Pero sabed que estamos todos de acuerdo, digamos lo que digamos.
(Turba Philosophorum)
Cuando Bramanti se hubo marchado, Belbo observó que era uno de esos que tenían que quitarse el tapón. El señor Garamond no conocía la expresión piamontesa y Belbo ensayó algunas paráfrasis respetuosas, pero sin éxito.
—De todas formas —dijo Garamond—, no nos hagamos los difíciles. Ese señor apenas había dicho cinco palabras y yo ya sabía que no era un cliente para nosotros. El. Pero aquellos de los que nos ha hablado sí, autores y lectores. Este Bramanti ha venido a confirmarme una idea que estaba explorando precisamente en estos días. Aquí tienen, señores.
Y extrajo teatralmente tres libros del cajón de su escritorio.
—Aquí tienen ustedes tres volúmenes publicados en estos últimos años, y todos han sido un éxito. El primero está en inglés y no lo he leído, pero su autor es un crítico ilustre. ¿Y qué ha escrito? Miren el subtitulo, una novela gnóstica. Ahora miren este otro: aparentemente es una novela de crímenes, un best seller. ¿Y de qué habla? De una iglesia gnóstica en los alrededores de Turín. Ustedes sabrán quiénes son estos gnósticos… —Nos detuvo con un ademán—: No tiene importancia, me basta con saber que son algo demoniaco… Lo sé, lo sé, quizá esté corriendo mucho, pero no quiero hablar como ustedes, quiero hablar como ese Bramanti. En este momento soy un editor, no un profesor de gnoseología comparada o comoquiera que se llame. ¿Qué he percibido de claro, prometedor, incitante, aún diría más, curioso, en el discurso de Bramanti? Esa extraordinaria capacidad para juntar cualquier cosa, no ha hablado de los gnósticos, pero habrán notado que hubiera podido mencionarlos, entre geomancia, gerovital y radamés al mercurio. ¿Y por qué insisto? Porque aquí tengo otro libro, de una periodista famosa, que cuenta cosas increíbles que suceden en Turín, en Turín, vaya, la ciudad del automóvil: hechiceras, misas negras, evocaciones del diablo, y todo para gente que paga, no para esos pelados meridionales. Casaubon, Belbo me ha dicho que usted ha vivido en Brasil y ha asistido a los ritos satánicos de esos salvajes de allá… Vale, después me explicará exactamente qué eran, pero lo mismo da. Brasil está aquí, señores. El otro día, entré en primera persona en esa librería, cómo se llama, en fin, lo mismo da, era una librería que hace seis o siete años vendía textos anarquistas, revolucionarios, tupamaros, terroristas, aún diría más, marxistas… Pues bien, ¿cómo se ha reciclado? Vendiendo esas cosas de que hablaba Bramanti. Es cierto, hoy estamos en una época de confusión y si van a una librería católica, donde antes había sólo el catecismo, ahora pueden encontrar incluso la revalorización de Lutero, pero al menos no venderá libros donde se diga que la religión es una estafa. En cambio en estas librerías que digo yo, se vende al autor que cree y también, al que echa pestes de esa creencia, siempre que toquen un argumento, ¿cómo diría…?
—Hermético —sugirió Diotallevi.
—Eso mismo, creo que es la palabra justa. He visto al menos diez libros sobre Hermes. Y yo quiero hablarles de un Proyecto Hermes. Entremos en esa rama.
—En la rama dorada —dijo Belbo.
—Así es —dijo Garamond, sin captar la cita—, es una mina de oro. Me he dado cuenta de que ésos comen de todo, con tal de que sea hermético, como usted decía, con tal de que diga lo contrario de lo que han aprendido en los textos escolares. Y creo que incluso es un deber cultural: no tengo vocación de benefactor, pero en estos tiempos tan oscuros ofrecer a la gente una fe, un rayo de esperanza en lo sobrenatural… Sin embargo Garamond siempre tiene una misión científica…
Belbo se puso rígido.
—Me pareció que estaba pensando en Manuzio.
—En las dos. Escuche lo que voy a decirle. He hurgado en esa librería y después he ido a otra, muy seria, en la que sin embargo también tenían una pulcra sección dedicada a las ciencias ocultas. Sobre este tema hay estudios de nivel universitario, y se exhiben junto con los libros de gente como ese Bramanti. Pues bien, razonemos: ese Bramanti quizá nunca se ha encontrado con los autores universitarios, pero ha leído sus obras, y las ha leído como si fuesen del mismo nivel que las suyas. Es gente a la que se le dice cualquier cosa y piensa que se refiere a su problema, como la historia del gato que oía cómo los cónyuges discutían por el divorcio y pensaba que estaban discutiendo por los menudillos de su comida. Usted mismo ha podido comprobarlo, Belbo, le mencionó ese asunto de los templarios y él en seguida, de acuerdo, también los templarios, y la Cábala, y la lotería y el poso del café. Son omnívoros. Omnívoros. Ha visto la cara de Bramanti: un roedor. Un público inmenso, dividido en dos grandes categorías, ya me los veo desfilar ante los ojos, y son legión. In primis los que escriben, y Manuzio les espera aquí con los brazos abiertos. Es suficiente atraerles con una colección que llame la atención, que podria titularse, veamos…
—La Tabula Smaragdina —dijo Diotallevi.
—¿Cómo dice? No, demasiado difícil: a mí, por ejemplo, no me dice nada. Necesitamos algo que evoque otra cosa…
—Isis Desvelada —dije.
—¡Isis Desvelada! Suena bien, bravo, Casaubon, uno piensa en Tutankamón, en el escarabajo de las pirámides. Isis Desvelada, con una cubierta un poco abracadabrante, aunque no demasiado. Sigamos adelante. Ahora viene la segunda cohorte, la de los compradores. Pues bien, amigos míos, ustedes dicen que a Manuzio no le interesan los compradores. ¿Acaso lo ha dicho el médico? Esta vez venderemos los libros de Manuzio, señores, ¡será un salto cualitativo! Por último, están los estudios de nivel científico, y aquí entra en escena Garamond. Junto con los estudios históricos y las otras colecciones universitarias, buscamos un asesor serio y publicamos tres o cuatro libros al año, en una colección seria, rigurosa, con un título explicito pero discreto…
—Hermética —dijo Diotallevi.
—Perfecto. Clásico, digno. Ustedes me preguntarán por qué gastar dinero con Garamond cuando podemos limitarnos a ganarlo con Manuzio. Pero la colección seria funciona como un señuelo, atrae a personas sensatas que harán otras propuestas, indicarán pistas, y además atrae a los otros, a los Bramanti, que serán desvíados hacia Manuzio. Me parece un proyecto perfecto, el Proyecto Hermes, una operación limpia, rentable, que refuerza la corriente ideal entre ambas casas… Señores, a trabajar. Visiten librerías, preparen bibliografías, soliciten catálogos, vean qué hacen en los otros países… Y además, quién sabe cuánta gente ha desfilado por sus despachos, llevando este tipo de tesoros, y ustedes se han deshecho de ellos porque no nos servían. Y, por favor, Casaubon, también en la historia de los metales pongamos un poco de alquimia. Quiero suponer que el oro es un metal. Las observaciones para otro día, ya saben ustedes que acepto las críticas, las sugerencias, las impugnaciones, como es costumbre entre gente culta. A partir de este momento el proyecto es ejecutivo. Señora Grazia, haga pasar a ese señor que lleva dos horas esperando, ¡ésta no es manera de tratar a un Autor! —dijo mientras nos abría la puerta, en voz suficientemente alta como para que le oyesen en la sala de espera.