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Cuando recordamos que Daath está situado en el punto en que el Abismo corta el Pilar Medio, y que en la sumidad del Pilar Medio está el Sendero de la Flecha… y que también ahí está Kundalini, vemos que en Daath está el secreto tanto de la generación como de la regeneración, la clave de la manifestación de todas las cosas a través de la diferenciación de las parejas de opuestos y su Unión en un Tercero.

(Dion Fortune, The mystical Qabalah, London, Fraternity of the Inner Light, 1957, 7.19)

De todas formas, no tenía que ocuparme de Manuzio, sino de la maravillosa aventura de los metales. Empecé mis exploraciones de las bibliotecas de Milán. Partía de los manuales, fichaba su bibliografía y de allí pasaba a los originales, más o menos antiguos, donde podía encontrar ilustraciones decentes. Nada peor que ilustrar un capítulo sobre los viajes espaciales con una foto de la última sonda americana. El señor Garamond me había enseñado que, por lo menos, se necesita un ángel de Doré.

Hice buenas cosechas de reproducciones curiosas, pero no eran suficientes. Cuando se prepara un libro ilustrado, para escoger una buena imagen hay que descartar al menos diez.

Me autorizaron a ir a París, cuatro días. Pocos para recorrer todos los archivos. Fui con Lia, llegué el jueves y tenía una litera para regresar en el tren del lunes por la noche. Cometí el error de programar la visita al Conservatoire para el lunes, y el lunes descubrí que justo ese día el Conservatoire estaba cerrado. Demasiado tarde, me quedé con las manos vacías.

A Belbo no le gustó nada, pero había recogido muchas cosas interesantes y fuimos a enseñárselas al señor Garamond. Hojeaba las reproducciones que había traído, muchas de ellas en color. Después miró la factura y lanzó un silbido:

—Estimado amigo, llevamos a cabo una misión, trabajamos por la cultura, ça va sans dire, pero no somos la Cruz Roja, aún diría más, no somos la UNICEF. ¿Era necesario comprar todo este material? Cómo le diría, aquí veo un señor en paños menores, con un bigote que parece d’Artagnan, rodeado de abracadabras y capricornios, pero ¿qué es esto? ¿Mandrake?

—Orígenes de la medicina. Influencia del zodíaco en las distintas partes del cuerpo, con las correspondientes hierbas curativas. Y los minerales metales incluidos. Doctrina de las signaturas cósmicas. En aquellos tiempos la frontera entre la magia y la ciencia aún era tenue.

—Muy interesante. Pero, ¿qué dice en este frontispicio? Philosophia Moysaica. ¿Qué tiene que ver Moisés? ¿No le parece demasiado primordial?

—Es la querella sobre el unguentum armarium, o sea, sobre el weapon salve. Médicos ilustres discuten durante cincuenta años sobre si ese ungüento, extendido sobre el arma que ha provocado la herida, puede curar a la víctima.

—Qué barbaridad. ¿Y es ciencia?

—No en el sentido actual. Pero discutían sobre eso porque hacía poco que se habían descubierto las prodigiosas virtudes del imán, y eso los había convencido de que podía haber acción a distancia. Como también afirmaba la magia. Entonces, acción a distancia por acción a distancia… ¿Comprende? Estos se equivocan, pero Volta y Marconi no se equivocarán. ¿Qué son la electricidad y la radio, sino acción a distancia?

—Vaya, vaya. Es listo nuestro Casaubon. La ciencia y la magia cogidas de la mano, ¿verdad? Una gran idea. Pues duro con ellos. Quíteme un poco de esas dinamos tan desagradables, y póngame más Mandrakes. Alguna evocación demoníaca, no sé, sobre fondo dorado.

—Tampoco quisiera exagerar. Esta es la maravillosa aventura de los metales. Las extravagancias quedan bien sólo cuando están justificadas.

—La maravillosa aventura de los metales debe ser sobre todo la historia de sus errores. Ponemos la hermosa extravagancia, y luego al pie decimos que aquello era un error. Pero allí está, y el lector se apasiona, porque ve que también los grandes hombres desvariaban como él.

Conté una extraña experiencia que había tenido junto al Sena, no lejos del Quai St-Michel. Había entrado en una librería que, ya desde sus dos escaparates simétricos, exhibía su esquizofrenia. De un lado, obras sobre ordenadores y sobre el futuro de la electrónica, del otro, sólo ciencias ocultas. Y lo mismo en el interior: Apple y Cábala.

—Increíble —dijo Belbo.

—Obvio —dijo Diotallevi—. O al menos, tú eres el último que debería asombrarse, Jacopo. El mundo de las máquinas trata de encontrar el secreto de la creación: letras y números.

Garamond no dijo nada. Había juntado las manos, como en una plegaria, y miraba hacia el cielo. Después batió palmas:

—Todo lo que han dicho me confirma una idea que tengo desde hace unos días… Pero todo en su momento, todavía tengo que pensarlo. Ustedes prosigan. Le felicito, Casaubon, revisaremos incluso su contrato, veo que es un colaborador valiosísimo. Y ya lo sabe, mucha Cábala y ordenadores. Los ordenadores se hacen con silicio. ¿Verdad?

—Pero el silicio no es un metal, sino un metaloide.

—¿Y ahora vamos a sutilizar con las desinencias? ¿Qué es esto, rosa rosarum? Ordenadores. Y Cábala.

—Que no es un metal —insistí.

Nos acompañó hasta la puerta. En el umbral me dijo:

—Casaubon, los editores practicamos un arte, no una ciencia. No nos hagamos los revolucionarios, que ya está pasado de moda. Usted ponga la Cábala. Por cierto, con respecto a sus gastos, me he permitido descontar la litera. No es por avaricia, espero que no vaya a tomarlo así. Pero creo que la investigación se beneficia, cómo le diría yo, de cierto espíritu espartano. Si no, se pierde el entusiasmo.

Volvió a convocarnos al cabo de unos días. Le dijo a Belbo que en su despacho había alguien que quería que conociésemos.

Allá fuimos. Garamond estaba conversando con un señor gordo, con cara de tapir, dos bigotitos rubios bajo una gran nariz animal, y barbilla inexistente. Me pareció que le conocía, después recordé, era el profesor Bramanti, a quien había escuchado en Río, el referendario o no sé qué cosa de aquella orden Rosa-Cruz.

—El profesor Bramanti —dijo Garamond—, piensa que éste sería el momento justo para que un editor perspicaz y sensible al clima cultural de estos años iniciara una colección de ciencias ocultas.

—En… Manuzio —sugirió Belbo.

—¿En dónde, si no? —sonrió con astucia el señor Garamond—. El profesor Bramanti, que por cierto viene recomendado por un gran amigo, el doctor De Amicis, el autor de esas espléndidas Crónicas del Zodiaco que publicamos este año, lamenta que las pocas colecciones que existen sobre esta materia, por lo general obra de editores poco serios y fiables, notoriamente superficiales, deshonestos, incorrectos, aún diría más, mediocres, no se correspondan en absoluto con la riqueza, la profundidad de este campo de estudios…

—Los tiempos están maduros para esta revalorización de la cultura de lo inactual, ahora que las utopías del mundo moderno han fracasado-dijo Bramanti.

—Lo que dice es la pura verdad, profesor. Pero debe perdonar nuestra, ay Dios, no diré ignorancia, pero sí nuestra incertidumbre al respecto: ¿a qué se refiere cuando habla de ciencias ocultas? ¿Espiritismo, astrología, magia negra?

Bramanti esbozó un gesto de desaliento:

—¡Oh, no, por favor! Esas son las patrañas con que se engaña a los ingenuos. Yo estoy hablando de ciencia, aunque sea oculta. Sí, ciertamente, también podría incluirse la astrología, pero no para que la dactilógrafa sepa si el próximo domingo encontrará al hombre de su vida. Se tratará más bien de un estudio serio sobre los Decanatos, para poner un ejemplo.

—Ya veo. Científico. Está en nuestra línea, sí, pero ¿podría ser un poco más exhaustivo?

Bramanti se acomodó en la butaca y miró a su alrededor, como buscando inspiraciones astrales.

—Desde luego, podría darle algunos ejemplos. Yo diría que el lector ideal de una colección de este tipo debería ser un adepto de los rosacruces, y por tanto un experto in magiam, in necromantiam, in astrologiam, in geomantiam, in pyromantiam, in hydromantiam, in chaomantiam, in medicinam adeptam, por citar el libro de Azoth, el que fuera entregado por una doncella misteriosa al Estauróforo, según se cuenta en el Raptus philosophorum. Pero el conocimiento del adepto abarca otros campos: está la fisiognosia, que comprende la física oculta, la estática, la dinámica y la cinemática, la astrología o biología esotérica, y el estudio de los espíritus de la naturaleza, la zoología hermética y la astrología biológica. A eso añada usted la cosmognosia, que estudia la astrología pero desde el punto de vista astronómico, cosmológico, fisiológico, ontológico, o la antropognosia, que estudia la anatomía homológica, las ciencias adivinatorias, la fisiología fluídica, la psicurgia, la astrología social y el hermetismo de la historia. Además, están las matemáticas cualitativas, o sea, como usted bien sabe, la aritmología… Pero los conocimientos preliminares incluirían la cosmografía de lo invisible, el magnetismo, las auras, los sueños, los fluidos, la psicometría y la clarividencia, y en general el estudio de los otros cinco sentidos hiperfísicos, para no hablar de la astrología horoscópica, que puede ser una degeneración del saber cuando no se la practica con las debidas precauciones… y luego la fisiognómica, la lectura del pensamiento, las artes adivinatorias (tarot, el libro de Morfeo), hasta los grados superiores, como la profecía y el éxtasis. Será preciso disponer de información suficiente sobre manipulaciones fluídicas, alquimia, espagirica, telepatía, exorcismo, magia ceremonial y evocatoria, teurgia elemental. En cuanto al ocultismo propiamente dicho, yo sugeriría explorar los campos de la Cábala primitiva, el brahmanismo, la gimnosofía, los jeroglíficos de Menfis…

—Fenomenología templaria —propuso Belbo.

Bramanti se iluminó:

—Desde luego. Pero me estaba olvidando, primero algunas nociones de nigromancia y brujería de las razas no blancas, onomancia, furores proféticos, taumaturgia voluntaria, sugestión, yoga, hipnotismo, sonambulismo, química mercurial… Para la tendencia mística, Wronski aconsejaba tener presentes las técnicas de las posesas de Loudun, de los convulsionarios de San Medardo, los brebajes místicos, el vino de Egipto, el elixir de la vida y el agua tofana. En cuanto al principio del mal, pero comprendo que con esto llegamos a la parte más reservada de una eventual colección, yo diría que es necesario familiarizarse con los misterios de Belcebú como destrucción per se, y de Satanás como príncipe destronado, de Eurinomio, de Moloch, íncubos y súcubos. En cuanto al principio positivo, misterios celestes de los Santos Miguel, Gabriel y Rafael, y de los agatodemonios. Luego los misterios de Isis, de Mitra, de Morfeo, de Samotracia y de Eleusis, y los misterios naturales del sexo viril, falo, Arbol de la Vida, Llave de la Sabiduría, Bafomet, malleus, los misterios naturales del sexo femenino, Ceres, Cteis, Pátera, Cibeles, Astarté.

El señor Garamond se inclinó hacia adelante con una sonrisa insinuante:

—No olvidará a los gnósticos…

—Desde luego que no, aunque sobre ese tema circula mucha pacotilla cosas poco serias. De todas formas, todo sano ocultismo es una Gnosis.

—Ya lo decía yo —dijo Garamond.

—Y todo esto sería suficiente —dijo Belbo, con un leve tono interrogativo.

Bramanti hinchó los carrillos, transformándose de golpe de tapir en hámster.

—Suficiente… para iniciar, no para iniciados, usted perdonará el juego de palabras. Pero ya con unos cincuenta volúmenes, ustedes podrían mesmerizar a un público de millares de lectores, que sólo esperan una palabra autorizada… Con una inversión de unas decenas de millones, y he acudido a usted, doctor Garamond, porque me consta que está dispuesto a atreverse a las empresas más generosas, y un modesto porcentaje para mí, como director de la colección…

Bramanti ya había dicho bastante, y perdió todo interés a los ojos de Garamond. De hecho le despidió rápidamente y con todo tipo de promesas. El habitual comité de asesores examinaría cuidadosamente la propuesta.