Más tarde, cuando los demás se marcharon y me vestía para ir a trabajar, me cogió del brazo, me obligó a volverme y me miró con feroz intensidad.
—¿Melinda? —preguntó. Asentí—. ¿Puedes hacer algo por ella, Paul? ¿De verdad puedes hacer algo, o no es más que una esperanza motivada por lo que viste anoche?
Pensé en los ojos de Coffey, en sus manos y en la forma en que había acudido a él cuando me llamó, como si me hubiera hipnotizado. Lo vi tender las manos, pedir que le entregase el cuerpo destrozado y moribundo de Cascabel. «Antes de que sea demasiado tarde», había dicho.
Luego, aquellos bichos negros se habían vuelto blancos y habían desaparecido.
—Creo que es su única oportunidad —respondí.
—Entonces aprovéchala —dijo abotonándome el abrigo nuevo. Lo tenía en el armario desde mi cumpleaños, a principios de septiembre, pero era la tercera vez que lo usaba—. Aprovéchala.
Y prácticamente me empujó fuera de casa.