El Medievo esperaba al héroe del Grial, y que el jefe del Sacro Imperio Romano se convirtiese en imagen y manifestación del mismo «Rey del Mundo»… que el Emperador invisible fuera también el manifiesto y que la Edad del Medio… también tuviese el significado de una Edad del Centro… El centro invisible e inviolable, el soberano que debe volver a despertar, el mismo héroe vengador y restaurador, no son fantasías pertenecientes a un pasado muerto más o menos romántico, sino la verdad de quienes hoy, y sólo ellos, legítimamente pueden decir que están vivos.
(Julius Evola, Il misterio del Graal, Roma, Edizioni Mediterranee, 1983, cap. 23 y Epílogo)
—¿Usted dice que esto también tiene que ver con el Grial? —quiso saber Belbo.
—Desde luego. Y no lo digo yo. Tampoco creo que tenga que explicarles en qué consiste la leyenda del Grial, puesto que estoy hablando con personas cultas. Los caballeros de la mesa redonda, la búsqueda mística de ese objeto prodigioso, que según algunos sería la copa donde se recogió la sangre de Jesús, llevada a Francia por José de Arimatea, y según otros una piedra de poderes misteriosos. A menudo el Grial se aparece como luz fulgurante… Se trata de un símbolo, que representa alguna fuerza, alguna inmensa fuente de energía. Alimenta, cura heridas, enceguece, fulmina… ¿Un rayo láser? Algunos han pensado en la piedra filosofal de los alquimistas, pero aun así, ¿qué ha sido la piedra filosofal, sino un símbolo de alguna energía cósmica? Sobre esto se han escrito muchísimos libros, pero no es difícil reconocer algunas señales indiscutibles. Lean ustedes el Parzival de Wolfram von Eschenbach: ¡verán que allí el Grial está guardado en un castillo de templarios! ¿Eschenbach era un iniciado? ¿Un imprudente que reveló algo que convenía mantener en secreto? Pero hay más. Se nos dice que ese Grial que guardan los templarios es una piedra caída del cielo: lapis exillis. No sabemos si significa piedra del cielo («ex coelis») o que viene del exilio. Comoquiera que sea, se trata de algo que viene desde lejos, y alguien ha sugerido que quizá haya sido un meteorito. En lo que a nosotros respecta, ya lo tenemos: una Piedra. Independientemente de lo que pueda ser el Grial, para los templarios simboliza el objetivo o el fin del Plan.
—Perdone usted —dije—, pero la lógica del documento exige que en la sexta cita los caballeros se encuentren cerca o encima de una piedra, no que encuentren una piedra.
—¡Otra sutil ambigüedad, otra luminosa analogía mística! Desde luego, la sexta cita es encima de una piedra, y ya veremos dónde, pero encima de esa piedra, cumplida ya la transmisión del plan y la apertura de los sellos, los caballeros sabrán dónde se encuentra la Piedra. Que por lo demás es el mismo juego de palabras del Evangelio, tú eres Pedro y sobre esta piedra… Encima de la piedra encontraréis la Piedra.
—¿Cómo iba a ser de otra manera? —observó Belbo—. Prosiga, por favor. Y usted, Casaubon, no interrumpa tanto. Estamos ansiosos por conocer el resto.
—Pues bien —dijo el coronel—, la clara referencia al Grial me indujo a pensar durante mucho tiempo que el tesoro era un inmenso yacimiento de material radioactivo, caído quizá de otros planetas. Piensen ustedes, por ejemplo, en la misteriosa herida del rey Amfortas, que se menciona en la leyenda… Parece un radiólogo que se ha expuesto demasiado… Y de hecho no hay que tocarle. ¿Por qué? Piensen en la emoción que debe de haber embargado a los templarios cuando llegaron a las orillas del Mar Muerto, ustedes sabrán, con esas aguas bituminosas y pesadísimas en las que se flota como corcho, y que tienen propiedades curativas… quizá descubrieron en Palestina un depósito de radio, de uranio, y comprendieron que no podían aprovecharlo en seguida. Las relaciones entre el Grial, los templarios y los cátaros fueron estudiadas científicamente por un valiente oficial alemán, me estoy refiriendo a Otto Rahn, un Obersturmbannführer de las SS que dedicó su vida a meditar con extremo rigor sobre la naturaleza europea y aria del Grial, no diré cómo y por qué perdió la vida en 1939, pero hay quien afirma… en fin, ¿cómo olvidar lo que sucedió a Ingolf?… Rahn nos muestra las relaciones existentes entre el Vellocino de Oro de los argonautas y el Grial… Bueno, es evidente que existe un vínculo entre el Grial místico de la leyenda, la piedra filosofal (¡lapis!) y esa inmensa fuente de poder a la que aspiraban los seguidores de Hitler en vísperas de la guerra, y hasta el último aliento. Observen ustedes que, según una versión de la leyenda, los argonautas ven una copa, digo una copa, que planea sobre la Montaña del Mundo donde está el Árbol de la Luz. Los argonautas encuentran el Vellocino de Oro y su nave es trasladada por encanto hasta el centro de la Vía Láctea, en el hemisferio austral donde, junto con la Cruz, el Triángulo y el Altar, domina y afirma la naturaleza luminosa del Dios eterno. El triángulo simboliza la divina Trinidad, la cruz el divino Sacrificio de Amor y el altar es la Mesa de la Cena, donde estaba la Copa de la Resurrección. Es evidente que todos estos símbolos son de origen celta y cristiano.
El coronel parecía presa de la misma exaltación heroica que llevara al supremo sacrificio a su obersturmunddrang o como diablos se llamara. Era necesario que volviese a la realidad.
—¿La conclusión? —pregunté.
—Señor Casaubon, ¿acaso no la ve con sus propios ojos? Se ha dicho que el Grial era la Piedra Luciferina, aproximándolo a la figura del Bafomet. El Grial es una fuente de energía, los templarios eran custodios de un secreto energético, y trazaron su plan. ¿Dónde establecerán las sedes ocultas? A este respecto, estimados señores —y el coronel nos echó una mirada de complicidad, como si estuviésemos conspirando juntos—, yo tenía una pista, errada pero útil. Charles-Louis Cadet-Gassicourt, un autor que debía de haber pescado algún secreto, escribe en 1797 un libro titulado Le tombeau de Jacques Molay ou le secret des conspirateurs a ceux qui veulent tout savoir (obra que, mire usted qué casualidad, figuraba en la pequeña biblioteca de Ingolf), y sostiene que, antes de morir, Molay creó cuatro logias secretas, en Paris, Escocia, Estocolmo y Nápoles. Estas cuatro logias habrían tenido la misión de exterminar a todos los monarcas y destruir el poder del papa. De acuerdo, Gassicourt es un exaltado, pero me basé en su idea para determinar cuáles podían haber sido los lugares en que los templarios decidieron establecer sus sedes secretas. Sin duda, me habría resultado imposible comprender los enigmas del mensaje, si no hubiese tenido una idea guía. Pero la tenía, y era la certeza, basada en innumerables pruebas, de que el espíritu templario era de inspiración celta, druídica, era el espíritu del arianismo nórdico que la tradición identifica con la isla de Avalón, sede de la verdadera civilización hiperbórea. Como ustedes sabrán, varios autores han identificado Avalón con el jardín de las Hespérides, con la Ultima Thule y con la Cólquide del Vellocino de Oro. No es casual que la mayor orden de caballería de la historia sea el Toisón de Oro. Y esto nos aclara el significado de la expresión «Castillo». Se trata del castillo hiperbóreo donde los templarios guardaban el Grial: probablemente, el Monsalvat de que nos habla la leyenda.
Hizo una pausa. Quería tenernos pendientes de sus palabras. Y pendíamos.
—Veamos la segunda orden: los guardianes del sello deberán ir adonde está aquel o aquellos que han hecho algo con el pan. La indicación habla por si sola: el Grial es la copa con la sangre de Cristo, el pan es la carne de Cristo, el sitio donde se ha comido el pan es el sitio de la Ultima Cena, en Jerusalén. Imposible pensar que los templarios, incluso después de la reconquista sarracena, no hayan conservado una base secreta en aquel lugar. Para serles franco, les diré que al principio me molestaba ese elemento judaico en un plan totalmente dominado por la mitología aria. Pero he recapacitado, somos nosotros quienes nos empeñamos en seguir considerando a Jesús como expresión de la religiosidad judaica, puesto que así lo repite la Iglesia de Roma. Los templarios sabían muy bien que Jesús es un mito celta. Todo el relato evangélico es una alegoría hermética, resurrección después de haberse disuelto en las vísceras de la tierra, etcétera, etcétera. Cristo no es otra cosa que el Elixir de los alquimistas. Por lo demás, todos saben que la trinidad es una noción aria, y por eso toda la regla templaria, dictada por un druida como San Bernardo, está dominada por el número tres.
El coronel se había bebido otro sorbo de agua. Estaba ronco.
—Pasemos ahora a la tercera etapa, al Refugio. Es el Tíbet.
—¿Y por qué el Tíbet?
—Porque, en primer lugar, von Eschenbach cuenta que los templarios abandonan Europa y transportan el Grial a la India. La cuna de la estirpe aria. El refugio está en Agarttha. Ustedes habrán oído hablar de Agarttha, sede del rey del mundo, la ciudad subterránea desde donde los Señores del Mundo dominan y dirigen las vicisitudes de la historia humana.
Los templarios establecieron uno de sus centros secretos allí, en las raíces de su espiritualidad. También conocerán ustedes las relaciones secretas entre el reino de Agarttha y la Sinarquía…
—Realmente, no…
—Mejor así, hay secretos que matan. No nos vayamos por las ramas. De todas formas, se sabe que Agarttha fue fundada hace seis mil años, a comienzos de la época del Kali-Yuga, en la que aún vivimos. La misión de las órdenes de caballería siempre ha consistido en mantener la relación con ese centro secreto, la comunicación activa entre la sabiduría de Oriente y la sabiduría de Occidente. Ahora ya puede adivinarse dónde se producirá la cuarta cita, en otro santuario druídico, la ciudad de la Virgen, es decir la catedral de Chartres. Con respecto a Provins, Chartres se encuentra al otro lado del principal río de l’Ile de France, el Sena.
Ya no lográbamos seguir a nuestro interlocutor:
—Pero, ¿qué tiene que ver Chartres con su recorrido celta y druídico?
—¿Y de dónde creen ustedes que procede la idea de la Virgen? Las primeras vírgenes que aparecen en Europa son las vírgenes negras de los celtas. Cuando San Bernardo era joven, estaba arrodillado en la iglesia de Saint Voirles, ante una virgen negra, y ésta se exprimió del seno tres gotas de leche que cayeron sobre los labios del futuro fundador de los templarios. De ahí nacen los romances del Grial, para dar una fachada a las cruzadas, y las cruzadas para encontrar el Grial. Los benedictinos son los herederos de los druidas, esto nadie lo ignora.
—Pero, ¿dónde están esas vírgenes negras?
—Las han hecho desaparecer quienes querían contaminar la tradición nórdica y transformar la religiosidad celta en religiosidad mediterránea, inventando el mito de María de Nazaret. O bien están disfrazadas, desnaturalizadas, como las muchas vírgenes negras que aun hoy se exponen al fanatismo de las masas. Pero, si se leen bien las imágenes de las catedrales como hizo el gran Fulcanelli, se ve que esta historia está contada con toda claridad, y con toda claridad revelan la relación entre las vírgenes celtas y la tradición alquímica de origen templario, según la cual la virgen negra será el símbolo de la materia prima con la que trabajan los que buscan la piedra filosofal que, como hemos visto, no es otra cosa que el Grial. Ahora piensen ustedes de dónde le vino la inspiración a ese otro gran iniciado de los druidas, Mahoma, para la piedra negra de La Meca. En Chartres alguien ha tapiado la cripta que comunica con el lugar subterráneo donde aún está la estatua pagana originaria, pero si se busca bien todavía es posible encontrar una virgen negra, Notre-Dame du Pillier, esculpida por un canónigo odinista. La estatua tiene en su mano el cilindro mágico de las grandes sacerdotisas de Odín y a su izquierda está esculpido el calendario mágico en el que aparecían, lamentablemente, digo que aparecían porque esas esculturas no se han salvado del vandalismo de los canónigos ortodoxos, los animales sagrados del odinismo, el perro, el águila, el león, el oso blanco y el licántropo. Por lo demás, a ninguno de los estudiosos del esoterismo gótico se les ha pasado que en Chartres también hay una estatua que sostiene la copa del Grial. ¡Ay, señores! Si aún supiésemos leer la catedral de Chartres, no según las guías turísticas católicas apostólicas y romanas, sino sabiendo ver, digo ver con los ojos de la tradición, la verdadera historia que esa fortaleza de Erec cuenta…
—Y ahora llegamos a los popelicans. ¿Quiénes son?
—Son los cátaros. Uno de los apelativos que se daba a los herejes era el de popelicanos o popelicant. Los cátaros de Provenza fueron destruidos, de modo que no seré tan ingenuo como para pensar en una cita entre las ruinas de Montsegur, pero la secta no murió, hay toda una geografía del catarismo oculto, del que nacen incluso Dante, los cultores del dolce stil nuovo, la secta de los Fieles de Amor. La quinta cita es en algún sitio del norte de Italia o del sur de Francia.
—¿Y la última cita?
—Pero, vamos, ¿cuál es la más antigua, la más sagrada, la más estable de las piedras celtas, el santuario de la divinidad solar, el observatorio privilegiado desde donde, al llegar al final del plan, los descendientes de los templarios de Provins pueden comparar, ahora que están reunidos, los secretos ocultos bajo los seis sellos, y descubrir por fin la manera de explotar el inmenso poder derivado de la posesión del Santo Grial? ¡Está en Inglaterra, es el círculo mágico de Stonehenge! ¿Dónde podía ser sino allí?
—O basta là —dijo Belbo. Sólo un piamontés puede entender el estado de ánimo con que se pronuncia esta frase de educado estupor. Ninguno de sus equivalentes en otro idioma o dialecto (no me diga, dis donc, are you kidding?) puede expresar el soberano significado de desinterés, el fatalismo con que esas palabras confirman la indefectible persuasión de que los otros son, y sin remedio, hijos de una divinidad inepta.
Pero el coronel no era piamontés y pareció halagado por la reacción de Belbo.
—Pues sí. Este es el plan, ésta es la ordonation, admirablemente simple y coherente. Y fíjense, cojan ustedes un mapa de Europa y de Asia y tracen la línea de desarrollo del plan, partiendo del norte donde está el Castillo hasta Jerusalén, yendo luego de Jerusalén a Agarttha, de Agarttha a Chartres, de Chartres a las costas del Mediterráneo y de allí a Stonehenge. Obtendrán un trazado, una runa aproximadamente de esta forma.
—¿Y entonces? —preguntó Belbo.
—Entonces, es la misma runa que enlaza idealmente algunos de los principales centros del esoterismo templario: Amiens, Troyes, reino de San Bernardo, bordeando la Foret d’Orient, Reims, Chartres, Rennes-le-Chateau y el Mont Saint-Michel, antiquisimo santuario druidico. ¡Y este mismo dibujo evoca la constelación de la Virgen!
—Soy aficionado a la astronomía —dijo tímidamente Diotallevi—, y por lo que recuerdo Virgo tiene un dibujo diferente y consta, creo, de once estrellas…
El coronel sonrió con indulgencia:
—Señores, señores, ustedes saben mejor que yo que todo depende de cómo se tracen las líneas, y es posible obtener un carro o una osa, según se prefiera, y tampoco ignoran lo difícil que es saber si una estrella forma parte o no de una constelación. Examinen bien Virgo, tomen la Espiga como punto inferior, que corresponde a la costa provenzal, y luego identifiquen sólo cinco estrellas: verán que la semejanza entre uno y otro trazado es impresionante.
—Basta con decidir qué estrellas han de descartarse —dijo Belbo.
—Eso mismo —confirmó el coronel.
—Ahora dígame —preguntó Belbo—, ¿cómo puede excluir que los encuentros se hayan producido conforme a lo previsto y que los caballeros estén trabajando sin que nosotros lo sepamos?
—No percibo los síntomas de esa eventual actividad y permítame añadir que lo lamento. El plan ha quedado interrumpido y quizá quienes debían asegurar su cumplimiento ya no existen, y los grupos de treinta y seis han desaparecido en el transcurso de alguna catástrofe mundial. Sin embargo, un grupo de entusiastas que dispusiese de las informaciones adecuadas podría retomar los hilos de la trama. Ese algo sigue allí. Y yo estoy buscando a los hombres adecuados. Por eso quiero publicar el libro, para provocar reacciones. Y al mismo tiempo trato de ponerme en contacto con personas que puedan ayudarme a buscar la respuesta en los meandros del saber tradicional. Hoy he querido entrevistarme con el máximo experto en la materia. Pero, ay, aunque es una lumbrera no ha podido decirme nada, si bien se ha interesado en mi historia y me ha prometido un prefacio…
—Usted perdone —preguntó Belbo—, pero ¿no habrá sido una imprudencia confiar su secreto a ese señor? Usted mismo nos ha hablado del error de Ingolf…
—Por favor —respondió el coronel—, Ingolf era un incauto. Yo me he puesto en contacto con un estudioso que está más allá de toda sospecha. Es una persona que no lanza hipótesis aventuradas. Tanto es así que me ha pedido que esperase un poco antes de presentar mi obra a un editor, hasta que hubiese aclarado los puntos controvertidos… No quise perder su simpatía y no le dije que vendría aquí, pero comprenderán que a estas alturas de mi esfuerzo, es perfectamente lógico que me sienta impaciente. Ese señor… bueno, al diablo con la reserva, tampoco quisiera que ustedes pensaran que me estoy jactando. Se trata de Rakosky…
Hizo una pausa y se quedó esperando nuestras reacciones.
—¿Quién? —le decepcionó Belbo.
—¡Pues Rakosky! ¡Una autoridad en los estudios tradicionales, el que fuera director de los Cahiers du Mystère!
—Ah —exclamó Belbo—. Sí, sí, me parece, claro, Rakosky…
—Pues bien, me reservo el derecho de redactar definitivamente mi texto después de haber escuchado los consejos de ese señor, pero quiero quemar etapas y si entretanto llegase a algún acuerdo con su editorial… Repito que tengo prisa por suscitar reacciones, recoger datos… Por ahí hay gente que sabe y no habla… Señores, si bien comprende que ha perdido la guerra, precisamente hacia 1944, Hitler empieza a hablar de un arma secreta que le permitir invertir la situación. Dicen que estaba loco. Pero, ¿y si no hubiese estado loco? ¿Comprenden lo que quiero decir? —Tenía la frente cubierta de sudor y el bigote casi erizado, como un felino—. En definitiva, yo arrojo el anzuelo. Ya veremos si aparece alguien.
Por lo que sabía y pensaba entonces de él, esperaba que aquel día Belbo se deshiciese del coronel con alguna frase de circunstancia. En cambio dijo:
—Oiga coronel el asunto es sumamente interesante, al margen del hecho de que sea oportuno cerrar trato con nosotros o con otras editoriales. ¿Puedo pedirle que se quede unos diez minutos más, verdad, coronel? —Después se volvió hacia mí—: A usted se le está haciendo tarde, Casaubon, creo que ya he abusado demasiado de su tiempo. Quizá podríamos vernos mañana. ¿Qué le parece?
Me estaba despidiendo. Diotallevi me cogió del brazo y dijo que también él se marchaba. Saludamos. El coronel estrechó calurosamente la mano de Diotallevi y a mí me hizo una inclinación de cabeza, acompañada por una fría sonrisa.
Mientras bajábamos las escaleras, Diotallevi me dijo:
—Sin duda se estará preguntando por qué Belbo le ha pedido que se marche. No lo tome como una falta de cortesía. Belbo tendrá que hacerle al coronel una propuesta editorial muy reservada. Reserva, órdenes del señor Garamond. También yo me marcho, para evitar molestias.
Como más tarde comprendí, Belbo trataría de arrojar al coronel en las fauces de Manuzio.
Me llevé a Diotallevi al Pílades, donde yo bebí un Campari y él un Chartreuse. Le parecía, dijo, monacal, arcaico y casi templario.
Le pregunté qué pensaba del coronel.
—En las editoriales —respondió—, converge toda la insipiencia del mundo. Pero como en la insipiencia del mundo refulge la sabiduría del Altísimo, el sabio observa al insipiente con humildad. —Después se disculpó, debía marcharse—. Esta noche tengo un banquete-dijo.
—¿Alguna fiesta? —pregunté.
Pareció desconcertado por mi frivolidad.
—Zohar —aclaró—, Lekh Lekha. Páginas totalmente incomprendidas todavía.