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Solo este álbum de fotos navideñas

En ocasiones, si se miran de cerca las fotos de familia, pueden verse en los rostros de los niños los presagios de los adultos en los que se convertirán. En los adultos, a veces puede verse el rostro que hay detrás del rostro. No siempre, pero a veces…

Tucker Case

En esta foto podemos ver a una decente familia de California posando a orillas del lago de su finca en Elsinore, California (se trata de una foto de 20x25 satinada y grabada en relieve con la marca de un estudio fotográfico profesional).

Todos están curtidos y parecen gozar de buena salud. Tucker Case ronda los diez años y va vestido con una chaqueta de deportes con un escudo de deporte de vela en el bolsillo frontal y unos mocasines adornados. Está delante de su madre, que tiene el mismo cabello rubio y los mismos ojos azules brillantes, una sonrisa amplia, no porque quiera exhibir el acabado del dentista, sino porque está a punto de estallar de la risa de un segundo a otro. Tres generaciones de Case (hermanos, hermanas, tíos, tías y primos) están perfectamente peinadas, planchadas, lavadas y lustradas. Todos sonríen, a excepción de la muchachita del fondo, que luce una expresión de abyecto terror en la cara.

Una mirada más cercana revela que algo está tirando de la parte trasera de su vestido navideño a la izquierda y, escondida a un lado, saliendo a hurtadillas de la chaqueta de deportes azul, está la mano del joven Tuck, que acaba de robar un incestuoso pellizco del trasero su prima Janey de once años.

Lo interesante de esta foto no es el subrepticio botín, sino la causa, porque el Tucker Case que vemos aquí está en una edad en la que le interesa más romper cosas que el sexo, aunque es precozmente consciente de que sus actos van a alterar a su prima. Esa es su razón de ser. Hay que subrayar que Janey-Robbins Case destacará como una picapleitos de éxito y abogada de los derechos de las mujeres, mientras que Tucker Case acabará siendo un triste adicto al sexo abocado a romperse el corazón cada dos por tres, y con un murciélago de la fruta por mascota.

Lena Márquez

Esta foto fue tomada en algún patio durante un día soleado. Hay niños por todas partes, y está claro que se está celebrando una gran fiesta.

Ella tiene seis años y lleva un vaporoso vestido rosa y unos zapatos de charol. Está muy mona, con su largo pelo negro recogido en dos colas de caballo con lazos rojos que revolotean tras ella como cometas de seda mientras ella corretea en busca de una piñata. Tiene los ojos vendados y la boca bien abierta, y exhala al mundo esa aguda sonrisa que es el sonido mismo de la alegría porque acaba de dar con algo duro con el palo y está segura de que han caído los caramelos, los juguetes y las matracas para deleite de todos los niños. Lo que en realidad ha hecho ha sido golpear a su tío Octavio en los cojones.

El tío Octavio ha sido captado en el momento justo de la transición, cuando su expresión pasa de la alegría a la sorpresa, y de ahí al dolor, todo en un instante. Lena aún parece dulce y adorable, inmaculada por el desastre que acaba de crear. ¡Feliz Navidad![1]

Molly Michon

Es la mañana de Navidad, y nos encontramos en medio de la tormenta de la apertura de regalos. Hay papel de regalo y lazos esparcidos por el suelo y a un lado podemos ver una mesa de café sobre la cual hay un cenicero del tamaño de un tapacubos rebosante de colillas y una botella vacía de Jim Beam. En el centro se encuentra una Molly Achevsky de seis años (se cambió el apellido por el de Michon a los diecinueve siguiendo el consejo de un agente: «porque suena francés que te cagas y a la gente le encanta eso»). Molly lleva un vestido rojo de bailarina con lentejuelas, botas de hule a juego que le llegan casi hasta la mitad de la pierna y luce una atrevida sonrisa con un agujero donde deberían estar los dientes frontales. Tiene un pie metido en un camión basurero Tonka como si lo acabara de conquistar en una dura lucha. Su hermano pequeño Mike, de cuatro años, intenta arrebatarle el trofeo de los pies con lágrimas en los ojos. El otro hermano de Molly, Tony, de cinco años, mira a su hermana hacia arriba, como si fuese la princesa de todo lo bueno. Ella ya le ha derramado encima todo un cuenco de Lucky Charms, como hace con los dos cada mañana.

Al fondo, vemos a una mujer en bata tumbada en el sillón, con una mano fláccida que sostiene un cigarrillo que se ha consumido hace horas. La plateada ceniza ha dejado una mancha en la alfombra.

Nadie sabe quién tomó la foto.

Dale Pearson

Esta fue tomada hace pocos años, cuando Dale aún estaba casado con Lena. Nos encontramos en la fiesta de Navidad de la hermandad del Caribú y Dale está, una vez más, disfrazado de Papá Noel, sentado sobre un trono improvisado. Está rodeado de juergüistas borrachos que no paran de reír mientras sostienen diversos artículos de broma que Dale ha ido distribuyendo durante la noche. Dale sostiene su propio artículo, un pene de goma de 35 centímetros tan grueso como una lata de sopa. Lo esgrime ante Lena con mirada lasciva y ella, enfundada en un vestido negro de cóctel y un collar de perlas, recibe con cierto horror sus palabras, a saber: «Luego daremos buen uso a este bribón, ¿no, cielito?».

La ironía de todo esto es que más tarde, esa misma noche, él se puso uno de sus antiguos uniformes de las SS alemanas (menos los botines) y le pidió a Lena que hiciese con su nuevo amiguito exactamente lo mismo que ella le dijo que podía hacer con él en la fiesta. Nunca sabría si fue ella quien le dio la idea, pero supondrá una piedra angular en su inminente divorcio.

Theophilus Crowe

A los trece años, Theo Crowe ya mide casi dos metros y pesa cincuenta kilos. Es la típica escena de los tres Reyes Magos tras la estrella. La clase de música de 7.° está tocando Amahl y los visitantes nocturnos. Aunque en un principio se pensó que Theo fuese uno de los Reyes, ahora está disfrazado de camello. Las orejas son la única parte de su cuerpo proporcionada y parece un camello de alambre salido de la mano del mismo Salvador Dalí. Perdió la oportunidad de interpretar a Baltasar, el rey etíope, cuando anunció que los Magos habían llegado con oro, Frankenstein y mirra. Más tarde, él, los otros dos camellos y la cabra fueron suspendidos por fumarse la mirra (nunca los habrían cogido si la cabra, entre bastidores, no hubiese propuesto jugar a «mata al hombre con el niño Jesús». Evidentemente, la mirra era lo primero que se fumaban).

Gabe Fenton

Esta la tomaron el año pasado en el faro donde Gabe tiene la cabaña. Al fondo puede verse el faro y las olas espumosas azuzadas por el viento. Puede decirse que es un día ventoso porque el gorro de Papá Noel que luce Gabe se agita hacia un lado mientras sostiene los cuernos de reno sobre la cabeza de Skinner. Acuclillada cerca de ellos, embutida en una chaqueta roja de estilo casaca napoleónica de St. John de mil dólares, con botones de bronce y entrelazados dorados en los hombros, está la doctora Valerie Riordan. El corte de su pelo castaño rojizo hace que se oculte tras las orejas para resaltar los pendientes de aro de diamantes. Lleva la cara pintada como una puerta, como si se la hubieran lijado y un equipo de efectos especiales se la hubiera repintado para que pareciera más brillante, mejor y más ágil que cualquier rostro humano. Intenta sonreír a la cámara con todas sus fuerzas. Se agarra el pelo con una mano, y parece estar acariciando a Skinner, pero si lo examina más de cerca queda claro que lo está apartando. Una carrera en sus medias a la altura de la rodilla delata un pretérito intento por parte de Skinner de frotarse contra la pierna de la hembra del tipo de la comida.

Gabe presenta un aire desaliñado con su chaqueta militar y sus botas de montaña. Lleva en botas y pantalones una capa de arena, porque esa mañana ha estado encima de las focas, pegando dispositivos de seguimiento por satélite en sus lomos. Luce una sonrisa amplia y llena de esperanza, sin la menor idea de que algo no encaja en esta foto.

Roberto T., el murciélago de la fruta

Esta foto fue tomada en la isla de Guam, el lugar de nacimiento de Roberto. Hay palmeras en primer plano. Salta a la vista que es joven, porque todavía no lleva sus gafas Ray Ban ni tiene un dueño al que llevarle mangos. Está enrollado en una corona de flores navideña hecha de frondas de palmera decorada con pequeñas papayas y nueces de palma rojas. Se relame la pulpa de papaya de su cara perruna. Las niñas que lo encontraron en la corona esa mañana posan a ambos lados de la puerta de la que cuelga la corona. Ambas tienen el pelo moreno largo y rizado de su madre de Chamorro, y los ojos verdes de su padre católico irlandés y piloto estadounidense. El padre es el que está tomando la foto. Las niñas llevan unos vestidos floreados con mangas vaporosas.

Más tarde, después de acudir a la iglesia, tratarán de meter a Roberto en una caja para luego cocinarlo y servirlo con tallarines. Aunque escapará, el incidente traumatizará al joven murciélago y dejará de hablar durante años.