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Veintidós letras Fundamentales. El las estableció, grabó, agrupó, pesó e intercambió. Y formó con ellas toda la creación y todo lo destinado a formarse.

(Séfer Yĕṣirah, 2.2)

El nombre de Dios… Claro. Recordé el primer diálogo entre Belbo y Diotallevi, el día en que instalaron a Abulafia en la oficina.

Diotallevi estaba de pie en la puerta de su despacho, y hacía ostentación de indulgencia. La indulgencia de Diotallevi siempre era ofensiva, pero Belbo parecía aceptarla con indulgencia, precisamente.

—No te servirá para nada. ¿No pretenderás copiar ahí los manuscritos que no lees?

—Sirve para clasificar, para ordenar listas, actualizar fichas. Podría escribir un texto mío, no los de otros.

—Pero si has jurado que nunca escribirás nada tuyo.

—He jurado no afligir al mundo con un manuscrito más. He dicho que, puesto que he descubierto que no tengo madera de protagonista…

—…Serás un espectador inteligente. Ya lo sé. ¿Y entonces?

—Entonces, incluso el espectador inteligente, cuando regresa de un concierto, tararea el segundo movimiento. Lo que no significa en absoluto que pretenda dirigirlo en el Carnegie Hall…

—O sea, que harás experimentos de escritura tarareada para descubrir que no debes escribir.

—Sería una decisión honesta.

—¿De veras?

Tanto Diotallevi como Belbo eran de origen piamontés y a menudo disertaban sobre esa capacidad que tienen los piamonteses finos de escuchar con cortesía, mirar a los ojos y decir —¿De veras?— en un tono que parece de interés pero que en realidad infunde un sentimiento de profunda desaprobación. Yo era un bárbaro, me decían, y jamás lograría captar esas sutilezas.

—¿Bárbaro? —protestaba yo—, nací en Milán, pero mi familia procede del Valle de Aosta…

—Pamplinas —respondían—, al piamontés se le reconoce en seguida por su escepticismo.

—Yo soy escéptico.

—No. Usted sólo es incrédulo, que no es lo mismo.

Sabía por qué Diotallevi desconfiaba de Abulafia. Había oído decir que con él se podía alterar el orden de las letras, de manera que un texto hubiese podido engendrar su contrario y prometer oscuros vaticinios. Belbo trataba de explicarle. Son juegos de permutación, le decía, ¿no se llama Temurah? ¿Acaso el rabino devoto no procede así para elevarse hasta las puertas del Esplendor?

—Amigo mío —le decía Diotallevi—, nunca podrás comprender. Es cierto que la Torah, me refiero a la visible, sólo es una de las permutaciones posibles de las letras de la Torah eterna, tal como Dios la creó y luego entregó a Adán. Y permutando durante siglos las letras del libro se podría llegar a reencontrar la Torah originaria. Pero lo que importa no es el resultado, sino el proceso. La fidelidad con que hagamos girar hasta el infinito el molino de la plegaria y de la escritura, descubriendo poco a poco la verdad. Si esta máquina te ofreciese en seguida la verdad, no la reconocerías, porque tu corazón no estaría purificado por una larga interrogación. ¡Y además en una oficina! El Libro debe susurrarse en un cuchitril del gueto donde día tras día uno aprende a encorvarse y a mover los brazos, apretados contra las caderas, y entre la mano que sostiene el Libro y la que pasa las hojas debe haber un espacio mínimo, y al humedecerse los dedos hay que levantarlos verticalmente hasta los labios, como si se desmigajase pan ázimo, tratando de no perder ni una pizca. La palabra debe comerse muy lentamente, puede disolverse y volver a combinarse sólo si se la derrite en la lengua, y hay que tener mucho cuidado de no babearla sobre el caftán, porque cuando se evapora una letra se rompe el hilo que iba a unirnos a las sĕfirot superiores. A esto dedicó su vida Abraham Abulafia, mientras vuestro Santo Tomás se afanaba por encontrar a Dios con sus cinco callejuelas. Su Ḥoḵmat Ha-Ṣĕruf era al mismo tiempo ciencia de la combinación de las letras y ciencia de la purificación de los corazones. Lógica mística, el mundo de las letras y de sus vertiginosas, infinitas permutaciones es el mundo de la beatitud, la ciencia de la combinación es una música del pensamiento, pero fíjate, has de proceder lentamente, y con cautela, porque tu máquina podría proporcionarte el delirio, no el éxtasis. Muchos discípulos de Abulafia no fueron capaces de detenerse en el tenue umbral que separa la contemplación de los nombres de Dios de la práctica mágica, de la manipulación de los nombres a fin de transformarlos en talismanes, instrumentos de dominio sobre la naturaleza. No sabían, como tampoco tú sabes, ni sabe tu máquina, que cada letra está ligada a uno de los miembros del cuerpo, y si desplazas una consonante sin conocer su poder, una de tus extremidades podría cambiar de posición, o de naturaleza, y quedarías brutalmente contrahecho, por fuera, de por vida, y por dentro, para toda la eternidad.

—Vaya —le había dicho Belbo precisamente aquel día—, no me has disuadido, me has alentado. Así es que tengo en mis manos, a mis órdenes, como tus amigos tenían al Golem, a mi Abulafia personal. Lo llamaré Abulafia, para los íntimos Abu. Y mi Abulafia será más cauto y respetuoso que el tuyo, más modesto. ¿El problema no consiste en hallar todas las combinaciones del nombre de Dios? Pues bien, mira en este manual, tengo un pequeño programa en Basic que permite permutar todas las secuencias de cuatro letras. Parece hecho a propósito para IHVH. Aquí está, ¿quieres que te lo enseñe?

Y le mostraba el programa, que para Diotallevi sí era cabalístico:

10 REM anagramas

20 INPUT L$(1), L$(2), L$(3), L$(4)

30 PRINT

40 FOR I1=1 TO 4

50 FOR I2=1 TO 4

60 IF I2=I1 THEN 130

70 FOR I3=1 TO 4

80 IF I3=I1 THEN 120

90 IF I3=I2 THEN 120

100 LET I4=10 (I1+I2+I3)

l10 LPRINT L$(I1); L$(I2); L$(I3); L$(I4)

120 NEXT I3

130 NEXT I2

140 NEXT I1

150 END

—Prueba, escribe I, H, V, H, cuando te pida el input, y lanza el programa. Quizá te lleves un chasco: las permutaciones posibles son sólo veinticuatro.

—Santos Serafines. ¿Y qué haces con veinticuatro nombres de Dios? ¿Acaso piensas que nuestros sabios no han hecho ya el cálculo? Ve al Séfer Yĕṣirah, sección décimosexta del capítulo cuarto. Y no tenían ordenadores «Dos Piedras edifican dos Casas. Tres Piedras edifican seis Casas. Cuatro Piedras edifican veinticuatro Casas. Cinco Piedras edifican ciento veinte Casas. Seis Piedras edifican setecientas veinte Casas. Siete Piedras edifican cinco mil cuarenta Casas. De ahora en adelante, sal y piensa en lo que la boca no puede decir y la oreja no puede oír.» ¿Sabes cómo se llama esto hoy? Cálculo factorial. ¿Y sabes por qué la Tradición te avisa de que de ahora en adelante no sigas? Porque si las letras del nombre de Dios fuesen ocho, las permutaciones serían cuarenta mil, y si fuesen diez serían tres millones seiscientas mil, y las permutaciones de tu pobre nombre serían casi cuarenta millones, y agradece que no tienes la middle initial como los americanos, porque si no subirías a más de cuatrocientos millones. Y si las letras de los nombres de Dios fuesen veintisiete, porque el alfabeto hebraico no tiene vocales, sino veintidós sonidos más cinco variantes, sus nombres posibles serían un número de veintinueve cifras. Pero también deberías calcular las repeticiones, porque no puede excluirse la posibilidad de que el nombre de Dios fuese Alef repetido veintisiete veces, y entonces ya no te bastaría el cálculo factorial y tendrías que calcular cuánto es veintisiete a la vigésimo séptima potencia: y tendrías, creo, 444 miles de millones de miles de millones de miles de millones de posibilidades, más o menos, en todo caso, un número de treinta y nueve cifras.

—Estás haciendo trampa para impresionarme. También yo he leído tu Séfer Yĕṣirah. Las letras fundamentales son veintidós, y con ellas, sólo con ellas, Dios formó toda la creación.

—Por de pronto, no trates de urdir sofismas, porque si entras en ese orden de magnitudes, si en lugar de veintisiete a la vigésimo séptima calculas veintidós a la vigésimo segunda, también da algo así como trescientos cuarenta mil billones de billones. ¿Y qué diferencia tiene para tu medida humana? ¿Sabes que si tuvieses que contar uno, dos, tres, y así sucesivamente, a razón de un número por segundo, para llegar a los mil millones, a un pequeñisimo millar de millones, tardarías casi treinta y dos años? Pero las cosas no son tan sencillas como crees, y la Cábala no se reduce al Séfer Yĕṣirah. Y te explicaré por qué una buena permutación de la Torah debe basarse en la totalidad de las veintisiete letras. Es cierto que si en el curso de una permutación las cinco finales debiesen figurar en mitad de la palabra, entonces se transformarían en sus equivalentes normales. Pero no siempre es así. En Isaías nueve seis siete, la palabra LMRBH, Lemarbah —que, mira por donde, significa multiplicar— está escrita con la mem final en posición intermedia.

—¿Y por qué?

—Porque cada letra corresponde a un número y la mem normal vale cuarenta mientras que la mem final vale seiscientos. No tiene que ver con la Tĕmurah, que te enseña a permutar, sino con la Gĕmatriah, que descubre sublimes afinidades entre la palabra y su valor numérico. Con la mem final, la palabra LMRBH no vale 277 sino 837, y equivale a “TTZL, Tat Zal”, que significa “el que da con prodigalidad”. Ya ves que es necesario tomar en cuenta las veintisiete letras, porque no sólo cuenta el sonido sino también el número. Ahora retomemos mi cálculo: las permutaciones son más de cuatrocientos billones de billones de billones. ¿Y sabes cuánto tiempo se necesitaría para probarlas todas, a razón de una por segundo, y suponiendo que una máquina, desde luego no la tuya, tan pequeña y miserable, fuese capaz de hacerlo? Con una combinación por segundo tardarías siete billones de billones de billones de minutos, ciento veintitrés mil millones de billones de billones de horas, algo más de cinco millones de billones de billones de días, catorce millones de billones de billones de años, ciento cuarenta mil billones de billones de siglos, catorce mil billones de billones de milenios. Y si tuvieses una computadora capaz de probar un millón de combinaciones por segundo, ah, piensa cuánto tiempo ganarías. Tu ábaco electrónico te resolvería la papeleta en catorce billones de miles de millones de milenios. Pero en realidad el verdadero nombre de Dios, el nombre secreto, es tan largo como toda la Torah y no hay máquina en el mundo que sea capaz de agotar sus permutaciones, porque la Torah en sí misma ya es el resultado de una permutación con repeticiones de las veintisiete letras, y el arte de la Tĕmurah no dice que debes permutar las veintisiete letras del alfabeto, sino todos los signos de la Torah, donde cada signo vale como si fuese una letra independiente, aún cuando aparezca infinitas veces más en otras páginas, como decir que las dos he del nombre de Ihvh valen como dos letras. De manera que, si quisieras calcular las permutaciones posibles de todos los signos de toda la Torah, no te alcanzarían todos los ceros del mundo. Prueba, prueba con tu miserable maquinita para contables. La Máquina existe, sí, pero no se inventó en tu valle de la silicona, es la sagrada Cábala o Tradición, y los rabinos están haciendo desde hace siglos lo que ninguna máquina podrá hacer jamás y confiemos en que nunca haga. Porque una vez agotada la combinatoria, el resultado debería guardarse en secreto y de todos modos el universo habría concluido su ciclo, y nosotros resplandeceriamos obnubilados en la gloria del gran Metatron.

—Amén —decía Jacopo Belbo.

Pero ya entonces Diotallevi lo estaba empujando hacia estos vórtices, y yo hubiese debido estar más atento. ¿Cuántas veces no había visto a Belbo probando, después de las horas de oficina, programas que le permitiesen verificar los cálculos de Diotallevi, para demostrarle que al menos su Abu le decía la verdad en pocos segundos, sin tener que calcular a mano, en pergaminos amarillentos, con sistemas numéricos antediluvianos, que a lo mejor, digo por decir, ni siquiera conocían el cero? Todo era en vano, también Abu respondía, hasta donde podía llegar, con cifras exponenciales, y Belbo no lograba humillar a Diotallevi con una pantalla llena de ceros hasta el infinito, pálida imitación visual de la multiplicación de los universos combinatorios y de la explosión de todos los mundos posibles…

Sin embargo ahora, después de todo lo que había sucedido, y con el grabado rosacruz colgado enfrente, era imposible que Belbo no hubiera regresado, en su busca de una password, a aquellos ejercicios sobre el nombre de Dios. Pero hubiese tenido que jugar con números como el treinta y seis o el ciento veinte, si era cierto, como pensaba yo, que le obsesionaban esas cifras. Por consiguiente, no podía haber combinado las cuatro letras hebraicas porque, lo sabía, cuatro piedras sólo edifican veinticuatro casas.

Hubiese podido intentarlo con la transcripción italiana, que también contiene dos vocales. Con seis letras disponía de setecientas veinte permutaciones. Habría algunas repeticiones, pero ya Diotallevi había dicho que las dos he del nombre de Iahveh valen como dos letras diferentes. Hubiese podido elegir la trigésimo sexta, o la cientoveinteava.

Había llegado allí hacia las once, ya era la una. Tenía que componer un programa para anagramas de seis letras, y bastaba con modificar el que ya tenía para cuatro.

Necesitaba respirar un poco de aire. Bajé a la calle, compré algo de comida, otra botella de whisky.

Volví a subir, dejé los bocadillos en un rincón, pasé en seguida al whisky inserté el disco de sistema para el Basic, compuse el programa para las seis letras, con los errores habituales, por lo que tardé más de media hora, pero hacia las dos y media el programa estaba funcionando y la pantalla hacía desfilar ante mis ojos los setecientos veinte nombres de Dios.

iahveh iahvhe iahevh iahehv iahhve iahhev iavheh iavhhe iavehh iavehh iavhhe iavheh iaehvh iaehhv iaevhh iaevhh iaehhv iaehvh iahhve iahhev iahvhe iahveh iahehv iahevh ihaveh ihavhe ihaevh ihaehv ihahve ihahev ihvaeh ihvahe ihveah ihveha ihvhae ihvhea iheavh iheahv ihevah ihevha ihehav ihehva ihhave ihhaev ihhvae ihhvea ihheav ihheva ivaheh ivahhe ivaehh ivaehh ivahhe ivaheh ivhaeh ivhahe ivheah ivheha ivhhae ivhhea iveahh iveahh ivehah ivehha ivehah ivehha ivhahe ivhaeh ivhhae ivhhea ivheah ivheha ieahvh ieahhv ieavhh ieavhh ieahhv ieahvh iehavh iehahv iehvah iehvha iehhav iehhva ievahh ievahh ievhah ievhha ievhah ievhha iehahv iehavh iehhav iehhva iehvah iehvha ihahve ihahev ihavhe ihaveh ihaehv ihaevh ihhave ihhaev ihhvae ihhvea ihheav ihheva ihvahe ihvaeh ihvhae ihvhea ihveah ihveha iheahv iheavh ihehav ihehva ihevah ihevha aihveh aihvhe aihevh aihehv aihhve aihhev aivheh aivhhe aivehh aivehh aivhhe aivheh aiehvh aiehhv aievhh aievhh aiehhv aiehvh aihhve aihhev aihvhe aihven aihehv aihevh ahiveh ahivhe ahievh ahiehv ahihve ahihev ahvieh ahvihe ahveih ahvehi ahvhie ahvhei aheivh aheihv ahevih ahevhi ahehiv ahehvi ahhive ahhiev ahhvie ahhvei ahheiv ahhevi aviheh avihhe aviehh aviehh avihhe aviheh avhieh avhihe avheih avhehi avhhie avhhei aveihh aveihh avehih avehhi avehih avehhi avhihe avhieh avhhie avhhei avheih avhehi aeihvh aeihhv aeivhh aeivhh aeihhv aeihvh aehivh aehihv aehvih aehvhi aehhiv aehhvi aevihh aevihh aevhih aevhhi aevhih aevhhi aehihv aehivh aehhiv aehhvi aehvih aehvhi ahihve ahihev ahivhe ahiveh ahiehv ahievh ahhive ahhiev ahhvie ahhvei ahheiv ahhevi ahvihe ahvieh ahvhie ahvhei ahveih ahvehi aheihv aheivh ahehiv ahehvi ahevih ahevhi hiaveh hiavhe hiaevh hiaehv hiahve hiahev hivaeh hivahe hiveah hiveha hivhae hivhea hieavh hieahv hievah hievha hiehav hiehva hihave hihaev hihvae hihvea hiheav hiheva haiveh haivhe haievh haeihv haihve haihev havieh havihe haveih havehi havhie havhei haeivh haeihv haevih haevhi haehiv haehvi hahive hahiev hahvie hahvei haheiv hahevi hviaeh hviahe hvieah hvieha hvihae hvihea hvaieh hvaihe hvaeih hvaehi hvahie hvahei hveiah hveiha hveaih hveahi hvehia hvehai hvhiae hvhiea hvhaie hvhaei hvheia hvheai heiavh heianv heivah heivha heihav heihva heaivh heaihv heavih heavhi heahiv heahvi heviah heviha hevaih hevahi hevhia hevhai hehiav hehiva hehaiv hehavi hehvia hehvai hhiave hhiaev hhivae hhivea hhieav hhieva hhaive hhaiev hhavie hhavei hhaeiv hhaevi hhviae hhviea hhvaie hhvaei hhveia hhveai hheiav hheiva hheaiv hheavi hhevia hhevai viaheh viahhe viaehh viaehh viahhe viaheh vihaeh vihahe viheah viheha vihhae vihhea vieahh vieahh viehah viehha viehah viehha vihahe vihaeh vihhae vihhea viheah viheha vaiheh vaihhe vaiehh vaiehh vaihhe vaiheh vahieh vahihe vaheih vahehi vahhie vahhei vaeihh vaeihh vaehih vaehhi vaehih vaehhi vahihe vahieh vahieh vahhei vaheih vahehi vhiaeh vhiahe vhieah vhieha vhihae vhihea vhaieh vhaihe vhaeih vhaehi vhahie vhahei vheiah vheiha vheaih vheahi vhehia vhehai vhhiae vhhiea vhhaie vhhaei vhheia vhheai veiahh veiahh veihah veihha veihah veihha veaihh veaihh veahih veahhi veahih veahhi vehiah vehiha vehaih vehahi vehhia vehhai vehiah vehiha vehaih vehahi vehhia vehhai vhiahe vhiaeh vhihae vhihea vhieah vhieha vhaihe vhaieh vhahie vhahei vhaeih vhaehi vhhiae vhhiea vhhaie vhhaei vhheia vhheai vheiah vheiha vheaih vheahi vhehia vhehai eiahvh eiahhv eiavhh eiavhh eiahhv eiahvh eihavh eihavh eihvah eihvha eihhav eihhva eivahh eivahh eivhah eivhha eivhah eivhha eihahv eihavh eihhav eihhva eihvah eihvha eaihvh eaihhv eaivhh eaivhh eaihhv eaihvh eahivh eahihv eahvih eahvhi eahhiv eahhvi eavihh eavihh eavhih eavhhi eavhih eavhhi eahihv eahivh eahhiv eahhvi eahvih eahvhi ehiavh ehiahv ehivah ehivha ehihav ehihva ehaivh ehaihv ehavih ehavhi ehahiv ehahvi ehviah ehviha ehvaih ehvahi ehvhia ehvhai ehhiav ehhiva ehhaiv ehhavi ehhvia ehhvai eviahh eviahh evihah evihha evihah evihha evaihh evaihh evahih evahhi evahih evahhi evhiah evhiha evhaih evhahi evhhia evhhai evhiah evhiha evhaih evhahi evhhia evhhai ehiahv ehiavh ehihav ehihva ehivah ehivha ehaihv ehaivh ehahiv ehahvi ehavih ehavhi ehhiav ehhiva ehhaiv ehhavi ehhvia ehhvai ehviah ehviha ehviha ehvahi ehvhia ehvhai hiahve hiahev hiavhe hiaveh hiaehv hiaevh hihave hihaev hihvae hihvea hiheav hiheva hivahe hivaeh hivhae hivhea hiveah hiveha hieahv hieavh hiehav hiehva hievah hievha haihve haivhe haivhe haiveh haiehv haievh hahive hahiev hahvie hahvei haheiv hahevi havihe havieh havhie havhei haveih havehi haeihv haeivh haehiv haehvi haevih haevhi hhiave hhiaev hhivae hhivea hhieav hhieva hhaive hhaiev hhavie hhavei hhaeiv hhaevi hhviae hhviea hhvaie hhvaei hhveia hhveai hheiav hheiva hheaiv hheavi hhevia hhevai hviahe hviaeh hvihae hvihea hvieah hvieha hvaihe hvaieh hvahie hvahei hvaein hvaehi hvhiae hvhiea hvhaie hvhaei hvheia hvheai hveiah hveiha hveaih hveahi hvehia hvehai heiahv heiavh heihav heihva heivah heivha heaihv heaivh heahiv heahvi heavih heavhi hehiav hehiva hehaiv hehavi hehvia hehvai heviah heviha hevaih hevahi hevhia hevhai OK

Cogí las hojas de la impresora, sin separarlas, como si estuviese consultando el rollo de la Torah originaria. Probé con el nombre número treinta y seis. Oscuridad total. Un último sorbo de whisky y luego, con dedos temblorosos, intenté con el nombre número ciento veinte. Nada.

Para morirse. Sin embargo, ahora yo era Jacopo Belbo y Jacopo Belbo debía de haber razonado como lo estaba haciendo yo. Debía de haber cometido un error, un error de lo más tonto, un error nimio. Estaba a un paso de la solución. ¿Y si Belbo, por razones que yo no alcanzaba a comprender, hubiese contado desde el final?

Casaubon, imbécil, dije para mis adentros. Seguro, desde el final. O sea de derecha a izquierda. Sí, Belbo había metido en el ordenador el nombre de Dios trasliterado en caracteres latinos, con las vocales, pero como la palabra era hebrea la había escrito de derecha a izquierda. Su input no había sido IAHVEH, cómo no se me había ocurrido antes, sino HEVHAI. Era lógico que entonces se invirtiese el orden de las permutaciones.

Por tanto, tenía que contar desde el final. Probé otra vez con ambos nombres.

No sucedió nada.

Me había equivocado por completo. Me había encaprichado con una hipótesis elegante pero falsa. Les pasa hasta a los mejores científicos.

No, no a los mejores científicos. A todos. ¿Acaso justo un mes antes no habíamos observado que últimamente se habían publicado al menos tres novelas en las que el protagonista buscaba el nombre de Dios en el ordenador? Belbo no habría sido tan trivial. Y además, vamos, cuando se elige una palabra clave se elige algo fácil de recordar, que se teclee casi instintivamente. ¡Menuda era IHVHEA! Hubiera tenido que superponer el Notariqon a la Tĕmurah, e inventar un acróstico para recordarla. Algo así como: Imelda, Has Vengado a Hiram Espantosamente Asesinado…

Y además, ¿por qué Belbo tenía que pensar con los conceptos cabalísticos de Diotallevi? El estaba obsesionado por el Plan, y en el Plan habíamos metido muchos otros componentes: los Rosacruces, la Sinarquía, los Homúnculos, el Péndulo, la Torre, los Druidas, la Ennoia…

La Ennoia… Pensé en Lorenza Pellegrini. Alargué la mano y di la vuelta a la fotografía que había censurado. Traté de apartar un pensamiento inoportuno, el recuerdo de aquella noche en el Piamonte… Acerqué la foto y leí la dedicatoria. Decía: «Porque yo soy la primera y la última. Yo soy la honrada y la odiada. Yo soy la prostituta y la santa. Sophia.»

Debía de haber sido después de la fiesta de Riccardo. Sophia, seis letras. Y además, ¿por qué había que permutarlas? Era yo el que pensaba de otra manera tortuosa. Belbo ama a Lorenza, la ama precisamente porque es como es, y ella es Sophia, y pensando que ella, en aquel momento, quizá… No, todo lo contrario, Belbo piensa de manera mucho más tortuosa. Evoqué las palabras de Diotallevi: En la segunda Sĕfirah el Alef tenebroso se transforma en el Alef luminoso. Del Punto Oscuro brotan las letras de la Torah, el cuerpo son las consonantes, el aliento las vocales, y juntas acompañan la cantilena del devoto. Cuando la melodía de los signos se mueve, se mueven con ella las consonantes y las vocales. De allí surge Hoḵmah, la Sabiduría, el Saber, la idea primordial donde todo está contenido como en un arca, listo para desplegarse en la creación. En Hoḵmah está contenida la esencia de todo lo que vendrá después…

¿Y qué era Abulafia, con su reserva secreta de files? Era el arca de lo que Belbo sabía, o creía saber, su Sophia. El elige un nombre secreto para penetrar en la profundidad de Abulafia, el objeto con el que hace el amor (el único), pero mientras lo hace piensa en Lorenza, busca una palabra que conquiste a Abulafia y que al mismo tiempo también le sirva de talismán para poseer a Lorenza, quisiera penetrar en el corazón de Lorenza y comprender, así como puede penetrar en el corazón de Abulafia, quiere que Abulafia sea impenetrable para todos los demás, tan impenetrable como Lorenza lo es para él, se engaña pensando que custodia, conoce y conquista el secreto de Lorenza así como posee el de Abulafia…

Estaba inventándome una explicación y me engañaba creyendo que era cierta. Como con el Plan: tomaba mis deseos por la realidad.

Pero puesto que estaba borracho, volví a acercarme al teclado y escribí SOPHIA. La máquina volvió a preguntarme, amablemente: ¿Tienes la palabra clave? Máquina estúpida, no te emocionas ni siquiera con el pensamiento de Lorenza.