La preterición

Adso también me sirvió para resolver otra cuestión. Hubiese podido situar la historia en un Medioevo en el que todos supieran de qué se hablaba. Si en una historia contemporánea un personaje dice que el Vaticano no aprobaría su divorcio, no es necesario explicar qué es el Vaticano y por qué no aprueba el divorcio. En una novela histórica, en cambio, hay que proceder de otro modo, porque también se narra para que los contemporáneos comprendamos mejor lo que sucedió, y en qué sentido lo que sucedió también nos atañe a nosotros.

El peligro que entonces se plantea es el del salgarismo. Los personajes de Salgari huyen a la selva perseguidos por los enemigos y tropiezan con una raíz de baobab, y de pronto el narrador suspende la acción para darnos una lección de botánica sobre el baobab. Ahora eso se ha transformado en un topos, entrañable como los vicios de las personas que hemos amado; pero no debería hacerse.

Aunque volví a escribir centenares de páginas para evitar ese tipo de traspié, no recuerdo haberme dado cuenta nunca de cómo resolvía el problema. Me di cuenta sólo después de dos años, y precisamente mientras buscaba una explicación para el hecho de que también leyesen el libro personas a las que, sin duda, no podían gustarles los libros tan «cultos». El estilo narrativo de Adso se basa en una figura de pensamiento llamada «preterición». ¿Recuerdan el ejemplo ilustre? «Cesare taccio, che per ogni piaggia…». Se declara que no se quiere hablar de algo que todos conocen muy bien, y al hacer esa declaración ya se está hablando de ello. Aproximadamente así procede Adso cuando alude a personas y acontecimientos que da por conocidos y, sin embargo, explica. Con respecto a las personas y acontecimientos que el lector de Adso, alemán de finales del siglo, no podía conocer, porque habían sucedido en Italia a comienzos de dicho siglo, Adso los expone sin reticencias, y en tono didáctico, porque ése era el estilo del cronista medieval, deseoso de introducir nociones enciclopédicas cada vez que mencionaba algo. Después de haber leído el manuscrito, una amiga (no la que he mencionado) me dijo que le había impresionado el tono periodístico, no novelístico, del relato; si mal no recuerdo, dijo que parecía el lenguaje de un artículo de Espresso. En el primer momento me cayó mal, pero después comprendí lo que había captado sin darse cuenta. Así cuentan los cronistas de esos siglos, y si hoy hablamos de crónica es porque entonces se escribían tantas crónicas.