Valentiniani… nihil magis curant quam occultare quod praedicant: si tamen praedicant, qui occultant… Si bona fides quaeres, concreto vultu, suspenso supercilio — altum est — aiunt. Si subtiliter tentes, per ambiguitates bilingues communem fidem affirmant. Si scire te subostendas, negant quidquid agnoscunt… Habent artificium quo prius persuadeant, quam edoceant.
(Tertuliano, Adversus Valentinianos)
Agliè me invitó a ir a un sitio donde aún preparaban una batida como sólo hombres sin edad saben hacer. Unos pocos pasos, y salimos de la civilización de Carmen Miranda, me encontré en un sitio oscuro, donde algunos nativos fumaban un tabaco grueso como salchichas, enrollado en amarras de viejo marinero. Se manipulaban las amarras con las yemas de los dedos, se obtenían unas hojas anchas y transparentes, y se liaban en papelillos de paja oleosa. Había que volver a encender a menudo, pero uno comprendía cómo era el tabaco cuando lo descubrió sir Walter Raleigh.
Le conté mi aventura vespertina.
—¿Ahora también los rosacruces? Su sed de saber es insaciable, amigo mío. Pero no preste oídos a esos dementes. Todos hablan de unos documentos irrefutables, pero nadie los ha mostrado nunca. A ese Bramanti le conozco. Vive en Milán, pero recorre el mundo para difundir su verbo. Es inofensivo, aunque todavía cree en Kiesewetter. Legiones de rosacrucianos se apoyan en esa página del Theatrum Chemicum. Pero si uno va a consultarlo, y modestamente debo decir que forma parte de mi pequeña biblioteca milanesa, la cita no aparece.
—Un bufón, el señor Kiesewetter.
—Muy citado. Lo que sucede es que también los ocultistas decimonónicos fueron víctimas del espíritu del positivismo: algo es cierto sólo si se puede probar. Mire usted el debate sobre el Corpus Hermeticum. Cuando fue introducido en Europa, en el siglo XV, Pico della Mirandola, Ficino y muchas otras personas de gran sabiduría vieron la verdad: debía de ser obra de un saber antiquísimo, anterior a los egipcios, anterior al propio Moisés, porque en él ya se encuentran ideas que después enunciarían Platón y Jesús.
—¿Cómo después? Son los mismos argumentos de Bramanti sobre la pertenencia de Dante a la masonería. ¡Si el Corpus repite las ideas de Platón y de Jesús es porque fue escrito después de ellos!
—¿Ve? Usted también. Y en efecto, ese fue el argumento de los filólogos modernos, que además efectuaron confusos análisis lingüísticos para demostrar que el Corpus había sido escrito entre los siglos segundo y tercero de nuestra era. Como si dijéramos que Casandra nació después de Homero, porque ya sabía que Troya sería destruida. Es una ilusión moderna creer que el tiempo es una sucesión lineal y orientada, que va de A hacia B. También puede ir de B hacia A, y el efecto puede producir la causa… ¿Qué significa estar antes o después? ¿Su bellísima Amparo es anterior o posterior a sus confusos antepasados? Es demasiado espléndida, si permite un juicio desapasionado de alguien que podría ser su padre. Así que es anterior a ellos. Ella es el origen misterioso de lo que ha contribuido a crearla.
—Pero a este punto…
—Es el concepto mismo de «este punto» el que está errado. Los puntos son puestos por la ciencia, desde Parménides, para establecer desde dónde hasta dónde se mueve algo. Nada se mueve, y hay un solo punto, el punto desde el que se engendran en un mismo instante todos los otros puntos. La ingenuidad de los ocultistas decimonónicos, y de los de nuestra época, consiste en querer demostrar la verdad de la verdad recurriendo a la falacia científica. No hay que razonar según la lógica del tiempo, sino según la lógica de la tradición. Todas las épocas, todos los tiempos se simbolizan entre sí, y por tanto el templo invisible de los rosacruces existe y ha existido en todos los tiempos, independientemente de las fluctuaciones de la historia, de vuestra historia. El tiempo de la revelación última no es el tiempo de los relojes. Sus relaciones se establecen en el tiempo de la «historia sutil», donde el antes y el después de la ciencia importan bastante poco.
—Pero, en suma, los que hablan de la eternidad de los rosacruces…
—Son bufones cientificistas, porque tratan de probar lo que en cambio hay que saber, sin demostraciones. ¿Acaso cree usted que los fieles que veremos mañana por la noche saben o están en condiciones de demostrar todo lo que les ha dicho Kardec? Saben porque están dispuestos a saber. Si todos hubiéramos conservado esa sensibilidad para lo secreto, estaríamos deslumbrados por las revelaciones. No es necesario querer, basta con estar dispuestos.
—Pero en suma, y perdone una pregunta tan trivial, ¿los rosacruces existen o no?
—¿Qué significa existir?
—Dígalo usted.
—La Gran Fraternidad Blanca, llámelos rosacruces, llámelos caballeros espirituales, de quienes los templarios sólo son una encarnación ocasional, es una cohorte de sabios, unos pocos, poquísimos elegidos, que viaja a través de la historia de la humanidad para preservar un núcleo de sabiduría eterno. La historia no sigue un curso casual. Es obra de los Señores del Mundo, a los que nada escapa. Naturalmente, los Señores del Mundo se protegen con el secreto. De modo que cada vez que se encuentre usted con alguien que se dice Señor, o rosacruz, o Templario, le estará mintiendo. Hay que buscarlos en otra parte.
—¿Pero entonces esta historia continúa hasta el infinito?
—Así es. Ahí está la astucia de los Señores.
—Pero, ¿qué quieren que sepa la gente?
—Que hay un secreto. Si no, para qué vivir, si todo es tal como aparece.
—¿Y cuál es el secreto?
—Lo que las religiones reveladas no han sabido decir. El secreto está más allá.