Oh mierda, oh mierda, oh mierda, oh mierda, pensó Theo. Se había torcido el tobillo al aterrizar y el dolor se había extendido por su pierna como fuego líquido. Al caer, rodó sobre el barro. Había apretado el botón que desbloqueaba el Range Rover demasiado pronto. El vehículo había emitido un sonido acompañado por un parpadeo de las luces, lo que había puesto en alerta a los muertos vivientes. Había saltado a ciegas y había fallado. Los muertos iban a por él.
Se levantó como pudo y cojeó hacia el Range Rover, con las llaves listas en la mano derecha. Se había dejado atrás la linterna medio enterrada en el lodo.
—Cogedlo, inútiles podridos —gritó Dale Pearson.
Theo cayó hacia delante al resbalar con el pie sano, pero consiguió rodar y ponerse en pie de nuevo, no sin sufrir un calambre por toda la espinilla. Se apoyó en la ventana trasera del Range Rover y se agarró al limpiaparabrisas trasero para no perder el equilibrio. Se arriesgó a echar una mirada a sus perseguidores y oyó un fuerte golpe cerca de su cabeza, seguido de un chirrido ensordecedor. Se volvió justo a tiempo para ver cómo una mujer esquelética se deslizaba por el techo del Range Rover con los dientes por delante. Trató de esquivarla, pero no logró impedir que unas uñas se le aferraran al cuello y unos dientes le hendieran el cuero cabelludo. Ambos cayeron al suelo y sintió un dolor anodino cuando el zombi trató de atravesarle el cráneo a mordiscos. Tenía la cara apretada contra el barro. Las fosas nasales y la boca estaban inundadas y, en medio del pánico, pensó: Lo siento mucho, Molly.
—Puaj, está asqueroso —dijo Bess Leander mientras escupía un par de dientes sobre la cabeza de Theo.
Marty por la Mañana cogió a Theo por la cabeza y lamió las marcas de dientes que Bess había dejado.
—Horrible —dijo—. Está fumado. No pienso comerme su cerebro.
Los muertos vivientes lanzaron un gemido de decepción.
—Levantadlo —ordenó Dale.
Theo tragó un buen montón de lodo con su primera inspiración y empezó a toser mientras los muertos vivientes lo incorporaban y lo acorralaban contra la ventana trasera del Range Rover. Alguien le quitó el barro de los ojos y un hedor nauseabundo inundó su nariz. Vio el rostro muerto y reanimado de Dale Pearson a escasos centímetros del suyo. El terrible aliento del muerto apenas le dejaba respirar. Theo trató de zafarse del maligno Papá Noel, pero unas manos descompuestas le sujetaban la cabeza con firmeza.
—Oye, hippy —dijo Dale. Sostenía su linterna por debajo de la barba para iluminar su rostro. Dos chorros de babas sangrientas recorrían los dos lados de su barba—. No creerás que tus hábitos con el canuto te van a salvar, ¿verdad? No lo creas. —Se sacó el revólver del bolsillo y apretó el cañón contra la barbilla de Theo—. Ahí dentro nos sobra la comida, podemos permitirnos el lujo de liquidarte.
Dale abrió los cierres de velcro de la chaqueta de Theo y le palpó la cintura.
—¿No llevas arma? Eres una mierda de agente de la ley, hippy. —Palpó los bolsillos de la camisa de policía—. ¡Pero esto…! Es lo único para lo que vales.
Dale sostuvo el encendedor de Theo y luego arrancó todo el bolsillo y enrolló el encendedor seco en la tela.
—Marty, prueba con este, que no se moje. —Dale le entregó el encendedor a un tipo podrido, con un corte de pelo a lo Ziggy Stardust, que se volvió corriendo a la pila de desechos al otro lado de la capilla.
Theo contempló cómo Marty por la Mañana se inclinaba sobre la pila formada por el contrachapado, las ramas de pino, los cartones y el cuerpo destrozado de Ben Miller. El viento seguía soplando con fuerza y la lluvia había amainado, pero, con todo, las gotas punzaban la cara de Theo al caer.
Que no se encienda, que no se encienda, que no se encienda, recitaba Theo para sí, pero la esperanza se esfumó cuando una llama anaranjada prendió en los desechos y Marty por la Mañana se apartó con la manga ardiendo.
Dale Pearson se apartó para que Theo pudiera ver el fuego crecer a un lado del edificio y luego le puso el revólver en la sien.
—Mira bien nuestra pequeña barbacoa, hippy Es lo último que vas a ver. Nos vamos a comer el cerebro de la chiflada de tu mujer a la brasa.
Theo sonrió, contento de que Molly no estuviera ahí dentro y fuera a librarse de la masacre.
—No he oído la señal —dijo Ignacio Núñez—. ¿Alguien la ha oído?
Tuck barrió con la linterna una docena de caras asustadas y entonces todo un lado de la iglesia se volvió naranja con el resplandor de las llamas colándose por las ventanas. Una mujer gritó y los demás se quedaron mirando con horror cómo empezaba a filtrarse el humo por los marcos de las ventanas.
—Cambio de planes —dijo Tuck—. Nos vamos ya. Chicos, a la cabeza de vuestros grupos. Entregad las llaves del coche al que llevéis detrás.
—Nos estarán esperando —se quejó Valerie Riordan.
—Bueno, quémate si quieres —repuso Tuck—. Chicos, derribad a cualquiera que se os ponga por delante y todos los demás seguid hacia los coches.
Todas las barricadas y los obstáculos habían sido retirados de las puertas de la capilla. Tuck apoyó el hombro en una de ellas y Gabe Fenton en la otra.
—Preparados. ¡Uno, dos, tres!
Empujaron con el hombro y rebotaron hacia los demás. Las puertas no se habían abierto más que unos centímetros. Alguien apuntó con la linterna por el hueco y reveló que un enorme tronco de pino bloqueaba el acceso.
—Cambio de planes —gritó Tuck.
Theo trató de mirar el fuego, pero no veía más allá de los ojos muertos de Dale Pearson. Ya no le quedaba más que el miedo, la ira y la presión del revólver en la sien.
Entonces oyó un silbido acabado en un golpe seco y el revólver desapareció. Dale Pearson se apartó a trompicones de él, con un muñón donde un segundo antes había estado el arma. Dale abrió la boca para gritar algo, pero en ese instante una fina línea se dibujó en su cara a la altura de la nariz, y la mitad de su cabeza se deslizó al suelo. Se desplomó a los pies de Theo. Las manos que lo sujetaban habían desaparecido.
—¡Sesos! —gritó uno de los muertos vivientes—. ¡Sesos de chiflada!
Theo se dejó caer sobre el cuerpo rematado de Dale y miró alrededor para ver qué estaba pasando.
—Hola, cariño —dijo Molly. Estaba de pie sobre el techo del Range Rover con una sonrisa enorme, la chaqueta de cuero, los pantalones deportivos y sus Converse All Stars rojas, mientras sostenía ante sí la vieja espada japonesa Hasso No Kamae. La hoja reflejaba el fulgor anaranjado de la iglesia incendiada. Un reguero negro recorría la hoja en el mismo lugar donde había hendido la cabeza del Papá Noel zombi. Theo nunca había sido una persona religiosa, pero en ese momento pensó que así debía de sentirse uno al contemplar el rostro de un ángel vengador.
Los zombis que lo habían mantenido inmovilizado se lanzaron a por las piernas de Molly, quien, en un solo movimiento, retrocedió un paso y describió con la espada un arco bajo que provocó una lluvia de manos cercenadas sobre el barro. Los muertos vivientes gimieron a su alrededor, y trataron de abrirse paso hasta ella con los muñones. Bess Leander trató de repetir la maniobra que había empleado con Theo, es decir, escalar el capó por detrás de Molly y saltar al techo del Range Rover. Molly la esquivó, dio un paso lateral y describió un nuevo tajo con la espada que nada habría tenido que envidiar a un swing de golf. La cabeza de Bess voló desde la cima del vehículo hasta el regazo de Theo, quien la empujó a un lado y se incorporó.
—Cariño, igual conviene sacar a la gente de la capilla antes de que se achicharre —sugirió Molly—. No creo que quieras presenciar eso.
—Vale —dijo Theo.
Los muertos vivientes habían abandonado sus puestos en los accesos delanteros y traseros de lampilla, donde habían estado aguardando para emboscar a los que salieran huyendo, y se lanzaron a la carga contra Molly. Tres cayeron sin manos mientras Molly seguía en el techo del vehículo y cuando empezaron a rodearla, echó a correr y saltó sobre sus cabezas para aterrizar a sus espaldas.
Theo corrió hacia las puertas delanteras, con la vista emborronada por la lluvia y la sangre que se derramaba sobre sus ojos desde el mordisco que tenía en la cabeza. Miró fugazmente por encima del hombro y vio a Molly zafándose de sus atacantes.
Casi se dio contra un par de troncos que bloqueaban las puertas de la capilla. Volvió a mirar atrás y vio que Molly se lanzaba contra otro grupo de zombis y rajaba a uno de la cabeza al pecho. Devolvió su atención a los troncos y puso el hombro bajo uno de ellos para desbloquear el acceso.
—Theo, ¿eres tú? —Gabe Fenton tenía la cara apretada entre el tímido espacio que había conseguido abrir entre las puertas.
—Sí. Unos troncos bloquean la puerta —dijo Theo—. Voy a intentar quitarlos.
Theo respiró hondo tres veces, empujó con todas sus fuerzas y sintió como si las venas de las sienes le fueran a explotar. La herida de la cabeza le palpitaba con cada latido.
Finalmente, el tronco cedió unos centímetros. Podía hacerlo.
—¿Funciona? —gritó Gabe.
—Sí, sí —repuso Theo—. Dame un momento.
—Esto se está llenando de humo, Theo.
—Vale. —Theo volvió a empujar y el tronco se movió un poco más hacia la derecha. Un esfuerzo más y podrían abrir la puerta.
—Date prisa, Theo —lo apremió Jenny Masterson—. Es… —empezó a toser y no pudo acabar la frase. Theo oía cómo todo el mundo empezaba a toser a su vez. Gritos de rabia y dolor le llegaban desde el otro lado de la capilla, donde Molly estaba enzarzada en plena lucha. Seguro que estaba bien, ya que algunas voces aún lanzaban alaridos sobre comerse su cerebro.
Otro empujón y unos cuantos centímetros más ganados. Un humo gris se escapaba por la apertura. Theo cayó de rodillas por el esfuerzo y estuvo a punto de desvanecerse. Se obligó a mantenerse consciente y, cuando se disponía a dar otro empujón de espalda, con la esperanza de que no fuera su último esfuerzo, se percató de que los gritos habían cesado al otro lado de la capilla. La lluvia, el viento, las toses de los atrapados y el crepitar del fuego era todo lo que oía.
—Oh, Dios mío. ¡Molly! —gritó.
Pero en ese momento sintió una mano en la mejilla y una voz en el oído que le decía:
—Eh, marinero, ¿necesitas una mano para abrir la puerta de la iglesia? Ya sabes a qué me refiero.
Se oían sirenas en la distancia. Alguien había visto la capilla incendiada a pesar de la tormenta y, de alguna manera, había llegado hasta el departamento de bomberos voluntarios. Los supervivientes de la fiesta se reunieron en medio del aparcamiento, iluminados por los faros. El calor del incendio los había obligado a desplazarse unos setenta metros.
Incluso a esa distancia, Theo sentía el calor en la mejilla mientras Lena Márquez le vendaba la herida de la cabeza. Otros se sentaban en los maleteros abiertos de los todoterrenos y trataban de recuperar el aliento tras la exposición al humo, bebían agua mineral o, simplemente, se tumbaban, aturdidos.
Desde la húmeda arboleda que rodeaba la capilla en llamas ascendía una nube blanca que se perdía en el cielo. A la izquierda del edificio se amontonaba la masacre: pilas de muertos rematados donde Molly había dado cuenta de ellos, hasta el punto de perseguir a los últimos fugitivos por el bosque y decapitarlos después de haber liberado a los demás del incendio.
Molly estaba sentada al lado de Theo, bajo el maletero abierto del todoterreno de alguien.
—¿Cómo lo supiste? —preguntó Theo—. ¿Cómo demonios lo supiste?
—Me lo dijo el murciélago —explicó Molly.
—¿Quieres decir que se presentó y le dijiste: «¿qué pasa, chico, es que Timmy está atrapado en un pozo?», y él te ladró para contarte lo que iba mal? ¿Es eso?
—No —dijo Molly—. Era más bien como: «tu marido y un puñado de gente se han atrincherado en la capilla contra una horda de zombis devoradores de cerebros y tienes que salvarlos». Así. Tiene un poco de acento. Parece español.
—Por una vez me alegro de que dejaras de tomarte la medicación —dijo Tucker Case, que estaba al lado de Lena mientras esta terminaba de vendar la cabeza de Theo—. Unas pocas alucinaciones son un precio pequeño, pienso yo.
Molly alzó su mano para indicarle que se callara. Se levantó y apartó al piloto, con la mirada clavada en la iglesia incendiada. Una oscura y alta figura ataviada con una larga gabardina se acercaba a ellos atravesando el campo de muertos.
—Oh, no —dijo Theo—. Que todo el mundo se meta en los coches y eche los seguros.
—No —dijo Molly, y desechó las instrucciones de Theo con un gesto distraído de la mano—. Está bien. —Se reunió con el ángel en medio del aparcamiento.
—Feliz Navidad —dijo el ángel.
— Igualmente —replicó Molly.
—¿Has visto al niño? ¿A Joshua? —preguntó Raziel.
—Ahí hay un niño, con los demás —dijo Molly—. Seguro que es él.
—Llévame con él.
—Es él —dijo Theo—. Es el robot.
—Shhhhhh —chistó Molly.
Raziel caminó hasta donde Emily Barker sostenía a su hijo Joshua sobre la parte trasera del Honda de Molly.
—Mamá —lloriqueó Joshua, con el rostro escondido en el pecho de su madre.
Pero Emily aún estaba conmocionada por la muerte de su compañero y no exhibía reacción alguna salvo apretujar más aún a su hijo.
Raziel posó la mano sobre la cabeza del muchacho.
—No temas —dijo—, pues traigo oleadas de gran alegría. Contempla cómo se ha hecho realidad tu deseo de Navidad. —El ángel indicó con un gesto el incendio y la carnicería, así como el grupo de aterrorizados supervivientes, como si fuese la azafata de un programa enseñando un conjunto de lavadora y secadora—. No es lo que hubiese deseado, pero no soy más que un humilde mensajero.
Josh se retorció entre los brazos de su madre y se encaró con el ángel.
—Yo no pedí esto. No es lo que yo deseaba.
—Claro que lo es —dijo Raziel—. Querías que el Papá Noel que viste morir volviera a la vida.
—No, no quería eso.
—Eso fue lo que dijiste. Dijiste que querías que resucitara.
—No era lo que quería decir —dijo Joshua—. Soy un niño, no siempre hago las cosas bien.
—Eso se lo garantizo yo —intervino Tucker Case, que acababa de aparecer justo detrás del ángel—. Es un niño y como tal, se equivoca la mayor parte de las veces.
—Sigo pensando que deberíamos cortarte la cabeza —dijo Josh.
—¿Lo ve? —dijo Tuck—. Siempre se equivoca.
—Bueno, pues si no insinuabas que querías que lo resucitara, ¿qué es lo que querías decir? —preguntó Raziel.
—No quería que Papá Noel fuese un zombi asesino y todo eso. Quería que todo fuese bien, como nunca había pasado, y también quería que fuese una buena Navidad.
—Eso no fue lo que dijiste —replicó Raziel.
—Era lo que quería —insistió Joshua.
—Oh —dijo el ángel—. Lo siento.
—¿Así que es un ángel? —preguntó Theo a Molly—. ¿Un ángel de verdad?
Molly asintió con una sonrisa.
—¿No es un robot asesino?
—Está aquí para conceder un deseo a un niño —dijo Molly, con un gesto de negación con la cabeza.
—¿Como nunca ha sido? —preguntó el ángel a Joshua.
—¡Sí! —dijo este.
—Ups —dijo el ángel.
Molly se adelantó y posó una mano sobre el hombro del ángel.
—Raziel, la has cagado. ¿Puedes arreglarlo?
El ángel la miró y sonrió. Sus dientes eran pequeños y perfectos.
—Sea —dijo—. La gloria sea con Dios, que está en las alturas, paz en la Tierra, bienaventurados sean los hombres.