cabelludo, porque había perdido un trozo de caja craneana. Vamos, una obra maestra de la cirugía, por una parte y un héroe, por otra. Medalla de plata, cruz de caballero de la corona de Italia y, después de la guerra, un puesto asegurado en la administración pública. Al tío Carlo le designaron como recaudador de impuestos en ***, donde había heredado la propiedad de su familia, de modo que había ido a vivir en la casa solariega, junto con Adelino Canepa y su familia. El tío Carlo, en su calidad de recaudador de impuestos, era un notable del lugar. Y como mutilado de guerra y caballero de la corona de Italia no podía dejar de simpatizar con el gobierno, que a la sazón era la dictadura fascista. ¿Era fascista el tío Carlo?
En la medida en que, como se decía en el sesenta y ocho, el fascismo había revalorizado a los ex combatientes y los premiaba con medallas y promociones, puede decirse que el tío Carlo era moderadamente fascista. Lo suficiente como para ganarse el odio de Adelino Canepa, que en cambio era antifascista, y por razones muy claras. Tenía que ir a verle cada año para formular su declaración de la renta. Llegaba a su despacho con aire de complicidad y petulancia, después de haber tratado de seducir a la tía Caterina con unas docenas de huevos. Y se encontraba frente al tío Carlo, que no sólo como héroe era incorruptible sino que también sabía mejor que nadie cuánto le había robado Canepa durante el año, y no le perdonaba ni un céntimo. Adelino Canepa se consideró víctima de la dictadura y empezó a difundir calumnias sobre el tío Carlo. Uno vivía en la planta alta y el otro en la planta baja, se cruzaban por la mañana y por la noche, pero ya no se saludaban. Los contactos se hacían a través de la tía Caterina y, después de nuestra llegada, a través de mi madre, a quien Adelino Canepa expresaba toda su simpatía y comprensión por el hecho de ser cuñada de un monstruo. El tío regresaba, siempre a las seis de la tarde, con su traje cruzado gris, su sombrero y un ejemplar de La Stampa que aún no había leído. Andaba bien erguido, como buen alpino, el ojo gris clavado en la cima que debía conquistar. Pasaba por delante de Adelino Canepa, que a esa hora tomaba el fresco en un banco del jardín, y era como si no lo hubiese visto. Después se cruzaba con la señora Canepa en la puerta de la planta baja y se quitaba ceremoniosamente el sombrero. Así todas las tardes, año tras año.
Eran las ocho, Lorenza Pellegrini no llegaba como había prometido Belbo iba por el quinto gin martini.
—Llegó 1943. Una mañana el tío Carlo entró en nuestras habitaciones, me despertó con un gran beso y dijo: ¿Quieres conocer la noticia más importante del año? Muchacho, han derrocado a Mussolini. Nunca conseguí saber si aquello había sido un golpe para el tío Carlo. Era un ciudadano intachable y un servidor del Estado. Si sufrió, nunca dijo nada, y siguió recaudando impuestos para el gobierno de Badoglio. Después llego el ocho de septiembre, la zona en que vivíamos cayó bajo el control de la República Social y el tío Carlo se adaptó a la nueva situación. Recaudo impuestos para la República Social. Entretanto, Adelino Canepa se jactaba de sus contactos con los primeros grupos partisanos, allá en la montaña, y prometía venganzas ejemplares. Nosotros, los chavales, aún no sabíamos quiénes eran los partisanos. Inventábamos cosas sobre ellos, pero ninguno los había visto. Se hablaba de un jefe de los seguidores de Badoglio, un tal Terzi (un apodo, claro, como se usaba entonces, y muchos decían que lo había tomado del personaje del tebeo, el amigo de Dick Fulmine), ex brigada de carabineros, que en los primeros combates contra los fascistas y las SS había perdido una pierna, y que dirigía a todas las brigadas de las colinas que rodeaban a ***. Y sucedió lo que tenía que suceder. Un día los partisanos aparecieron en el pueblo. Habían bajado de las colinas y recorrían las calles, todavía sin uniforme definido, con pañuelos azules, disparaban al aire ráfagas de metralleta, para anunciar que estaban allí. La noticia corrió de boca en boca, todo el mundo se encerró en su casa, aún no se sabía qué clase de gente eran. La tía Caterina expresó cierta inquietud, al fin y al cabo decían que eran amigos de Adelino Canepa, o al menos Adelino Canepa decía que era su amigo, ¿no irían a hacerle algo al tío Carlo? Lo hicieron. Nos avisaron que a eso de las once un grupo de partisanos había entrado en la oficina de impuestos empuñando las metralletas y había detenido al tío Carlo llevándoselo luego a un sitio desconocido. La tía Caterina se echó en la cama, empezó a secretar una espuma blancuzca por la boca y declaró que matarían al tío Carlo. Bastaba con un culatazo en la cabeza, y como tenía esa placa debajo del cuero cabelludo, moriría instantáneamente. Atraído por los gritos de la tía, acudió Adelino Canepa, con mujer e hijos. La tía le dijo a gritos que era un Judas, que era él quien había denunciado al tío Carlo a los partisanos porque recaudaba impuestos para la República Social. Adelino Canepa juro por lo más sagrado que no era cierto, pero era evidente que se sentía responsable porque se había ido de la boca un poquito de más. La tía le echó. Adelino Canepa lloró, apeló a mi madre, recordó todas las veces que le había dado un conejo o un pollo por una cifra ridícula, mi madre se encerró en un digno silencio, la tía Caterina seguía soltando espuma blancuzca. Yo lloraba. Por último, al cabo de dos horas de calvario, oímos gritos, y apareció el tío Carlo en bicicleta, conduciendo con su único brazo, y parecía como si regresase de dar un paseo. En seguida vio el alboroto en el jardín y tuvo la caradura de preguntar qué había sucedido. Detestaba los dramas, como toda la gente de nuestra región. Subió, se acercó al lecho de dolor de la tía Caterina, que aún pataleaba con las piernas enclenques, y le preguntó por qué estaba tan agitada.
—¿Qué había sucedido?
—Había sucedido que probablemente los guerrilleros de Terzi habían prestado oídos a las murmuraciones de Adelino Canepa y habían tomado al tío Carlo por uno de los representantes locales del régimen, entonces le habían detenido para dar una lección a todo el pueblo. El tío Carlo había sido conducido hasta las afueras en un camión y se había encontrado frente a Terzi, resplandeciente en sus medallas de guerra, la metralleta en la mano derecha, la izquierda apoyada en la muleta. Y el tío Carlo, pero no creo que fuera por astucia, había sido instinto, costumbre, ritual caballeresco, se había cuadrado y había procedido a presentarse: mayor de los alpinos Carlo Covasso, mutilado y gran inválido de guerra, medalla de plata. Y Terzi también se había cuadrado y se había presentado: brigada Rebaudengo, del Real Cuerpo de Carabineros, comandante de la unidad badogliana Bettino Ricasoli, medalla de bronce. ¿Dónde?, había preguntado el tío Carlo. Y Terzi, subalterno: Pordoi, señor mayor, cota 327. Rediós había dicho el tío Carlo, ¡yo estaba en cota 328, tercer regimiento, Sasso di Stria! ¿La batalla del solsticio? La batalla del solsticio. ¿El cañoneo del monte Cinque Dita? Cojones si lo recuerdo. ¿Y aquel asalto con bayoneta la víspera de San Crispino? ¡La madre que lo parió! Vamos, ese tipo de cosas. Después, uno sin un brazo y el otro sin una pierna, como un solo hombre, habían dado un paso hacia adelante y se habían fundido en un abrazo. Terzi le había dicho, vea caballero, vea señor mayor, hemos sabido que usted recauda impuestos para el gobierno fascista sometido al invasor. Vea, comandante, le había dicho el tío Carlo, tengo familia y recibo el sueldo del gobierno central, que es el que es, pero al que yo no he escogido, ¿usted qué haría en mi lugar? Estimado mayor, le había respondido Terzi, en su lugar haría como usted, pero al menos trate de demorar los trámites, tómeselo con calma. Lo intentaré, le había dicho el tío Carlo, no tengo nada contra ustedes, también ustedes son hijos de Italia y valerosos combatientes. Creo que se entendieron porque los dos decían Patria con P mayúscula. Luego Terzi había ordenado que le dieran una bicicleta al mayor y el tío Carlo había regresado. Adelino Canepa no se dejó ver durante unos meses. Bueno, yo no sé si la caballería espiritual se parece a esto, pero, desde luego, son vínculos que están por encima de los bandos.