Un teléfono apuntado en un trozo de periódico. Diez números con una caligrafía delgada y apretada como patas de araña.
Kate los memorizó antes de embutir el papel en sus pantalones. Recorrió todo el camino de vuelta a su coche con la mano en el bolsillo, protegiendo aquel pedazo de celulosa que contenía su única pista viable.
La cuestión era qué hacer con ella.
Condujo en dirección sur hasta encontrar una cafetería aceptable cerca del Puerto Interior, y pidió el café más largo, cargado y caliente que había en la carta. Un expreso triple cuyo primer sorbo dejó sus dedos ligeramente temblorosos, pero no contribuyó mucho a espabilarla. Decidió dar un paseo por los muelles para estirar las piernas e intentar dar con la mejor solución. La brisa, fresca y salada, aclaró sus pensamientos.
«No puedo limitarme a llamar por teléfono y hablar con el sospechoso. Sin más datos de él que su nombre, sin interactuar con él cara a cara, lo único que lograría sería que se escondiese en un agujero y no saliese jamás».
Había que localizarlo primero, pero eso era lo complicado. Sería necesario que Vlatko tuviese el móvil encendido, y las herramientas necesarias para ubicarlo estaban en el cuartel general en Washington. Para colmo era precisa una autorización de un supervisor antes de hacer una búsqueda —y teóricamente una orden judicial, pero el Servicio Secreto siempre se saltaba esa norma si había una amenaza seria contra la vida del Presidente.
No podía ir hasta Washington para hacerlo ella misma. Corría el riesgo de cruzarse con McKenna o con alguno de los seleccionados para el servicio del día siguiente, y eso hubiese significado tener que abandonar inmediatamente la búsqueda de Julia para incorporarse al operativo. Sólo quedaba una alternativa, y era buscar ayuda externa. Tenía que confiar en alguien más, por arriesgado que fuese.
Finalmente se decidió a llamar a la central. Intentó recordar quién estaba de servicio aquel jueves que no fuese un imbécil o un pelota meapilas. Había una técnico llamada Andrea Hill que le debía una. No era nada importante, Kate sólo había zarandeado un poco a unos gamberros que pintarrajeaban por las noches la fachada de la tienda de sus padres. Era poca munición para el favor que iba a pedirle, pero tendría que bastar.
Marcó el número de su departamento y esperó pacientemente a que la localizasen.
—Hill.
—Hola, Andrea, soy Robson. Necesito que triangules un dispositivo por mí.
—Eso está hecho. ¿Cuál es el número del expediente?
Kate se aclaró la garganta.
—No hay número de expediente.
—Pues necesitas conseguir uno antes de activar el sistema. Si quieres te paso con el supervisor y…
—No, Andrea. No quiero que quede constancia de esto.
Se oyó un barullo al otro lado de la línea, como si su interlocutora estuviese cambiando de posición.
—¿En qué demonios andas metida, Kate? —dijo Andrea bajando la voz.
—No es nada que vaya a causarte problemas. Pero debo encontrar a una persona.
—Kate, puedo meterme en un lío sólo por discutir esto contigo. A los jefes les trae al pairo que una búsqueda no sea limpia siempre que forme parte de una investigación activa. Habla con Soutine, ella suele darnos manga ancha con…
—Andrea, esto no es… —se interrumpió, volvió a aclararse la garganta—. No es por el trabajo. Es personal.
—Ahora sí que estoy segura de que has perdido el juicio. No puedes usar los recursos del departamento para averiguar si tu novio te pone los cuernos, Kate.
—Andrea, no te lo pediría si no fuese importante. Te lo juro. Necesito ayuda.
La otra chasqueó la lengua con desaprobación.
—Maldita sea, Kate. Todas las búsquedas quedan registradas. Saltará una alarma en el monitor del jefe.
—Pues asígnale un número de expediente antiguo, que no tenga mucha actividad. Por favor…
—Dime por qué.
—¿Cómo dices?
—Dime por qué me estoy jugando el culo. Si me pillan me echan, así que al menos quiero saber qué retorcida historia hay detrás de esto.
Kate esperó, fingiendo que se lo pensaba. Se preguntó si Andrea podría oír los graznidos de las gaviotas a través del teléfono.
—¿Juras que no se lo dirás a nadie?
—Chica, soy una tumba. ¿Recuerdas cuando el tipo aquél de fraude electrónico dejó embarazada a una de contabilidad? Yo lo sabía mucho antes y no dije nada. Ni una palabra a nadie.
Su voz pareció subir una octava, cargada de anticipación. Ni por un segundo se le pasó por la cabeza a Kate que Andrea le fuese a guardar el secreto. Casi podía verla, con los ojos abiertos y los dedos enrollados alrededor del cable del teléfono, pensando en cómo iba a rentabilizar la información en las conversaciones junto a la máquina de café. Desmenuzando la vida de los demás en pequeñas porciones, salpimentándolas con sus propias bromas sonrojantes, intentando sentirse mejor con su gris existencia. No hay moneda de cambio más valiosa en los pasillos del Servicio Secreto que los cotilleos sobre los compañeros, mejor si tienen que ver con partes del cuerpo que van por debajo del cinturón. Tan sólo esperaba que al menos aguantase unas horas con la boca cerrada.
—Conocí a un tío hace tiempo. Trabaja en la CIA, en Langley. Hace poco hemos iniciado una relación, pero a veces desaparece durante varios días. Pone como excusa el trabajo, pero yo creo que hay otra. Necesito saber dónde está.
—¿Cómo es?
—Alto, delgado, ojos verdes y tristes. Sensible e inteligente —dijo Kate a toda prisa. Antes de ser consciente, con un escalofrío, de que acababa de describir a David Evans.
—Guau, chica, yo quiero uno de ésos también. ¿Tiene hermanos?
—Es hijo único.
—Qué fastidio. Dime que al menos tiene un culo como para partir nueces.
—No tiene mal culo.
—¡Así se hace! ¿Y te gusta de verdad? ¿En serio en plan anillo y demás?
Esta vez Kate no tuvo que fingir la pausa.
—Sí. Me gusta de verdad. Estoy enamorada de él desde que le conocí —admitió por fin.
«Por primera vez en voz alta».
Andrea soltó una risita breve y aguda de roedor feliz con su trozo de queso.
—No digas más, te ayudaré. Pero la semana que viene saldremos a cenar y de copas —advirtió encantada—. Yo elijo sitio, tú pagas. Y me debes una muy gorda.
—Hecho. No te arrepentirás.
—Dame el número. Y ármate de paciencia, tendré que esperar a que no haya moros en la costa antes de poder hacer la búsqueda.