—Cállate ya —murmuró Elena, que había abandonado la bendición del sueño por culpa de una voz arrogante que insistía en que despertara—. Quiero dormir.
—¿Te atreves a darme órdenes, mortal?
El agua, fría como el hielo, le salpicó la cara e hizo que despertara a una pesadilla.
Al principio no asimiló del todo lo que veía. Su mente se negaba a ensamblar las piezas. Y había muchísimas piezas. Piezas desgarradas, retorcidas, imposibles. Se le encogió el estómago. Sentía náuseas, tanto por la herida que le había causado Uram al aplastarle la cabeza contra el salpicadero como por el horror de la situación en la que se encontraba en aquellos momentos.
Luchó para contenerlas, ya que se negaba a dejar que aquel monstruo viera su miedo. Pero le resultó difícil. Todos se habían equivocado: Sara, Ransom, e incluso Rafael. Las víctimas de Uram no eran solo quince. Se había llevado también a otras personas, personas a las que nadie echaría de menos. Miembros descompuestos, una resplandeciente caja torácica... muchas evidencias de su perversa locura esparcidas por la habitación. Una habitación sin luz, sin aire. Una celda. Una cripta. Una...
¡Acaba con eso de una vez!
Le había hablado su sentido de cazadora, aquella cosa que la había marcado desde su nacimiento.
Elena se tragó el pánico y, en cuanto se concentró, se dio cuenta de que la habitación no estaba completamente a oscuras. Uram había tapiado las ventanas, pero algo de luz (demasiado intensa, demasiado blanca para ser natural; y eso significaba que había permanecido inconsciente el tiempo suficiente para que se hiciera de noche) se colaba por las rendijas. Fue aquella luz lo que le permitió ver la repugnante realidad de la habitación. Cuerpos desgarrados y desperdigados como si fueran basura. Aunque no todos estaban desmembrados. Contra la pared opuesta, con las muñecas encadenadas, vio el cuerpo marchito de alguien que una vez fue humano.
En aquel preciso instante, aquel cascarón reseco parpadeó y Elena comprendió que seguía con vida.
—¡Joder! —La exclamación brotó de sus labios sin que pudiera evitarlo.
El monstruo que se encontraba delante de ella, la cosa disfrazada de arcángel, siguió la dirección de su mirada.
—Veo que ya has conocido a Robert. En su día fue un hombre leal y me siguió a través de los océanos sin rechistar. ¿No es así, Bobby?
Elena observó la cruel diversión que apareció en el rostro de Uram y comprendió que nunca había sabido lo que era la verdadera maldad hasta aquel preciso momento. Robert era un vampiro, eso estaba claro. Ningún humano tan deshidratado seguiría con vida. Parecía que el vampiro había perdido hasta la última gota de humedad de su cuerpo, salvo la de sus enormes y brillantes ojos. Unos ojos que le suplicaban que lo liberara.
Uram volvió a mirarla y sus ojos, de un hermoso verde claro, estaban cargados de diversión.
—Creyó que era especial porque lo llevé conmigo. Por desgracia, me olvidé de él durante un tiempo. —Aquella mirada cargada de poder se llenó de furia, se tiñó de rojo. El tono adquirió de repente el verde de la putrefacción.
Elena permaneció muy, muy quieta en el rincón donde él la había dejado y se preguntó si el monstruo se habría molestado en quitarle las armas. No sentía ninguna sobre su cuerpo, pero tal vez el tipo hubiera pasado por alto un par de ellas... como el picahielos que llevaba en el pelo o la hoja plana que guardaba en la suela de la bota. Flexionó los dedos del pie y notó la reconfortante dureza de sus botas. Ransom le había regalado aquellas botas medio en broma... y ella nunca había querido al idiota de su compañero tanto como en aquellos momentos.
Uram clavó sus ojos en ella.
—Sin embargo, mi leal Bobby resultó muy útil al final. —Volvió a mirar a Robert—. ¿No es así, Bobby? Se convirtió en un ávido espectador de mis jueguecitos.
Elena observó cómo se retorcían las manos del vampiro entre las cadenas, cómo se encogía su cuerpo marchito, y sintió estallar su propia furia. Uram debía de saber lo que estaba haciendo: los vampiros eran casi inmortales, pero necesitaban la sangre para sobrevivir. Al no permitir que se alimentara, lo que hacía era provocar que el cuerpo de Robert se devorara a sí mismo. El vampiro no moriría, no de hambre. Pero a aquellas alturas, cada respiración debía de provocarle un tormento. Y si aquello continuaba mucho más...
La cabeza de Elena regresó al único caso de inanición vampírica que había conocido. Había leído sobre él en un libro de texto que había tenido que estudiar durante su último año en la Academia del Gremio. El vampiro de aquel caso, un tal S. Matheson, se había visto atrapado en una contienda familiar relacionada con su amo. Alguien lo había encerrado en un ataúd de cemento y lo había enterrado en los cimientos de un edificio en construcción.
Lo habían encontrado diez años después.
Vivo.
Si aquello podía llamarse estar vivo...
El contratista que se topó por casualidad con el ataúd, pensó que encontraría un esqueleto y llamó a las autoridades. El forense estaba entusiasmado ante la posibilidad de encontrar restos momificados. Llegó al lugar con un pequeño grupo de científicos criminalistas y empezaron a hacer fotos y a tomar medidas mientras los obreros los observaban. En cierto momento, una de las criminalistas se hizo un corte en el dedo mientras giraba la cabeza del esqueleto y, antes de que se diera cuenta, había perdido el dedo: un colmillo afilado como una hoja de afeitar le había cortado el hueso por la mitad.
Llamaron al servicio de asistencia médica. El cuerpo de S. Matheson se recuperó gracias al flujo constante de transfusiones. No obstante, su cerebro había sufrido una especie de metamorfosis irreversible. S. Matheson no hablaba, no hacía nada más que sonreír como un bobo y esperar a que alguien se acercara demasiado. Tres médicos perdieron algunas partes de sus cuerpos antes de que S. Matheson desapareciera sin dejar rastro. La opinión general era que los ángeles se habían encargado de él. No era bueno para el negocio que hubiera un vampiro que se comía a la gente.
Robert no había llegado a aquella etapa todavía. Aún había algo en sus ojos, algo que sentía y comprendía la humanidad. Elena observó a Uram mientras este se acercaba al vampiro, hasta que bloqueó su campo de visión. Entonces Robert emitió un sonido horrible, y ella estuvo a punto de gritarle a Uram. Pero se contuvo y aprovechó aquella oportunidad para acercar su pie un poco. Un poco más.
Uram se volvió con una pequeña sonrisa en los labios.
—¿Qué te parece mi obra?
Elena se preparó, a sabiendas de que había hecho algo espantoso. Pero nada podría haberla preparado para la imagen a la que tuvo que enfrentarse. Casi ahogada por la compasión, sintió que la furia empezaba a hervir en su interior. Uram le había arrancado los ojos a Robert. En aquellos momentos, mientras la observaba, se llevó los globos oculares a la boca, como si fuera a comérselos. Elena no pestañeó.
—Eres fuerte. —El monstruo soltó una risotada y arrojó los ojos al suelo antes de aplastarlos con el tacón de la bota—. No son nada nutritivos.
Haciendo caso omiso de Robert, que parecía haber dejado de moverse, se limpió las manos con un pañuelo y se acercó a ella.
—Estás muy callada, cazadora. ¿Ningún acto heroico para salvar al pobre vampiro? —Arqueó una ceja en un gesto incongruentemente majestuoso.
—No es más que otro chupasangre —dijo, aunque tenía el estómago revuelto—. Esperaba que te distrajera el tiempo suficiente para poder escaparme.
Uram sonrió, y Elena sintió un escalofrío en la espalda similar a la sensación que provocarían un millar de arañas. Luego, sin decir nada, el arcángel se agachó y colocó la mano sobre su tobillo. Su sonrisa se hizo más amplia. Y retorcida. El chasquido del hueso envió una oleada de dolor por todo su cuerpo, tan intensa e insoportable que la hizo gritar.
¡Rafael!
Notó que se le enturbiaba la vista cuando las reconfortantes alas de la inconsciencia se cernieron sobre ella una vez más. Pero algo atrapó su mente antes de que cayera en la oscuridad.
Dime dónde estás, Elena.
El sudor se deslizaba por los lados de su rostro y le pegaba la camiseta a la espalda. Sin embargo, Elena se aferró a aquella voz, a la voz de Rafael, y logró emerger de vuelta a la consciencia. Uram seguía agachado frente a ella, vigilándola con la expresión satisfecha de alguien que ha acorralado a su presa.
—Tienes un olor ácido —susurró—. Dentado, vibrante, único.
La poderosa expresión cambió; se llenó de una curiosidad casi infantil. Aunque era la versión más distorsionada de la curiosidad infantil que ella había visto jamás.
—¿Y Bobby? —Sonrió de nuevo, incluso mientras sus ojos volvían a ponerse rojos—. Él quiere saberlo.
Elena tragó saliva. Agua, dijo mentalmente con la esperanza de que Rafael la oyera. Puedo oler el agua.
—Bobby... —susurró—. Bobby huele a polvo, a tierra y a muerte. —Y también escucho un ruido. Un ruido de martilleo, de corte, y tiene un ritmo constante. Me suena de algo.
Uram le apartó un mechón de pelo de la cara. Elena temió que le partiera el cuello, pero él apartó la mano un momento después. Aunque la invadió el alivio, se dio cuenta de que él no hacía otra cosa que alimentar su terror, torturarla con la incertidumbre. El cabrón la mantenía con vida para divertirse... ¿O no era por eso?
—¿Por qué sigo viva? —le preguntó.
Cállate, Elena.
Vamos, dame un respiro. Me pongo de muy mal humor cuando estoy herida.
Uram sonrió de nuevo y le apretó el tobillo con la mano. El dolor estuvo a punto de enviarla al abismo, pero el tipo sabía muy bien cuándo debía aflojar la presión.
—Porque tú eres su debilidad. Me pareció mucho más lógico no matarte cuando llegué a esa conclusión.
Es una trampa. No te atrevas a dejar que te haga daño, le dijo ella a Rafael.
Yo me encargaré de Uram. Tu única obligación es seguir con vida.
Aquella orden casi la hizo sonreír, a pesar de la pesadilla que estaba viviendo.
—Soy un juguete para él, nada más.
—Eso sin duda. —Uram le soltó el tobillo y descartó sus palabras con un gesto de la mano.
Que Uram aceptara aquel comentario con tanta facilidad la molestó más de lo que estaba dispuesta a admitir. Pero claro, teniendo en cuenta su esperanza de vida en aquel momento, supuso que tenía derecho a amar como una imbécil.
Amar.
No, joder...
—Si soy algo tan insignificante, ¿qué valor tengo como rehén?
—Porque, cazadora —dijo sin dejar ver los colmillos, tan suave como un vampiro con tan solo cien años de edad—, Rafael es muy posesivo con sus juguetes.
El corazón de Elena se cubrió de hielo ante la certeza que destilaba su tono.
—Pareces muy seguro.
—En la época de la belleza, en la época de los reyes y las reinas, estuvimos juntos en la misma corte durante un siglo. —Inclinó la cabeza hacia un lado—. ¿No lo sabías?
—Soy solo un juguete, ¿recuerdas? —Sonrió sin despegar los labios. Dado lo que sentía en aquellos momentos, aquella sonrisa fue lo mejor que pudo conseguir—. No habla mucho conmigo.
—Rafael nunca fue muy hablador, a diferencia de Charisemnon. —Compuso una mueca de desprecio—. Ese no para de hablar, aunque nunca dice nada. He deseado miles de veces aplastarle la laringe para que se callara. Quizá ahora tenga la oportunidad de hacerlo. —Frunció el ceño antes de apartar de una patada el fémur que había junto a su pie—. Aquí huele que apesta. —La furia llenó sus ojos.
Elena decidió no comentar que la culpa era suya.
—Me estabas hablando de los juguetes de Rafael... —le dijo. Tenía la impresión de que aquel tema de conversación la mantendría viva más tiempo que la furia que despertaba en él el olor a carne en descomposición que reinaba en aquel lugar.
Uram volvió a concentrarse en ella y, por primera vez, Elena se fijó en las extrañas estriaciones que lucía su piel, delgadas líneas blancas que recorrían su rostro. Era casi como si pudiese ver sus vasos sanguíneos, aunque no eran del color adecuado... Estaban llenos de algo que no era sangre.
—Teníamos esclavas en la corte —dijo. Su voz sonaba tan seria y sincera que Elena entendió por qué tantos habían caído bajo su hechizo. Y caerían muchos más si no lograban detenerlo—. Estaban allí para darnos placer, así que las utilizábamos a voluntad.
Elena sintió que se le cerraba la garganta ante la absoluta indiferencia que mostraba su voz.
—¿Humanas?
—Las humanas eran casi siempre demasiado débiles, y no lo bastante bonitas. No, nuestras esclavas eran vampiras... Entonces, al igual que ahora, su deber era servirnos con adoración.
Aquello no era lo que ponía en el Contrato, pero Elena decidió seguirle el juego.
—Así que vuestras esclavas eran las mujeres a las que vosotros Convertíais, ¿no?
—No, eso habría sido tedioso. Se compraban. Vaya... sientes pena por ellas. —Se echó a reír, y no fue una risa horrible—. Suplicaban para meterse en nuestras camas. Había peleas en los harenes cuando elegíamos a una y no a otra.
Elena sospechaba que estaba diciendo la verdad.
—Una situación satisfactoria para ambas partes, entonces.
—Siempre había favoritas...
Elena solo lo escuchaba a medias, ya que intentaba descubrir dónde estaban. Aquel sonido cortante había cesado, pero ahora oía algo más. Coches. Estaban cerca de una carretera y del agua. El ala herida de Uram parecía estar bien, pero a juzgar por la forma en que la arrastraba por el suelo, le daba la sensación de que todavía no estaba del todo operativa. Así que debían de estar cerca del lugar donde había atacado a Illium. Joder, esperaba que el ángel de alas azules estuviera bien... La fuerza con la que chocó contra el agua habría destrozado a un ser humano.
No estoy segura, pero creo que estamos junto a la orilla del Hudson, cerca del lugar donde cayó Illium, le dijo a Rafael, con la esperanza de que él impidiera de algún modo que Uram se colase en su mente, en una habitación con las ventanas tapiadas. ¡Y el olor! Aquí huele que apesta. Busca un edificio abandonado, un almacén o un cobertizo para embarcaciones. Si estuviéramos cerca de una zona habitada, los vecinos habrían alertado a las autoridades hace tiempo.
A menos, pensó, que aquellos cadáveres fueran los de los vecinos. Pero si ese fuese el caso, alguien habría informado de la desaparición de alguno.
Estaba tan concentrada que cometió un error: desvió la mirada. Un fuerte apretón en el tobillo y, de pronto, todo su ser se convirtió en dolor, todas sus terminaciones nerviosas gritaron. Aquella vez no pudo luchar contra la oscuridad, no pudo aferrarse al mundo real.
Si mueres, cazadora del Gremio, te Convertiré en vampira.
Elena frunció el ceño para sus adentros y luchó, luchó con todas sus fuerzas.
No quiero beber sangre. Y no podrás Convertirme si estoy muerta.
Le daba la sensación de que estaba nadando en sirope, pero al final llegó a la superficie de la conciencia... y se inclinó hacia delante para vaciar el contenido de su estómago. Cuando acabó, se limpió la boca con el dorso de la mano con deliberada lentitud y descubrió que Uram continuaba en la misma posición.
—No estabas prestando atención —dijo con un tono de lo más razonable.
Ella atisbó algo con el rabillo del ojo.
—Lo siento. Me duele mucho.
Veo un casco de protección. Las paredes no están terminadas. Busca un edificio en construcción. Y esa pila... ¡Sus armas! Las tenía casi al alcance de mano.
—Espero que Rafael llegue pronto. —La frente de Uram estaba llena de arrugas de decepción—. No aguantarás mucho tiempo más.
—¿Estás seguro de que vendrá?
—Claro que sí. ¿Recuerdas a las esclavas? Solía luchar con nosotros si le hacíamos un cardenal a la que él había reclamado como suya. —Era obvio que a Uram aquello le resultaba muy gracioso—. ¿Puedes creerlo? Aquellas mujeres le importaban.
De pronto, el límite que separaba al monstruo del arcángel quedó mucho más claro. De algún modo, Rafael había conseguido permanecer a un lado; Uram lo había atravesado.
—Eso fue hace mucho tiempo —replicó ella—. Ha cambiado.
Uram hizo una pausa, como si pensara en lo que le había dicho.
—Sí. Quizá no venga. Puede que tenga que dejarte aquí. —Sus ojos se llenaron de diversión—. Tal vez pueda atarte junto a Bobby y dejar que se alimente. ¡¿Qué te parece, Bobby?! —gritó.
La cosa arrugada que había al otro lado de la estancia pareció susurrar algo en respuesta. Elena no lo oyó, pero por lo visto, Uram sí. Se echó a reír con tantas ganas que su cuerpo se inclinó hacia atrás.
—Me alegra ver que no has perdido tu sentido del humor —dijo, aún riendo por lo bajo—. Solo por eso voy a darte lo que quieres. Te colocaré junto a los pechos de la mortal y dejaré que mames como si fueras un bebé.
Aquella horrible imagen transformó la furia de Elena en algo frío, duro y peligroso. Para ella no suponía un problema alimentar a un vampiro moribundo (joder, era un ser humano, no un monstruo sádico como aquella abominación angelical), no pensaba dejarse torturar hasta la muerte por una mente que Uram ya había destrozado. Aprovechando la momentánea distracción del arcángel, estiró el brazo en busca de la daga de su bota. Su tobillo gritó por aquel pequeño movimiento, pero no fue aquello lo que la detuvo.
Fue la esencia del viento, de la lluvia, del mar.
¿En qué parte de la habitación estás?
En el lado opuesto al de las ventanas, y Uram está delante de mí. Hay un vampiro famélico apoyado en la pared de enfrente, un poco a la izquierda, junto a la ventana. Se llama Robert.
Su muerte carece de importancia. Disfruta torturando a los niños.
En aquel momento la pared desapareció, se rompió como si la hubiera sacudido una violenta ráfaga de viento. Elena vio el borde chisporroteante de un anillo de fuego azul y oyó el grito triunfal de Uram. El arcángel se puso en pie y la miró.
—Has servido a tu propósito. Ha venido en tu busca a pesar de que está herido... y es una presa fácil. —Echó una mano hacia atrás, y Elena vio que estaba cargada de fuego rojo.
Si la tocaba, moriría en un abrir y cerrar de ojos.
Así que sonrió con desdén.
—Si tan seguro estás, mátame después. A menos que creas que ya no estarás por aquí para hacerlo, claro...
Uram le dio una patada en el tobillo roto y el dolor explotó una vez más. En aquella ocasión, su mente se desconectó sin más.
Rafael golpeó la espalda de Uram con una descarga de pura energía mientras el ángel nacido a la sangre, perdido en su locura, se disponía a darle una segunda patada a Elena. El golpe tuvo el efecto esperado. Con un alarido de furia, Uram se dio la vuelta y arrojó la primera descarga de fuego rojo hacia Rafael y una segunda hacia el techo, que quería destruir para poder echarse a volar.
Rafael sabía que Elena se encontraba bajo los escombros, podía percibir la esencia de su vida a pesar de que su mente estaba sumida en la oscuridad. Vive, le ordenó de nuevo mientras alzaba el vuelo para luchar contra una maldad que no podía dejar en libertad.
Era consciente de la gente que gritaba y corría más abajo mientras las bolas de fuego se estrellaban en los edificios cercanos y arrancaban pedazos que se estrellaban contra el suelo. Un coche frenó en seco con un chirrido, y luego otro, y otro más. Todos los conductores miraban hacia lo alto.
Rafael voló bajo para evadir una descarga, devolvió la ráfaga y tuvo la satisfacción de chamuscar a Uram. Con un corte sangrante en la cara, el otro arcángel lo atacó con una tormenta de fuego generada por la energía vital de la sangre robada, e intensificada por la toxina que se había apoderado de sus células. Una vez que un ángel se entregaba a la sangre, no había vuelta atrás.
—Cuando te convierta en polvo —le provocó Uram al tiempo que lo bombardeaba con ráfagas de fuego—, ¡la ciudad será mía!
Rafael esquivó el ataque, pero supo que se había movido una fracción de segundo tarde justo antes de sentir en sus alas la agonía causada por el fuego angelical.