—¿Y tú crees que las piedras de los Faber son de esa clase? —susurró justo al tropezar con la sentencia que las mencionaba.

—De esa clase no. Son las mismas —concluyó—. Por cierto, ¿sabes qué significa betilum?

Figueiras negó con la cabeza mientras notaba una inquietante vibración en su bolsillo. Acababa de entrarle un mensaje al móvil.

—Lo suponía. —Sonrió Muñiz—. Es una palabra de origen bíblico, Antonio. Bet-El fue el lugar en el que Jacob tuvo su visión de la escalera que se comunicaba con el cielo. El patriarca la tuvo al quedarse dormido sobre una piedra negra. Una de estas adamantas. Su nombre significa «casa de Dios», y desde la Edad Media el término «betilo» se aplica a los meteoros con ciertas propiedades.

—¿Y cuánto vale uno así? —dijo abriendo la terminal y buscando aquel madrugador SMS.

Muñiz se maravilló de la ignorancia y poca sensibilidad de su amigo.

—Eso depende.

—¿Depende?

—Sí. De sus propiedades, su antigüedad, su currículo… Unas piedras con la historia de Dee detrás podrían costar una fortuna. Y si además te pueden abrir las puertas del cielo, ni te cuento.

—¿Tú crees que el cielo tiene puertas?

—Yo soy hombre de fe. No como tú…

Pero Antonio Figueiras ya no le prestaba atención. El mensaje entrante era una orden de su comisario. Había intentado llamarlo otra vez sin éxito, e irritado le daba aquella instrucción por escrito. Debía recoger a unos refuerzos «muy especiales» que estaban a punto de aterrizar en el aeropuerto de Lavacolla. Y de inmediato.