Sexto día

DESPUÉS DE TERCIA

Donde Guillermo explica a Adso su sueño.

Salí confundido por la puerta principal y me encontré ante una pequeña muchedumbre. Eran los franciscanos que partían, y Guillermo había bajado a despedirlos.

Me uní a los adioses, a los abrazos fraternos. Después pregunté a Guillermo cuándo partirían los otros, con los prisioneros. Me dijo que hacía media hora que se habían marchado, mientras estábamos en el tesoro, quizá, pensé, mientras yo soñaba.

Por un momento me sentí abatido, pero después me repuse. Mejor así. No habría podido soportar el espectáculo de los condenados (me refiero al pobre infeliz del cillerero, a Salvatore… y, sin duda, también a la muchacha), arrastrados lejos de allí, y para siempre. Y además, aún me encontraba tan perturbado por mi sueño, que hasta los sentimientos se me habían, por decirlo así, congelado.

Mientras la caravana de los franciscanos se dirigía hacia el portalón de salida, Guillermo y yo nos quedamos delante de la iglesia, ambos melancólicos, aunque por razones diferentes. Después decidí contarle mi sueño. Aunque la visión había sido abigarrada e ilógica, la recordaba con extraordinaria claridad, imagen por imagen, gesto por gesto, palabra por palabra. Y así la conté a mi maestro, sin descartar nada, porque sabía que a menudo los sueños son mensajes misteriosos donde las personas doctas son capaces de leer profecías clarísimas.

Guillermo me escuchó en silencio y luego me preguntó:

—¿Sabes qué has soñado?

—Lo que os acabo de contar… —respondí desconcertado.

—Sí, claro. Pero ¿sabes que, en gran parte, lo que me acabas de contar ya ha sido escrito? Has insertado personajes y acontecimientos de estos días en un marco que ya conocías. Porque la trama del sueño ya la has leído en algún sitio, o te la habían contado cuando eras un niño, en la escuela, en el convento. Es la Coena Cypriani[*].

Por un instante me quedé perplejo. Después recordé. ¡Era cierto! Quizá había olvidado el título, pero ¿qué monje adulto o monjecillo travieso no ha sonreído o reído con las diversas visiones, en prosa o en rima, de esa historia que pertenece a la tradición del rito pascual y de los ioca monachorum[*]? Prohibida o infamada por los maestros más austeros, no existe, sin embargo, convento alguno en que los novicios y los monjes no se la hayan contado en voz baja, resumida y modificada de diferentes maneras, y algunos, a escondidas, la han transcrito, porque, según ellos, tras el velo de la jocosidad, esa historia ocultaba secretas enseñanzas morales. Y otros eran partidarios, incluso, de su difusión, porque, decían, a través del juego los jóvenes podían memorizar con más facilidad los episodios de la historia sagrada. Existía una versión en verso del pontífice Juan VIII, con la siguiente dedicatoria: «Ludere me libuit, ludentem, papa Johannes, accipe. Ridere, si placet, ipse potes»[*]. Y se decía que el propio Carlos el Calvo había hecho representar, a modo de burlesco misterio sagrado, una versión rimada, para amenizar las cenas de sus dignatarios:

Ridens cadit Gaudericus

Zacharias admiratur,

supinus in lectulum

docet Anastasius…[*]

Y cuántas veces nuestros maestros nos habían regañado, a mí y a mis compañeros, por recitar trozos de aquella historia. Recuerdo a un viejo monje de Melk, que decía que un hombre virtuoso como Cipriano no había podido escribir algo tan indecente, una parodia tan sacrílega de las escrituras, más digna de un infiel y de un bufón que de un santo mártir… Hacía años que había yo olvidado aquellos juegos infantiles. ¿Cómo podía ser que aquel día la Coena hubiese reaparecido con tal nitidez durante mi sueño? Siempre había pensado que los sueños eran mensajes divinos, o en todo caso absurdos balbuceos de la memoria dormida, a propósito de cosas sucedidas durante la vigilia. Pero ahora me daba cuenta de que también podemos soñar con libros, y, por tanto, también podemos soñar con sueños.

—Quisiera ser Artemidoro para poder interpretar correctamente tu sueño —dijo Guillermo—. Pero me parece que, incluso sin poseer la ciencia de Artemidoro, es fácil comprender lo que ha sucedido. En estos días, pobre muchacho, has vivido una serie de acontecimientos que parecen invalidar toda regla sensata. Y esta mañana ha aflorado en tu mente dormida el recuerdo de una especie de comedia en la que también, aunque con otras intenciones, el mundo aparecía patas arriba. Lo que has hecho ha sido insertar en ella tus recuerdos más recientes, tus angustias, tus miedos. Has partido de los marginalia de Adelmo para revivir un gran carnaval donde todo parece andar a contramano y, sin embargo, como en la Coena, cada uno hace lo que realmente ha hecho en la vida. Y al final te has preguntado, en el sueño, cuál es el mundo que está al revés, y qué significa andar patas arriba. Tu sueño ya no sabía dónde es arriba y dónde abajo, dónde está la muerte y dónde la vida. Tu sueño ha dudado de las enseñanzas que has recibido.

—Mi sueño, pero yo no —dije con tono virtuoso—. ¡Pero entonces los sueños no son mensajes divinos, sino delirios diabólicos, y no encierran ninguna verdad!

—No lo sé, Adso —dijo Guillermo—. Son ya tantas las verdades que poseemos que si algún día alguien llegase diciendo que es capaz de extraer una verdad de nuestros sueños, ese día sí que estarían próximos los tiempos del Anticristo. Sin embargo, cuanto más pienso en tu sueño, más revelador me parece. Quizá no para ti, sino para mí. Perdona que me apodere de tu sueño para desarrollar mis hipótesis. Sé que es una vileza, y que no debería hacerlo… Pero creo que tu alma dormida ha logrado comprender más de lo que he comprendido yo en seis días, y despierto…

—¿En serio?

—En serio. O quizá no. Tu sueño me parece revelador porque coincide con una de mis hipótesis. Me has ayudado mucho. Gracias.

—¿Qué había en el sueño que tanto os interesa? ¡Carecía de sentido, como todos los sueños!

—Tenía un sentido distinto, como todos los sueños, y visiones. Hay que leerlo alegórica o anagógicamente…

—¿¡Como las escrituras!?

—Un sueño es una escritura, y hay muchas escrituras que sólo son sueños.