Rafael se encontraba junto a una insulsa casita situada en un suburbio de New Jersey, aplaudiendo en silencio la inteligencia de la directora del Gremio. La mujer había cambiado su hermoso hogar por aquella pequeña casa de madera rodeada por un centenar de edificios similares. Parecía un lugar de lo más corriente, pero él sabía que era una fortaleza. También sabía que la directora y su marido, ambos cazadores muy experimentados, hacían turnos para vigilar a los vampiros con las armas siempre a mano.
Por supuesto, para disparar debían ver. Y él no estaba allí para sus sentidos: se había rodeado de glamour en el momento en que saltó de la terraza de su ático para deslizarse por el cielo de Manhattan, iluminado por las últimas luces de la tarde. Sus poderes estaban casi recuperados. La noche había llegado durante el vuelo, y ahora observaba el brillo dorado a través de las ventanas.
Luz. Calidez. Ilusión.
El patio que había frente a él, en apariencia corriente, estaba cuajado de sensores que, con toda probabilidad, estarían conectados a trampas explosivas que se activaban desde la casa. Rafael suponía que existía un sótano que conducía a una salida secreta, ya que ningún cazador permitiría jamás que su familia quedara atrapada.
De no haberse encontrado en estado Silente, tal vez se habría sentido asombrado. El sistema de seguridad era brillante y resistiría sin problemas a cualquier vampiro de alto rango... aunque tal vez no a Dmitri. A Rafael, sin embargo, no le hacía falta poner un solo pie en el interior de la casa.
Aunque deberías hacerlo, susurró la parte reptiliana y primitiva de su mente. Deberías darles una lección, dejarles claro que nadie sale como vencedor del enfrentamiento con un arcángel.
Consideró la posibilidad basándose en los fríos razonamientos de su presente estado emocional, pero la descartó. La directora del Gremio era una persona inteligente, y muy buena en su trabajo. No tenía sentido matarla. Semejante acción desataría el caos en el Gremio, y durante ese tiempo un considerable número de vampiros insatisfechos podría intentar escapar de sus amos. Puede que algunos lo lograran, ya que los cazadores estarían demasiado atolondrados por la muerte de su directora para resultar eficientes. Los humanos eran muy débiles.
Ninguno de los tuyos escapará, susurró esa voz de nuevo, una voz que solo oía durante los períodos Silentes. No se atreverían. Nadie te desobedece, no después de que convirtiéramos a Germaine en un ejemplo.
Germaine se encontraba en aquellos momentos en algún lugar de Texas, pero el vampiro no había olvidado las horas que había pasado en Times Square, y no las olvidaría jamás. Estaban grabadas a fuego en su memoria, al igual que aquel dolor al que nadie debería sobrevivir. Rafael recordaba que se había encargado de Germaine durante otro de sus períodos Silentes. También recordaba que, una vez que salió de ese estado, no se había sentido satisfecho con lo que había hecho. Al acceder a su memoria descubrió que había sentido... remordimientos. Había ido demasiado lejos.
Vaya una idea más ridícula. Vaya una emoción más ridícula. Era un arcángel. Germaine había intentado llevar a cabo un acto de traición. El castigo había sido justo. Como lo sería el de la directora del Gremio si intentaba interponerse en su camino.
Mata a su hija, murmuró aquella vocecita. Mata a su hija delante de ella. Delante de Elena.