De esto surge una pregunta sorprendente. ¿Los egipcios conocían la electricidad?
(Peter Kolosimo, Terra senza tempo, Milano, Sugar, 1964, p. 111)
—Yo he encontrado un texto sobre las civilizaciones desaparecidas y los países misteriosos —decía Belbo—. Parece ser que al principio existió un continente llamado Mu, que estaba donde ahora está Australia, y del que arrancaron las grandes corrientes migratorias. Una hacia la isla de Avalón, otra hacia el Cáucaso y hacia las fuentes del Indo, después están los celtas, los fundadores de la civilización egipcia, y por último la Atlántida…
—Es cosa conocida: sujetos que escriben libros sobre Mu hay ciento y la madre —decía yo.
—Pero quizá éste sea de los que pagan. Además, hay un capítulo hermosísimo sobre las migraciones griegas al Yucatán, describe un bajorrelieve de un guerrero, en Chichén Itzá, que parece un legionario romano. Dos gotas de agua…
—Todos los yelmos del mundo o tienen plumas o crines de caballo —dijo Diotallevi—. No es una demostración.
—Para ti, no para él. El encuentra adoraciones a la serpiente en todas las civilizaciones y deduce que tienen un origen común…
—¿Quiénes no han adorado a la serpiente? —dijo Diotallevi—. Salvo, naturalmente, el Pueblo Elegido.
—Sí, esos adoraban los becerros.
—Fue un momento de debilidad. Yo, en cambio, descartaría este otro, aunque pague. Celtismo y arianismo, Kaly-yuga, ocaso de occidente y espiritualidad SS. Seré un paranoico, pero me parece nazi.
—Para Garamond ésa no es necesariamente una contraindicación.
—Sí, pero todo tiene un límite. Sin embargo, he visto uno sobre gnomos, ondinas, salamandras, elfos y sílfides, hadas… Pero también salen a relucir los orígenes de la civilización aria. Parece que las SS surgen de los Siete Enanitos.
—De los Siete Enanitos, no, de los Nibelungos.
—Pero aquí habla de los duendes y hadas irlandeses. Y las malas son las hadas; los pequeñajos son buenos, aunque un poco insolentes.
—Déjalo aparte. ¿Y usted, Casaubon, qué ha visto?
—Sólo un texto curioso sobre Cristóbal Colón: analiza su firma y encuentra nada menos que una referencia a las pirámides. Lo que intentaba era reconstruir el Templo de Jerusalén, porque era el gran maestre de los templarios en el exilio. Y puesto que, como todo el mundo sabe, era un judío portugués y por tanto experto cabalista, se valió de evocaciones talismánicas para calmar las tempestades y vencer el escorbuto. No he mirado los textos sobre la Cábala, porque supongo que los habrá examinado Diotallevi.
—En todos, las letras hebreas están equivocadas: las han fotocopiado de los librejos sobre el Significado de los Sueños.
—No olviden que estamos seleccionando textos para Isis Desvelada. No hagamos filología. Quizá a los diabólicos les gustan las letras hebreas tomadas del Significado de los Sueños. Pero no sé qué hacer con todos los originales que tratan de la masonería. El señor Garamond me ha advertido que andemos con pies de plomo, porque no quiere mezclarse en las disputas entre los distintos ritos. Sin embargo, no dejaría de lado éste sobre el simbolismo masónico de la gruta de Lourdes. Ni este otro, impagable, sobre la aparición de un caballero, probablemente el conde de Saint-Germain, íntimo amigo de Franklin y de Lafayette, en el momento de la invención de la bandera de los Estados Unidos. Sólo que, aunque explica bien el significado de las estrellas, entra en estado confusional cuando tiene que hablar de las franjas…
—¡El conde de Saint-Germain! —exclamé—. Vaya, vaya.
—¿Acaso lo conoce?
—Si les digo que sí, no me creerán. Mejor cambiemos de tema. Aquí tengo un mamotreto de cuatrocientas páginas contra los errores de la ciencia moderna: El átomo, una mentira judía; El error de Einstein y el secreto místico de la energía; La ilusión de Galileo y la naturaleza inmaterial de la luna y el sol.
—Si se trata de eso —dijo Diotallevi—, lo que más me ha gustado es este compendio de ciencias fortianas.
—¿Y qué es eso?
—Se llaman así por un tal Charles Hoy Fort, que recogió una inmensa colección de noticias inexplicables. Una lluvia de ranas en Birmingham, improntas de un animal fabuloso en Devon, escaleras misteriosas e improntas de ventosas en la falda de ciertas montañas, irregularidades en la precesión de los equinoccios, inscripciones en meteoritos, nieve negra, temporales de sangre, seres alados a ocho mil metros de altura en el cielo de Palermo, ruedas luminosas en el mar, restos de gigantes, cascada de hojas muertas en Francia, precipitaciones de materia viva en Sumatra y, naturalmente, todas las improntas de Machu Picchu y otras cimas de América del Sur que demuestran el aterrizaje de poderosas astronaves en épocas prehistóricas. No estamos solos en el universo.
—No está nada mal —dijo Belbo—. Lo que me intriga, en cambio, son estas quinientas páginas sobre las pirámides. ¿Sabían ustedes que la pirámide de Keops se encuentra justo en el paralelo treinta, que es el que atraviesa la mayor cantidad de tierras emergidas? ¿Que las relaciones geométricas que aparecen en la pirámide de Keops son las mismas que hay en Pedra Pintada, en Amazonia? ¿Que Egipto tenía dos serpientes emplumadas, una en el trono de Tutankamón y otra en la pirámide de Saqqãra, y que esto nos remite a Quetzalcoatl?
—¿Qué tiene que ver Quetzalcoatl con la Amazonia, si forma parte del panteón mexicano? —pregunté.
—Bueno quizá me haya saltado un eslabón. Por lo demás, ¿como se explica que las estatuas de la Isla de Pascua sean megalitos como los de los celtas? Uno de los dioses de los polinesios se llama Ya, y es evidente que se trata del Iod de los hebreos, como del antiguo húngaro Io-vʾ, el dios grande y bueno. En un antiguo manuscrito mexicano, la Tierra esta representada como un cuadrado rodeado por el mar, y en el centro de la Tierra hay una pirámide en cuya base está inscrita la palabra Aztlan, que se parece a Atlas o Atlántida. ¿Por qué a ambos lados del Atlántico hay pirámides?
—Porque es más fácil construir pirámides que esferas. Porque el viento produce dunas con forma de pirámide y no de Partenón.
—Detesto el espíritu de la Ilustración —dijo Diotallevi.
—Prosigo. El culto de Ra no aparece en la religión egipcia hasta el Nuevo Imperio, por tanto, procede de los celtas. ¿Recuerdan a San Nicolás con su trineo? Pues en el Egipto prehistórico la nave solar era un trineo. Y, puesto que ese trineo no hubiese podido deslizarse por la nieve en Egipto, su origen tiene que ser nórdico…
Yo no daba mi brazo a torcer:
—Pero antes de que se inventase la rueda, se usaban trineos, incluso sobre la arena.
—No interrumpa. El libro dice que primero hay que detectar las analogías y después buscar las razones. Y aquí dice que al final las razones acaban siendo científicas. Los egipcios conocían la electricidad, ¿si no, cómo habrían podido hacer todo lo que hicieron? Un ingeniero alemán encargado de construir el alcantarillado de Bagdad, descubrió pilas eléctricas del tiempo de los sasánidas, que aún funcionaban. En las excavaciones de Babilonia aparecieron acumuladores fabricados hace cuatro mil años. Por último, el arca de la alianza (donde debían guardarse las tablas de la ley, la verga de Aarón y un vaso con maná del desierto) era una especie de cofre eléctrico capaz de producir descargas del orden de los quinientos voltios.
—Eso ya lo he visto en el cine.
—¿Y qué? ¿De dónde cree que sacan sus ideas los guionistas? El arca estaba hecha con madera de acacia, cubierta de oro por dentro y por fuera; el mismo principio de los condensadores eléctricos, dos conductores separados por un aislante. Estaba rodeada de una guirnalda también de oro. Estaba situada en una zona seca en la que el campo magnético alcanzaba los quinientos o seiscientos voltios por metro vertical. Se dice que Porsena usó la electricidad para librar a su reino de la presencia de un terrible animal llamado Volt.
—Por eso Volta escogió un apodo tan exótico. Antes se llamaba Szmrszlyn Krasnapolsky.
—Seamos serios. Porque además de los originales, aquí tengo una catarata de cartas que proponen revelaciones sobre las relaciones entre Juana de Arco y los Libros Sibilinos, el demonio talmúdico Lilith y la gran madre hermafrodita, el código genético y la escritura marciana, la inteligencia secreta de las plantas, el renacimiento cósmico y el psicoanálisis, Marx y Nietzsche desde el punto de vista de una nueva angelología, el Número de Oro y la construcción de chabolas, Kant y el ocultismo, los misterios de Eleusis y el jazz, Cagliostro y la energía atómica, la homosexualidad y la gnosis, el Golem y la lucha de clases, y por último una obra en ocho volúmenes sobre el Santo Grial y el Sagrado Corazón.
—¿Qué quiere demostrar? ¿Que el Grial es una alegoría del Sagrado Corazón, o que el Sagrado Corazón es una alegoría del Grial?
—Entiendo la diferencia, y la valoro, pero creo que para el autor valen las dos cosas. Vamos, que a estas alturas estoy hecho un lío. Tendría que ir a ver lo que dice el señor Garamond.
Fuimos. Dijo que por principio no había que tirar nada y que había que escuchar a todos los autores.
—Mire que la mayoría de estas cosas se limitan a repetir lo que se encuentra en todos los kioscos de las estaciones —dije—. Los autores, incluso los que publican, se copian mutuamente, uno se basa en lo que dice el otro, y todos utilizan como prueba irrefutable una frase de Jámblico, para poner un ejemplo.
—¿Y qué? —dijo Garamond—. ¿No pretenderá vender a los lectores algo que no conocen? Los libros de Isis Desvelada deben hablar exactamente de lo mismo de lo que hablan los otros. Se confirman entre sí, por tanto están en lo cierto. Desconfíen de la originalidad.
—De acuerdo —dijo Belbo—, pero sin embargo hay que saber distinguir entre lo que es obvio y lo que no lo es. Necesitamos un asesor.
—¿De qué clase?
—No lo sé. Tiene que ser menos crédulo que un diabólico, pero debe conocer bien ese mundo. Además tiene que orientarnos en la selección de obras para Hermética. Un estudioso serio del hermetismo renacentista…
—Magnifico —le dijo Diotallevi—. Y luego, la primera vez que salgan a relucir el Grial y el Sagrado Corazón, se marcha dando un portazo.
—No necesariamente.
—Creo que conozco a la persona indicada —dije—. Es un individuo realmente erudito, que se toma bastante en serio estas cosas, pero con elegancia e incluso con cierta ironía. Le encontré en Brasil, pero ahora tendría que estar aquí en Milán. Debo de tener el número de teléfono en alguna parte.
—Contacte con él —dijo Garamond—. Con cautela, depende del precio. Y luego intenten aprovecharlo para la maravillosa aventura de los metales.
Agliè pareció alegrarse de mi llamada. Me preguntó cómo estaba la deliciosa Amparo, le di a entender tímidamente que era una historia pasada, me pidió disculpas, hizo algunas finas observaciones sobre la soltura con que un joven puede iniciar nuevos capítulos de su vida. Le mencioné un proyecto editorial. Se mostró interesado, dijo que tendría mucho gusto en conversar con nosotros, de modo que quedé en que pasaríamos por su casa.
Desde que naciera el Proyecto Hermes hasta aquel día me había divertido despreocupadamente a costa de medio mundo. Ahora Ellos empezaban a presentarme la cuenta. También yo era una abeja, y volaba hacia una flor, pero aún no lo sabía.