Personas con las que uno se cruza por la calle… se entregan en secreto a operaciones de Magia Negra, se comprometen o intentan comprometerse con los Espíritus de las Tinieblas para satisfacer sus deseos de ambición, de odio, de amor, para hacer, en una palabra, el Mal.
(J. K. Huysmans, Prefacio a J. Bois, Le satanisme et la magie, 1895, pp. VIII-IX)
Creí que el Proyecto Hermes era una idea apenas esbozada. No conocía todavía al señor Garamond. En los días que siguieron, mientras yo me dedicaba a buscar ilustraciones sobre los metales en las bibliotecas, en Manuzio ya estaban trabajando.
Al cabo de dos meses encontré en el despacho de Belbo un número recién salido de la imprenta, del Parnaso Enotrio, con un largo artículo titulado «Renacimiento del ocultismo», donde el célebre hermetista doctor Moebius, pseudónimo recién acuñado por Belbo, que con ello se había ganado el primer galón del Proyecto Hermes, hablaba del milagroso renacimiento de las ciencias ocultas en el mundo moderno, y anunciaba que Manuzio tenía el propósito de incorporarse a esa corriente con su nueva colección Isis Desvelada.
Entretanto, el señor Garamond había enviado una serie de cartas a las distintas revistas de hermetismo, astrología, tarot, ovnis, firmando con nombres inventados, en las que pedía información sobre la nueva colección anunciada por Manuzio. Razón por la cual los directores de dichas revistas le habían telefoneado para pedirle información y él se había hecho el misterioso y había dicho que todavía no podía revelar cuáles serían los diez primeros títulos que, por lo demás, aún estaban en preparación. Así fue como el universo de los ocultistas, sin duda bastante agitado por el incesante tam tam de los rumores, vino a saber del Proyecto Hermes.
—Disfracémonos de flores —nos estaba diciendo el señor Garamond que acababa de llamarnos a la sala del mapamundi—, y ya vendrán las abejas.
Pero eso no era todo. Garamond quería mostrarnos el dépliant (el «dèpplian», como lo llamaba él, tal como pronuncian en las editoriales milanesas, donde también dicen «Cítroen» e incluso «ciéntocincuenta»): folleto sencillo, cuatro páginas, pero en papel couché. En la primera página aparecía el que sería el esquema de la cubierta de la colección, una especie de sello dorado (se llama Pentáculo de Salomón, explicaba Garamond) sobre fondo negro, y en los bordes una guarda que evocaba unas esvásticas enlazadas (la esvástica asiática, aclaraba Garamond, la que va en el sentido del sol, a diferencia de la nazi que va como las aujas del reloj). Arriba, donde luego iría el título de cada volumen, una máxima: «hay más cosas en el cielo y en la tierra…». En las páginas interiores se cantaban las glorias de Manuzio al servicio de la cultura, después venían varios lemas eficaces sobre el ansia, en el mundo contemporáneo, de certezas más profundas y más luminosas que las que puede dar la ciencia. «Desde Egipto, desde Caldea, desde el Tibet, una ciencia olvidada: por el renacimiento espiritual de Occidente.»
Belbo preguntó a quiénes se enviarían los folletos. Garamond sonrió como sonríe, habría dicho Belbo, el diabólico doctor No.
—He hecho que me envíen de Francia el anuario de todas las sociedades secretas que existen actualmente en el mundo, y no me pregunten cómo puede haber un anuario público de las sociedades secretas: existe, aquí lo tienen, éditions Henry Veyrier, con dirección, número de teléfono y código postal. Es más, Belbo, estúdieselo y elimine las que no vienen al caso, porque veo que figuran también los jesuitas, el Opus Dei, los Carbonarios y el Rotary Club, pero elija todas las que tengan matices ocultos, ya he marcado yo algunas.
Hojeaba:
—Aquí está: Absolutistas (que creen en la metamorfosis), Aetherius Society de California (relaciones telepáticas con Marte), Astara de Lausana (juramento de secreto total), Atlanteans de Gran Bretaña (búsqueda de la felicidad perdida), Builders of the Adytum de California (alquimia, cábala, astrología), Círculo E. B. de Perpiñán (dedicado a Hator, diosa del amor y guardiana de la Montaña de los Muertos), Círculo Eliphas Levi de Maule (no sé quién es este Levi, debe de ser ese antropólogo francés, o como se llame), Caballeros de la Alianza Templaria de Tolosa, Colegio Druídico de las Galias, Convent Spiritualiste de Jericó, Cosmic Church of Truth de Florida, Seminario Tradicionalista de Ecône, Suiza, Mormones (con éstos ya me topé una vez en una novela policíaca, pero quizá hayan desaparecido), Iglesia de Mitra en Londres y en Bruselas, Iglesia de Satanás en Los Angeles, Iglesia Luciferiana Unificada de Francia, Iglesia Rosacruciana Apostólica en Bruselas, Hijos de las Tinieblas u Orden Verde de Costa de Oro (éstos quizás no, vaya usted a saber en qué idioma escriben), Escuela Hermetista Occidental de Montevideo, National Institute of Kabbalah de Manhattan, Central Ohio Temple of Hermetic Science, Tetra-Gnosis de Chicago, Hermanos Ancianos de la Rosa-Cruz de Saint Cyr-sur-Mer, Fraternidad de Seguidores de San Juan Crisóstomo para la Resurrección Templaria en Kassel, Fraternidad Internacional de Isis en Grenoble, Ancient Bavarian Illuminati de San Francisco, The Sanctuary of the Gnosis de Sherman Oaks, Grail Foundation of America, Sociedade do Graal do Brasil, Hermetic Brotherhood of Luxor, Lectorium Rosacrucianum en Holanda, Movimiento del Grial en Estrasburgo, Orden de Anubis en Nueva York, Temple of Black Pentacle en Manchester, Odinist Fellowship en Florida, Orden de la Jarretera (ahí debe de estar metida hasta la reina de Inglaterra), Orden del Vril (masonería neonazi, sin dirección), Militia Templi de Montpellier, Soberana Orden del Templo Solar en Montecarlo, Rosacruz de Harlem (ya ven, ahora hasta los negros), Wicca (asociación luciferina de obediencia celta, invocan a los 72 genios de la Cábala)… y bien, ¿quieren que lea más?
—¿Realmente, existen todas? —preguntó Belbo.
—Y muchas más. A trabajar. Prepare la lista definitiva y después se les envía el folleto. Aunque sean extranjeras. Entre esa gente las noticias vuelan. Ahora sólo queda una cosa por hacer. Hay que ir a las librerías estratégicas y hablar, no sólo con los libreros, sino también con los clientes. Decir como si nada que existe esta colección, así y asá.
Diotallevi le hizo notar que ellos no podían exponerse de esa manera que había que conseguir propagandistas capaces de actuar con disimulo. Garamond dijo que los buscase:
—Siempre que no haya que pagarles.
Pues, no quiere nada, observó Belbo cuando regresamos a su despacho. Pero los dioses del subsuelo nos protegían. Precisamente en ese instante entró Lorenza Pellegrini, más radiante que nunca, Belbo se iluminó, ella vio los folletos y quiso saber de qué se trataba.
Apenas se enteró de cuál era el proyecto de la otra editorial, le brillaron los ojos:
—Estupendo. Tengo un amigo la mar de simpático, un ex tupamaro uruguayo, que trabaja en una revista que se llama Picatrix, siempre me lleva a las sesiones de espiritismo. He trabado amistad con un ectoplasma fabuloso, tan pronto como se materializa pregunta por mí.
Belbo miró a Lorenza como para preguntarle algo, pero después desistió. Creo que se había acostumbrado ya a esperarse de Lorenza las compañías más preocupantes y había decidido inquietarse tan sólo por aquellas que pudieran ensombrecer su relación amorosa (¿la amaba?). Y, en aquella referencia a Picatrix, más que el fantasma del coronel, había vislumbrado el del uruguayo demasiado simpático. Pero Lorenza ya había cambiado de tema y nos estaba revelando que frecuentaba muchas de esas pequeñas librerías donde se venden los libros que Isis Desvelada tenía previsto publicar.
—Son increíbles, ya veréis —estaba diciendo—. Hay hierbas medicinales y las instrucciones para hacer un homunculus, lo mismo que Fausto con Helena de Troya, oh, Jacopo, hagámoslo, me hace tanta ilusión tener un homunculus contigo, como tener un caniche. Es muy fácil, decía el libro que basta con recoger un poco de semen humano en un frasco, no te costará demasiado, no te pongas rojo, tonto, después hay que mezclarlo con hipomenes, que parece ser un líquido… secrecido… secrectado… ¿cómo se dice?…
—Secretado —sugirió Diotallevi.
—¿Sí? Bueno, lo que segregan las yeguas preñadas, me doy cuenta de que esto ya es más difícil, si yo fuese una yegua preñada, no querría que viniesen a cogerme hipomene, sobre todo si se trata de desconocidos, pero creo que puede comprarse ya hecho, como el pachulí. Después hay que ponerlo todo en un recipiente y dejarlo macerar cuarenta días y poco a poco se ve cómo se va formando una figurita, un fetito, que al cabo de dos meses se convierte en un homunculus graciosísimo, sale y se pone a tu servicio; creo que son inmortales, ¡imagínate, hasta te llevar flores a la tumba cuando hayas muerto!
—Y qué más encuentras en esas librerías? —preguntó Belbo.
—Una gente fantástica, gente que habla con los ángeles, que fabrica oro, y magos profesionales con cara de magos profesionales…
—Qué cara tiene un mago profesional?
—Suelen tener nariz aguileña, cejas de ruso y ojos rapaces, pelo largo, como los pintores de antes, y barba, aunque rala, unas matas entre la barbilla y las mejillas, y unos bigotes hacia fuera que les caen como a mechones sobre el labio, es obvio, el labio está muy levantado por los dientes, no se libran de una, los tienen salidos y todos montados. Con esos dientes no me lo explico, pero vamos, sonríen tiernamente, aunque los ojos (ya os he dicho que son rapaces, ¿verdad?) nos miran de manera inquietante.
—Facies hermetica —observó Diotallevi.
—Ah. Pues ya os podéis imaginar. Cuando alguien entra y pide un libro, digamos, de oraciones contra los espíritus del mal, en seguida le sugieren al librero el título justo, que es precisamente el que el librero no tiene. Sin embargo, si te haces amiga suya y les preguntas si el libro es eficaz, te vuelven a sonreír con comprensión como si estuviesen hablándote de niños y te dicen que con estas cosas hay que tener mucho cuidado. Después te cuentan cosas horribles que los diablos les han hecho a sus amigos, una se asusta y ellos te tranquilizan diciéndote que muchas veces no es más que histeria. Vamos, nunca se sabe si creen o no creen. Los libreros suelen regalarme bastoncillos de incienso, una vez uno me dio una manita de marfil contra el mal de ojo.
—Entonces, si se te presenta la ocasión —le había dicho Belbo—, cuando vayas por allí, pregúntales si saben algo de esta nueva colección de Manuzio, incluso puedes mostrarles el folleto.
Lorenza se marchó llevándose una docena de folletos. Supongo que en las semanas que siguieron trabajó a conciencia, aunque no me esperaba que las cosas pudieran ir tan deprisa. Al cabo de unos meses, la señora Grazia ya no daba a basto con los diabólicos, como habíamos definido a los AAF con intereses ocultistas. Y como correspondía a su naturaleza, fueron legión.