24

—Me llamo Elena —dijo con voz suave al tiempo que se preguntaba si la mujer se había dado cuenta de que estaba allí—. Ya estás a salvo.

Ninguna respuesta.

Elena retrocedió un poco y miró a Rafael.

—Necesita atención médica.

—Illium la llevará con nuestro sanador. —Se acercó un poco, pero la mujer empezó a gimotear en cuanto atisbó las alas, y sus músculos se tensaron tanto que Elena supo que tendrían que romperle los huesos para aflojarlos.

—No. —Se puso delante para bloquearle el campo de visión—. Tendrá que llevarla uno de los vampiros. Nada de alas.

La boca de Rafael se tensó, aunque ella no supo si era a causa de la furia o de la impaciencia. Aun así, no tomó el control de la mente de la mujer.

—Le pediré a Dmitri que venga. Él se encargará de ella.

Elena sintió un vuelco en el corazón.

—¿Quieres decir que la matará?

—Tal vez eso fuera una bendición para esa mujer.

—Tú no eres Dios, no puedes tomar esa decisión.

Rafael la estudió en silencio.

—No se le hará ningún daño mientras tú no estés.

Ella leyó entre líneas.

—¿Y cuando yo regrese?

—Entonces decidiré si vive o muere. —Sus ojos eran fuego azul—. Tal vez esté infectada, Elena. Debemos hacerle análisis. Si lo está, su muerte será necesaria.

—¿Infectada? —La cazadora frunció el ceño, pero luego sacudió la cabeza—. Lo sé: después.

—Sí. El tiempo pasa. —Inclinó la cabeza hacia la izquierda—. Dmitri viene de camino, pero no puede acercarse hasta que ya no suponga un peligro para el rastro de esencia. Deja a la mujer: el líder de mis Siete siente debilidad por los inocentes que han sufrido violencia.

Elena asintió tras escuchar aquella evasiva promesa y luego se inclinó hacia delante para hablarle a la chica.

—Dmitri te ayudará. Por favor, ve con él.

La mujer no dejó de mecerse, pero ya no emitía aquellos gemidos y su cuerpo no estaba tan tenso. Tras rogar que Dmitri fuera capaz de llegar hasta ella sin hacerle daño, Elena regresó a la cerca de malla y pasó de nuevo al otro lado.

—¿Puedes inspeccionar el tejado? ¿Ver si hay algún signo de que él huyera volando desde allí? —Cuando Rafael asintió y echó a volar, ella empezó a rodear el edificio.

Al final encontró el lugar por donde había salido Uram en el costado derecho del almacén, a unos cuantos pasos de distancia de un agujero de la valla.

Consciente de que Rafael la seguía desde lo alto, atravesó el agujero hacia la zona de hierba de un aparcamiento adyacente. Las briznas estaban manchadas de sangre, como si Uram hubiese pasado la mano por encima. Encontró una pluma: una pluma brillante de color gris plateado con resplandecientes motitas ambarinas. Su delicada belleza era un insulto, una mofa a la sangre y el sufrimiento que había presenciado en el interior del almacén. Tras reprimir el impulso de aplastarla, acercó la nariz para absorber el intenso aroma de la verdadera esencia de Uram. Un olor ácido, el olor de la sangre y algo más, algo que hablaba de... la luz del sol. Elena se estremeció, se guardó la pluma en el bolsillo y siguió adelante.

La esencia se desvanecía sin más en la parte central de la zona de estacionamiento.

—Mierda. —Puso los brazos en jarras y dejó escapar un suspiro antes de hacerle un gesto a Rafael para que descendiera.

El arcángel aterrizó con un despliegue de elegancia.

—Uram echó a volar.

—Sí —replicó ella—. Nunca he tenido ese problema con los vampiros, por eso puedo rastrearlos. ¡No puedo seguir a un ser que vuela! —Le hervía la sangre. Quería que aquel monstruo pagara por las jóvenes vidas que había robado—. ¿Y Dmitri?

—Le he dicho que se acercara. Y los ángeles no siempre vuelan —dijo Rafael—. Eres la única que tiene alguna posibilidad de encontrar su esencia en las calles. —Hizo una pausa—. Tendremos que regresar para que puedas darte un baño y recoger tus cosas. —Echó un vistazo a su ala con la repugnancia pintada en la cara—. Yo también debo lavarme la sangre.

Elena se ruborizó al darse cuenta del aspecto que debía de tener en aquellos momentos.

—¿Por qué hace falta que recoja mis cosas?

—Esta caza no será larga, pero sí intensa.

—Él continuará matando —dedujo con los puños apretados—. Dejará un rastro.

—Así es. —Rafael tenía la ira bajo control, pero era de tal intensidad que Elena casi podía sentirla sobre su piel—. Tienes que permanecer cerca de mí o de uno de mis ángeles para que podamos llevarte de inmediato al lugar en cuanto descubramos un nuevo asesinato.

Elena se dio cuenta de que el arcángel no le daba ningún tipo de elección.

—Supongo que si me niego, me obligarás a hacerlo, ¿no es verdad?

Durante un instante, solo se oyó el susurro de la hierba y el murmullo de las alas de los ángeles que habían aterrizado a su espalda... para empezar a limpiar, supuso.

—Hay que detener a Uram. —El rostro de Rafael parecía sereno, inexpresivo... y mucho más peligroso precisamente por eso—. ¿No te parece que eso excusa cualquier tipo de medio que haya que utilizar?

—No. —Sin embargo, su mente no dejaba de mostrarle imágenes: la de una mujer con la boca llena de órganos que deberían estar en el interior de su cuerpo, la de otra a quien le habían empalado la cabeza en el brazo, la de una tercera con las cuencas de los ojos vacías—. Pero cooperaré.

—Vamos. —El arcángel extendió un brazo.

Elena se acercó.

—Siento oler tan mal... —Tenía las mejillas ruborizadas.

Rafael la rodeó con los brazos.

—Hueles a polvo de ángel. —Tras decir aquello, alzó el vuelo... y ambos se tornaron invisibles.

Elena cerró los ojos.

—Jamás me acostumbraré a esto.

—Creí que te gustaba volar.

—No me refería a volar. —Se sujetó a él con más fuerza y deseó haberse subido bien las botas. No quería abrirle la cabeza a nadie por accidente—. Sino a lo de volverme invisible.

—Se tarda un tiempo en acostumbrarse al glamour.

—¿Tú no naciste con ello? —Reprimió un estremecimiento cuando notó que subían más alto.

—No. Es un don que llega con la edad.

Elena se mordió la lengua para contener la pregunta que quería formular.

—¿Estás aprendiendo lo que es la discreción, Elena? —La ligera ironía le permitió suavizar la furia que sentía bajo la piel.

—Yo... yo... —Cuando empezaron a castañetearle los dientes, decidió mandar al cuerno la discreción y se aferró a él antes de rodearle la cintura con las piernas. Estaba deliciosamente calentito—. Intento limitar las razones por las que podrías tener que matarme.

Él cambió de posición para acomodarla mejor.

—¿Por qué iba a matarte si puedo borrarte la memoria?

—No quiero perder mis recuerdos. —Ni siquiera los malos, porque sus recuerdos eran los que la habían convertido en quien era. En aquel momento, aquel día, era diferente a la Elena que no sabía lo que era ser besada por un arcángel—. No me hagas olvidar.

—¿Perderías la vida por salvar tus recuerdos? —Fue una pregunta en voz baja.

Elena reflexionó sobre el tema.

—Sí —dijo con suavidad—. Preferiría morir como Elena que vivir como un fantasma.

—Casi hemos llegado a tu casa.

Se obligó a abrir los ojos para contemplar su apartamento. El hueco de la ventana destrozada había sido cubierto con una especie de plástico transparente, pero quienquiera que lo hubiera colocado allí no se había molestado en sujetarlo más que por encima. Uno de los lados estaba caído y se agitaba con el viento.

Se le llenaron los ojos de lágrimas, pero se dijo que aquellas lágrimas se debían a la fuerza del aire que le azotaba la cara.

Rafael voló hasta aquella esquina y dejó que tirara del plástico para soltarlo lo suficiente para poder colarse en el interior. Una vez dentro, Elena abrió un hueco mayor para que él pudiera entrar y plegar las alas. El viento silbaba en el apartamento mientras ella permanecía allí de pie, observando el destrozo con el corazón roto.

Los cristales seguían donde cayeron cuando Rafael rompió la ventana. Y también la sangre. La sangre de Rafael. No obstante, en algún momento debía de haber entrado una enorme ráfaga de viento en el salón, ya que su estantería estaba en el suelo y el jarrón que hacía juego con el que tenía en su dormitorio estaba roto. Había papeles esparcidos por la alfombra y las paredes mostraban marcas de haber soportado un chaparrón. La lluvia había destruido lo que aún no estaba roto. La alfombra estaba húmeda; el ambiente olía a moho.

Al menos la puerta estaba lo bastante bien como para poder cerrarse. Se preguntó si habría sido asegurada con tablones desde fuera, si habrían clavado puntas en la hermosa madera.

—Espera —dijo Elena mientras cogía su teléfono móvil, que por suerte aún funcionaba—. Traeré una bolsa de viaje. —Caminó con la espalda rígida sobre los cristales y la alfombra en dirección al cuarto de baño—. ¿Puedo ducharme aquí?

—Sí.

Sin darle tiempo a que cambiara de opinión, se dirigió a toda prisa al dormitorio para coger una toalla y ropa interior.

—No me gusta la combinación de colores.

Elena se detuvo con la mano sobre las sencillas braguitas de algodón.

—Te dije que esperaras fuera.

Rafael se adentró en la estancia, se acercó a las puertas correderas y las abrió.

—Te gustan las flores.

—Rafael, vete de aquí. —Había apretado la mano con tanta fuerza que le temblaba.

Él echó un vistazo por encima del hombro con una expresión mortífera en los ojos.

—¿Piensas iniciar una pelea solo por mi curiosidad?

—Esta es mi casa. No te he invitado. No te invité cuando hiciste pedazos la ventana y destruiste el salón, y hoy tampoco. —Se mantuvo firme, aunque estaba a punto de venirse abajo—. Respetarás eso, o te juro por mi vida que te dispararé de nuevo.

Él salió a la terraza.

—Te esperaré aquí. ¿Te parece aceptable?

Sorprendida por el hecho de que se hubiese molestado en preguntarlo, Elena se lo pensó.

—Está bien. Pero voy a cerrar las puertas.

El arcángel no dijo nada cuando cerró las puertas correderas y luego, para asegurarse, corrió las pesadas cortinas de brocado. Lo último que vio fue la parte trasera de un par de alas con vetas doradas. La belleza de aquel ser siempre la dejaba sin aliento, pero aquel día estaba demasiado destrozada para apreciarla. Cómo dolía... Se colocó un puño sobre el corazón y entró en el cuarto de baño para darse una ducha abrasadora.

Tenía ganas de tomarse su tiempo, de mimarse, pero aquellas chicas merecían algo mejor. Así pues, se dio toda la prisa posible. Se lavó el pelo con su champú favorito y utilizó un gel antibacterias para limpiar su cuerpo. El polvo de ángel desapareció... al menos la mayor parte. Aún mostraba unas cuantas motitas cuando salió de la ducha con una toalla en el pelo y otra alrededor del cuerpo. Se puso unas braguitas de algodón, un sujetador negro, unos pantalones cargo limpios también negros y una camiseta de color azul oscuro. Aún no hacía tanto frío como para llevar manga larga durante el día, pero se recordó que debía llevarse una cazadora.

Se puso los calcetines y las botas antes de coger un cepillo para el pelo. Tras pasárselo a toda velocidad por la cabeza, recogió la masa de cabello mojado en una coleta y pasó los minutos siguientes aprovisionándose de armas de su arsenal secreto. Con la sensación de estar limpia y bien armada, aunque no podía deshacerse de las repulsivas imágenes del matadero, guardó algunas cosas en una bolsa de viaje y luego descorrió las cortinas. Rafael no estaba por ningún sitio.

Deslizó la mano hasta la pistola, y ya la tenía en la mano cuando abrió la puerta. El mensaje estaba escrito con descaro sobre el gel que utilizaba para proteger las paredes del balcón. «El coche espera abajo.» Y aquello significaba, comprendió, que la puerta principal no estaba sellada. Una pequeña muestra de misericordia.

Volvió a guardarse el arma bajo la camiseta, cerró las puertas y cogió la bolsa de viaje. Estaba a punto de salir cuando recordó que no había hablado con nadie después de colgar a Ransom la noche anterior. Cogió el teléfono fijo y llamó a Sara.

—Estoy viva y eso es todo lo que puedo decirte.

—¿Qué coño está pasando, Ellie? Tengo informes de ángeles volando por toda la ciudad, de chicas desaparecidas cuyos cadáveres no se han encontrado, de...

—No puedo contarte nada.

—Mierda, es cierto. Vampiro asesino.

Elena no dijo nada, ya que supuso que era mejor dejar que se extendiera aquel rumor. Jamás le había mentido a Sara, y no pensaba empezar a hacerlo en aquellos momentos. Ni siquiera si aquello implicaba ir contra la lógica.

—Cielo, ¿necesitas un rescate? Tenemos lugares que los ángeles no conocen.

Elena confiaba en el Gremio, pero no podía huir de aquello. Ahora era algo personal. Aquellas chicas...

—No. Tengo que acabar esto. —Era necesario detener a Uram.

—Sabes que estoy aquí para lo que necesites.

Tragó saliva para librarse del nudo que le había atenazado la garganta.

—Te llamaré cuando pueda. Tranquiliza a Ransom de mi parte, y no te preocupes.

—Soy tu mejor amiga. Mi trabajo es preocuparme. Mira bajo la almohada antes de marcharte.

Tras colgar el teléfono, Elena respiró hondo para calmarse e hizo lo que le habían ordenado. Sus labios se curvaron en una sonrisa: Sara le había dejado un regalo. Reconfortada, regresó a su salón en ruinas. Al parecer, Rafael había vuelto a poner el plástico en su lugar, pero ella sabía que no duraría mucho. Daba igual. La estancia había sufrido demasiados daños y necesitaba una restauración completa. Pero volvería a dejarla como estaba.

Sabía cómo rehacer su vida.

«No quiero dar cobijo en mi casa a una abominación.»

Sus cosas metidas en cajas en la calle, arrojadas como si fueran basura después de aquella última y brutal discusión con su padre. Ella se había marchado. Jeffrey la había castigado por ello borrándola de su vida. Por sorprendente que resultara, había sido Beth quien la había llamado; había sido Beth quien la había ayudado a salvar lo poco que la lluvia y la nieve no habían destruido. Ninguno de los tesoros de su infancia había sobrevivido: Jeffrey los había arrojado a una hoguera en el patio y los había quemado hasta dejarlos irreconocibles.

Una lágrima escapó a su control. Se deshizo de ella antes de que llegara a la mejilla.

—Lo arreglaré. —Era una promesa que se hizo a sí misma. Y sustituiría la ventana por un muro sólido. No quería volver a ver a los ángeles.

Incluso mientras lo pensaba, sabía que no era cierto.

Tenía a Rafael en la sangre, como una droga adictiva y letal. Sin embargo, aquello no significaba que fuera a ponerle las cosas fáciles cuando llegara el momento de enterrar los secretos del Grupo.

—Primero tendrás que atraparme, angelito. —La adrenalina convirtió su sonrisa en un desafío.