Por el hecho de que cambian y esconden su nombre, de que disimulan sus años, de que, como ellos mismos confiesan, llegan sin darse a conocer, no hay Lógico que pueda negar que deben necesariamente existir realmente.
(Heinrich Neuhaus, Pia et ultimissimo admonestatio de Fratribus Roseae-Crucis, nimirum: an sint? quales sint? unde nomen illud sibi asciverint, Danzica, Schmidlin, 1618 — ed. fr. 1623, p. 5)
Decía Diotallevi que Ḥesed es la sĕfirah de la gracia y del amor, fuego blanco, viento del sur. La otra noche en el periscopio pensaba que los últimos días que viví en Bahía con Amparo estuvieron presididos por ese signo.
Recordaba, cuántas cosas se recuerdan mientras se espera durante horas en la oscuridad, una de las últimas noches. Teníamos los pies doloridos de tanto caminar por callejuelas y por plazas, y nos habíamos ido a la cama temprano, aunque sin ganas de dormir. Amparo se había acurrucado contra una almohada en posición fetal, y fingía leer a través de las rodillas, apenas separadas, uno de mis libritos sobre el umbanda. De vez en cuando, se estiraba con indolencia y se quedaba acostada boca arriba, las piernas abiertas y el libro sobre el vientre, y me escuchaba; yo le leía de mi libro sobre los rosacruces, intentando hacerla participar en mis descubrimientos. La noche era dulce pero, como habría escrito Belbo en sus files, exhausto de literatura, el céfiro no silbaba. Habíamos decidido concedernos un buen hotel, desde la ventana se divisaba el mar y en el vano de la cocina, aún iluminado, me confortaba una cesta con frutas tropicales que habíamos comprado aquella mañana en el mercado.
—Dice que en 1614 se publicó en Alemania un escrito anónimo titulado Allgemeine und general Reformation, o sea Reforma general y común del entero universo, seguido de la Fama Fraternitatis de la Honorable Confraternidad de la Rosa-Cruz, dirigido a todos los sabios y soberanos de Europa, junto con una breve respuesta del Senor Haselmeyer quien por ese motivo ha sido arrojado a la cárcel por los Jesuitas y encadenado en una galera Ahora impreso y puesto en conocimiento de todos los espíritus sinceros. Publicado en Kassel por Wilhelm Wessel.
—¿No es un poquitín largo?
—Parece que en el siglo XVII todos los títulos eran así. Los escribía Lina Wertmüller. Es una obra satírica, una fábula sobre una reforma general de la humanidad, y además, en parte está copiada de los Ragguagli di Parnaso de Traiano Boccalini. Pero contiene un opúsculo, un libelo, un manifiesto de una docena de paginitas, la Fama Fraternitatis, que será publicada aparte el año siguiente, junto con otro manifiesto, esta vez en latín, la Confessio fraternitatis Roseae-Crucis, ad eruditos Europae. En ambos la Confraternidad de los rosacruces se presenta y habla de su fundador, un misterioso C. R. Sólo después, y sobre la base de otras fuentes, se llegar a saber o se decidirá que se trata de un tal Christian Rosencreutz.
—¿Y por qué allí no figura el nombre completo?
—Mira, hay todo un derroche de iniciales, aquí nadie es nombrado por completo, todos se llaman G. G. M. P. I., y el que tiene un sobrenombre cariñoso se llama P. D. Se cuentan los años de formación de C. R., que primero visita el Santo Sepulcro, después pone rumbo hacia Damasco, después pasa a Egipto, y de allí va a Fez, que en aquellos tiempos debió de ser uno de los santuarios de la sabiduría musulmana. Allí nuestro Christian, que ya sabía griego y latín, aprende los idiomas orientales, física, matemáticas, ciencias de la naturaleza, y acumula toda la sabiduría milenaria de los árabes y de los africanos, hasta la Cábala y la magia, e incluso traduce al latín un misterioso Liber M, de manera que conoce todos los secretos del macro y del microcosmos. Hace dos siglos que está de moda todo lo oriental, especialmente si no se entiende lo que dice.
—Siempre hacen lo mismo. ¿Hambrientos, frustrados, explotados? ¡Pedid la copa del misterio! Ten… —Y me liaba un canuto—. Es de la buena.
—¿Ves como también tú quieres entregarte al olvido?
—Pero yo sé que es química y nada más. No hay ningún misterio, se coloca incluso quien no sabe hebreo. Ven aquí.
—Espera. Después Rosencreutz pasa a España y también allí reúne un buen botín de doctrinas ocultísimas, y dice que cada vez está más cerca del centro de todo saber. Y en el curso de esos viajes, que para un intelectual de la época constituían verdaderos trips de sabiduría total, comprende que es necesario fundar en Europa una sociedad que guíe a los gobernantes por los caminos del saber y del bien.
—Una idea muy original. Valía la pena estudiar tanto. Quiero mamaia fresca.
—Está en la nevera. Sé buena, ve tú, yo estoy trabajando.
—Si trabajas eres como una hormiga, y si eres una hormiga entonces haz lo de la hormiga, así que ve a buscar provisiones.
—La mamaia es voluptuosidad, así que tiene que ir la cigarra. O voy yo, y tú lees.
—Jesús, no. Odio la cultura del hombre blanco. Voy, voy.
Amparo iba hacia la cocina, y me gustaba desearla a contraluz. Entretanto C. R. regresaba a Alemania y, en lugar de dedicarse a la transmutación de los metales, como ahora su inmenso saber le hubiese permitido, decidía dedicarse a una reforma espiritual. Fundaba la Confraternidad, inventando una lengua y una escritura mágica, que serviría de fundamento para la sabiduría de los futuros hermanos.
—No, que se me ensucia el libro, pónmela en la boca, no, no te hagas la tonta, así, eso. Dios mío, qué buena que está la mamaia, rosencreutzlische Mutti-jaja… Pero, ¿sabes que lo que los primeros rosacruces escribieron en los primeros años hubiera podido iluminar el mundo, que estaba sediento de verdad?
—¿Y qué escribieron?
—Ahí está el busilis: el manifiesto no lo dice, nos deja con las ganas. Es algo tan importante, pero tan importante que debe permanecer secreto.
—Qué canallas.
—No, no, ay, para. Comoquiera que sea los rosacruces se multiplican y deciden desparramarse por todo el mundo, comprometiéndose a curar gratuitamente a los enfermos, a no ponerse trajes que permitan reconocerles, a mimetizarse siempre con las costumbres del país, a reunirse una vez al año, y a permanecer ocultos durante cien años.
—Pero perdona, ¿qué reforma querían hacer si acababa de producirse una? ¿Y Lutero qué era, una caca?
—Pero esto era antes de la reforma protestante. Aquí, en una nota se dice que de una lectura atenta de la Fama y de la Cofessio se colige…
—¿Quién colige?
—Cuando se colige se colige. No importa quién. Es la razón, el sentido común… Jo, mira que eres. Estamos hablando de los Rosacruces, una cosa seria…
—Ya, serísima.
—Entonces, según se colige, Rosencreutz nace en 1378 y muere en 1484 a la hermosa edad de ciento seis años, y no es difícil intuir que la confraternidad secreta haya contribuido no poco a la Reforma, que en 1615 festejaba su centenario. Tanto es así que en el escudo de Lutero hay una rosa y una cruz.
—Gran fantasía.
—¿Querías que Lutero pusiese en su escudo una jirafa en llamas o un reloj derretido? Cada uno es hijo de su época. He comprendido de quién soy hijo yo, y tú, calladita, déjame seguir. Hacia 1604 los rosacruces, mientras restauran un sector de su palacio o castillo secreto, encuentran una lápida en la que está hincado un gran clavo. Extraen el clavo, se derrumba una parte de la pared, aparece una puerta, encima de la cual está escrito en grandes letras POST CXX ANNOS PATEBO…
Aunque ya lo hubiese leído en la carta de Belbo, no pude evitar una exclamación:
—Dios mío…
—¿Qué sucede?
—Es como un documento de los templarios que… Esa es una historia que nunca te he contado, se trata de cierto coronel…
—¿Entonces? Los templarios copiaron a los rosacruces.
—Pero si los templarios son anteriores.
—Entonces los rosacruces copiaron a los templarios.
—Amor mío, sin ti me daría un paralís.
—Amor mío, ese Agliè te ha perdido. Estás esperando la revelación.
—¿Yo? ¡Yo no espero nada!
—Menos mal, ten cuidado con el opio de los pueblos.
—El pueblo unido jamás será vencido.
—Tú ríete. Anda, sigue, quiero ver qué decían esos cretinos.
—Esos cretinos lo aprendieron todo en África, ¿no te has enterado?
—Esos en África estaban embalándonos para luego despacharnos hacia aquí.
—Da gracias al cielo. Podías haber nacido en Pretoria. —La besaba y seguía—. Al otro lado de la puerta se descubre un sepulcro de siete paredes y siete ángulos, prodigiosamente iluminado por un sol artificial. En el medio, un altar circular, adornado con varios lemas o emblemas, del tipo NEQUAQUAM VACUUM…
—¿Ne cuá cuá? ¿Firmado, Pato Donald?
—Es latín, ¿caes? Quiere decir el vacío no existe.
—Menos mal. Si no, qué horror.
—¿Serías tan amable de encenderme el ventilador, animula vagula blandula?
—Pero si estamos en invierno.
—Eso es para vosotros, los del hemisferio equivocado, amor mío. Estamos en julio, ten paciencia, enciende el ventilador, no es por que yo sea el macho, sino porque está de tu lado. Gracias. Vamos, bajo el altar encuentran el cuerpo incorrupto del fundador. Tiene en la mano el Libro I, repleto de infinito saber, y es una lástima que el mundo no pueda conocerlo, dice el manifiesto, porque si no ¡gulp, guau, brr, sguissh!
—Ay.
—Como estaba diciendo, el manifiesto concluye con la promesa de un inmenso tesoro que aún no ha sido descubierto, y sorprendentes revelaciones sobre las relaciones entre el macrocosmos y el microcosmos. No vayáis a pensar que somos unos vulgares alquimistas y que os enseñamos a fabricar oro. Esas son cosas de tunantes, nosotros buscamos algo mejor, y miramos más alto, en todos los sentidos. Estamos distribuyendo esta Fama en cinco idiomas, para no hablar de la Confessio, próximamente en esta sala. Esperamos respuestas y opiniones de doctos e ignorantes. Escribidnos, telefoneadnos, decidnos vuestros nombres, veremos si sois dignos de participar de nuestros secretos, esto que os hemos dado es apenas una muestra insignificante. Sub umbra alarum tuarum Iehova.
—¿Qué dice?
—Es la fórmula de despedida. Paso y corto. En suma, parece que los rosacruces tienen urgencia en comunicar lo que han sabido, y que sólo necesitan dar con el interlocutor idóneo. Pero de momento no sueltan prenda sobre lo que saben.
—Como el tío aquel de la foto, aquel anuncio en la revista que vimos en el avión: si me enviáis diez dólares os enseñaré el secreto para convertiros en millonarios.
—Sólo que él no miente. El ha descubierto el secreto. Como yo.
—Oye, es mejor que sigas leyendo. Se diría que es la primera vez que me ves.
—Siempre es como si fuese la primera vez.
—Peor para ti. No suelo dar confianza a los desconocidos. Pero, ¿es posible que las pilles todas tú? Primero los templarios, después los rosacruces, pero, ¿nunca has leído, no sé, a Plejanov?
—No, espero descubrir su sepulcro, dentro de ciento veinte años. Si es que Stalin no lo ha sepultado con una caterpillar.
—Memo. Voy al baño.