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Desde Beaujeu la Orden no ha dejado ni un instante de existir y conocemos después de Aumont una sucesión ininterrumpida de Grandes Maestres de la Orden hasta nuestros días y, si el nombre y la residencia del verdadero Gran Maestre y de los verdaderos Superiores que gobiernan la Orden y dirigen sus sublimes trabajos es un misterio que sólo conocen los verdaderos iluminados, y si esto está guardado como un secreto impenetrable, ello se debe a que aún no ha sonado la hora de la Orden y aún no se ha cumplido el tiempo…

(Manuscrito de 1760, en G.A. Schiffmann, Die Entstehung der Ritlergrade in der Freimauerei um die Mitte des XVIII Jahrhunderts, Leipzig, Zechel, 1882, pp. 178-190)

Fue nuestro primer, remoto contacto con el Plan. Aquel día hubiese podido estar en otra parte. Si aquel día no hubiese estado en el despacho de Belbo, ahora estaría… ¿en Samarcanda vendiendo semillas de ajonjolí, publicando una colección de libros en Braille, dirigiendo el First National Bank en la Tierra de Francisco José? Los condicionales contrafácticos son siempre verdaderos porque la premisa es falsa. Pero aquel día estaba allí, y por eso ahora estoy donde estoy.

Con ademán teatral, el coronel nos había mostrado la hoja. Aún la tengo aquí, entre mis papeles, en una funda de plástico, más amarilla y descolorida que entonces, en ese papel térmico que se usaba en aquella época. En realidad, eran dos textos: el primero, de escritura apretada, ocupaba la primera mitad de la página; el segundo estaba dividido en versículos mutilados…

El primer texto era una especie de letanía demoníaca, una parodia de lengua semítica:

Kuabris Defrabax Rexulon Ukkazaal Ukzaab Urpaefel Taculbain Habrak Hacoruin Maquafel Tebrain Hmcasuin Rokasor Himesor Argaabil Kaquaan Docrabax Reisaz Reisabrax Decaiquan Oiquaquil Zaitabor Qaxaop Dugraq Xaelobran Disaeda Magisuan Raitak Huidal Uscolda Arabaom Zipreus Mecrim Cosmae Duquifas Rocarbis

—No es nada perspicuo —observó Belbo.

—¿Verdad que no? —admitió con malicia el coronel—. Y me habría pasado la vida tratando de entenderlo si un día, casi por casualidad, no hubiese encontrado entre los libros de un vendedor callejero un volumen sobre Tritemio, y si mis ojos no hubiesen tropezado con uno de sus mensajes en clave: «Pamersiel Oshurmy Delmuson Thafloyn…» Había encontrado una pista, y la seguí hasta el final. Tritemio era un desconocido para mí, pero en París encontré una edición de su Steganographia, hoc est ars per occulta máscripturam animi sui voluntatem absentibus aperiendi certa, Frankfurt 1606. El arte de abrir, a través de la escritura secreta, nuestra alma a las personas lejanas. Personaje fascinante, este Tritemio. Abad benedictino en Spannheim, que vivió entre los siglos XV y XVI, un docto que sabía hebreo y caldeo, lenguas orientales como el tártaro, que estaba en contacto con teólogos, cabalistas, alquimistas, y sin duda con el gran Cornelio Agrippa de Nettesheim quizá con Paracelso… Tritemio disimula sus revelaciones sobre sistemas secretos de escritura con galimatías nigrománticos, dice que hay que enviar mensajes cifrados como el que tienen ante ustedes, y luego el destinatario deberá evocar ángeles como Pamersiel, Padiel, Dorothiel, etcétera, etcétera, que le ayudarán a comprender el mensaje verdadero. Pero los ejemplos que da suelen ser mensajes militares, y el libro está dedicado al conde palatino y duque de Baviera Felipe, y es uno de los primeros ejemplos de trabajo criptográfico serio, cosas de servicios secretos.

—Perdone —pregunté—, pero, si no he entendido mal, Tritemio vivió al menos cien años después de la redacción del manuscrito que nos ocupa…

—Tritemio era miembro de una Sodalitas Céltica, en la que se ocupaban de filosofía, astrología, matemática pitagórica. ¿Captan ustedes la relación? Los templarios constituyen una orden iniciática que se remite también a la sabiduría de los antiguos celtas, se trata de un hecho ampliamente probado. Por algún conducto, Tritemio aprende los mismos sistemas criptográficos que utilizaban los templarios.

—Impresionante —dijo Belbo—. ¿Y qué dice la transcripción del mensaje secreto?

—Calma, señores. Tritemio presenta cuarenta criptosistemas mayores y diez menores. O yo he tenido suerte, o bien los templarios de Provins tampoco se estrujaron demasiado las meninges porque confiaban en que nadie adivinaría su clave. Probé en seguida con el primero de los cuarenta criptosistemas mayores y supuse que en el texto lo único que importaba eran las iniciales.

Belbo le pidió la hoja y echó un vistazo:

—Pero incluso así sólo sale una secuencia sin sentido: kdruuuth…

—Lógico —dijo con condescendencia el coronel—. Los templarios no se habrán exprimido mucho las meninges, pero tampoco eran tan perezosos. Esta primera secuencia es a su vez otro mensaje cifrado, y yo pensé en seguida en la segunda serie de los diez criptosistemas. Vean ustedes, para esta segunda serie Tritemio utilizaba unos discos y el del primer criptosistema es éste…

Extrajo de su carpeta otra fotocopia, acercó la silla a la mesa y nos hizo seguir su demostración tocando las letras con la estilográfica cerrada.

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—Es el sistema más simple. Consideren ustedes sólo el círculo externo. Cada letra del mensaje en clave se reemplaza por la letra precedente. Por A se escribe Z, por B se escribe A, etcétera, etcétera. Cosa de niños para un agente secreto de hoy, pero, para aquellos tiempos, brujería. Naturalmente, para descifrar se procede a la inversa: cada letra del mensaje cifrado se reemplaza por la letra siguiente. Probé y, sin duda, he tenido suerte de acertar en el primer intento, pero he aquí la solución. —Transcribió el mensaje—: Les XXXVI inuisibles separez en six bandes, Los treinta y seis invisibles divididos en seis grupos.

—¿Y qué significa?

—A primera vista, nada. Se trata de una especie de encabezamiento, de constitución de un grupo, escrito en lengua secreta por razones rituales. Para el resto, nuestros templarios, seguros de que estaban colocando su mensaje en un sanctasanctorum inviolable, se limitaron a utilizar el francés del siglo XIV. Veamos, pues, el segundo texto.

a la … Saint Jean

36 p charrete de fein

6 … entiers avec saiel

p … les blancs mantiax

r … s … chevaliers de Pruins pour la … j. nc

6 foiz 6 en 6 places

chascune foiz 20 a … 120 a …

iceste est l’ordonation

al donjon li premiers

it li secunz joste iceus qui … pans

it al refuge

it a Nostre Dame de l’altre part de l’iau

it a l’ostel des popelicans

it a la pierre

3 foiz 6 avant la feste … la Grant Pute.

—¿Así que éste sería el mensaje no cifrado? —preguntó Belbo, desilusionado y jocoso.

—Es evidente que en la transcripción de Ingolf los puntos suspensivos representan palabras ilegibles, espacios donde el pergamino estaba estropeado… Pero aquí tienen mi transcripción final, en la que, basándome en conjeturas que ustedes me permitirán que califique de lúcidas e inobjetables, restituyo el texto a su antiguo esplendor; como suele decirse.

Con ademán de prestidigitador, dio la vuelta a la fotocopia para mostrarnos unas notas suyas en letra de imprenta.

LA (NOCHE DE) SAN JUAN

36 (AÑOS) P(OST) LA CARRETA DE HENO

6 (MENSAJES) INTACTOS CON SELLO

P(ARA LOS CABALLEROS DE LOS) MANTOS BLANCOS [LOS TEMPLARIOS]

R(ELAP)S(OS) DE PROVINS PARA LA (VAIN)JANCE [VENGANZA]

6 VECES 6 EN SEIS LOCALIDADES

CADA VEZ 20 A(ÑOS DA) 120 A(ÑOS)

ESTE ES EL PLAN:

VAYAN AL CASTILLO LOS PRIMEROS

IT(ERUM) [DE NUEVO DESPUES DE 120 AÑOS] LOS SEGUNDOS SE REUNAN CON LOS (DEL) PAN

DE NUEVO AL REFUGIO

DE NUEVO A NUESTRA SEÑORA AL OTRO LADO DEL RIO

DE NUEVO AL ALBERGUE DE LOS POPELICANT

DE NUEVO A LA PIEDRA

3 VECES 6 [666] ANTES DE LA FIESTA (DE LA) GRAN MERETRIZ.

—Peor que andar de noche —dijo Belbo.

—Desde luego, aún hay que interpretarlo todo. Pero sin duda Ingolf lo logró, como lo he logrado yo. Es menos oscuro de lo que parece, para quien conozca la historia de la Orden.

Pausa. Pidió un vaso de agua y después siguió explicándonos el texto, palabra por palabra.

—Entonces: en la noche de San Juan, treinta y seis años después de la carreta de heno. Los templarios designados para perpetuar la Orden consiguen no ser capturados en septiembre de 1307 huyendo en una carreta de heno. En aquella época, el año se calculaba de una Pascua a otra. De modo que 1307 acaba en una fecha que según nuestro calendario correspondería a la Pascua de 1308. Si ahora calculásemos treinta y seis años a partir de finales de 1307 (que es nuestra Pascua de 1308), llegaríamos a la Pascua de 1344. Al cabo de los treinta y seis años fatídicos, llegamos a nuestro 1344. El mensaje es depositado en la cripta en una funda de gran valor, a modo de seña, acta notarial de un acontecimiento que ha tenido lugar allí, después de la constitución de la Orden secreta, la noche de San Juan, es decir el 23 de junio de 1344.

—¿Por qué 1344?

—Considero que entre 1307 y 1344 la Orden secreta se reorganiza para llevar a cabo el proyecto cuyo punto de arranque se ratifica en el pergamino. Era necesario esperar a que se calmasen las aguas, a que se reanudaran los contactos entre los templarios de cinco o seis países. Por otra parte, los templarios esperaron treinta y seis años, y no treinta y cinco o treinta y siete, porque es evidente que para ellos el número 36 tenía valores místicos, como nos lo confirma también el mensaje cifrado. La suma interna de 36 da nueve, y es innecesario recordar las significaciones profundas de ese número.

—Con permiso.

Era la voz de Diotallevi, que había entrado sin que le viéramos, sigiloso, como un templario de Provins.

—Aquí estarás en tu salsa —dijo Belbo.

Se apresuró a presentarle; el coronel no pareció excesivamente molesto, daba la impresión incluso de que deseaba tener una audiencia numerosa y atenta. Siguió interpretando, y a Diotallevi se le hacía la boca agua contemplando todos aquellos manjares numerológicos. Pura Gĕmatriah.

—Y ahora llegamos a los sellos: seis cosas intactas con sello. Ingolf encuentra un estuche, evidentemente cerrado con un sello. ¿Para quién había sido sellado ese estuche? Pues para los Mantos Blancos, o sea para los templarios. Pues bien, en el mensaje encontramos una r, varias letras borradas, y luego una s. Yo leo «relapsos». ¿Por qué? Porque a todos nos consta que los relapsos eran los reos confesos que después se retractaban, y los relapsos desempeñaron un papel no desdeñable en el proceso a los templarios. Los templarios de Provins reconocen con orgullo su carácter de relapsos. Son los que deciden no seguir participando en la infame comedia del proceso. De manera que aquí se habla de unos caballeros de Provins, relapsos y dispuestos a… ¿a qué? Las pocas letras con que contamos sugieren «vainjance» dispuestos a la venganza.

—¿Qué venganza?

—¡Pero señores! Toda la mística templaria, a partir del proceso, gira alrededor del proyecto de vengar a Jacques de Molay. No tengo una opinión demasiado elevada de los ritos masónicos, pero aun siendo una caricatura burguesa de la caballería templaria, no dejan de ser un reflejo, todo lo degenerado que se quiera, de la Orden. Pues bien, uno de los grados de la masonería de rito escocés es el de Caballero Kadosch, que en hebreo significa caballero de la venganza.

—De acuerdo, los templarios se disponen a vengarse. ¿Y entonces?

—¿Cuánto tiempo llevará ejecutar ese plan de venganza? El mensaje cifrado nos ayuda a entender el mensaje en francés. Se necesitan seis caballeros seis veces en seis lugares, treinta y seis divididos en seis grupos. Después se dice «cada vez veinte», y aquí hay algo que no está claro, pero que en la transcripción de Ingolf parece una a. Cada vez veinte años, eso he deducido, por seis veces, ciento veinte años. Si examinamos el resto del mensaje, encontramos una lista de seis lugares, o de seis tareas que hay que realizar. Se habla de una «ordonation», un plan, un proyecto, un procedimiento que debe seguirse. Y se dice que los primeros deben ir a un donjon o castillo, los segundos a otro sitio, y así hasta el sexto. Por lo tanto el documento nos dice que deberían existir otros seis documentos aún sellados, repartidos en distintos lugares, y me parece evidente que los sellos deben ser abiertos el uno después del otro, y con ciento veinte años de distancia entre uno y otro…

—Pero, ¿por qué cada vez veinte años? —preguntó Diotallevi.

—Estos caballeros de la venganza deben llevar a cabo una misión en determinado lugar cada ciento veinte años. Es como una carrera de relevos. Está claro que después de la noche de 1344 seis caballeros parten, cada uno en dirección a uno de los seis sitios previstos en el plan. Pero desde luego el guardián del primer sello no puede vivir ciento veinte años. Hay que interpretar que cada guardián de cada sello debe desempeñar ese cargo durante veinte años, para luego transmitir el mando a un sucesor. Veinte años es un plazo razonable, seis guardianes por sello, cada uno por veinte años, garantizan que, cuando hayan transcurrido ciento veinte años, el que custodie el sello pueda leer una instrucción, por ejemplo, y transmitirla al primero de los guardianes del segundo sello. Por eso el mensaje está en plural: que los primeros vayan allá, los segundos acullá… Cada sitio está por decirlo así, bajo control, a lo largo de ciento veinte años, y por seis caballeros. Saquen ustedes la cuenta: entre el primer y el sexto lugar hay cinco relevos, lo que monta a seiscientos años. Seiscientos más 1344 da 1944. Como lo confirma también la última línea. Tan claro como la luz del día.

—¿O sea?

—La última línea dice «tres veces seis antes de la fiesta (de la) Gran Meretriz». Este también es un juego numerológico, porque la suma interna de 1944 da precisamente 18. Dieciocho es tres veces seis, y esta nueva y asombrosa coincidencia numérica les sugiere a los templarios otro enigma muy sutil. 1944 es el año en que debe consumarse el plan. ¿Con miras a qué? ¡Pues al año dos mil! Los templarios piensan que el segundo milenio marcará el advenimiento de su Jerusalén, que es una Jerusalén terrestre, una Antijerusalén. ¿Les persiguen como a herejes? Por odio a la Iglesia se identifican, entonces, con el Anticristo. Saben que el 666 en toda la tradición oculta es el número de la Bestia. El seiscientos sesenta y seis, año de la Bestia, es el dos mil, en que triunfará la venganza de los templarios, la Antijerusalén es la Nueva Babilonia, y por eso 1944 es el año del triunfo de la Gran Puta, ¡la gran meretriz de Babilonia, la del Apocalipsis! La referencia al 666 es una provocación, una bravata de hombres de armas. Una manera de asumir la diversidad, como se diría hoy en día. ¿Bonita historia, verdad?

Nos miraba con los ojos húmedos, y también estaban húmedos los labios y el bigote, mientras las manos acariciaban su carpeta.

—Vale —dijo Belbo—, en este documento se establecen los pasos de un plan. Pero, ¿en qué consiste ese plan?

—Usted pide demasiado. Si lo supiese, no necesitaría arrojar mi anzuelo. Pero de algo estoy seguro: de que en este lapso se ha producido un accidente y el plan no ha podido cumplirse, porque si no, deje que se lo diga, lo sabríamos. Creo que es obvio. Y también puedo entender la razón de ese percance: 1944 no es un año fácil, y los templarios no podían saber que en él habría una guerra mundial que dificultaría los contactos.

—Perdone usted que intervenga —dijo Diotallevi— pero, si no he entendido mal, una vez abierto el primer sello, la dinastía de sus guardianes no se extingue: perdura hasta que se abra el último sello, porque entonces tendrán que estar presentes todos los representantes de la Orden. Por tanto, cada siglo, mejor dicho cada ciento veinte años, siempre tendremos seis guardianes para cada lugar, o sea treinta y seis.

—Correcto —dijo Ardenti.

—Treinta y seis caballeros para cada uno de los seis sitios da 216, cuya suma interna da 9. Y puesto que los siglos son 6, multipliquemos 216 por 6 y tendremos 1296, cuya suma interna da 18, o sea tres veces seis, 666.

Quizá Diotallevi habría procedido a la refundación aritmológica de la historia universal si Belbo no le hubiese detenido con la mirada, como hacen las madres cuando su niño ha metido la pata. Pero el coronel estaba reconociendo en Diotallevi a un iluminado.

—¡Lo que usted acaba de revelarme, doctor, es prodigioso! ¡Como sabe, el nueve es el número de los primeros caballeros que constituyeron el núcleo del Temple en Jerusalén!

—El Gran Nombre de Dios, tal como se expresa en el tetragrammaton —dijo Diotallevi—, tiene setenta y dos letras, y siete y dos son nueve. Pero le diré algo más, si me permite. Según la tradición pitagórica, que la Cábala retoma (o inspira), la suma de los números impares entre uno y siete da dieciséis, y la suma de los números pares entre dos y ocho da veinte, y veinte más dieciséis son treinta y seis.

—Dios mío, doctor —el coronel trepidaba—, lo sabía, lo sabía. Usted me alienta. Estoy cerca de la verdad.

Por mi parte no comprendía hasta qué punto Diotallevi elevaba la aritmética a religión, o la religión a aritmética, y probablemente las dos cosas eran ciertas, y delante de mí tenía a un ateo que gozaba del arrebato en algún cielo superior. Podía haberse convertido en un devoto de la ruleta (y hubiera sido mejor), y había preferido ser un rabino incrédulo.

Ahora no recuerdo exactamente qué sucedió, pero Belbo intervino con la sensatez característica de su tierra y rompió el encanto. El coronel aún tenía que interpretar el sentido de otras líneas y todos queríamos saber. Ya eran las seis de la tarde. Las seis, pensé, que también son las dieciocho.

—De acuerdo —dijo Belbo—. Treinta y seis por siglo, y así, paso a paso los caballeros se disponen a descubrir la Piedra. Pero, ¿de qué Piedra se trata?

—¡Vamos! Se trata del Grial, naturalmente.