17

Una alarma empezó a sonar junto a la cama de Elena, sacándola de un sueño intermitente. Puesto que estaba completamente vestida, se levantó de un salto y empezó a correr. Vivek la esperaba con la puerta abierta.

—¡Deprisa! ¡Coge el teléfono! ¡Sara!

Tras saltar por encima de la silla de ruedas que se interponía en su camino, cogió el auricular.

—¿Sara? —El miedo dejaba un sabor acre y penetrante en su lengua.

—Huye, Ellie —susurró Sara con una voz teñida de lágrimas—. ¡Huye!

Una sensación gélida entumeció sus extremidades. No se movió de donde estaba.

—¿Y Zoe?

—Está bien —sollozó Sara—. No estaba aquí. Ay, Ellie... él sabe dónde estás.

Elena no pensó ni por un momento que Sara se refiriera a Dmitri. Ningún vampiro, por poderoso que fuera, podría dejar reducida a su amiga a aquello.

—¿Cómo lo sabe? ¿Qué te ha hecho? —Apretó la empuñadura de la daga entre sus dedos, y solo entonces se dio cuenta de que la había sacado.

—¿Que cómo lo sabe? —Una risa histérica interrumpió sus palabras—. Yo se lo ha dicho.

La conmoción la dejó paralizada.

—¿Sara? —Si Sara la había traicionado, ya no le quedaba nada.

—Ay, Ellie... Ha volado hasta la ventana y me ha mirado, y luego me ha dicho que la abriera. ¡Ni lo he dudado! —Hablaba casi a gritos—. Después me ha preguntado dónde estabas y yo se lo he dicho. ¡Se lo he dicho! ¿Por qué, Ellie? ¿Por qué se lo he dicho?

Elena dejó escapar el aire que contenía. Temblando a causa del alivio, estiró una mano para apoyarse contra el panel del ordenador de Vivek.

—No pasa nada, Sara.

—¡Claro que pasa, joder! ¡He traicionado a mi mejor amiga! ¡No te atrevas a decirme que no pasa nada!

—Control mental —dijo Elena antes de que Sara siguiera adelante con su perorata—. Nos utiliza como si fuéramos juguetes. —Desde luego, con ella había jugado... con su cuerpo, con sus emociones—. No había absolutamente nada que pudieras hacer.

—Pero yo soy inmune... —dijo Sara—. Una de las razones por las que me nombraron directora del Gremio es que tengo una inmunidad natural contra los trucos de los vampiros, como Hilda.

—Él no es un vampiro —le recordó Elena a su agobiada amiga—. Es un arcángel.

Elena oyó un hondo suspiro al otro lado de la línea.

—Ellie, había algo muy extraño en él esta noche.

Elena frunció el ceño.

—¿Qué quieres decir? ¿Ha hecho algo... malvado? —Tuvo que esforzarse para pronunciar aquella palabra. Una parte estúpida e ilusa de ella no quería creer que Rafael pudiera ser malvado.

—No... ni siquiera ha mencionado a Zoe, ni la ha amenazado en forma alguna. Aunque, tampoco necesitaba hacerlo, ¿verdad? Podía retorcer mi mente como si fuera un trapo.

—Si te sirve de consuelo —dijo Elena mientras recordaba la mirada animal de Erik y la aterradora sumisión de Bernal—, al parecer también puede hacerles eso a los vampiros.

Su amiga sorbió por la nariz.

—Bueno, al menos los chupasangre no tienen nada contra mí. Tendrás que salir de ahí cagando leches. El arcángel está de camino, y en su actual estado de ánimo es capaz de destruir el Gremio para llegar hasta ti. Tiene todos los códigos... porque yo se los he dado. —Otro pequeño grito—. Vale, ya estoy calmada. Le he dicho a Vivek que cambiara los códigos, pero no creo que eso detenga a Rafael. Te quiere a ti.

—Saldré de aquí. Y le dejaré un mensaje para asegurarme de que sabe que me he largado. Así no molestará a Vivek.

—Escóndete en el Azul.

El Azul era una furgoneta de reparto sin registrar que se mezclaría con facilidad entre el tráfico y haría desaparecer sin problemas a su conductor.

—Lo haré —mintió Elena—. Gracias.

—¿Y por qué coño me das las gracias? —exclamó Sara—. De todas formas, quiero que te quede clara una cosa: no se comportaba de manera normal. He hablado con él por teléfono, y ya sabes lo bien que se me dan las voces. Hoy la suya era diferente: monótona, inexpresiva... fría. Ni enfadada, ni nada... solo fría.

¿Por qué todo el mundo utilizaba aquella palabra? Rafael era muchas cosas, pero jamás le había parecido frío. No obstante, no tenía tiempo para pedir detalles.

—Me voy ya. Me pondré en contacto contigo en cuanto me sea posible. Y no te preocupes... pase lo que pase, no me matará. Necesita que acabe el trabajo. —Colgó el teléfono antes de que Sara se diera cuenta de que había cosas peores que la muerte.

Y algunas de ellas estaban relacionadas con gritar, gritar y gritar hasta que se rompiera la voz.

—Nuevos códigos. —Había una hoja de papel en la bandeja de la impresora—. Utilízalos para salir; los cambiaré de nuevo en cuanto entres en el ascensor.

Ella asintió.

—Gracias, Vivek.

—Espera.

El hombre acercó su silla hasta una pequeña taquilla que había en un rincón. Elena no sabía qué estaba haciendo, pero el armario se abrió de repente.

—Llévate esto.

Elena cogió una pistola pequeña y reluciente.

—No servirá de mucho contra un arcángel, pero gracias de todas formas.

—No le dispares al cuerpo —le advirtió él—. Esa munición está diseñada para hacer pedazos las alas de un ángel.

¡¡No!! La idea de destruir la increíble belleza de aquellas alas le provocó un dolor casi físico en el corazón.

—Volverán a regenerarse. Se curarán —se obligó a decir en voz alta.

—Lleva su tiempo. Tenemos varios informes: un ángel tarda más en regenerar sus alas que ninguna otra cosa. Lo dejará incapacitado el tiempo suficiente para que puedas librarte de una situación difícil. A menos... —El miedo tiñó su voz—. He oído lo que has dicho sobre el control mental. Si puede utilizarlo a distancia, no creo que haya nada que pueda servirte de ayuda.

Elena se guardó la pistola en la parte posterior de los pantalones después de cerciorarse de que el seguro estaba en su sitio.

—Ahora no me controla, así que sus habilidades tienen cierto límite. —Al menos, eso esperaba—. No creo que baje aquí una vez que sepa que me he ido, pero tienes que ponerte a salvo. ¿Ashwini se ha marchado ya?

—Sí, y no había nadie más aquí abajo. —Sus ojos parecían aterrados, pero decididos—. Cerraré en cuanto te vayas, y luego me meteré en el búnker. —Señaló con la cabeza la entrada de la habitación secreta oculta tras una pared. Podría sobrevivir allí durante días—. Ponte a salvo, Ellie. Tenemos que acabar la partida.

Elena se inclinó para darle un abrazo impulsivo.

—Te patearé ese culo flaco que tienes en cuanto vuelva. —Había llegado el momento de proteger su propia vida... y todo lo demás. Porque había un montón de partes corporales que un cazador no necesitaba para rastrear a su presa de manera eficiente.

Rafael se quedó delante del ascensor que, según le habían dicho, lo llevaría hasta los Sótanos. Sin embargo, parecía que ya no necesitaba bajar. Su presa había huido.

Alguien había clavado el mensaje junto a las puertas del ascensor con tanta fuerza que había dejado migajas de cemento sobre el suelo.

«¿Quieres jugar, angelito? Pues juguemos. Encuéntrame.»

Era un desafío, puro y simple. Una estupidez por parte de la cazadora. Durante el período Silente, no podía enfurecerse, pero comprendía muy bien su estrategia. Quería alejarlo del Gremio y de sus amigos.

Reflexionó sobre aquello. La parte primitiva de él susurró: ¿Dejarás que te guíe como si te hubiera puesto una correa? Te ha insultado.

Arrancó la nota de la pared.

—«Angelito» —leyó en voz alta antes de arrugar el papel entre sus dedos. Sí, debía aprender un poco de respeto. Cuando la encontrara, suplicaría clemencia.

No quiero que suplique clemencia.

El eco de aquel pensamiento lo detuvo durante varios segundos. Recordó que se sentía intrigado por el fuego de la cazadora, que ella había aliviado el aburrimiento que lo había embargado durante siglos. Incluso en el estado Silente, entendió por qué había decidido no hacerle daño. Si rompía antes de tiempo aquel nuevo juguete que tantos placeres prometía, sería un estúpido. No obstante, había formas de asegurarse respeto sin destruir por completo a su presa.

El Gremio podía esperar. Primero debía enseñarle a Elena Deveraux que no se podía jugar con un arcángel.

Elena condujo el refugio Azul por las calles con un propósito implacable. No pensaba esconderse: eso solo traería más problemas a las personas a las que quería. Estaba completamente segura de que Rafael iría tras ellos, uno por uno, hasta que la encontrara. Así que hizo lo único que podía hacer para mantenerlos a todos a salvo.

Se dirigió a casa.

Y esperó, con el dedo en el gatillo.

Rafael permaneció frente al edificio de apartamentos y, a pesar del estado en que se encontraba, supo que en aquellos momentos era un ser peligroso. Si Elena se encontraba en el interior de aquellos muros, se derramaría sangre. En su mente no había sitio para las concesiones. Aquel era un lugar en el que no aceptaría ni permitiría la presencia de la cazadora.

Tras rodearse de glamour una vez más, entró en el apartamento por la puerta principal rompiendo los cerrojos dobles sin esfuerzo.

Oyó voces en otra de las estancias. Una masculina y otra femenina.

—Vamos, nena, solo...

—¡No pienso escucharte más!

—Admito que fui un idiot...

—Sería más apropiado decir que fuiste un imbécil y un cabezota de cuidado...

—¡A la mierda con esto!

Ruidos de forcejeos y después respiraciones entrecortadas. Apasionadas, intensamente sexuales.

Rafael se adentró en el dormitorio y, antes de que el cazador pudiera decir una sola palabra, inmovilizó a Ransom contra la pared colocándole una única mano sobre la garganta. Sin embargo, el hombre reaccionó con rapidez y lo empujó con las piernas al tiempo que gritaba:

—¡Sal de aquí, Nyree! ¡Huye, nena!

¿Nyree?

Algo le golpeó en la espalda. Rafael echó un vistazo por encima del hombro y descubrió a una pequeña y voluptuosa mujer que le arrojaba todos los objetos que encontraba a mano. Cuando cogió un pesado pisapapeles, Rafael chasqueó un dedo e hizo que se durmiera. La chica se derrumbó con lentitud sobre el sofá.

El cazador se quedó inmóvil.

—Si le has hecho daño... Da igual lo que tenga que hacer: encontraré un modo de matarte.

—No puedes hacerlo —replicó, aunque lo soltó de todas maneras—. Solo está dormida, nada más. Así nos dejará mantener una breve conversación.

La daga de Ransom se movió de repente hacia las alas de Rafael. A decir verdad, llegó a rozarle las plumas antes de que el arcángel bloqueara su mente y lo obligara a soltar el cuchillo. El sudor comenzó a brotar de la frente del hombre mientras luchaba contra las órdenes mentales.

—Interesante. Eres muy fuerte. —Rafael reflexionó unos instantes. Podría matar a aquel hombre, pero entonces el Gremio perdería a uno de sus mejores cazadores—. Matarte iría contra mis propios intereses. No intentes atacarme de nuevo y vivirás.

—Que te jodan... —dijo Ransom, que trató de avanzar—. No te diré dónde está Ellie.

—Sí, lo harás. —Concentró sus habilidades sin el menor remordimiento, sin nada que lo apartara de su gélido propósito—. ¿Dónde está?

Ransom sonrió.

—No lo sé.

Rafael miró fijamente al cazador. Sabía que decía la verdad: nadie podía mentir bajo aquella coacción mental. Ciertos rumores afirmaban que existían humanos con una especie de inmunidad frente a los poderes angelicales, de la misma manera que otros eran inmunes a los trucos de los vampiros, pero Rafael jamás había conocido a ninguno... en sus más de quince siglos de existencia.

—¿Dónde se escondería si intentara proteger a sus amigos? —preguntó, cambiando de táctica.

Pudo ver cómo Ransom luchaba para no responder, pero la coacción venció.

—No se escondería.

Rafael meditó la respuesta.

—No, no lo haría, ¿verdad? —Caminó hasta la puerta principal—. Tu dama despertará en pocos minutos.

Ransom empezó a toser cuando Rafael liberó su mente.

—Te debo un puñetazo en la mandíbula. Y tal vez un ojo morado también.

—Te doy la libertad de intentarlo —dijo Rafael, que veía en aquel cazador otra posible diversión que lo alejaría del tedio de la inmortalidad—. Ni siquiera te castigaré si tienes éxito.

El cazador, que se había agachado junto a su mujer, enarcó una ceja.

—Solo me encargarías una caza, ¿verdad? Lo más probable es que Elena te esté esperando con una daga en la mano.

—Soy permisivo con mis juguetes —dijo Rafael—, pero solo hasta cierto punto.

—¿Qué cojones te ha hecho? —preguntó Ransom, y Rafael se tomó aquella pregunta como lo que era: un intento del cazador por darle a su amiga el mayor tiempo posible.

«Debes matarla.»

La voz de Lijuan era un gélido susurro en su mente, tan despiadado como el aliento del Silencio.

—Eso queda entre Elena y yo —dijo—. Harías bien en permanecer fuera de esta guerra.

El rostro de Ransom se endureció.

—No sé qué es lo que hacen los ángeles, pero aquí ayudamos a nuestros amigos. Si ella me llama, responderé.

—Y morirás —replicó Rafael—. Nunca comparto lo que es mío.

Según el reloj de Elena, llevaba sentada en el sofá mirando la Torre cerca de una hora. Tal vez el lugar que había elegido no fuera tan obvio como había pensado. Frunció el ceño y tironeó de la camiseta que se había puesto cuando llegó. Fue justo entonces cuando sonó el teléfono. Se le aceleró el pulso al reconocer el tono personalizado, pero lo cogió y se lo acercó a la oreja.

—¿Ransom? Joder, ¡ha ido a por ti!

—Cálmate —dijo su amigo—. Estoy bien.

—Tienes la voz un poco ronca.

—Es muy fuerte, ese pedazo de hijo de put... Lo siento, nena.

Elena frunció el ceño.

—¿Qué?

—Nyree —explicó él—. Cree que digo muchos tacos. Aunque claro, ella ha soltado una retahíla de cuidado cuando se ha despertado de la siesta que le obligó a tomarse tu amigo mientras conversábamos.

—¿Te ha hecho daño?

—Me ha ofendido..., pero sé apañármelas.

Elena se sintió inundada por el alivio.

—Claro, claro... ¿Y bien?

—Ese ángel grande, malo y controlador de mentes cree que eres suya. Y ha quedado bastante claro cuando he dicho algo así como «Yo no comparto a mi mujer».

Elena tragó saliva.

—Me estás tomando el pelo.

Una risotada.

—Desde luego que no, joder. Las cosas ya están bastante interesantes.

—Madre mía... —Se inclinó hacia delante y contempló la alfombra mientras intentaba pensar. Sí, lo había besado. Y sí, él había dejado caer algunas indirectas (a las que ella había reaccionado, muy a su pesar), pero todo aquello formaba parte de los jueguecitos de rigor de los ángeles y los vampiros poderosos. El sexo no era más que un juego para ellos. No significaba nada.

—Quizá pretendía decir que lo saco de sus casillas. —Eso tendría más sentido.

—De eso nada, nena. Hablaba en serio. —Su voz se volvió grave—. Ese tipo te desea... aunque no tengo claro si lo que desea es follarte o matarte.

Elena se enderezó y miró a través de la ventana que tenía delante. Se estremeció.

—Oye, Ransom... Tengo que dejarte.

Silencio. Luego:

—Te ha encontrado.

Elena siguió con la mirada el despliegue de blancos y dorados mientras Rafael flotaba sin esfuerzo en el exterior. Colgó el teléfono y lo dejó con mucho cuidado sobre la mesita que había al lado del sofá.

—No pienso dejarte entrar —susurró, aunque no era posible que él la oyera.

Puedo entrar siempre que quiera.

Se quedó helada al oír su gélido tono voz.

—Joder... ¡Te he dicho que no entres en mi cabeza!

¿Por qué?

La frialdad de aquella sencilla pregunta la atravesó de lado a lado. Sara tenía razón: había algo diferente en Rafael aquella noche. Y ese algo era malo, muy malo para ella.

—¿Qué es lo que te pasa?

Nada. Estoy en estado Silente.

—¿Qué coño significa eso? —Acercó poco a poco la mano al arma que tenía a la espalda sin apartar los ojos de su rostro, que la observaba desde el otro lado del cristal—. ¿Y por qué tus ojos están tan... fríos? —Aquella palabra otra vez.

Él extendió aún más las alas, lo que dejó al descubierto el patrón blanco y dorado de la superficie interior. Era tan hermoso que estuvo a punto de distraerla.

—Qué listo... —dijo ella, que se concentró deliberadamente en su rostro—. Intentas manipularme sin utilizar el control mental.

Tenías razón cuando dijiste que te necesitaba en plena forma. Si utilizo demasiado el control mental, podría alterar tus procesos de razonamiento de manera permanente.

—Gilipolleces —murmuró. Casi había alcanzado el arma—. Podrías retenerme un rato, pero en el momento en que dejaras de ejercer un control activo, sería libre.

¿Estás segura?

Resultaba extraño, pero aunque estaba aterrorizada, en aquel momento no se sentía tan vulnerable ante la amenaza de coacción mental como de costumbre. Cuando el arcángel se comportaba como era habitual en él, por más arrogante y letal que fuera, existía un pulso de atracción sexual entre ellos que hacía tambalearse sus defensas.

Sin embargo, aquel ser... aquel ser frío con la muerte en los ojos...

Su mano se cerró en torno a la empuñadura de la pistola.